Capítulo 19

ASEDIADOS

Cuando despuntó el alba, los sitiados, que durante toda la noche habían permanecido despiertos, temiendo alguna otra diabólica sorpresa por parte de los andamaneses, pudieron ver que el islote estaba cubierto por cinco o seis docenas de los reptiles más peligrosos que se conocen.

Los andamaneses se habían reunido en la orilla del pantano, para ver si los sitiados todavía estaban vivos, y si se resolvían a arrojarse al agua. Eran unos cuarenta salvajes, armados con arcos, flechas y lanzas con puntas de hueso.

En medio de ellos se distinguía al jefe, que llevaba la cabeza vendada con un trozo de tela rústica.

Viendo que los sitiados se habían refugiado en el árbol llevando al prisionero, parecieron enloquecer de rabia. Aullando como poseídos, saltaban y agitaban amenazadores sus armas.

-Si mis pistolas tuvieran mayor alcance veríais que bien podrían servirme -murmuró Alí-. Con una buena carabina, ya habría destrozado la cabeza de ese jefe.

Así transcurrió el día, y los sitiados comenzaron a sentir fatiga por la incómoda posición en que se encontraban; Sciapal, improvisó con algunas ramas trenzadas, una hamaca para la pequeña Narsinga, pero ni él ni Alí se atrevieron a dormir. por miedo a que los andamaneses aprovechasen las tinieblas para sorprenderlos.

A medianoche oyeron un rumor sordo, como si una masa enorme hubiera sido arrojada al agua.

-;,Has oído, patrón?

-Sí, me parece que es una balsa.

-Preparemos el recibimiento… Tratarán de acercarse a tiro de flecha para asaltarnos.

Si bien la oscuridad era porfunda se descubrían sobre la balsa las figuras de quince o veinte hombres, munidos de largos bastones que les servían para impulsar el improvisado vehículo.

Alí, Sciapal, Narsinga, y el prisionero, se habían ocultado tras el tronco del árbol a distintas alturas, para ofrecer menos blanco.

-Sciapal -dijo el capitán al hindú que estaba por encima de su cabeza-. Encárgate de las municiones y de cargar las pistolas. Mientras tengamos pólvora esos miserables no se

atreverán a acercarse.

-Estoy listo, patrón.

En aquel instante resonó un agudo silbido y un dardo corto y delgado pasó junto al hindú, clavándose en una rama.

-¡Si vuestras flechas llegan hasta mí, también mis balas podrán tocaros!

Diciendo esto Alí se inclinó hacia adelante y disparó su pistola. La detonación fue seguida de un coro de aullidos.

-¿Blanco, patrón? -preguntó Sciapal cargando nuevamente la pistola que Alí le extendía.

-Así lo espero.

Alí volvió a descargar sus armas. y esta vez se oyó claramente un grito de dolor, la voz de un hombre herido mortalmente.

-Esta vez sí que hemos hecho blanco, Sciapal. Continúan en la balsa, patrón? -Sí.

Una tercera detonación levantó ecos sobre la floresta, seguida de un nuevo grito.

-¡El plomo muerde! -exclamó el hindú alegremente.- Si puedes… ¡Ah, perro, socorro patrón. .. !

Alí, sorprendido, alzó la cabeza y vio al prisionero tratando de arrojar al hindú de la rama.

-¡Traidor! -gritó.

Sciapal aferrado estrechamente a la rama, no podía defenderse para no arriesgarse a caer entre las serpientes.

El salvaje, con sus dedos callosos le apretaba el cuello amenazando ahogarlo.

De pronto se oyó un golpe seco, como un bastonazo dado sobre el cráneo de un hombre. El andamanés lanzó un rugido y soltó su presa.

Aquel golpe había sido dado por Narsinga. La valiente criatura que se encontraba encima de todos, había arrancado una rama seca sirviéndose de ella con todas sus fuerzas.

Sciapal, que tenía entre los dientes la pistola recién cargada del capitán, sintiéndose libre la empuñó con la izquierda, disparando contra el salvaje, que lanzó un alarido y se desplomó.

-Gracias, Narsinga -exclamó Sciapal respirando ansiosamente.

-Las pistolas -aulló el capitán-, rápido Sciapal, que esos bellacos desembarcan.

Pronto Alí reinició el fuego tratando de abatir a los salvajes que mejor se veían, pero la oscuridad no le permitía apuntar con precisión.

Otros dos salvajes cayeron muertos o heridos, y la balsa dejo de avanzar, pero no por ello retrocedió.

Las flechas continuaban silbando en torno al árbol, impidiendo que los asediados abandonaran el tronco protector. De tanto en tanto alguna lanza pasaba entre las ramas,

siguiendo de largo.

-Tomad -aullaba Alí, descargando las armas sin prisa.

-¡Aporrea a otro, patrón! -gritó entusiasmado Sciapal, que continuaba cargando las armas. De pronto Alí preguntó:

-¿Cómo estamos de municiones?

-Tenemos cuatro balas.

-¡Y no se resuelven a irse! ¡Tomad, canallas! Disparó otros dos tiros, sin éxito. -

¡Sciapal!

-¿Patrón?

-Estamos por caer en manos de esos salvajes.

-Aquí están las dos últimas balas.

-¿Y después?

-Tenemos el hacha.

-No servirá contra las flechas.

-Toma las pistolas.

-Temo gastar estas balas, Sciapal.

-Los salvajes parecen atemorizados, ya no avanzan,

-dijo el hindú.

-Pero no huyen … ¡Veamos un nuevo tiro!

Un salvaje se movía hacia adelante, sobre la balsa, preparándose para arrojar su lanza.

Alí apuntó cuidado samente y disparó.

El atacante se dobló sobre sí mismo, y luego cayó en el pantano, desapareciendo bajo las negras aguas.

-¡Toma la última carga! -murmuró Sciapal extendiendo la pistola.

Alí la empuñó con mano que temblaba; estaba a punto de disparar, cuando oyó un sonoro ladrido resonar en el bosque.

Una esperanza loca se apoderó de él.

-¡Pandú! ¡Sciapal, es Pandú! Sciapal lanzó un grito de alegría:

-¡Sí, es Pandú, y tras él se oyen voces humanas!

-¡Entonces vaya ahora la última bala! -Y trasapuntar unos segundos, derribó a otro salvaje que tendía su arco sobre la balsa.

Share on Twitter Share on Facebook