Capítulo 4

EN LA ANDAMANA MENOR

En el momento en que Alí y el malabarés se preparaban para hacer tierra en la costa de la Andamana Menor,

que es la más meridional del grupo, se detuvieron bruscamente advirtiendo aquella sombra negra que vagaba con pasos silenciosos por la playa.

El rugido que lanzó aquel animal hizo palidecer a los dos hombres. Nativos ambos de la India, habían oído más de una vez en las junglas del Ganges aquella voz, imposible de confundir.

-Este es un recibimiento que no me esperaba –dijo Alí, deteniéndose en la última escollera-. Será prudente que cargue mis pistolas.

-¿Quieres atacar al tigre, patrón? -le preguntó Sciapal entrechocando los dientes.

-Si tuviera entre las manos una buena carabina, me atrevería a forzar el paso, pero con estas pistolas, sería una locura intentarlo.

-¿No podemos buscar otro sitio más alejado. para bajar a tierra?

-El agua es muy profunda en torno a la escollera, y estamos rodeados por tiburones.

-Esperemos el alba.

-Si la marea sube, cubrirá éstos escollos y nos dará un prolongado baño.

-Nadáremos, patrón.

-Te olvidas de los tiburones.

-¿Qué sugieres hacer?

-Acercarnos al tigre y descargar las dos armas para asustarle.

-Te despedazará, patrón. Puede ser un tigre admikanevalla{7}.

-Mejor. los admikanevalla siempre son viejos, y tienen menos fuerzas.

Cargando las dos pistolas con gran cuidado y pese a los consejos del marinero que trataba insistentemente de disuadirlo, el capitán trepó resueltamente por la escollera y avanzó hacia la costa con grandes precauciones.

El tigre continuaba paseándose por la playa, manteniéndose bajo la oscura sombra proyectada por los árboles, pero si bien su cuerpo no era visible más-que parcialmente, lo traicionaba el brillo amarillento de sus ojos.

Parecía dominado por una violenta agitación, pues no se quedaba quieto un instante.

Evidentemente esperaba que los dos hombres se acercaran, para saltarles encima.

Probablemente la fiera debía estar hambrienta, pues habitualmente esta clase de animales, pese a su ferocidad no atacan al hombre sin haber sido heridos anteriormente.

Prefieren el asalto imprevisto en medio de :os bosques, sin arriesgarse casi nunca a caer de frente sobre sus presas.

Viendo que AIí se acercaba, el tigre abandonó el abrigo de los árboles, y se dirigió hacia la playa, lanzando sordos rugidos como si estuviera resuelto a caer sobre los náufragos.

Alí, a veinte pasos de distancia, se detuvo tras una gran roca para protegerse del salto del tigre. Alzando lentamente la pistola que empuñaba en la mano derecha, apuntó durante algunos instantes y luego disparó.

La fiera, alcanzada por la bala del valiente tirador, dio un salto lanzando un furioso rugido más ronco y prolongado que el de los leones africanos. Al caer sobre sus garras se preparó para abalanzarse sobre Alí, pero entonces éste disparó la segunda pistola.

Sea que el animal estuviera gravemente herido, o que los disparos le habían atemorizado, lo cierto es que se detuvo bruscamente, giró sobre sí mismo y huyó desapareciendo bajo la oscura sombra de los árboles.

-¡Buen viaje! -le gritó Alí.

-¿Ha huido? -preguntóle el marinero.

-No la veo por aquí.

-Tal vez se ha ocultado para atacarnos a traición.

-No lo creo. ¿Oyes algo?

-No, capitán.

-Entonces podemos seguir adelante.

-Mantente en guardia, patrón.

-Cargaré las pistolas y tendremos los ojos bien abiertos. Al llegar bajo los primeros árboles, se detuvieron es crutando atentamente hierbas y plantas, y prestando atención, se aseguraron que la fiera no los esperaba oculta.

Luego, bajo un gigantesco árbol se dispusieron a esperar el amanecer.

-Mañana veremos qué podemos hacer para salir de esta situación tan poco alegre.

-Puedes decir desesperada, patrón.

-No tanto…

-¿Tienes esperanzas de abandonar esta isla salvaje?

-No tengo intenciones de terminar mis días en esta selva.

-¿Crees que alguna vez regresaremos a Bengala?

-Quiero volver a ver a mi hermano. ¡Pobre Eduardo!

¡Qué inquieto estará por mí!

-¿No sabes si alguna nave hace escala en esta isla?

-Nunca, Sciapal… Evitan este archipiélago con gran cuidado, pues no hay nada que ganar manteniendo contacto con los salvajes habitantes.

-Entonces no sé cómo haremos para irnos.

-Algún medio encontraremos.

-¿Recurriendo a los habitantes?

-Por el contrario, tratando de mantenernos lejos.

-Entonces será necesario que construyamos. una chalupa.

-Ya veremos, Sciapal.

Apoyándose contra el tronco, y teniendo las armas al alcance de la mano, esperaron pacientemente que despuntara el alba.

La pálida luz de la luna era cada vez más clara, y aumentaba en intensidad, tiñendo el mar con acerados reflejos.

Entre las hierbas acuáticas se oían alzarse las voces de las aves del lugar. Era evidente que el alba no estaba lejana.

-Son ocas emigrantes -comentó Sciapal viendo que Alí miraba hacia aquella dirección.

-Un excelente asado -comentó el capitán.

-Fácil de procurar. Con una descarga de fusil se puede matar más de una… Lo que me sorprende es que estas aves todavía estén aquí.

-¿Por qué?

-Porque en los primeros días de agosto abandonan las islas y emigran a Bengala, donde tienen sus nidos.

-¿Estás seguro?

-Conozco las costumbres de estos pájaros.

-¿Crees que dejarán pronto la isla?

-Supongo que dentro de pocos días. ¿Por qué te interesan tanto las ocas?

-Tal vez puedan salvarnos la vida, Sciapal.

-¿Las ocas?

-Sí, pero será necesario que capturemos alguna con vida.

-El asunto no es difícil, patrón. Tienes las pistolas.

-Sí, pero si las descargo contra una oca, la mato.

-No te he dicho que utilices balas.

-¿Quieres que las cace, sólo con pólvora?

-No, quita las balas y espérame.

El hindú se incorporó y se dirigió hasta la costa, buscando entre escollos y bancos de arena. Cuando regresó, entregó a Alí dos puñados de arena gruesa.

-Carga tus pistolas con esto -le dijo-. Las ocas caerán al suelo aturdidas, tal vez un poco heridas, pero en condicones de volar apenas descansen un poco. Con un fusil cargado así, cacé numerosos pájaros vivos para un inglés que los coleccionaba.

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