Capítulo 13

LATSCIMI

El huracán duró toda la noche, acompañado por truenos y relámpagos, que despertaron varias veces a los dos hombres que dormían en la cabaña.

Pandú se obstinó en permanecer toda la noche afuera, como si temiera que algún peligro amenazara a su amo.

Al despuntar el alba la lluvia cesó y el viento amainó notablemente, dejando en paz a los árboles de la floresta.

Habiendo finalmente salido el sol, alrededor de las ocho de la mañana Alí y Sciapal resolvieron abandonar su refugio y reiniciar el viaje.

-¿Te sientes capaz de caminar, patrón?

-Aún estoy un poco débil, pero un paseo y una buena bocanada de aire marino me hará mejor que quedarme aquí, en este terreno tan húmedo. Dedicaremos esta jornada a la caza y cuando hayamos dicho adiós a estos lugares, lo haremos con víveres suficientes para una semana. ,Tengo esperanzas de encontrar un día u otro la nave-que viste anoche.

El hindú meneó la cabeza.

-El mar estaba tempestuoso y el navío se incendiaba, será un milagro si ha conseguido encallar en la playa.

-Milagros semejantes se han visto ya, otras veces, mi querido Sciapal.

-El viento soplaba fuerte y avivaba las llamas.

-El incendio puede haber destruido simplemente la arboladura, dejando intacto el casco; no desesperemos. Y ahora vamos a cazar, Sciapal. Siento necesidad de comer carne. ¡Ah! ¡Si tuviera un fusil!

-Te sirves bien de tus pistolas.

-Sí. pero son de corto alcance.

Tomaron las armas y salieron. Pandú apenas vio a su amo, lanzó un prolongado ladrido, que tenía en el fondo una nota triste.

-¿Qué tiene tu perro? Se diría que ha perdido su alegría habitual.

-No lo comprendo -contestó Alí-. Me parece triste cuando tendría que alegrarse por verme curado totalmente. ¡Bah! Cuando le demos carne mejorará de humor.

Habían recorrido algunos centenares de pasos observando atentamente la maleza con la esperanza de sorprender algún animal comestible, cuando entre las ramas más altas de los árboles resonaron estridentes gritos. Alí se detuvo amartillando las pistolas.

Apoyados sobre las ramas de un enorme tara había una docena de extravagantes pájaros, con plumas negras en el dorso, brillantes reflejos en todo el cuerpo, vientre y cola blanquísimos, y un pico monstruoso de unos treinta centímetros de largo por doce de ancho, de color anaranjado, con una carnosidad en forma de racimo de uvas en su parte superior.

Aquellas aves estaban despojando al árbol de sus frutos, operación más difícil de lo que puede creerse pues aquellos desdichados a causa del tamaño de sus picos, se veían obligado a arrojar al aire el alimentó para dejarlo caer luego directamente en el esófago.

-¿Qué son, patrón?

-Calaos rinoceronti… Extraños pájaros, como bien puedes ver.

-¡Qué picos! Me pregunto como pueden sostenerlos.

-No son tan pesados como parecen, pues podrían estar hechos de papel prensado; son de tejido esponjoso con una ligerísima capa de substancia córnea muy dura y que les da una solidez a toda prueba.

-De cualquier manera es un pico que les provoca bastante más molestias que utilidades. ¿Verdad, patrón?

-Ya ves el trabajo que deben hacer esos pobres diablos con cada bocado que engullen.

-Al menos, ¿son comestibles?

-Excelentes; merecen que gastemos una bala en ellos. -Son bastante gordos.

-Mucha pluma y poca carne: trataremos lo mismo de derribar alguno, si nos dejan acercar.

Los calaos tras haber lanzado un chillido ensordecedor, se echaron a volar, pero Alí no se’ inquietó. Habían recorrido apenas setenta metros cuando encontraron la bandada posada en otro árbol, cubierto de inmensas hojas.

-Los sorprenderemos -dijo Alí.

Hizo seña a Pandú rara que no se moviera, y luego dio vuelta en torno al árbol, seguido por el hindú. y se arrojó en medio de la maleza arrastrándose como una serpiente.

Los pájaros no viendo más a los cazadores, se habían puesto nuevamente a comer, y Alí avanzando con toda prudencia, pudo llegar hasta el tronco del árbol.

Sin hacer ruido se incorporó, apuntó con las dos pistolas e hizo fuego.

Dos aves que se encontraban sobre las ramas más bajas, cayeron a plomo, mientras las demás huían desordenadamente batiendo las alas.

Sciapal que había visto donde estaban las dos aves heridas, se lanzó entre las hojas y pudo atraparlas antes de que trataran de huir arrastrándose.

-¿Quién hubiera podido suponer que pájaros tan grandes pesan tan poco?

-Te lo había advertido, Sciapal.

-Si entre los dos llegan a tres kilos, es mucho.

-Lo que ocurre es que están munidos de oran número de vejigas llenas de aire, bajo la piel del dorso. Cada vez que el calaos respira, se dilatan. Por eso pareciendo tan macizos, estos pájaros en realidad son livianísimos.

-No pesan más que una gallina, patrón.

-No importa, el almuerzo y la cena están asegurados… Vamos a la playa.

-Allí podremos agregar algunas ostras.

Cuando llegaron a la playa el mar seguía agitado, pero como el viento había cesado, la calma no debía tardar en restablecerse.

Alí recorrió con la mirada la superficie del golfo, luego observó la playa que se curvaba hacia el sur, interrumpida por ensenadas profundas, donde una nave, aunque fuese sacudida por la tempestad, hubiera podido encontrar refugio suficiente contra la furia de las olas.

-¿A qué distancia ha pasado la nave? -inquirió.

-A cuatrocientos o quinientos metros.

-¿Había mucha gente a bordo?

-Me pareció que la tripulación era demasiado numerosa por tratarse de un pariah.

-¿Eran todos, marineros nativos?

-No -Sciapal pensó unos instantes-. Nosotros no ¿levamos gorra, y en ese barco creo haber visto a más de uno con la cabeza cubierta. Debían de ser europeos o por lo menos

anglo-hindúes.

-¿Dónde se habrán ‘refugiado? Seguramente tratarían de buscar tierra para extinguir el incendio, reparando lo mejor posible los daños.

Alí se interrumpió bruscamente y exclamó:

-¡Sciapal! ¿No ves algo entre las olas, acercándose a la playa?

-Sí, amo, parecería el mástil de una nave.

-¿Pertenecerá acaso a aquel pariah

-Si encallara me sentiría contento.

-¿Por qué?

-Podría hacernos saber por lo menos el nombre de la nave. Generalmente lo imprimen a fuego en la arboladura.

-¡.De qué nos serviría?

-Conozco todos los barcos que se encuentran en Calcuta, y a muchísimos capitanes. El comandante de aquel pariah podría tratarse de un amigo mío.

El mástil llegaba poco a poco a la playa. Por momentos emergía totalmente, agitándose sobre las crestas de las olas, para hundirse nuevamente y reaparecer. Todavía conservaba trozos de cuerdas, cables y una antena.

Finalmente, el mar lo arrojó sobre la playa, quedando trabado entre los escollos.

Alí y Sciapal se adelantaron, deseosos de observarlo.

-Es un palo mayor -dijo el capitán de la Djumna.

-¿No lleva ningún nombré?

-Ninguno.

Un aullido estremecedor les hizo volver la cabeza. Pandú corría hacia el mástil, olfateando el aire, ladrando y aullando con sonidos escalofriantes.

-Patrón -dijo Sciapal-, ¿qué le ocurre a Pandú? ¿Habrá enloquecido?

-Aquí hay algún misterio que quisiera explicarme -Alí quedó pensativo-. O Pandú reconoció aquel barco o a bordo hay alguna persona a quien mi perro quiere.

-¿Quién puede ser?

-¿Qué sé yo?

-¿Habría algún amigo tuyo en ese pariah?

-Tal vez. Pandú posee un instinto maravilloso y me ha dado muchas veces pruebas asombrosas del mismo.

Debemos buscar esa nave.

-Mañana nos pondremos en marcha, capitán. Hoy no debes fatigarte demasiado.

-Sí, todavía no estoy realmente en condiciones de caminar -dijo Alí-. Comamos algo,

Sciapal.

Juntaron leña, desplumaron un calaos y tras -limpiarlo lo asaron haciendo luego una recolección de moluscos que abundaban en el lugar. Pandú a su vez no había abandonado el mástil, dando señales de una inexplicable excitación.

¡Si aquel perro hubiera podido hablar, cuantas cosas habría dicho, para alegría del capitán de la Djumna…!

Cuando terminaron de comer, Alí y Sciapal resolvieron encaminarse hacia el sur, con la esperanza de encontrar en la playa algún otro resto del pariah.

Recorrieron un par de kilómetros, sin descubrir nada. Subieron luego a otra escollera, desde donde se podía dominar una inmensa extensión de costa y golfo.

-¿No ves humo hacia el sur? -preguntó Alí.

-No, patrón.

-Entonces todavía podemos esperar que la tripulación haya tenido suerte, extinguiendo a tiempo el incendio.

Siguiendo la playa regresaron hacia el norte, deteniéndose aquí y allá, para recolectar frutas.

Llegaron a la cabaña al anochecer. Estaban por entrar, cuando vieron que Pandú se erizaba, mostrando los dientes como si se preparara para atacar a alguien.

Los dos camaradas, alarmados por el imprevisto furor del perro, prepararon las armas, creyendo que en los contornos podía ocultarse algún enemigo.

Empuñando las pistolas, Alí entró con precaución en la cabaña, listo para hacer fuego.

Ante su enorme sorpresa no vio a nadie. Las hojas de banana no habían sido movidas, y todo estaba en orden.

Además, si algún enemigo hubiera estado oculto, Pandú no habría dudado en arrojarse sobre el imprudente para atacarlo; en cambio había permanecido en el umbral de la puerta, olfateando el suelo.

-Salgamos -dijo Alí.

Miró el suelo y vio huellas humanas impresas sobre la húmeda tierra. Eran tan pequeñas que parecían dejadas por los pies de una criatura.

-Aquí ha estado alguien.

-¿Algún niño?

-Puede ser que haya pasado por esta selva alguna tribu, y que una criatura, apartándose para buscar frutas, pueda haber descubierto nuestro refugio.

-¿Regresarán?

-Lo dudo. Los andamaneses son nómades, y no se detienen más de un día en el mismo lugar. No nos preocupemos, Sciapal.

Tranquilizados al ver que el perro había recuperado

su calma comieron los restos del almuerzo, y se acostaron a dormir.

Al día siguiente Sciapal se levantó antes de la salida del sol.

-Patrón -dijo antes de partir-. Voy a juntar fruta, y trataré de cazar algo. La mañana es húmeda y un descanso de un par de horas te hará bien.

-Puedes ir, Sciapal. Partiremos después de mediodía, cuando el sol haya caldeado la atmósfera.

El hindú tomó las dos pistolas del capitán, y se internó en la selva, avanzando con gran precaución y mirando a derecha , izquierda, para no perder alguna ocasión propicia. Los animales no escaseaban en aquellos lugares, y trataba de sorprender alguno.

Se había alejado ya un kilómetro, cuando en medio de la maleza vio que se urguía un gran árbol solitario, de dimensiones notables, cuyas ramas tenían la forma de los brazos de un candelabro. Una exclamación de alegría se escapó de sus labios:

-¡Un mhowah! -dijo frotándose alegremente las manos-. Aquí están los bizcochos.

Sciapal tenía razón al alegrarse por ese hallazgo, pues esos árboles llamados por los naturalistas Cassia-latifolia, son los más útiles que crecen en aquellas regiones.

Durante todo el año los mhowah producen dos tipos distintos de frutos, uno pequeño que molido proporciona una especie de harina muy nutritiva, que sirve para hacer pan, y que fermentado da un excelente aguardiente, semejante al cognac; y de cuyas fibras se extrae aceite.

El segundo fruto, del tamaño de las almendras más grandes, también proporciona un excelente aceite, y su gusto es muy agradable.

La corteza del mhowah también es utilizable, pues sirve para hacer resistentes cuerdas, mientras que la madera se emplea para las construcciones, teniendo la ventaja de resistir la acción de las termitas.

Estaba Sciapal por abrirse paso entre la maleza para llegar bajo el árbol, cuando volviendo la mirada hacia su derecha le pareció ver algo oscuro que se deslizaba bajo las ramas.

Pensando que se trataba de algún animal, armó una pistola y miró atentamente, viendo que la vegetación seguía moviéndose.

-Será un jabalí -se dijo Sciapal-. Pero no lo dejaré huir sin ponerle una bala en el cráneo.

Llevando la pistola en la derecha y el bastón en la izquierda, se internó entre la vegetación, dirigiéndose lentamente hacia el sitio donde había visto agitarse las ramas.

Empero parecía que el supuesto jabalí no estaba dispuesto a batirse en retirada. Al llegar al sitio indicado, Sciapal apartó las ramas y entonces su sorpresa fue tan grande que permaneció un instante con la boca abierta sin poder pronunciar palabra.

Oculta bajo las hojas, reclinada, había una criatura, que a primera vista, por su color, facciones y ropa, se reconocía como una bengalí.

-¿Qué haces aquí.?

La chiquilla se incorporó lentamente, dejando caer algunos puñados de almendras, y miró al malabarés.

Se trataba de una niña de nueve o diez años, de ojos negrísimos y larga cabellera.

En torno a la frente llevaba un trozo de tela manchado de sangre.

-¿Qué haces aquí? -repitió Sciapal.

La pequeña lo miró y con voz infantil, pero sin dudar un instante, contestó:

-Ya lo ves, recolectaba frutas de mhowah.

-Pero, ¿quién eres?

-Una bengalí.

-Y, ¿qué haces en esta isla?

-Me arrojaron las olas.

-¿Naufragó el barco en que viajabas?

-No lo sé. Durante el huracán me arrastró un golpe de mar.

-¿Cuando? -Anteanoche.

Sciapal se golpeó la frente con la mano.

-¿Se trata de una nave que estaba incendiada? Esta vez fue la chica quien lo miró con asombro.

-Sí.

-¡Pero yo he visto esa nave! ¿Era un pariah, verdad?

-Sí.

-¿Qué rumbo llevaba?

-Lo ignoro.

-¿Cómo se llamaba?

-Lo ignoro.

-¿Qué tripulación tenía?

-Algunos bengalíes.

-¿Pero qué hacías tú a bordo?

-Nada: me habían recogido cerca del delta del Ganges, donde me abandonó mi familia.

-¿Llegaste sola a tierra?

-Sí.

-Pero estás herida…

-No es nada. Al llegar a la costa di contra una roca.

-¿Y hace dos días que vagas sola por estos bosques?

-Sí.

-¿Cómo te llamas?

-Latscimi.

-Y bien, Latscimi, recolectemos algún fruto y yo te llevaré hasta donde está mí patrón.

-¿Tu patrón? Aun no me dijiste como te encuentras aquí.

-Mí patrón y yo somos náufragos.

-¿Cómo se llamaba tu nave?

-Djumna.

La niña al oír aquel nombre se estremeció, mirando con estupor al hindú.

-El Djumna -repitió.

-¿Acaso la conociste?

-¡No! Me parece haber oído ese nombre, pero posiblemente me equívoco. ¿Cómo se llama tu patrón?

-Alí Míddel.

Latscimi volvió a estremecerse, haciendo un gesto de sorpresa que contuvo rápidamente:

-Nunca lo había oído.

Luego, como sí quisiera ocultar aquella turbación inexplicable, se agachó para seguir recogiendo las frutas del mhowah.

Scíapal que nada había notado, se apresuró a imitarla, haciendo una gran provisión de almendras. Luego emprendieron la marcha hacía la cabaña.

La chiquilla parecía preocupada, y seguía de mala gana a su protector. De tanto en tanto, se detenía como sí tratara de oír los rumores que partían desde la espesura, como sí temiera ver aparecer a alguien.

Pocos minutos tardaron en llegar a la cabaña.

Se puede imaginar la sorpresa con que Alí recibió a la niña. Cuando fue informado por Scíapal de lo acontecido, dijo:

-Te quedarás con nosotros. pequeña y te protegeremos contra los anímales de la selva y los salvajes. Si conseguimos volver a la India, ya que no tienes familia, te adoptaré.

-Gracias, señor -contestó Latscimi-. Tú eres bueno.

-Dime -continuó Alí-. ¿La nave que te llevaba estaba tratando de llegar a esta ,isla?

-Lo ignoro.

-¿Corría serio peligro?

-Toda su arboladura estaba en llamas.

-¿Cómo estalló el incendio?

-No lo sé.

-¿Había muchos hombres a bordo?

-Una docena.

-¿Todos hindúes?

-Todos.

-¿No sabes a dónde se dirigían?

-Muy lejos, no sé a qué país.

-Tal vez la encontremos nuevamente.

-¿Dónde? -preguntó Latscimi con cierta inquietud.

-En las costas meridionales; viéndose en peligro la tripulación habrá tratado de dirigirla hacía tierra.

-Aquellos hombres son malvados, señor.

-¿Piratas?

-Así lo creo

-Tal vez te equivoques.

-No, señor, son mala gente -insistió la criatura enérgicamente-. Roban a las personas.

-Entonces serán tratantes de esclavos, pero yo no les temo.

-Me capturarán nuevamente -dijo Latscimi. manífestando un vivo terror.

-¿Te maltrataban?

-Me pegaban continuamente.

-¡Bah! No se atreverán a hacerlo estando nosotros.

Alí Míddel no teme ni a los piratas ni a los negreros. Partamos hacía la costa Scíapal que esta humedad es peligrosa. Comieron algunas almendras y el último trozo de carne seca, poniéndose en marcha lentamente, pues Alí aun estaba débil.

Habían recorrido un centenar de pasos, cuando Scíapal advirtió que Pandú no estaba con ellos.

-¿Dónde está el perro?

-Me dejó antes que tú regresaras … Creía que se había reunido contigo.

-Yo no lo he visto, patrón.

-Tal vez habrá descubierto alguna pieza de caza y estará ocupado en seguirla. Ahora que lo recuerdo, se dirigió hacía el sur.

-¿Habrá olfateado el desembarco de aquellos hombres?

-¿Los de la nave incendiada?

-Sí, patrón.

-Es posible, Sciapal. Tiene un olfato maravilloso y parece presentir a la gente. Cuando se canse volverá.

La pequeña Latscimi parecía haber prestado mucha atención a aquel cambio de palabras y continuaba caminando junto. a sus protectores sin perder una sola sílaba.

Alrededor del mediodía llegaron a la playa, bañada por los rayos del sol. Alí se detuvo, aspirando profundamente el aire puro, impregnado de yodo y sales.

El mar se había calmado, tras la terrible tempestad de los días anteriores. Sólo de tanto en tanto se producía alguna oleada terrible que rompía ruidosamente contra la playa y los bancos de arena.

-Nos detendremos algunos días -dijo Alí- tenemos que renovar nuestras provisiones, y además me siento muy débil. Aquel maldito búfalo me estropeó la máquina.

Como el sol era demasiado fuerte construyeron un refugio, y luego bajaron a los bancos de arena en busca de ostras.

Encontraron gran cantidad, y también una enorme tortuga marina.

A la noche, tras un delicioso asado de tortuga se acostaron en la choza, mientras la -luz de la luna se reflejaba en las oscuras aguas del golfo.

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