Capítulo 4

SOBRE LAS HUELLAS DE GARROVI

Las vibraciones del disco metálico no habían aún cesado, cuando apareció en el umbral de la puerta un jovencito hindú de unos quince años de edad, fisonomía inteli gente y piel bronceada.

Todas sus ropas no eran más que un romal, de color amarillento, prenda de vestir consistente en un trozo de tela que se envuelve a la cintura y baja hasta los tobillos. Con gran respeto se inclinó frente al Presidente de la “Joven India”, esperando sus órdenes.

-¿Conoces al jefe de los sannyassis de Calcuta? -preguntóle el Presidente.

-Sí, amo.

-Te confiaré una importante misión, que espero cumplirás escrupulosamente, dadas tu inteligencia y astucia.

-Hablad, amo..

-Quiero saber qué ha ocurrido a dos hindúes que tiempo atrás formaban parte de aquella secta.

-¿Sus nombres? -Hungse y Garrovi. -No los olvidaré, amo.

-Te advierto que está a tu disposición el personal de la “Joven India”, y que nuestras arcas están abiertas para lo que necesites. Vete, y regresa con buenas nuevas.

El jovencito se inclinó y salió rápidamente, cerrando la puerta.

-Perdonad, señor -dijo Oliverio, que parecía dominado por un profundo estupor-.

¿Creéis que este joven puede tener éxito?

Una sonrisa apareció en los labios del hindú.

-No temáis, teniente -dijo-, Punya vale más que vuestros mejores policías secretos, y con toda seguridad podrá averiguar el paradero de los dos sannyassis. -¿Cuántos días tardará?

-Todo depende de las circunstancias, pero espero

tener buenas noticias antes de mañana por la tarde. Ahora pensemos en el hermano del pobre Middel. -¿Lo haréis buscar?

-Esta misma noche enviaré gente a Serampore. Ese muchacho tal vez nos pueda proveer de informaciones preciosas.

-Pero decidme, señor, ¿quién era Middel?

-Un anglo-hindú, hijo de padre blanco y madre nativa. Desde hacía seis años venía dedicándose a la navegación de gran cabotaje con un barco de su propiedad. -¿Y su hermano es joven?

-No creo que tenga más de trece o catorce años. -¿Entonces esperáis que el joven nos pueda decir algo de interés?

-No estoy seguro de eso, pero apenas sepamos el paradero de los dos sannyassis, podremos averiguar dónde está encallada la embarcación de Middel, y entonces la “Joven India” tomará medidas para salvar al desdichado capitán, o por lo menos para vengarlo.

El teniente y Harry se incorporaron.

-Hasta mañana -dijo Oliverio, extendiendo la mano al hindú.

-Os acompaño -contestó éste siguiéndolos hasta la puerta.

El teniente y el viejo marino, abandonaron la sede de la “Joven India”, y se hospedaron en. uno de los mejores hoteles del Strand, sintiéndose agotados por la desordenada carrera a través del delta del Ganges.

Al día siguiente, no sabiendo cómo emplear su tiempo, pues habían prometido al Presidente de la sociedad verlo a la puesta del sol, resolvieron visitar la “Ciudad Negra”, que Oliverio aún no había tenido tiempo de conocer.

Black Town{2} o sea la “Ciudad Negra”, es la antigua capital del reino de Bengala y la parte más característica de Calcuta; sus habitantes son todos hindúes, y la ciudad “blanca”, de construcción reciente carece de todo lo pintoresco que se encuentra en la vieja Calcuta.

Pese a sus muchos siglos de vida, la “Ciudad Negra” ha conservado sus barrios exactamente como eran al ser construidos. En ellos se ven casas, pagodas, cabañas, habitaciones que parecen a punto de derrumbarse junto a templos altísimos, con cúpulas sembradas de cabezas de elefantes y bajorrelieves que representan las nueve reencarnaciones de Visnú, el dios conservador de los indostanos.

Todo es ruinoso en la antigua capital de Bengala; callejuelas sórdidas, sucias, tortuosas, cortadas oscuras y malolientes; casuchas de puertas bajas en cuyo umbral están sentados como estatuas en cuclillas los habitantes, pequeños comercios con objetos extravagantes y heterogéneos.

El joven teniente y Harry pasaron la mayor parte de la jornada recorriendo los bazares, en medio de una multitud de nativos de toda la India, deteniéndose para admirar a los numerosos encantadores de serpientes que jugueteaban con los reptiles más peligrosos, regresando al atardecer a los barrios blancos.

El Presidente de la “Joven India” les aguardaba en el mismo salón azul en que los recibiera la tarde anterior. Apenas entraron los dos occidentales comprendieron que el viejo hindú tenía una buena noticia que darles.

-Los aguardaba con impaciencia -les dijo tras haber estrechado la mano de Oliverio-.

Tengo importantes novedades que comunicaros.

-¿Acaso vuestro joven emisario ha tenido éxito? - preguntó el teniente.

-Más allá de toda esperanza posible.

-¿Sabe dónde se encuentran los dos sannyassis?

-De Hungse no ha podido tener ninguna noticia, pero conoce el paradero de Garrovi.

-Nos basta uno -dijo Oliverio alegremente-. ¿Lo habéis hecho arrestar?

-Aún no, pero esta noche lo sorprenderemos en su habitación. He hecho reunir una docena de hombres resueltos.

-¿Lo detendrán las autoridades?

-Prefiero dejar en paz a vuestra policía. Mis hombres buscarán el medio de no dejarlo escapar.

-¿Pero dónde se ha ocultado?

-Aquí.

-¿En Calcuta?

-Sí, señor teniente; ya no es más un pobre sannyassis. Se ha convertido en un opulento ciudadano, que vive en un elegante bungalow en la explanada del Fuerte William.

Comprenderéis que con diez mil libras esterlinas se puede vivir cómodamente.

-¡El muy canalla! ¿Y sus compañeros?

-Los habrá asesinado para gozar él solo los cofres de oro.

-¿Lo creéis?

-Estoy seguro, pues de haber dividido las diez mil libras, no hubiera podido llevar una vida de potentado.

-Es cierto. ¿Pero decidme, cómo ha podido Punya averiguar dónde se encontraba el miserable?

-Como vos sabéis todas las castas tienen su cabeza; Punya se dirigió en nombre mío al jefe de los Sannyassis inquiriéndole noticias de Hungse o de Garrovi. Así se enteró que los dos bandidos habían abandonado meses atrás la costa para ir a pedir trabajo en otras regiones. Por una afortunada combinación hace aproximadamente dos semanas el jefe de los sannyassis se encontró con Garrovi en un palanquín, rodeado de sirvientes, y si bien estaba vestido ricamente, lo reconoció con facilidad. Como el encuentro había tenido lugar en la explanada, Punya realizó averiguaciones por aquellos lugares, hasta ubicar la vivienda del traidor.

-¿No tiene ninguna sospecha sobre nuestra búsqueda?

-No tengáis miedo; además algunos de mis hombres lo vigilan de cerca, y cualquier novedad nos será comunicada de inmediato.

-¿Nos permitiréis tomar parte en la expedición?

-No rechazaría nunca vuestra ayuda. Los blancos son menos astutos que los hindúes, pero son gente de valor.

-¿Y el hermano de Middel?

-¡Ah! -exclamó el hindú-. Olvidaba deciros que el muchacho está aquí.

Golpeó dos veces el disco metálico y ordenó al sirviente que acudió de inmediato, que hiciera pasar al joven Middel.

Minutos después el hermano del desdichado capitán del Djumna, entraba en el

gabinete.

Se trataba de un hermoso ejemplar de esa raza que en la India llaman Half-cast{3}. No tenía más de trece años, pero era muy alto y de músculos muy desarrollados. Sus cabellos eran negros y rizados, la piel del rostro tomaba el color del bronce dorado, su nariz era regularísima, sus labios carnosos, y sus ojos grandes y muy oscuros, semejantes a los de los andaluces.

Vestía de blanco, con una faja roja en la cintura, y llevaba en la mano un gran sombrero con forma de hongo.

-Este es el señor que te mencioné esta tarde, Eduardo -le dijo el Presidente de la

“Joven India”, señalándole al teniente.

-Permitidme que os agradezca, caballero, el interés que demostráis por mi desdichado hermano -exclamó el jovencito.

-Espero poder hacer más por él, muchacho -respondió Oliverio.

-Si tal hacéis, mi agradecimiento será eterno,-señor.

-Deja de lado el reconocimiento, por ahora, y dime en cambio si puedes darnos algún dato que sirva para ayudar a tu hermano.

-Ninguno, señor.

-¿No has recibido noticias de él?

-No, señor teniente.

-¿Antes de partir no te manifestó ninguna sospecha sobre el comportamiento de su tripulación?

-No, señor.

-¿Estás con algún pariente en Chandernagor?

-No, porque no tengo a nadie en la India. Vivo junto a un viejo servidor de mi madre.

-¿No viste nunca a los dos sannyassis que tramaron el complot contra tu hermano?

-No, pero conocí a los demás marineros.

En ese momento la puerta se abrió y entró Punya, el astuto joven.

-Patrón -exclamó-, Garrovi acaba de entrar en su bungalow.

-¿Dónde están nuestros hombres?

-A corta distancia de la casa.

-¿Están armados?

-Llevan puñales y pistolas.

-Señor Powell, si os parece podemos partir -dijo el Presidente.

-Estamos listos -contestó Oliverio.

-Retírate a tu habitación, Eduardo -dijo el hindú al jovencito.

De una caja nacarada que estaba sobre la mesa, el viejo hindú sacó dos pistolas con los caños labrados, las guardó bajo su amplio dubgah, y salió, precedido de Punya y seguido por los dos ingleses.

Con paso rápido descendieron por el Strand, que a aquellas horas estaba casi desierto, pues era prácticamente medianoche, atravesaron la amplia explanada del fuerte, cuya imponente mole resaltaba entre las sombras, y pocos minutos después se detenían frente a una graciosa villa ubicada junto al río.

Punya alzó un dedo e indicó las persianas que dejaban escapar rayos de luz.

-Está bien -dijo el Presidente de la “Joven India nuestro amigo aún está despierto.

Llevándose a los labios un silbato de plata lanzó tres débiles notas que por su agudeza podían oírse a doscientos metros de distancia.

Casi de inmediato se vieron surgir sombras tras de los macizos de vegetación que crecían junto al río. En pocos instantes doce hindúes rodeaban al Presidente.

-¿Estáis listos?

-Sí, patrón.

-Seguidme, y tened las armas preparadas.

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