Capítulo 6

LA FUNESTA SOMBRA DEL MANZANILLO

Alí reavivó el fuego y se apoyó contra el tronco de aquel árbol cuya copa tenía infinito número de largas ramas que caían hacia tierra, formando inmensa sombrilla vegetal.

A su lado tenía las pistolas cargadas, listas, para utilizarlas en caso de peligro.

Sciapal, acostado a dos pasos de distancia, roncaba ruidosamente.

Ningún rumor turbaba el silencio reinante sobre aquel trozo de isla. Parecía que hasta el mismo mar había acallado sus voces, manteniéndose calmo. Solamente por los aires resonaba de tanto en tanto el agudo chillido de los grandes murciélagos que se perdían en lontananza.

La oscuridad era profunda, pues aún no había salido la luna, pese a que el fuego

proyectaba grandes lenguas de luz en derredor del árbol.

Alí contaba con que su guardia transcurriría tranquilamente. pareciéndole que aquel lugar no era muy frecuentado por los animales salvajes. Sin embargo, al rato de estar apoyado contra el tronco del gigantesco árbol. experimentó una sensación desagradable como si bajo la copa de aquel gigantesco árbol se diluyera lentamente el calor nocturno, convirtiéndose en una temperatura demasiado fría para aquel clima ardiente. Al principio no hizo caso, atribuyendo el cambio a alguna corriente de aire frío proveniente del mar, o a la humedad de la vecina selva. Sin embargo la sensación continuó en aumento, y Alí comenzó a intranquilizarse.

-;.Tendré fiebre? -se preguntó-. Me han dicho que los bosques de estas islas son peligrosos.

Se incorporó y dio algunos pasos en torno al fuego, pensando que se trataría de un malestar pasajero, pero los estremecimientos continuaron más frecuentemente. Sentía correr por los huesos un verdadero hilo de agua helada.

Se sentó junto al fuego, tratando de calentarse las manos, pero le pareció que la llama había perdido su calor.

-¡Es curioso! -exclamó atemorizado-. ¡Nunca había experimentado nada semejante!

¿Habrá algún pantano en los alrededores? No parece verosímil que me haga temblar así, como si hubiera caído entre las nieves del Himalaya.

La sensación de frío intenso aumentaba constantemente; sus miembros temblaban, sus dientes se entrechocaban, mientras el corazón le latía aceleradamente.

Alí era un hombre de valor, pero aquel extraño malestar lo llenó de terror.

Se acercó a Sciapal para ver si su sueño era inquieto, pero vio que dormía plácidamente. Le tocó el cuerpo y advirtió que estaba temblando.

-¡Sciapal! -llamó.

El marinero no contestó y continuó roncando.

-Despierta. -Alí lo sacudió vigorosamente.

-¿Qué quieres, patrón?

-Dime, ¿no sientes nada?

El marinero abrió los ojos con fatiga:

-Un agudo frío que me produce estremecimientos.

-¿Nada más?

-Sí… Me parece que no me siento bien.

-¿A que lo atribuyes?

-No lo sé.

-¿Tendrás fiebre?

-Tal vez… Déjeme dormir, patrón. Todo pasará con un poco de sueño.

El malabarés volvió a cerrar los ojos y siguió roncando.

-Será la humedad de esta selva -murmuró Alí-. No puede haber otra causa.

Volviendo junto al fuego trató de entrar en calor, pero el malestar aumentaba constantemente. Además de los escalofríos sentía ahora agudos dolores de cabeza; le parecía tener la frente oprimida por un anillo de hierro, mientras sutiles agujas le atravesaban el cerebro.

La fiebre se había unido a la jaqueca, pero una jaqueca dolorosísima, insoportable. Lo inexplicable era que en medio de su sufrimiento, de tanto en tanto experimentaba una sensación agradable…

-¿Me estaré volviendo loco? Se diría que he fumado hatchis.

Repentinamente le asaltó una sospecha. Haciendo un esfuerzo se irguió y miró el enorme árbol que extendía sobre él sus largas y frondosas ramas, pero al mismo tiempo sintió que las fuerzas le faltaban y los párpados se le cerraban como si les asaltara un sueño fulminante.

Trató de reaccionar, pero las fuerzas le abandonaban rápidamente. Con el cerebro dominado por una profunda turbación se tambaleó desplomándose junto a Sciapal y permaneció inmóvil como si hubiera muerto.

Sin embargo no había dejado de vivir, continuaba respirando, pero afanosamente, al mismo tiempo que soñaba. ¡Pero qué sueños extraños! Por momentos le parecía que frente a él desfilaban hermosas mujeres que le ofrecían deliciosas bebidas, luego se le aparecían horrendos monstruos, animales cubiertos de largos pelos, con bocas desmesuradas, armados de formidables dientes, que amenazaban devorarlo de un solo mordisco, o monos altos como una torre, con los brazos larguísimos y colas de cien metros.

¿Cuánto tiempo durmió? Seguramente muchas horas, pues cuando reabrió los ojos ya no era de noche: un sol espléndido brillaba en un cielo sin nubes haciendo llover sobre él sus ardientes rayos.

Bruscamente se incorporó y con gran sorpresa se encontró sobre la playa lejos del árbol donde se había dormido.

Con ojos asombrados miró en derredor, y vio a pocos pasos un enorme perro negro que arrastraba a Sciapal, que todavía parecía adormilado. Un grito escapó de sus labios:

-¡Pandú!

El fiel animal oyendo la voz del amo, abandonó al malabarés y saltó en derredor de Alí, enloquecido de alegría, lamiéndolo y apoyándole las patas sobre el pecho como si quisiera abrazarlo. Luego, demostrando su alegría, corría hacia el malabarés ladrando y lamiéndole el rostro para tratar de despertarlo.

-¡Entonces, ha sido Pandú! -se dijo Alí-. Pero ¿por qué me trajo hasta acá? Pero… ya no experimento más el malestar que me atacó anoche ni siento más frío.

Se incorporó totalmente: aún estaba un poco débil, pero el dolor de cabeza y los escalofríos habían desaparecido. Mirando al árbol gigante, que se alzaba en las márgenes de la floresta, lo reconoció lanzando un grito apenas contenido:

-¡Ahora, comprendo todo!

En aquel momento Sciapal fue despertado por los ladridos del perro.

-¡Patrón! -gritó-. ¿Cuándo regresó nuestro fiel animal?

-No lo sé.

-Pero, ¿por qué me has arrastrado hasta aquí?

-Fue Pandú quien nos apartó de la sombra venenosa de ese árbol. Si no nos hubiera encontrado, a estas horas estaríamos muertos.

-¡Muertos! ¿Pero, entonces qué ocurrió mientras dormíamos?

-Mira bien el árbol donde nos guarecimos.

El marinero observó el coloso del bosque y no pudo contener un gesto de temor:

-¡Un manzanillo!

-Sí, Sciapal, nos habíamos acostado bajo aquel árbol, cuya sombra, como tú sabes mata.

-Ahora comprendo nuestros estremecimientos, el frío y el sueño irresistibles que me habían invadido.

-Sí, Sciapal, de no habernos arrastrado hasta aquí Pandú, llevado por su maravilloso instinto, no hubiéramos vuelto a abrir los ojos.

-¡Bravo. Pandú! ¡Cuánto afecto y cuánta inteligencia en este animal! ¿Pero dónde habrá estado hasta ahora?

-Tal vez se encontraba vagando por la selva en busca de seres humanos.

-Con tal que no lo haya seguido algún grupo de salvajes…

-No creas… Pandú daría señales de agitación.

Efectivamente, el perro estaba tranquilo, y se mantenía acostado a los pies de su amo, sin apartar los ojos de él. Debía de estar muy fatigado, pues jadeaba, como si hubiera terminado de realizar una prolongada carrera.

-Pobre Pandú -dijo Alí acariciándolo-. Debe estar muy hambriento. Encendamos el fuego, Sciapal, y prepara la segunda oca, mientras yo voy a buscar otras.

El marinero comenzó a juntar ramas secas. en tanto que Alí seguido por el perro bajó a la playa, cuyos bancos de arena habían quedado descubiertos por la baja marea.

Aquellos bancos estaban matizados de espléndidas conchillas, de brillantes colores y formas tan variadas como se ven únicamente en las aguas del Océano Indico.

Se veían así las magníficas murex ramosa de gran tamaño, blancas con reflejos nacarados, sus bordes interiores rosados y su extremidad aguzada en punta; tritones, bastante grandes, estriados de blanco, negro, azul y marrón; las cymbriun, de forma oval y enorme capacidad, amarillas por fuera y rojas en los bordes internos. Además había una enorme cantidad de pequeñas kauri, que numerosos pueblos de África y Asia han adoptado como moneda.

Alí hizo una amplia recolección de moluscos. y viendo que en derredor no se advertía señal alguna de vida, regresó junto a Sciapal, que estaba cocinando la segunda oca.

Alrededor de las diez de la mañana tras haber comido, se pusieron nuevamente en marcha.

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