En que prosigue lo mismo, con otros varios sucesos.
NO cerré los ojos en toda la noche, considerando mi desgracia, que no fue dar en el tejado, sino en las fieras y crueles manos del escribano; y cuando me acordaba de lo de las ganzúas que me habian hallado en la faldriquera, y las hojas que habia escrito en la causa, eché de ver que no hay cosa que tanto crezca como culpa en poder de escribano. Pasé la noche en revolver trazas: unas veces me determinaba rogárselo por Jesucristo, y considerando lo que él pasó con ellos vivo, no me atrevía. Mil veces me quise desatar, pero sentíame luego, y levantábase á visitarme los ñudos; que más velaba él cómo forjaría el embuste que yo en mi provecho. Madrugó al amanecer, y vistióse á tal hora, que en toda su casa no habia otros levantados sino él y los testimonios. Agarró la correa, y volvióme á repasar muy bien las costillas; reprehendióme el mal vicio de hurtar, como quien tan bien lo sabía. En esto estábamos, él dándome, y yo casi determinado de darle á él dineros (que es la sangre con que se labran semejantes diamantes), cuando incitados y forzados de los ruegos de mi querida, que me habia visto caer y apalear, desengañada de que no era encanto, sino desdicha, entraron el portugués y el catalan; y en viendo el escribano que me hablaban, desenvainando la pluma, los quiso espetar por cómplices en el proceso.
El portugués no lo pudo sufrir, y tratóle algo mal de palabras, diciéndole que él era caballero fidalgo de casa del rey, y que yo era un home muito fidalgo, y que era bellaquería tenerme atado. Comenzóme á desatar, y al punto el escribano clamó:
—¡Resistencia! y dos criados suyos (entre corchetes y ganapanes ) pisaron las capas, desluciéronse los cuellos, como lo suelen hacer para representar las puñadas que no ha habido, y pedían favor al rey. Los dos al fin me desataron; y viendo el escribano que no habia quien le ayudase, dijo:
—Voto á N., que esto no se puede hacer conmigo, y que á no ser vuesas mercedes quienes son, les podria costar caro. Manden contentar estos testigos, y echen de ver que les sirvo sin interés. Yo vi luego la letra, saqué ocho reales y clíselos, y aun estuve por volverle los palos que me habia dado; pero por no confesar que los habia recebido, lo dejé, y me fui con ellos, dándoles las gracias de mi libertad y rescate, con la cara rozada de puros mojicones, y las espaldas algo mohínas de los varapalos. Reíase el catalan mucho, y decia á la niña que se casase conmigo. Tratábame de resuelto y sacudido por los palos. Traíame afrentado con estos equívocos. Si entraba á visitarlos, trataba luego de varear, otras veces de leña y madera. Yo, que me vi corrido y afrentado, y que va me iban dando en la flor de lo rico, comencé á tratar de salirme de casa; y para no pagar comida, cama ni posada, que montaba algunos reales, y sacar mi hato libre, traté con un licenciado Brandalagas, natural de Hornillos, y con otros dos amigos suyos, que me viniesen una noche á prender. Llegaron la señalada, y requirieron á la huéspeda que venian de parte del Santo Oficio, y que convenia secreto. Temblaron todos por lo que yo me habia hecho nigromántico con ellas. Al sacarme á mí callaron; pero al ver sacar el hato, pidieron embargo por la deuda; y respondieron que eran bienes de la Inquisición. Con esto no chistó alma terrena. Dejáronles salir, y quedaron diciendo que siempre lo temieron. Contaban al catalan y al portugués lo de aquellos que me venian á buscar, que eran demonios, y que yo tenia familiar; y cuando les contaba del dinero que yo habia contado, decian que parecía dinero, pero que no lo era de ninguna suerte. Persuadiéronse á ello. Yo saqué mi ropa y comida horra.
Di traza con los que me ayudaron de mudar de há bito y ponerme calza de obra y vestido al uso, cuellos grandes, y un lacayo en menudos dos lacayuelos, que entonces era uso. Animáronme á ello, poniéndome por delante el provecho que se me seguiría de casarme con la ostentación á título de rico, y que era cosa que sucedía muchas veces en la córte; y aun añadieron que ellos me encaminarian parte conveniente y que me estuviese bien, y con algún alcaduz por donde se siguiese. Yo, negro, cudicioso de pescar mujer, determinóme. Visité no sé cuántas almonedas, y compré mi aderezo de casar; supe dónde se alquilaban caballos, y espetóme en uno el primer dia, y no hallé lacayo. Salíme á la calle Mayor, y púseme enfrente de una tienda de jaeces, como que concertaba alguno.
Llegáronse dos caballeros, cada cual con su caballo; preguntáronme si concertaba uno de plata que tenia en las manos. Yo solté la presa, y con mil cortesías los detuve un rato. En fin, dijeron que se querían ir al Prado á bureo, y yo (que si no lo tenian á enfado ) que los acompañaría. Dejé dicho al mercader que si venian allí mis pajes y un lacayo, que los encaminase al Prado; di señas de la librea y metíme entre los dos, y caminámos. Yo iba considerando que á nadie que nos veia era posible el determinar y juzgar cuyos eran los pajes y lacayos, ni cuál era el que no le llevaba. Empecé á hablar muy recio de las cañas de Talavera y de un ca hallo que tenia porcelana. Encarecíles mucho el roldaneso que esperaba que me habian de traer de Córdoba. En topando algún paje, caballo ó lacayo les hacia parar, y les preguntaba cuyo era, y también decia de las señales y si le querían vender. Hacíale dar dos vueltas en la calle; y aunque no la tuviese, le ponia una falta en el freno, y decia lo que habia de hacer para remediarlo; y quiso mi ventura que topé muchas ocasiones de hacer esto. Y porque los otros iban embelesados, y á mi parecer diciendo quién será este tagarote escuderón (porque el uno llevaba un hábito en los pechos, y el otro una cadena de diamantes, que era hábito y encomienda todo junto), dije yo que andaba en busca de buenos caballos para mí y á otro primo mió que entrábamos en unas fiestas. Llegámos al Prado, y en entrando saqué el pié del estribo y puse el talón por defuera, y empecé á pasear. Llevaba la capa echada sobre el hombro y el sombrero en la mano. Mirábanme todos; cuál decia: Este yo le he visto á pié; otro: Lindo va el buscón. Yo hacia como que no oia nada, y paseaba.
Llegáronse á un coche de damas los dos y pidiéronme que picardease un rato. Dejéles la parte de las mozas, y tomé el estribo de madre y tia. Eran las vejezuelas alegres; la una de cincuenta y la otra punto ménos. Díjelas mil ternezas, y oíanme: que no hay mujer, por vieja que sea, que tenga tantos años como presunción. Prometílas regalos, y preguntólas del estado de aquellas señoras, y respondieron que doncellas; y se les echaba de ver en la plática. Yo dije lo ordinario, que las viesen colocadas como merecían, y agradóles mucho la palabra colocadas. Preguntáronme tras esto que en qué me entretenía en la córte. Yo les dije que en huir de un padre y madre que me querían casar contra mi voluntad con mujer fea y necia y mal nacida, por el mucho dote.
—Y yo, señoras, quiero más una mujer limpia en cueros, que una judía poderosa; que por la bondad de Dios, mi mayorazgo vale al pié de cuarenta mil ducados de renta. Y si salgo con un pleito que traigo en buenos puntos, no habré menester nada. Saltó tan presto la tia:
—¡Ay señor, y cómo le quiero bien! No se case sino con su gusto y mujer de casta; que le prometo que con ser yo no muy rica no he querido casar mi sobrina (con salirle ricos casamientos), por no ser de calidad. Ella pobre es, que no tiene sino seis mil ducados de dote; pero no debe nada á nadie en sangre.
—Eso creo yo muy bien (dije yo). En esto las doncellitas remataron la conversación con pedir algo de merendar á mis amigos.
Mirábase el uno al otro,
Y á todos tiembla la barba.
Yo, que vi ocasion, dije que echaba ménos mis pajes, por no tener con quién enviar á casa por unas cajas que tenia. Agradeciéronmelo, y yo las supliqué se fuesen á la Casa del Campo al otro dia, y que yo las enviaria algo fiambre. Aceptaron luego; dijéronme su casa y preguntaron la mia; y con tanto se apartó el coche, y yo y los compañeros comenzamos á caminar á casa. Kilos, que me vieron largo en lo de la merienda, aficionáronseme; y por obligarme, me suplicaron cenase con ellos aquella noche. Híceme algo de rogar, aunque poco, y cené con ellos, haciendo bajar á buscar mis criados, y jurando de echarlos de casa. Dieron las diez, y yo dije que era plazo de cierto martelo, y que así me diesen licencia. Fuíme, quedando concertado de vernos á la tarde en la Casa del Campo.
Fui á dar el caballo al alquilador, y desde allí á mi casa, donde hallé á los compañeros jugando quinolillas. Contóles el caso y el concierto hecho, y determinamos enviar la merienda sin falta, y gastar doscientos reales en ella. Acostámonos con estas determinaciones. Yo confieso que no pude dormir en toda la noche, con el cuidado de lo que habia de hacer con el dote; y lo que más me tenia en duda era el hacer dél una casa ó darlo á censo; que no sabía yo qué seria mejor y de más provecho para mí.