Capítulo 3

EN LA BALSA

Alí Middel, saltando sobre sus pies, con una sola mirada comprendió la gravedad de la situación.

Ya no tenía tiempo para terminar la balsa; era necesario abandonar inmediatamente la nave, para no ser devorados por el torbellino que provocaría al hundirse.

De un salto, Alí tomó las dos cartas náuticas, las pistolas y las municiones, mientras Sciapal, imitándolo aferraba el hacha y recogía cuantas latas de conserva podía cargar en los pliegues de su dubgah.

-¡Al agua! -gritó Alí.

De un salto estuvieron sobre las amuras, dejándose caer al banco de arena, que la baja marea descubriera.

El Djumna se hundía rápidamente. Las olas invadían ya la cubierta corriendo de proa a popa y entrando a la bodega, que ya estaba llena de agua a raíz de las brechas producidas por Garrovi.

-¡Se ha perdido! -murmuró Alí con voz sorda-. ¡Pobre Djumna! No creí que te hundirías tan pronto.

Una rápida conmoción se extendió por sus facciones enérgicas, pero duró lo que un relámpago.

-Vamos -dijo sacudiendo la cabeza-, estaba escrito.

Luego se volvió hacia el hindú que miraba en silencio la muralla líquida que se alejaba

arrastrando los restos del naufragio hacia los escollos.

-Busquemos las tablas -le dijo Tenemos que haber pasado la escollera antes que suba la marea, o los escualos se darán un banquete con nosotros.

A la pálida luz de la luna, que ascendía sobre el horizonte tiñendo el mar con sus plateados reflejos, vieron la primitiva balsa flotando por encima del sitio donde se hundiera el grab.

Sciapal observó el agua para asegurarse que no había escualos en derredor; luego se desvistió conservando el cinturón con el hacha y se largó al agua nadando violentamente. Alí había quedado en el banco, con las pistolas preparadas para alejar a tiros a los peligrosos escualos.

Con pocas y poderosas brazadas el hindú se acercó hasta el sitio donde flotaban las tablas, advirtiendo apesadumbrado que se habían desclavado a causa de la sacudida. Con un esfuerzo empujó hacia el banco lo que pudo salvar: tres tablas, un barril y un cajón vacío.

-Esto es todo, patrón -dijo al llegar junto a Alí.

-Poca cosa, Sciapal, pero el trayecto por fortuna es breve.

-¿Y los tiburones?

-Los mantendremos lejos a tiros.

-Escasearán las municiones, patrón.

-Tenemos dieciocho o veinte balas y unas dos libras

de pólvora… Esperemos que alcancen.

Rompiendo una tabla para utilizarla como remo, se embarcaron en la endeble balsa.

La noche era clara, las estrellas, brillaban en el cielo límpido, reflejándose sobre las aguas cubiertas de escollos, mientras la luna, mayor que de costumbre, proyectaba sus rayos sobre la costa, aclarándola como en pleno día, pero con una luz pálida y plateada.

Un silencio profundo reinaba en torno al banco, roto apenas por el golpe de los improvisados remos.

Habían ya atravesado la mitad del camino que les separaban de los primeros escollos, cuando el hindú retiró bruscamente la tabla que empuñaba a guisa de remo, gritando:

-¡Detente, patrón!

Había oído a escasa distancia, un ronco suspiro, viendo elevarse una onda espumeante que se prolongaba en dirección al banco de arena.

Alí también retiró su remo y escrutó el agua con ex

trema atención, mientras mantenía la diestra apoyada so bre la empuñadura de una de sus pistolas.

-¿Un pez martillo? -preguntó.

-Sí.

-¿Lo viste?

-No, pero lo oí respirar.

-Esperemos que aparezca -dijo Alí serenamente.

Sacando una pistola de la faja la amartilló y apuntó en la dirección que el hindú indicaba.

Instantes después una de las monstruosas cabezas apareció en medio de un chorro de espuma. Era un animal feo y oscuro, con ojos saltones situados en ambos brazos del martillo, y con una boca llena de agudos dientes y que se abría en el sitio donde hubiera debido hallarse el cuello.

El hindú, viendo a aquel feroz escualo, que parecía a punto de arrojarse contra la endeble balsa, se puso pálido, mientras el mismo Alí se estremecía.

El monstruo estuvo un instante inmóvil, dejando que las olas le rozaran, luego girando sobre sí mismo se acerco lentamente a la balsa, como si quisiera estudiar a su enemigo antes de atacarlo.

-¡Patrón! -exclamo Sciapal entrechocando los dientes.

-No temas.

Había extendido el brazo armado con la pistola y apuntaba con toda tranquilidad. Una detonación resonó repercutiendo contra las rocas y la escollera.

El escualo herido en la cabeza, dio un brusco salto, para desaparecer bajo las aguas.

-Tocado -dijo Sciapal respirando.

-En la cabeza -contesto Alí-. Mis balas siempre dan en el blanco.

-¿Estará muerto?

-No creo. .. Estos peces tienen la piel dura y se necesitaría una bala de carabina para herirlos mortalmente, pero creo que con este saludo nos dejará tranquilos.. .

-¡Calla, patrón!

-¿Has oído algo?

-Un ladrido…

-¿Será mi perro?

-Es probable.

-Hace mucho que abandono el Djumna… Debe ser Pandú.

Irguiéndose Alí trato de ver la costa, iluminada por la luna que estaba a mil quinientos metros de distancia, pero a causa de las tinieblas le resulto imposible divisar un bulto negro del volumen de Pandú.

-¿No te habrás engañado?

-No lo creo.

-Bien, ahora no interesa. Dentro de un cuarto de hora llegaremos a tierra, y Pandú nos encontrará fácilmente.

Tomando nuevamente los trozos de tabla comenzaron a remar dirigiéndose hacia la costa. Mientras remaban continuaron observando atentamente el agua. El feroz escualo después de haber sido herido no había vuelto a aparecer manteniéndose por debajo de la superficie para tratar de morderles las piernas. Estaban ya a ochenta metros de los primeros escollos, cuando vieron que el animal aparecía bruscamente a quince pasos de distancia. Luego de girar sobre sí, el escualo se sumergió.

-¡Patrón! -balbuceo Sciapal estremeciéndose-. ¡Nos alcanzará por debajo del agua!

-Deja la tabla y toma el hacha.

-¡Pero nos morderá las piernas!

-Retirémoslas…

Alzaron precipitadamente las piernas del agua, y se mantuvieron a la expectativa, con los ojos clavados en la superficie. De improviso a babor de la pequeña balsa emergió el escualo, golpeándola con su rugosa cola para hacerla hundir.

Alí, incorporándose, descargo su segunda pistola, mientras el hindú, envalentonado por la eminencia del peligro, asesto un feroz hachazo contra la horrible cabeza.

Con su coletazo el tiburón trato de destrozar la balsa, pero solo consiguió perforar el barril que se lleno de agua.

La improvisada embarcación, privada de aquel flotador, se hundió bajo los pies de los náufragos, pero al mismo tiempo encallo en un banco de arena a causa del violento empellón recibido.

De un salto Alí y Sciapal se pusieron a salvo, mientras el escualo se debatía furiosamente, herido por segunda vez.

-A tierra -dijo el capitán.

Recogiendo los víveres y objetos salvados, atravesaron la escollera, que estaba unida con tierra por una cadena de bancos de arena, casi descubiertos a causa de la marea baja.

Estaban a un centenar de pasos de tierra, cuando Sciapal que caminaba delante de Al!, se detuvo, diciendo

-Patrón, veo una sombra vagando bajo los árboles de la costa.

-¿Será Pandú?

-No puedo distinguirlo bien.

Alí coloco dos dedos entre los labios y lanzo un agudo silbido, prestando luego atención.

Pero la respuesta no fue el amistoso ladrido de un perro, sino uno de aquellos rugidos roncos. aterradores, que tantas veces oyeran en las espesas selvas de Bengala.

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