Capítulo 10

LA RETIRADA DE LOS SALVAJES

Apenas encontraron un árbol suficientemente frondoso, cuyas ramas se curvaban hacia tierna hasta extenderse casi horizontalmente, a bastante distancia del sitio donde yacía el rinoceronte, Alí y Sciapal improvisaron un cómodo y fresco lecho con hojas de bananero, y confiando en la vigilancia del perro se quedaron profundamente dormidos.

Sin embargo parecía que la mala suerte los perseguía.

Acababan de cerrar los ojos cuando fueron despertados primero, por los furibundos ladridos de Pandú y, después, por un concierto espantoso capaz de ensordecer a la persona de tímpanos más sólidos.

-Al infierno con los perturbadores -gritó Alí de mal humor ¿Será posible que no nos dejen descansar un solo minuto en esta maldita isla?

-Son chacales, que corren de todas partes para darse un festín con el pobre rinoceronte

-contestó Sciapal-. Es preferible que sean ellos y no los nativos, patrón.

-Pero no nos dejarán dormir.

-No te preocupes; terminarán muy pronto… Deben de ser por lo menos dos o tres centenares, y tienen buenos dientes. En una hora una de estas manadas devora los restos del elefante más grande que imaginarse pueda. Tápate los oídos, patrón, y trata de no escuchar.

-¡No escuchar! Hasta un sordo despertaría con estos diabólicos aullidos.

Durante una hora larga debieron soportar aquella tortura, y cuando por fin cesaron los aullidos, pudieron cerrar los ojos.

Treinta minutos más tarde, nuevos ladridos de Pandú.

Alí se incorporó, furioso.

-;.Más chacales? -preguntó.

-No. patrón -contestó el hindú-. No oigo nada…

-Y sin embargo, Pandú no ladra sin motivo

Sciapal aferró el hacha y miró en derredor con ojos atemorizados.

-¿Será la pantera que regresa? -Tal vez, aún tiene apetito.

-¡Sciapal! -en la voz de Alí había una nota de alar

ma-. ¿Y si fueran los salvajes que regresan?

-Patrón, mejor nos marchamos ahora… Ya no podría dormir.

-Confieso que yo tampoco tengo valor para seguir durmiendo. ¿Sabes por qué temo que se trate efectivamente de hombres y no de animales?

-¿Porque Pandú dejó repentinamente de ladrar, verdad patrón?

Efectivamente. Pandú que se había alejado del árbol, regresaba con las orejas y la cola bajas.

Dos hombres, casi desnudos, tan delgados que se contaban sin ninguna dificultad sus costillas, armado uno con una corta lanza, y el otro con un enorme arco, avanzaban cautelosamente.

-¡Son los salvajes! -susurró el capitán que jugueteaba con el gatillo dé las pistolas-.

Comienzo a estar has

ta la coronilla de estos malditos. ¿Qué diablos quieren con nosotros que no les hemos molestado en lo más mínimo?

Los dos salvajes parecían seguir una pista. Se les vio detenerse junto al fuego que los náufragos encendieran algunas horas antes, y tras revisar las cenizas se encaminaron hacia el esqueleto del rinoceronte cuidadosamente pulido por los dientes de los chacales.

-Si estuviera seguro que son ellos solos, no perdería tiempo y los mataría a tiros, pero tras ellos pueden estar los demás.

-No intentes nada, patrón…

Pandú, como si hubiera comprendido que la salvación de su amo dependía del silencio, se mantenía inmóvil y casi no respiraba.

Sin embargo los ojos del fiel perro seguían los movimientos de los salvajes y sus músculos estaban tensos, demostrando que al primer indicio de peligro saltaría sobre ellos.

Los dos isleños dieron varias vueltas en torno al esqueleto del rinoceronte, preguntándose probablemente quién había podido abatir a un animal tan gigantesco, contra el que se destrozaban las puntas de sus lanzas y sus flechas. Luego se los vio partir nuevamente introduciéndose en la maleza en dirección al sur.

Alí viéndolos desaparecer bajo los árboles lanzó un suspiro de alivio:

-Mientras sigan en esa dirección estamos a salvo… Ellos se internarán en el bosque y nosotros iremos por la playa en dirección opuesta.

-Sí, patrón.

-Ahora esperemos que pasen también los demás.

Un cuarto de hora más tarde apareció el resto de la tribu. Sabiendo que adelante marchaban los dos exploradores avanzaban sin tomar mayores precauciones, siguiendo el mismo camino.

Cuatro, escogidos entre -los más robustos, llevaban en alto un largo paquete, estrechamente atado con lianas y envuelto en hojas de banana que recordaba la forma de un cuerpo humano,

-¿Qué llevarán allí dentro, patrón?

-Apostaría que se trata del jefe que maté -contestó Alí-. No han querido abandonarlo a los tiburones y lo colgarán de algún árbol cerca de la aldea. Buen viaje, bribones, os auguro que encontréis a todas las serpientes, tigres y panteras que infestan vuestra isla.

Los salvajes, que caminaban con paso vivo, habían ya desaparecido entre la espesura.

-¿Crees ahora que podremos dormir. Sciapal?

-Me parece que estamos a tiempo.

-Entonces acuéstate, que cuando despertemos, volveremos hacia la costa. Es en el mar donde podemos esperar la salvación.

Volvieron a acostarse con la certeza de no ser molestados, y no volvieron a despertarse hasta la tarde.

-A la costa, que durante el viaje nos procuraremos la cena -ordenó Alí.

-¡Escucha! La cena viene hacia nosotros.. .

Efectivamente desde la derecha llegaban estridentes gritos.

-Deben ser pavos reales -continuó Sciapal.

-Un asado que merece el gasto de una bala…

Sosteniendo al perro para impedirle que espantara a aquellas hermosas aves, que viven en grandes bandadas entre las espesas selvas de la India, así como en todas las islas del Golfo de Bengala, se adelantaron con infinitas precauciones.

A medida que avanzaban en aquella dirección, los gritos se hacían más y más estridentes. Era evidente que se habían reunido varios centenares de aves en algún claro del bosque.

Una vez que pasaron la muralla de vegetación, el anglo-hindú y el malabarés descubrieron en un claro, reunidos en pequeños grupos, a más de cuatrocientos pavos reales.

Alí, sabiendo que esas aves si bien tienen bastante mal oído, gozan de una vista extraordinaria, ordenó a Sciapal detenerse con el perro, y él siguió adelantándose entre los macizos de mindos.

Cuando llegó a buena distancia, descargó las dos pistolas en medio de la bandada. Dos aves cayeron, mientras que las otras, aterrorizadas por las detonaciones huyeron rápidamente, desapareciendo en medio de los árboles.

Estaba ya el capitán de la Djumna por largarse adelante, cuando oyó un ruido ensordecedor, espantoso. Parecía que a través del bosque avanzaba un huracán; los macizos caían al suelo, los árboles jóvenes se desplomaban despedazados; la tierra temblaba como si se acercara _al galope un regimiento de caballería.

Pandú se lanzó en medio de la selva ladrando con furor, mientras Sciapal aullaba.

-Ponte a salvo, patrón. ¡Están por despedazarnos!

Pese a que Alí ignoraba qué peligro les amenazaba, al oír los gritos del marinero abandonó las presas y de un salto llegó al pie de un árbol alto y esbelto.

Alí se abrazó al tronco y comenzó a trepar con la agilidad de un mono, seguido por Sciapal. Pese a que la planta tenía más de quince metros de altura en diez segundos se encontraron en la copa, en medio de grandes hojas anchas como parasoles y dispuestas

horizontalmente.

Casi al mismo tiempo irrumpía con la furia de un huracán, destruyendo todo a su paso y con ruido atronador, una enorme cantidad de animales de gran talla.

Eran varios centenares de jungli-kudgia, o bhainsa, búfalos de la jungla. animales terribles frente a los cuales retrocede el mismo tigre, pues cuando se lanzan contra un .’

enemigo no los detiene ni una descarga de artillería.

Estos búfalos que viven en estado salvaje en medio de la jungla, se parecen más a los bisontes americanos, que a los bueyes comunes.

Son de formas macizas, de un metro ochenta de alto por tres de largo, sin contar la cola; tienen el cuello grueso y corto, una giba muy pronunciada que se extiende hasta la mitad del cuerpo y una cabeza corta y cuadrada coronada de cerdas largas y rojizas, y armada de cuernos formidables, curvos y afiladísimos.

Empero tienen un defecto: son terriblemente miopes, y deben guiarse por el instinto más que por la vista.

Aterrorizados por las detonaciones, creyéndose atacados, se habían lanzado adelante con un ímpetu irresistible, arrasando con todo cuanto les cerraba el paso.

Desde su árbol, Alí y Sciapal les vieron detenerse bruscamente, y retroceder olfateando el aire. Parecía que su cólera había desaparecido, y comenzaron a girar pacíficamente en torno al árbol, mirando con sospecha a aquellos dos’ extraños seres.

-Estamos prisioneros -dijo Ah .

-Tal vez por mucho tiempo, patrón -contestó Sciapal-. Conozco la paciencia de estos bhainsa.

-¿Crees que piensan asediarnos?

-Sí.

-¡Demonios! Y no tenemos nada que comer, y menos aún de beber. ¿Si tratara de espantarlos con un pistoletazo?

-No lo hagas, patrón. Si montan en cólera son capaces de derribar el árbol.

-Me parece sólido. Sciapal.

-Dejémoslos tranquilos, patrón.

-Pero si el asedio se prolonga, sufriremos sed.

-No, patrón -Sciapal estaba observando el árbol-. Hemos tenido la suerte de trepar a un vegetal precioso, que nos dará de comer y beber… ¡Ahora te haré probar un buen vaso de vino!

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