Capítulo 18

ENTRE LAS NAIA Y LAS “SERPIENTES DEL MINUTO”

El andamano salvado por Alí era uno de los más pequeños de su tribu, midiendo escasamente un metro cuarenta, pero parecía ser un hombre muy robusto y pese a sentirse prácticamente indefenso, junto a los dos extraños, se mostraba totalmente tranquilo.

Sciapal juntó todas las provisiones recolectadas, consistentes en veinte peces, dos docenas de mangos y otras tantas bananas pequeñas y poco jugosas.

Alí, hombre previsor, dividió aquellos víveres en montoncitos, diciendo:

-Para hoy, para mañana, para pasado.

-Magras raciones, patrón, sobre todo ahora que hay una boca más.

-Es mejor quedarse con apetito que morirse de hambre, Sciapal.

Narsinga había encendido el fuego, utilizando la yesca del capitán, y sobre los tizones asó algunos peces que en pocos instantes quedaron cocidos.

La magra colación desapareció rápidamente, y luego no viendo aparecer ningún enemigo en la orilla, Alí y Narsinga se acostaron a dormir, mientras Sciapal desconfiando de los salvajes montaba guardia.

Por su parte el prisionero, acurrucado junto al hindú, parecía escuchar muy atentamente algo no perceptible.

Sciapal no lo perdía de vista, dispuesto a arrojarlo a las arenas movedizas al menor movimiento sospechoso.

De pronto, el andamanés le señaló un macizo de bananeros que crecían exactamente frente a ellos en la opuesta orilla.

-¿Qué quieres?

-Vienen -contestó el salvaje en un pésimo bengalí.

-¿Tus compañeros?

-Sí.

-Yo no los veo.

-Kalari los oye.

-¡Ah! ¿Te llamas Kalari? Y bien, amigo Kalari. ¿Dónde están tus compañeros?

-Se arrastran entre los bananeros.

-¿Y crees que están resueltos a capturarnos?

-El jefe quiere la casa flotante.

-Entonces, malditos sean los navíos. ¿Y tú lo ayudarás, Kalari?

-No, porque soy vuestro esclavo.

-Nunca hubiera creído encontrar un caballero entre estos salvajes -dijo Sciapal para sí mismo.

Luego, volviéndose hacia el andamanés, inquirió:

-¿Se acercan siempre?

-Sí.

-¿Querrán sitiarnos y hacernos capitular por hambre? -murmuró el hindú- cuya inquietud iba en aumento.

Sus miradas se dirigieron hacia Alí que dormía tranquilamente, y luego volvieron al macizo de bananeros.

-No vale la pena que lo despierte. Esta noche tendrá que hacer guardia.

Al promediar la tarde, Alí despertó y el marinero se apresuró a informarle sobre la llegada de los enemigos a la orilla del pantano.

-¿Prepararán balsas para atacarnos esta noche?

-¿Qué podemos hacer, patrón?

-Por ahora, velaremos atentamente.

-¿Y si irrumpen en el islote

-Nos refugiaremos sobre los árboles.

-Les prenderán fuego.

-Están demasiado verdes para encenderse. Además me darán tiempo para derribar unos cuantos con mi pistola. Aunque tenga. pocas municiones, alcanzarán para esos salvajes, que tanto temor tienen a las armas de fuego.

-Situación muy poco brillante, patrón.

-Pero no desesperada, Sciapal. Vamos a ocultarnos entre la maleza, y sostengamos valientemente nuestra posición.

El resto del día transcurrió tranquilamente; desde la costa llegaban de tanto en tanto los ruidos producidos por los salvajes al cortar los troncos de los árboles. Era evidente que estaban construyendo una balsa.

A las veintitrés Sciapal oyó frente al sitio donde montaba guardia el sonido de algo

arrojado al agua.

-¡Patrón! -llamó-. Alguien viene.

Alí, que vigilaba la ribera opuesta, corrió con una pistola en la mano hacia allí, resuelto a matar de un tiro al nadador.

-¿Lo ves?

-Algo flota junto a la orilla, pero no parece un cuerpo humano.

-Tienes razón, más bien diría que se trata de una balsa.

Un nuevo chapoteo se escuchó más allá, y otra pequeña balsa que llevaba a modo de vela dos grandes hojas de bananero, se dirigió lentamente hacia el islote. Instantes después, una tercera fue arrojada al agua, y luego una cuarta, continuando así hasta llegar a la docena.

-¿Qué diablos contendrán? -se preguntó Alí en el colmo de la sorpresa.

-Kalari -interrogó Sciapal volviéndose inquieto hacia el salvaje prisionero-.

¿Comprendes lo que ocurre? …

-No, pero ten cuidado porque el jefe es astuto y puede querer jugarnos una mala pasada.

Sciapal y Alí, munidos de bastones, se dirigieron hasta la orilla del islote para ver qué contenían las primeras balsas que tocaron tierra, pero el hindú, que se había adelantado, se detuvo de golpe, y retrocediendo arrastró al capitán mientras decía con voz aterrorizada:

-¡Patrón… detente!

Algunos silbidos escalofriantes partían de las hojas que cubrían las balsas.

-Por Siva… ¡el silbido de la naia neri!

-¡Y de las “serpientes del minuto”!

-:Huyamos!

-Hundamos primero las balsas.

-Demasiado tarde, patrón.. . Ya vienen.

El hindú tenía razón. Aquellas serpientes, las más venenosas que existen, se apresuraban a abandonar los in-. seguros flotadores que las llevaran hasta allí.

Aterrorizados Sciapal y Alí se retiraron precipitadamente.

-Al agua, Sciapal -dijo Alí tomando en brazos a Narsinga.

-Caeremos en las arenas movedizas o en manos de los salvajes.

-Pero los reptiles están por invadir el islote.

-Todavía quedan los árboles. Arriba estaremos seguros.

-Es cierto: no perdamos un instante.

Sin perder un minuto más, Al!, llevando a Narsinga y seguido por Sciapal y el

andamanés, trepó a uno de los más grandes árboles del islote.

La situación se había tornado desesperada. Era evidente que el jefe de los salvajes estaba resuelto a capturarlos por cualquier medio.

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