Capítulo 5

LAS OCAS EMIGRANTES

Si bien como dijera Sciapal la emigración debía haber comenzado semanas atrás, las ocas todavía eran numerosas en aquella playa desierta.

Alí, que había cargado las pistolas con arena, se dirigió hacia la playa acompañado por el marinero, esperando el momento propicio para hacer un buen disparo. Parecía sin embargo que las ocas hubieran adivinado el peligro que las amenazaba, porque o se mantenían lejos, o pasaban por encima de ellos, fuera de su alcance.

Repentinamente una bandada de doscientas o trescientas aves, que avanzaban del este, tomó la dirección de los escollos, como si quisiera buscar alimento en la vecindad de la playa.

-Atención, patrón -murmuró Sciapal.

-Estoy listo -contestó Alí.

La bandada pasó pronto, por encima de los escollos, a unos diez pasos de altura. Alí apuntó rápidamente las armas, y las disparó contra lo más espeso de la bandada. Tres ocas cayeron, perdiendo gran número de plumas, mientras las restantes, aterrorizadas por el estampido se dispersaron.

Sciapal se precipitó sobre ellas. Una oca, herida en la cabeza, agonizaba, pero las otras dos estaban simplemente aturdidas, pero ilesas.

-Patrón -exclamó-. ¡Hay dos con vida!

-Cuida que no se escapen.

-Les estoy atando las patas.

Mientras el hindú cargaba las aves, Alí sacó un trozo de tela encerada de la bolsa que contenía sus cartas de navegación, y comenzó a buscar algo en los bolsillos.

-¿Lo habré perdido? -murmuró’ con los dientes apretados.

-;.Qué buscas, patrón?

-Un lápiz.

-¿Para qué?

-¿No has comprendido todavía para qué pueden servirnos las ocas?

-No, patrón.

-Para enviar por medio de ellas un mensaje a la India.

-Sigo sin comprenderte.

-Quería colgar de estas aves un mensaje, con la esperanza de que algún cazador las matara, cosa muy probable, pues en los Sunderbouns hay millares de aficionados que concurren anualmente para esperar el paso de las bandadas.

-¿Y por qué no puedes atar una carta a estas aves?

-He perdido el único lápiz que tenía, y me resultará imposible escribir…

-¿Cómo? -inquirió Sciapal al ver que Alí se interrumpía golpeándose la frente con la mano.

-Todo no está perdido, Sciapal… En las últimas horas, escribí los acontecimientos principales acaecidos a bordo, y puedo enviar esas hojas, junto con algunas del diario de bitácora, para que en caso de que caigan en manos de las autoridades, Garrovi y Hungse sean debidamente castigados… ¡Ah, si pudiera agregar que el Djumna se ha sido a pique, y que nosotros nos hemos salvado en la costa de la Andamana Menor!

-No importa… Confía esos papeles a una de las ocas, capitán.

-Eso pienso hacer.

-El único peligro consiste en que la oca se pose en el mar y humedezca la tinta…

-Envolveremos los papeles con un trozo de tela encerada.

-Tienes razón, y para mayor seguridad podemos cubrir de resina el paquete… -Sciapal había reconocido en las cercanías, un árbol productor de caucho.

Mientras el hindú se dirigía en busca de la goma, Alí dobló las hojas, y cortando la tela encerada en forma adecuada, hizo un paquete que ató convenientemente. Acababa de escoger a la oca más robusta, cuando Sciapal regresó llevando una conchilla llena de un líquido de aspecto pringoso, y además una fibra vegetal delgada y brillante como la seda.

-Ata el paquete con estas fibras -dijo al capitán. -Resiste la acción del agua mucho mejor que la cuerda.

Cubrieron la tela con una capa de aquella materia resinosa, y luego ataron el paquetito bajo el ala derecha de la oca escogida, asegurándolo en forma tal que no le impidiese volar.

-Vete ahora, cumple tu destino, y al morir, ¡sálvanos! -exclamó Alí, soltándola.

La oca, sintiéndose libre echó a volar, lanzando un grito ronco y dirigiéndose hacia el este. Los dos náufragos que parecían muy conmovidos, la siguieron con las mira das, hasta que se perdió en el horizonte.

-¿Tienes esperanzas, patrón?

-Espero que si Dios quiere salvarnos, velará por nosotros.

-Yo creo que también mi Dios no abandonará a uno de sus más devotos creyentes -dijo el hindú-. Puesto que son dos entre ambos podrán hacer algo por nosotros… Alí no pudo refrenar una sonrisa ante la reflexión

ingenua del creyente marinero.

-Vamos a comer, Sciapal -dijo-. Asaremos una de las ocas.

-Necesito ingerir algo, capitán. Estoy agotado por el largo ayuno.

Sentándose bajo la sombra de un dammar, de cuyo tronco Sciapal extrajera momentos antes, la resina, encendieron un alegre fuego y tras desplumar la oca, la limpia ron, y comenzaron a asarla.

Cuando el ave estuve, lista, la devoraron con gran apetito, y luego se tendieron sobre la fresca hierba a la sombra del árbol.

-Ahora discurramos -dijo Alí-. He estado pensando la mejor forma de salir de nuestra desdichada situación.

-¿Has hallado el medio? -;,Construiremos una chalupa, patrón?

-Con el hacha tan chica que tenemos, sería un trabajo casi interminable. Creo que lo mejor que podemos hacer es seguir la costa hacia el norte, en busca de una canoa. -Pero,

¿dónde esperas conseguirla?

-Los andamaneses son hábiles pescadores, y por lo tanto deben poseer alguna.

-¿Esperas encontrar alguna aldea?

-Sí.

-;.Y nos cederán una canoa?

-La tomaremos.. .

-,.Y hacia dónde nos dirigiremos?

-Trataremos de llegar a las islas Mergui, en el Golfo de Pegú.

-Pero… ¿Y el documento confiado a la oca?

-No podemos contar exclusivamente con esa posibilidad, Sciapal.

-Es cierto, patrón.

-¿Cuándo partimos?

-¿Estás fatigado?

-No, patrón, pero dormiría un par de horas.

-Entonces cerremos los ojos, y echemos un sueñito. De día, las fieras difícilmente dejan sus cuevas.

Aquel sueño se prolongó más de lo calculado, pues cuando abrieron los ojos el sol descendía lentamente hacia occidente. Como aún quedaba algo de luz, igual resolvieron ponerse en camino.

Reuniendo sus víveres, se armaron de gruesos bastones para defenderse de las serpientes venenosas que no faltaban en aquella isla, y se pusieron en marcha, bordeando el inmenso bosque.

Los árboles se sucedían unos tras otros. sin dejar pasaje alguno de la costa al interior de la isla. Predominaban sobre todo los tek, árboles enormes, frondosos, cuya corteza es muy resistente, y cuya madera es tan dura que han sido adoptados con preferencia para la construcción de veleros.

La sombra de estos árboles es nociva, y los obreros encargados de cortarlos sufren numerosas enfermedades, llegando difícilmente a una edad avanzada.

Abundaban también los árboles de canela, de mediana altura y frondosa copa.

En medio de aquellos espesos vegetales se veían numerosos pájaros. Papagayos de plumas pintadas, cucos, bubbul, pequeños y ágiles pajarillos de plumas coloridas y cola roja y muchos otros.

Alí y Sciapal continuaron su marcha sin apresurarse, moviendo con sus bastones las altas hierbas por temor de ser mordidos por las serpientes venenosas.

El sol había descendido tras el horizonte cuando resolvieron acampar bajo un gran árbol de aspecto majestuoso que crecía aislado en el margen de la floresta.

Devorando los restos de la oca asada horas atrás, encendieron un fuego para protegerse de las fieras, que no se atreven a acercarse a los campamentos iluminados Como no resultaba prudente que durmieran simultáneamente, resolvieron montar guardia alternados; Alí fue el primero en velar pues Sciapal era menos robusto y estaba más agotado a causa de la sangre perdida.

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