Capítulo 11

EL ATAQUE DE LOS BUFALOS

Aquella promesa que parecía extraordinaria, inverosímil, en ese momento, sobre la copa de un árbol, había sido formulada con toda seriedad y el hindú no tardaría en cumplirla.

Aquel árbol era un borasso, planta muy común en aquellos climas, y que tiene variadas utilidades a cual más extraña.

Como hemos dicho tenía unos quince metros de altura, tronco esbelto, grandes hojas de un metro y medio de largo, y estaba cargado de frutos grandes como melones, de corteza amarilla.

El malabarés sacó su cuchillo de marinero, separó, y cortó un trozo de hoja formando una especie de copa, luego tomó una de las ramas más jóvenes, con flores, v las colocó encima de aquel extraño recipiente, manteniéndolo en su lugar con algunas fibras del mismo vegetal. Luego repitió la operación con otras ramas.

Poco a poco Alí, que seguía. vivamente interesado los movimientos de su camarada, curioso por saber de dónde saldría el vino ofrecido, vio que en las improvisadas copas caían gotas de un líquido que tenía un olor ligeramente alcohólico.

-Bebe, capitán -dijo el marinero cuando uno de los recipientes estuvo lleno.

Alí probó el líquido, y luego bebió ávidamente. Era dulzón, ligeramente picante, y tenía gusto a vino.

-¡Es verdad, excelente! He bebido algo semejante, hecho con extractos vegetales, el toddy.

-Sí, pero esto es más agradable, patrón, parece vino.

-;No corremos riesgos de embriagarnos y caer de las ramas?

-Si lo dejáramos fermentar. sí, pero no le daremos tiempo. De este líquido se puede extraer un excelente tipo de azúcar; pero para eso se necesita un recipiente especial para impedir que se eche a perder.

-Pero tú me has dicho que también nos proveerla con comida…

-Es cierto, patrón, espera un momento.

Sacando nuevamente el cuchillo, abrió de un golpe. una de aquellas frutas, extrayendo del interior dos esferas grandes como huevos de oca y muy blancas.

-Cómelo, patrón.

Alí comenzó a mordisquear una y la encontró buenísima.

-Este es un árbol providencial… Tiene gusto a almendra… Por dos o tres días

podemos quedarnos, sin correr peligro de morir de hambre.

Sin preocuparse ya, por la presencia de los búfalos, comieron y bebieron.

Por bu parte los grandes cuadrúpedos rumiaban tranquilamente moviéndose en torno al borasso, pero sin perder de vista a los prisioneros. De tanto en tanto, aquella calma se interrumpía y algunos de los búfalos arremetían contra el tronco, golpeando con sus robustos cuernos, como si quisieran asegurarse de su resistencia.

Repentinamente la escena cambió con la aparición de Pandú.

El inteligente animal, que hasta aquel momento se había mantenido oculto en medio de los árboles, viendo que la prisión de su amo *se prolongaba mucho, salió bruscamente, de su escondrijo y saltó sobre el búfalo más cercano, prendiéndosele de una oreja.

El enorme rumiante, sintiendo desgarrar aquella delicada parte de su anatomía, pareció enloquecer. Comenzó a girar sobre sí mismo, saltó y mugió furiosamente, pero el valiente perro, pese a que era sacudido en todas direcciones, no soltaba su presa, animado por los gritos de Alí y Sciapal.

Los demás búfalos, viendo a su compañero en peligro, galoparon hacia él, agachando las formidables cabezas.

Pandú, comprendió que estaba a punto de ser destripado, abandonó el adversario, pero no dejó el campo. Escapando a la desordenada carga de sus enemigos con sorprendente agilidad, saltó ora sobre uno ora sobre el otro, mordiéndole los garrones, las orejas y la cola, sin dejarse atrapar.

-¡Bravo, Pandú! -gritaba Al!-. ¡Muerde bien!

-¡Desgárrale las orejas! -aullaba Sciapal.

Los búfalos enfurecidos por aquel terrible asalto, sin poderse desprender, galopaban enloquecidos, destrozando los arbustos, pisoteando las altas hierbas, y descargando cornadas en todas direcciones.

Al!, temiendo por su valeroso perro, creyó llegado el momento de hacer uso de sus armas. Armó las pistolas y disparó sobre un viejo macho, que pasaba por debajo del árbol.

Herido por las dos balas, pero no mortalmente, pues la piel de búfalo es muy dura, el bhainsa se encabritó como un caballo espoleado por los ijares, y luego comprendiendo que aquellos proyectiles provenían de los dos hombres sitiados en el árbol, cargó contra el tronco.

El golpe de aquella masa de huesos y músculos fue tan violento que el árbol osciló peligrosamente.

Sciapal había tenido tiempo de aferrarse a las grandes hojas, pero Alí, que conservaba las pistolas en la mano, perdió bruscamente el equilibrio y cayó al suelo.

El desdichado lanzó un terrible alarido, creyendo que se estrellaría, pero la sacudida lo lanzó más lejos, en medio de unas matas muy tupidas.

Aquel salto mortal, que debía resultarle fatal desde esa altura, fue afortunadamente amortiguado por las ramas y hojas. Pero desgraciadamente estaban los búfalos.

Viendo aquel cuerpo que se precipitaba a tierra, quince o veinte galoparon hacia é,, bajando la cabeza. Alí, si bien atontado por aquella repentina caída, saltó sobre sus pies.

Al ver que aquella avalancha de cuerpos enormes se precipitaba sobre él, echó a correr a través de los árboles, pero le era imposible mantenerse a distancia de unos animales que corrían como caballos.

En un instante el más ágil lo alcanzó, arrojándolo por el aire con gran violencia.

Sciapal, pálido, aterrorizado. e impotente para hacer nada, vio al capitán girar por los aires y luego caer entre la bifurcación de la copa de un enorme árbol quedando, así, aprisionado entre hojas y ramas.

-Patrón -aulló inclinándose hacia delante - ¿Estás herido?

Alí no dio ninguna señal de vida. Colgado entre las ramas de aquel árbol, que le impedían caer a tierra, yacía inerte con los brazos balanceándose.

Bajo él, los búfalos saltaban como endemoniados. tratando de alcanzar la rama, pero sin poder hacerlo. mientras los demás azuzados incesantemente por el valeroso perro, seguían corriendo.

Pareció finalmente que tenían suficientes mordiscos, y agotados por aquel adversario infatigable, y tan ágil que escapaba a sus cuernos sin ninguna dificultad, comenzaron a desbandarse galopando hacia el interior del bosque. Algunos continuaren persiguiendo a Pandú, pero viendo que los demás se alejaban, no tardaron en seguirlos.

Cuando el ruido provocado por aquella avalancha de . cuerpos enormes se perdió en lontananza, Sciapal, que parecía enloquecido por el dolor, se dejó caer a tierra y corrió hasta el árbol en cuyas ramas yacía Alí.

-¡Patrón, han escapado! ¡Baja que ya no corremos peligro!. .. -Pero se interrumpió repentinamente, lanzando un grito de horror: una gota de sangre tibia había caído sobre su rostro.

-¡Gran Siva! ¡Lo han matado!

Colgándose con agilidad simiesca llegó junto a su amo.

Alí, pálido como un muerto, con los ojos semicerrados, pendía inerte. Su chaqueta de tela blanca estaba manchada de sangre, que salía de un orificio perfectamente circular producido indudablemente por los cuernos del búfalo.

El malabarés apoyó una mano sobre el pecho de Alí, y danzó un suspiro de alivio al advertir que el corazón continuaba latiendo.

-Esperemos -murmuró-. El patrón es robusto.

Sciapal era delgado como todos los hindúes, pero poseía músculos de hierro. Tomando a Alí entre sus robustos brazos, lo liberó de las ramas que lo aprisionaban, y con todo cuidado bajó a tierra acostándolo sobre la hierba.

Con todo cuidado le sacó la chaqueta y la malla azul, y examinó la herida. El desdichado había recibido una cornada por debajo de la sexta costilla, y -la aguda arma del búfalo parecía haber penetrado varios centímetros, aunque sin interesar seriamente ningún

órgano, según creyó comprobar Sciapal, que como todos sus compatriotas tenía cierto conocimiento sobre las heridas y las formas de curarlas.

La séptima costilla estaba brutalmente destrozada, y Alí se había desvanecido por el dolor, que era indudablemente tremendo.

-La curación será larga, pero el patrón no correrá peligro alguno.. . -se dijo el marinero-. Temía algo peor.

Habiendo advertido que a breve distancia de allí había un estanque, desgarró un trozo de la dubgah y fue a empa

parlo en agua, lavando cuidadosamente la herida y uniendo como mejor pudo la costilla rota.

Hecho esto, vendó estrechamente el pecho para detener la hemorragia que podía producir gravísimas consecuencias.

-Ahora, fabriquemos un refugio -dijo-. El transporte a la costa es absolutamente imposible sin unas angarillas.

En ese momento Alí abrió los ojos y lanzó un gemido. -Scia … pal …

-Aquí estoy, patrón.

-¿Qué ha ocurrido? Siento un agudo… dolor…

-Has recibido una cornada de un búfalo.

-¡El búfalo! ¡Ah… ya lo recuerdo! ¿Se fueron?

-Sí, patrón. Pandú les ha obligado a volver a la costa.

-¡Pandú! ¿Aún vive? ¡Déjame verlo!

-El valiente animal estará ocupado persiguiendo a los búfalos para impedirles que regresen.

-¡Valeroso Pandú! ¿Estoy gravemente herido?

-Tienes una costilla destrozada y una herida profunda, pero curarás.

-No podré moverme por mucho tiempo.

-¿No estoy yo contigo?

-Pero tú solo no puedes transportarme a la costa.

-Permaneceré aquí, patrón. Construiré un refugio que nos defienda de los animales y la intemperie, y cazaré con tus armas ayudado por Pandú. Dentro de un mes o cuarenta días podremos ponernos en marcha.

-¡Un mes inmóviles! ¡No podía tocarnos una desgracia mayor!

-Consuélate de estar vivo todavía.

-¡Es cierto!

-Basta. Apoya la cabeza sobre estas hojas y descansa tranquilo. Yo iré en busca de los pavos reales y de paso traeré hierbas medicinales que ayudarán a curar tu herida.

Luego construiré una cabaña.

-Ante todo, busca mis pistolas.

-Ya las he visto.

-;.Crees que regresarán los bhainsa?..

-Me parece que no, y por otra parte si lo hacen nos encontrarán resguardados. Duerme, patrón, yo me ocuparé de todo.

Share on Twitter Share on Facebook