Capítulo 15

PRISIONEROS

La entrada en el campamento de los captores fue saludada por un endemoniado concierto de roncos alaridos, que bien poco tenían de humanos.

Unas veinte mujeres, miserables criaturas completa mente desnudas, tan delgadas que atemorizaba mirarlas, temblando por la fiebre palúdica, y una docena de pequeños demonios embadurnados con fango para defenderlos de la picadura de los insectos, salieron corriendo de las chozas, saludando a sus padres y maridos con aullidos capaces de destrozar los oídos más sólidos.

Los salvajes depositaron a sus prisioneros bajo un cobertizo, desembarazándoles de las

redes que les tenían prisioneros, pero ligándoles sólidamente a algunos palos plantados en tierra, y retirándose luego sin agregar palabra. Alí estaba furioso, y lanzó una larga retahíla de insolencias, sin obtener respuesta ni hacerles volver siquiera la cabeza.

-No te comprenden, patrón -dijo Sciapal.

-Si puedo quitarme estas ligaduras, me haré entender a golpes. ¡Malditos salvajes!

-¿Pero qué harán con nosotros, patrón?

-No lo sé.

-¿Pensarán hacernos al asador? Me dijiste tantas veces que quizás sean antropófagos, que me has atemorizado.

-Algunos lo creen pero ciertos navegantes lo han negado.

-¿Pero entonces, por qué nos han hecho prisioneros?

-Esperemos y lo sabremos. ¡Mira! Allí viene uno de esos bribones.

Un salvaje algo más alto que sus compañeros se acercaba a ellos.

Una vez frente a los prisioneros, les dirigió algunas palabras que nadie comprendió, viendo que no le contestaban y que lo miraban como preguntándole qué quería decir, les interrogó en dialecto bengalí:

-¿De dónde venís?

—¡Bueno! -exclamó Alí-. ¡Nuestro salvaje sabe hacerse entender! Parecería que los andamanes han tenido algún contacto con nuestros compatriotas del norte.

El jefe de la tribu pareció comprender aquellas palabras, pues sonrió y dijo:

-Estuve en Bengala en mi juventud.

-¿Tú?

-Sí, secuestrado por algunos hindúes que habían desembarcado aquí.

-¿Y como llegaste a ser jefe de esta tribu?

-Maté al que mandaba antes que yo.

-¡Un hermoso bribón! ¿Y ahora, quieres decirme por qué nos atacaron?

-Porque ustedes, hombres de Bengala, saben hacer muchas cosas que nosotros no podemos procurarnos. En aquella gran ciudad, donde estuve como esclavo dos años, vi cosas maravillosas.

-¿Y crees que nosotros somos capaces de hacerlas?

-Sí.

-¡Pero nosotros somos simples marineros!

-Me alegro de saberlo, porque me fabricaréis una de esas grandes casas flotantes.

-No sabemos cómo hacerlas… Simplemente las manejamos

-Tú lo dices porque no quieres hacerla, pero yo te obligaré.

-¿Y si yo rehusara?

-Cuando el hambre te atormente, trabajaras para comer.

-¡Eres un miserable!

-Más adelante me edificarás una de esas casas grandes que he visto en la ciudad y otras más chicas para mis súbditos.

-¿Y después? ¿Deseas otra cosa?

-Sí, esas armas que truenan y lanzan llamas a distancia.

-Querrás también pólvora, para volar por los aires; ¡pedazo de salvaje! ‘

-Te dejo dos días en reposo -continuó el jefe luego te pondrás a trabajar.

Dicho esto, giró sobre sus talones y se alejó sin responder a las insolencias de Alí y de Sciapal.

-¡Este, está loco! -exclamó el capitán-. ¡Si continuaba con sus estupideces, hubiera roto mis ligaduras para estrangularlo!

-Y nos hubieran matado, patrón.

-Tenemos que huir, Sciapal, o estos canallas nos harán morir de hambre.

-Pero nos vigilan… Mira esos salvajes junto a los árboles: no nos pierden de vista.

-Tendremos que tentar la suerte. No estamos en condiciones de construir una nave sin los elementos necesarios… ¡Este salvaje está loco!

-Pero, un loco que nos dará bastante trabajo.

-Ya lo vemos.

-Son salvajes, patrón.

-Pero este bribón sabe muy bien qué poder tiene Inglaterra en la India y no se atreverá a tocarnos un dedo.

-Estamos perdidos en estos bosques… ¿Quién se preocuparía por rescatarnos?

La voz de Narsínga interrumpió a Sciapal:

-Los hombres de la nave llameante…

-Alí miró a la pequeña con sorpresa.

-¿Esperas que hayan desembarcado?

-¿Tenían intención de hacer tierra en esta isla?

-Venían, precisamente hacia aquí.

-Pero tú -os habías dicho que ignorabas la ruta que seguían.

-Es cierto.

-¿Por qué?

-Lo sabrás más tarde.

-Dime al menos quiénes son esos hombres.

-¿Quieres saberlo?

-¡Naturalmente!

-Bengalíes guiados por un marino blanco que se llama Harry.

Alí miró a la niña sin comprender. Narsinga lo observó sorprendida.

-¿No lo conoces?

-No.

-¿Y al teniente Oliverio?

-Tampoco.

-Entonces conocerás a un jovencito que se llama Eduardo.

-¡Eduardo! -exclamó Alí emocionado.

-Sí, Eduardo Middel.

Alí dejó escapar unos de esos raros gritos de alegría que a veces escapan del pecho humano.

-¡Eduardo! ¡Mi hermano! -su voz cambió de acento-. ¡Cuida de no engañarme, muchacha! -No te engaño.

-¿Pero quién eres tú? ¡Habla!

-La persona que debía hundir la nave que venia a salvarte…

-¡Tú! ¡Tan pequeña! Te estas burlando de mí.

-No, señor.

-Cuentame todo, o enloqueceré.

-Sí, habla -terció Sciapal.

-Esta bien, pero es necesario que tú, señor, me

prometas perdonar la vida de un hombre.

-¿La vida de un hombre? ¿De quién?

-De uno que tú odias.

-¿Yo?

-Sí tú.

-¿Pero dónde se encuentra ese hombre?

-A breve distancia de aquí.

Alí y Sciapal miraban a Narsinga atontados: parecían preguntarse si soñaban o estaban despiertos.

-¡Pero explícame todos estos misterios…! -dijo por fin Alí-. De lo contrario

enloqueceré.

-Prométeme no hacer dañó al hombre que te nombraré y sabrás todo.

-¿Quién es él?

-Mi padre adoptivo.

-No lo conozco.

-Te lo diré luego.

-Esta bien; te prometo no hacerle daño.

-Cuento con tu palabra.

-Su nombre…

-Garrovi.

Esta vez no fue un grito de sorpresa el que irrumpió del pecho del capitán sino un verdadero rugido.

-¡El! -exclamó con intraducible acento de odio. -¡Tengo que matarlo!

-Me prometiste perdonarlo…

-¡Te digo que lo mataré!

-Sí, lo mataremos, patrón -exclamó Sciapal enfurecido-. Tú tienes que vengar a los tres misorianos, al orodel presidente de. la “Joven India”, el Djumna y yo, el hachazo.

-Tengo tu palabra -repitió Narsinga.

-Pero yo no prometí nada -intervino Sciapal-, Y si el patrón no lo mata me ocuparé yo de hacerlo. Narsinga inclinó la cabeza sobre el pecho y dos gruesas lagrimas se deslizaron por sus mejillas, tal vez las primeras que derramaba desde su nacimiento.

Al ver llorar a aquella niña, Alí se sintió conmovido. -¡Extraña criatura! ¿Cómo puedes querer a ese en gendro del demonio?

-Porque él me ha tratado con mas cariño que si fuera su verdadera hija.

-¡El! ¡Es imposible!

-Y sin embargo es cierto, señor. Llegó a asesinar y robar por mí.

-Mientes para salvarlo.

-No, te lo juro por Siva.

-Oyeme, muchacha: si me cuentas todo lo que sabes resolveré hasta que punto merece Garrovi la muerte.

-Interrógame.

-¿Es cierto que Eduardo esta aquí?

-Sí, señor. Todo lo que te he dicho es verdad.

-¿Pero cómo pudo saber mi hermano que yo me encontraba en esta isla?

según contó Garrovi, el teniente de cipayos, Oliverio mató una oca que traía un mensaje tuyo bajo el ala.

-¡La oca emigrante! -exclamó Sciapal-. Tenías razón en esperar, patrón.

-Ahora comprendo todo.

-Fue el teniente quien ayudado por el presidente de la “Joven India” tomó prisionero a mi padre adoptivo, armó el pariah, y se dirigió hacia aquí.

-¿Te hicieron prisionera a ti junto con Garrovi?

-No, me embarqué a escondidas, para poder ayudar a mi padre adoptivo, llevando conmigo sierras, taladros y otras herramientas que me permitirían desfondar la nave.

-¡Cuanta astucia en una cabeza tan pequeña! Con tinúa, criatura.

En pocas palabras Narsinga contó todo lo ocurrido a bordo.

Asombrado Alí inquirió:

-¿Cómo es posible que quieras a semejante criminal? -Ahora, solamente le tengo compasión. -¡Qué extraña criatura!

-Al fin y al cabo Garrovi robó por mí.

-¿Tanto afecto te tiene ese miserable?

-Sí.

-Y sin embargo ni siquiera eres su hija.

-Me recogió en la calle, moribunda de hambre.

-¿Pero quiénes eran tus padres?

-No lo sé. Cuando Garrovi me recogió no tenía más de dos años.

-¿Habías sido abandonada o te habías perdido?

-Lo ignoro. ¿Señor, perdonarás a Garrovi?

-Una palabra, antes.

-Habla.

-¿Crees que la nave tripulada por mi hermano ha llegado a tierra?

-Sí. Garrovi lo supone.

-¿Lo has visto?

-Anoche; no puede moverse porque tiene una pierna rota, y mientras vosotros dormíais fui a llevarle alimentos.

-¡Admirable criatura!

-¿Lo perdonarás?

-Tal vez -murmuró Alí como hablando consigo mismo.

Luego, volviéndose hacia el marinero, agregó en distinto tono:

-Sciapal, tenemos que huir y ponernos en contacto con mi hermano.

-¿Pero, ¿cómo quieres hacerlo? ¿No ves que estas

bestias enanas nos vigilan atentamente?

-¡Oh! ¡Si pudiera romper esta maldita cuerda!

-Yo lo intentaré, señor -interrumpió Narsinga.

-¿Tú?

-Tengo dientes pequeños, pero muy agudos y ya otras veces he roído las cuerdas que ataban a Garrovi. -¡Si tú pudieras…!

-Espera que sea de noche y probaré.

-¿Pero adónde iremos? -preguntó Sciapal.

-A los bosques.

-Necesitaríamos tener armas.

-Es cierto, pero… ¡Un momento! ¡Tengo una idea!

-¿Sí?

-Espera, Sciapal, si puedo recuperar mis pistolas, estos malditos enanos no volverán a atraparnos.

Luego volviéndose hacia uno de los guardianes, le gritó:

-Dile al jefe que quiero hablarle.

Share on Twitter Share on Facebook