Capítulo 12

Una nave en llamas

Sciapal se había puesto a trabajar con extraordinaria velocidad.

Antes que el sol descendiera, dando paso a la humedad nocturna, tan peligrosa para un herido, Sciapal con la habilidad particular que distingue a los hindúes en general, y en particular a los naturales de Malabar, construyó una sólida cabaña con ligeros troncos de arboles cubierto. el techo por grandes hojas vegetales.

Ayudado por Pandú que había regresado, encontró a los dos pavos reales abatidos cerca de los mundos y luego hizo una buena provisión de frutos de borasso.

Aquella noche pasada en plena floresta, transcurrió tranquilamente, si bien el marinero veló casi constantemente, por temor a que los animales salvajes atacaran la cabaña, y además para cuidar a su desdichado capitán.

Al día siguiente se puso a buscar hierbas medicinales, que poseen la propiedad de cicatrizar rápidamente las heridas, descubriendo una planta llamada “Lengua de Serpiente”, cuyo jugo utilizan con mucho éxito los hindúes, Alí, que sufría bastante, experimentó un verdadero alivio con el líquido extraído de esas hojas milagrosas. Al tercer día la herida experimentó una evidente mejoría, pero la costilla rota reclamaba un reposo mucho más prolongado y una inmovilidad casi absoluta.

El valiente hindú, no permanecía un momento quieto, y se multiplicaba para no dejar faltar víveres a su patrón.

Todas las mañanas se internaba en la espesa selva, dejando a Pandú de guardia en la cabaña. Sus correrías nunca eran infructuosas, y regresaba siempre con algún pavo real, o con cualquier otra ave de las que tanto abundaban en aquella isla.

Un día llegó a abatir con un afortunado disparo un nilgó, enorme antílope tan grande como un ciervo, de-formas más elegantes, armado de cuernos espiralados, de unos treinta centímetros de largo.

Además había descubierto numerosos árboles frutales, mangos, palmitos, nueces de coco y deliciosas bananas, de la especie llamada por los naturales musa sapientien.

Alí nunca había comido con tanta abundancia, desde el día que desembarcaran en la

isla, y aprovechaba para recuperar sus fuerzas, con gran satisfacción por parte del valiente hindú.

Cuatro largas semanas habían transcurrido desde el día en que el búfalo hiriera al marino, y ningún incidente había turbado su reposo. Ya comenzaba a levantarse y a realizar breves paseos en torno a la cabaña cuando un inesperado descubrimiento vino a inquietar a ambos náufragos.

Sciapal, como acostumbraba a hacerlo todas las mañanas, se había internado en la selva para buscar frutas frescas, cuando Alí que estaba sentado sobre el tronco de un árbol caído, bajo la vigilancia de Pandú, lo vio regresar, corriendo como si lo persiguieran.

-¿Qué ocurre Sciapal?

-Patrón… en los contornos hay salvajes.

-¿Te han seguido?

-No, pero creo que no están lejos.

-¿Has descubierto señales suyas?

-Sí, un fuego que aún no se había extinguido.

-¡Caramba! Cuéntame…

-Me había internado en la selva, cuando al pasar junto a un gran árbol que tenía en el tronco una profunda cavidad, sentí un repentino calor que me llegaba desde ahí. Miré y vi, que la cavidad estaba llena de cenizas. Con mi bastón escarbé dentro de las mismas, y advertí que había brasas y madera seca que se consumía lentamente.

-Comprendo -dijo Alí-. Era un horno de los salvajes.

-¿Un horno?

-Sí, Sciapal. Es la forma en que los andamaneses cocinan sus alimentos.

-¡Podrían incendiar toda la selva!

-Es cierto, pero estos hornos tienen una enorme ventaja que es la de conservar el fuego durante varias semanas por debajo de las cenizas que se van, formando. No poseyendo estos salvajes medio alguno de encender fuego, emplean este método para que les dure el mayor tiempo posible.

-¿Y cómo encienden la hoguera original?

-Frotando largas horas dos trozos de madera bien seca, operación prolongada y que requiere una habilidad notable.

-Quiere decir que este horno puede haber sido preparado hace varios días.

-Puede ser, Sciapal. Lo mismo velaremos para no dejarnos sorprender y apenas pueda caminar nos apresuraremos a dirigirnos hacia la costa. Ya estoy curado, y espero que dentro de pocos días podré respirar el aire de mar.

Si bien estaban seguros de que resultaría difícil descubrirlos en medio de aquella enmarañada vegetación, desde aquella noche resolvieron velar por turno para evitar que

Pandú ladrara inoportunamente.

Al día siguiente, Sciapal fue a recorrer los contornos, pero se vio obligado a regresar rápidamente, pues el tiempo que hasta este momento se mantuviera bueno, se descompuso.

El agua caía a torrentes sobre los bosques y se oía el mar mugiendo sordamente junto a la costa que estaba tan sólo a un par de kilómetros de distancia.

El hindú tuvo que agregar al techo un verdadero cúmulo de hojas, para impedir que la lluvia inundara la cabaña, reforzando luego las paredes, pues soplaba un impetuoso vendaval, pese a que los árboles del bosque proporcionaban bastante protección.

En los días siguientes, la lluvia continuó cayendo con creciente violencia, acompañada por truenos formidables y descargas eléctricas. Sciapal se vio obligado a renunciar a sus correrías, quedándose junto a Alí; por fortuna hacía poco tiempo que matara al milgó y no faltaba carne, pues una parte la habían secado al sol.

Una noche, mientras dormían, fueron bruscamente despertados por los ladridos de Pandú.

Creyéndose asaltados, saltaron sobre sus pies con las armas en la mano. El perro, con la cabeza vuelta hacia el mar, aullaba furiosamente luchando por abrir la puerta.

-¿Habrá escuchado algo? -preguntó Sciapal.

-Tal vez.

-¿Salvajes?

-Veamos … Abre la puerta, Sciapal.

El hindú obedeció. Apenas Pandú vio delante suyo el espacio abierto se lanzó en dirección a la costa, ladrando con fuerza.

La noche era tempestuosa y llovía con fuerza; lívidos relámpagos iluminaban las tinieblas. Alí y Sciapal miraban bajo los árboles, pero nada veían que justificara los ladridos del perro, no escuchando tampoco nada.

Llamaron a Pandú, pero el perro no. reapareció… a intervalos se escuchaban sus ladridos que se alejaban cada vez más hacia la playa.

-Algo ocurre en el mar -dijo Alí-. Pandú no nos hubiera abandonado.

-¿Alguna nave habrá pasado cerca de la escollera de la isla? -preguntó Sciapal.

-Es imposible, con este huracán. -Voy a ver, patrón.

-¿No tendrás miedo?

-Si se trata de nuestra salvación estoy dispuesto a enfrentar cualquier cosa.

-Entonces, apresúrate.

El malabarés se armó de un grueso bastón y del hacha y se lanzó a través de la selva, guiándose por la luz de los relámpagos. De tanto en tanto, se escuchaban resonar los ladridos de Pandú.

El viento ululaba siniestramente bajo los árboles, derribando ramas, hojas y frutas, que caían por encima del hindú sin detenerle en su carrera.

Un cuarto de hora más tarde llegó a la playa. A la luz de un relámpago, Sciapal vio al perro parado sobre una roca, con la cabeza dirigida hacia el noroeste ladrando furiosamente.

Entonces miró en aquella dirección y descubrió a tres o cuatrocientos metros de distancia, una viva luz. Parecía que una lámpara gigantesca recorría el tempestuoso mar, dejando tras de sí una larga cola de chispas.

Al principio Sciapal no pudo distinguir de que se trataba, pero cuando sus ojos se acostumbraron a los relámpagos, observó que era una nave, ¡un pariah en llamas!

La arboladura de aquel navío se quemaba como una inmensa pira. tiñendo con rojizos reflejos la noche.

Aquel espectáculo terrible, tremendo en medio de la formidable furia de las olas, duró poco. Una parte de la arboladura, cayó, abatida por el viento y luego el barco se perdió en lontananza.

Sobre el tenebroso horizonte, Sciapal alcanzó a ver durante algunos minutos un punto luminoso que se achicaba hasta desaparecer entre las nubes y la lluvia.

-¡Desdichados! -exclamó estremeciéndose-. ¿Cuál será su suerte?

Pandú ya no ladraba. Primero trató de seguir a aquella nave llameante corriendo por la costa y luego se resignó y volvió junto al hindú, lanzando un último y lamentable aullido.

-Regresemos -le dijo Sciapal-. El patrón estará inquieto.

Volvieron a ponerse en camino, pero Pandú no parecía dispuesto a seguirlo de buena gana. Frecuentemente se detenía volviéndose hacia el mar y prorrumpía en lúgubres aullidos.

-Es inútil, mi bravo Pandú… Esa nave no ha venido para salvarnos.

Cuando llegó a la cabaña encontró a Alí en la puerta, dominado por una profunda curiosidad que se reflejaba en su rostro.

-¿Ha pasado alguna nave? -preguntó a Sciapal.

-Sí, patrón -contestó el hindú-. Pero estaba incendiada y la arrastraba el huracán.

-¡Pobres marineros! -exclamó Alí-. ¿Pasaron muy lejos de la costa?

-A unos cuatrocientos metros …

-Hubieron debido dirigirla hacia la playa, si querían salvarse. Un navío que se quema no tiene ningún otro recurso. ¿Hacia dónde se dirigía?

-El huracán la llevaba hacia el sur.

-Quien sabe si no naufragará en las costas meridio nales, Sciapal.

-En tal caso de poco nos serviría su ayuda, patrón. -Sin embargo uniendo fuerzas resultaría más fácil

resistir a los salvajes, y hasta sería posible construir un pequeño navío…

-¿Tienes esperanzas?

-Si la tripulación advirtió la presencia de una isla en el horizonte, habrá tratado de hacer tierra.

-Si quieres, regresaremos al sur.

-Sí, Sciapal. Mañana comenzaremos a caminar y descenderemos hasta la playa.

En aquel instante, Pandú, que se había acurrucado en el umbral, lanzó un prolongado aullido. Su cabeza seguía dirigida hacia el mar, y parecía que sus oídos prestaban atención a los mil fragores del huracán.

-Patrón -exclamó entonces Sciapal-. Nunca había visto a tu perro como esta noche.

-Creerá que ese navío ha venido para salvarnos… Pobre Pandú.

-¿Pero, no oyes que aullidos más lúgubres? Se diría que prevé una desgracia.

-¡Bah! Son supersticiones, Sciapal, en las que yo nunca he creído.

Diciendo esto, cerró la puerta pero Pandú no quiso entrar y permaneció afuera, acurrucado bajo la maleza.

Minutos después, los dos hombres dormían, pero durante la noche Sciapal se despertó parias veces, oyendo los aullidos del perro, que resonaban a intervalos entre los rugidos de la -tempestad.

Share on Twitter Share on Facebook