Capítulo 2

ALI MIDDEL

Como su hermano Eduardo, el capitán del grab era un hermoso ejemplar producido por la cruza de sangre europea y asiática, pero como el muchacho, parecía no haber heredado de su padre más que la estatura.

Tenía el doble de la edad de su hermano, era más alto, más robusto, el pecho más ancho y el cuello más grueso. Se comprendía a primera vista que debía poseer un vigor poco común.

Su piel era atezada, su rostro enérgico, sombreado por una barba negrísima y rizada, dividida en dos; tenía ojos grandes, extremadamente negros, nariz recta y labios rojos.

Empero el ardiente clima de los mares tropicales había influido en él, y pese a su juventud, arrugas prematuras surcaban su frente y algunos de sus cabellos ya eran grises.

El agua que desde hacía varias horas atrás invadiera su cabina, había dejado sus pantalones y su chaqueta de tela blanca en un estado lamentable.

La mirada aguda de Alí Middel recorrió en un instante el mar que rodeaba el grab, las escolleras y los bancos de arena.

-¡Desaparecieron! -gruñó entre dientes-. ¡Huyeron después de robarme el cargamento y encerrarme en la cabina para que muriera ahogado como una rata!

Luego, advirtiendo la presencia del hindú que se le estaba acercando trabajosamente, le preguntó:

-¿Qué demonios haces aquí? ¿Acaso te abrieron la cabeza al repartir el botín?

-No -repuso Sciapal-. Me quedé porque no quería abandonar a mi patrón.

Alí lo miró sin contestar, pero su mirada llameante perdió poco a poco aquella luz siniestra.

-Tú te quedaste porque no querías abandonarme -repitió finalmente-. ¿Debo creerte?

-¿No te basta mí cabeza rota? -contestó el hindú-. Nada me hubiera impedido seguirlos en su fuga.

-Es cierto. ¿Cuándo escaparon?

-No lo sé, pues estuve desvanecido muchas horas… Tal vez un día entero.

-Hace ya treinta y seis horas que desperté para hallarme encerrado en mí cabina.

¿Escaparon apenas cargaron los cajones con el oro?

-No lo sé.

-Quiero saber todo, Sciapal, o sí no, palabra de marinero que te termino de matar a hachazos con la misma hacha que te sirvió para ponerme en libertad.

-¿Me perdonarás tú? Yo también fui tentado por aquel maldito oro…

-Cuéntame todo y después veremos -contestó Alí arrugando amenazadoramente la frente.

-Hungse y Garrovi habían conseguido convencernos diciéndonos que en los cofres que tenías en tu camarote había suficiente oro y diamantes como para hacernos- a todos ricos.

Así resolvimos robarte y abandonar el grab a la deriva, pero sin hacerte daño, pues no teníamos motivo para ello. Una noche Garrovi consiguió echar un narcótico a tu botella de agua, y ayudado por Hungse te robó los cofres sin correr peligro. Estábamos embarcándonos, tras haber amainado las velas por temor de que el viento arrojara la nave contra la Andamana Menor, cuando oímos sordos golpes retumbar desde los camarotes.

Yo te juro patrón, me había dejado llevar contra mí voluntad por mis compañeros, y me sentía arrepentido por tomar parte en aquella traición; al oír esos golpes, sospeché que Garroví, que había quedado a bordo, trataba de abrir una vía de agua para mandar a pique el barco. Entonces volví al grab, y vi al sannyassis saliendo a cubierta con un hacha en la mano.

-“¿Qué has hecho, miserable?” -le pregunté.

“-Mando a tu capitán a hacer compañía a los peces” -me contestó riendo burlonamente.

El traidor, al decir aquellas palabras, alzó el hacha y la descargó contra mí frente al oírme decir:

“-¡Vete solo, pues no puedo permitir tal infamia!”

Creo que mí cabeza se partió como una nuez; sin saber nada más me desplomé con el rostro bañado en sangre. Antes de cerrar los ojos me pareció ver al traidor luchando con tu fiel perro, y luego perdí el conocimiento.

-¿Esto es todo? -preguntó Alí, al ver que el hindú callaba.

-Todo, patrón.

-Quería matarte… pero ahora te perdono.

-Gracias, patrón.

-Ah, pero algún día volveré a Bengala y aunque la India sea grande encontraré a esos

miserables y los mataré con mis propias manos.

Un gemido hizo que el capitán del Djumna mirara al hindú, que se había dejado caer sobre cubierta apretándose la cabeza con las manos.

-Olvidaba que estás herido… -exclamó acercándose-. Déjame revisarte.

Tomando precauciones para no lastimar más al marinero, quitó la venda y observó atentamente el tajo producido por el hacha. De inmediato comprendió que el arma mal empuñada por el asesino, había producido una herida más dolorosa que mortífera, pues no llegaba hasta el hueso.

-Sí Garroví no hubiera tenido tanta prisa, ahora no estarías hablando conmigo.

Con hábil mano juntó los labios de la herida, quitó la sangre coagulada, y volvió a colocar el trozo de tela, tras haberlo mojado cuidadosamente.

-Dentro de una semana estarás curado -le dijo-. Pero te quedará una cicatriz que te hará recordar siempre a Garroví.

-Sí llego a encontrarlo, patrón, te aseguro que me vengaré.

-Eso será sí llegas antes que yo.

Alí miró en derredor y frunció el ceño:

-Pero, ¿dónde está Pandú?

-Huyó a tierra apenas encallamos.

-¿Mí perro huyó? Es imposible, Scíapal.

-Lo he visto nadar entre los escollos, y luego subir a la playa.

-Este animal es inteligente. y debe haber comprendido que tan sólo en tierra podía encontrar ayuda para nosotros… Pero sí los isleños se mantuvieran alejados, me sentiría más feliz.

-¿Acaso son hostiles?

-¿Hostiles? Di mejor antropófagos…

-Me haces estremecer. Sin embargo no nos queda otro remedio que desembarcar.

-¿.Por qué?

-No tenemos ninguna embarcación para salir de aquí.

-Podemos hacer una balsa con la obra muerta del barco.

-Faltan víveres.. .

-Víveres… La bodega estaba llena.

-Garrovi la vació.

-Maldición… No queda nada para comer.

-Tú tenías alimentos en tu camarote.

-Algunas conservas de pescado y unos pocos kilos de galleta. ¡Canallas! ¡No dejarme

ni siquiera víveres su ficientes!

-Ya lo ve, patrón, tenemos que desembarcar.

Alí no contestó. Apoyado contra la amura del barco, con la frente arrugada, la mirada fija, parecía observar atentamente la costa iluminada por los últimos resplandores del crepúsculo.

Desde allí no se alcanzaba a advertir ninguna señal de población alguna, pero en cambio se veían numerosas aves que al marino le parecieron ser ocas emigrantes.

Una brusca sacudida que hizo oscilar la arboladura del grab inclinando más aún la cubierta, arrancó al capitán de sus observaciones.

-¿Qué sucede?

-El barco se ha soltado -gritó Sciapal.

-¿Pero no estaba encallado?

-Tal vez el reflujo lo esté arrastrando.

Alí se inclinó sobre la borda y miró afuera. El agua, transparente como un cristal azul verdoso, permitía ver distintamente el banco, que la baja marea, al comenzar a retirarse, amenazaba dejar al descubierto.

Alí advirtió que el grab apoyaba solamente un costado sobre la arena, y que podía de un momento a otro volcarse totalmente y ser arrastrado, una vez más por el mar, para hundirse en aguas más profundas.

Una imprecación escapó de sus labios.

-¿Qué ha ocurrido, patrón?

-Estamos en un mal momento -contestó Alí-. Si no nos apresuramos nos hundiremos con el barco.

-Pero ya no tenemos con qué bajar a tierra…

-Construiremos una balsa o nadaremos.

-;,Nadar? Mira el agua, patrón…

Alí miró en la dirección señalada y pese a su valor se estremeció. A la incierta luz del crepúsculo se veían masas oscuras que se movían a flor de agua. Eran esos formidables escualos pertenecientes a la familia de los tiburones que tienen la cabeza en forma de martillo, con los ojos ubicados en cada extremo. Son más pequeños que los tiburones, pero más voraces y peligrosos.

-¡Los devoradores de hombres! -exclamó Alí-. ¡Bah! Pasaremos igual. Si nos atacan los alejaremos a balazos.

-Los traidores se llevaron también los fusiles, patrón.

-No importa, tengo mis pistolas … Vamos, no perdamos tiempo.

Empuñó el hacha y comenzó a demoler la obra muerta del grab, lanzando frecuentes

suspiros, pues amaba a su nave que por tantos años le había transportado sobre el Océano Indico.

Mientras acumulaba los trozos de madera, Sciapal transportó a cubierta los pocos víveres, municiones, armas, cartas náuticas e instrumentos de navegación que quedaban a bordo. Eran todas las riquezas que poseían, y no querían perderlas.

Pese a que la cubierta tenía una inclinación de casi cuarenta y cinco grados, y continuaba volcándose sobre estribor, consiguieron clavar diez tablas para_ formar una primitiva balsa. En ese momento el Djumna se sacudió bruscamente, enderezándose algunos grados y retrocediendo sobre babor.

-¡Patrón! -gritó Sciapal.

Alí estaba por contestar cuando fue derribado. El Djumna se había enderezado y tornaba a quedar libre, pero por pocos minutos, segundos tal vez, pues ya comenzaba a hundirse definitivamente.

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