Capítulo 7

ENTRE LAS SELVAS DE LA ANDAMANA MENOR

Durante cuatro días los náufragos de la Djumna prosiguieron su camino, pero avanzando muy lentamente a causa de las enormes curvas que formaba la playa y los obstáculos que encontraban en su camino.

Al quinto día, habiendo concluido sus escasas provisiones, resolvieron detenerse para buscar nuevas. Los árboles, que hasta aquel momento habían visto, no tenían frutos, pero en el interior de la selva esperaban encontrar frutales, sabiendo que la flora de las islas Andamanas no es muy distinta que la de la India.

Abriéndose paso a golpe de hacha, se introdujeron en la oscura y húmeda floresta, abriendo bien los ojos para no ser sorprendidos por algún tigre que podía hallarse al acecho.

Empero, antes de pisar el terreno, revisaban las hierbas cuidadosamente con sus bastones para espantar a los reptiles. Ya habían visto a algunas minute snake{8}, diminuta víbora de veinte centímetros de longitud y tres o cuatro milímetros de diámetro, y piel amarilla con manchas negras, que en noventa y seis segundos mata al hombre más robusto.

Además habían visto numerosas bis-cobra; estos enormes lagartos de repugnante aspecto, erizados de agudas escamas, con la lengua dividida en dos dardos córneos, son tan temibles como las más peligrosas serpientes, pues están dotados de un veneno activísimo.

Mientras en la costa del mar reinaba un silencio casi absoluto, en aquella jungla saturada de humedad, se oían mil rumores; insectos que chirriaban, aullidos lejanos, rugidos, toses.

Entre las hierbas se veían correr batallones de hormigas blancas, de cuerpo grande, cabeza amarilla y dotadas de una fuerza increíble. Nada puede resistir a las invisibles mandíbulas de estos pequeños seres, que reducen a polvo los materiales más resistentes, socavando cimientos y derrumbando casas.

También había escolopendras, ciempiés de exageradas dimensiones, tan venenosos como el escorpión africano. Se veían más allá gigantescas arañas peludas capaces de devorar un pájaro pequeño, que Sciapal se apresuraba a abatir con su garrote.

Acababan de recorrer quinientos o seiscientos metros, cuando el perro se detuvo dejando oír un sordo gruñido.

-¿Algún animal? -preguntó Alí, armando precipitadamente una pistola.

-Ahora lo sabremos…

Sciapal apartó con precaución las ramas que le obstruían la visual, para retirarse apresuradamente, murmurando con voz quebrada:

-¿Una malapamba!

-¿Qué es una malapamba?

-Una enorme serpiente como las que se encuentran en la selva de mi país.

-;.Son peligrosas?

-No por su veneno, sino porque son capaces de triturar a un ser humano con su cuerpo.

-Veámosla.

Alí apartó las ramas y al pie de un mangal vio una serpiente tan larga y poderosa que le hizo retroceder. Debía medir por lo menos seis metros y medio de longitud, y su piel estaba cubierta con escamas verdes de borde oscuro.

El enorme reptil estaba devorando a un perro salvaje, una especie de chacal de pelambre corta, rojiza, casi tan grande como un lobo. Ya había tragado la mitad y se esforzaba por engullir el resto dilatando su boca lo más posible. Estas serpientes al par de las tamul venganati, que tienen también de cinco a siete metros, son capaces de devorar presas diez veces más voluminosas que ellas, tanta es la elasticidad de su estómago.

-No valdría la pena atacarla, pero se ha acomodado al pie de un mangal, y por nada del mundo dejaría esos frutos -dijo Alí-. Dame tu hacha, Sciapal.

—No la mates, patrón -dijo el hindu-. Puede triturarte.

-No será tan ágil con el estómago lleno.

Tomó el hacha y se acercó al reptil. Este, turbado en su laboriosa digestión, alzó la cabeza y le lanzó una mirada

llameante, pero molesto por los restos del perro que no podía alcanzar a ingerir totalmente, no resultaba enemigo peligroso. Alí, nada atemorizado por los agudos silbidos

que lanzaba, con dos golpes de hacha la dejó sin vida, partida en tres trozos.

-¡Vete al demonio! -exclamó limpiando la hoja del hacha sobre las hierbas-. Ayúdame a recoger las frutas, Sciapal.

Tras haber recolectado los deliciosos ham, o mangos, los dos hombres continuaron avanzando por la selva, pues deseaban cazar algún animal comestible antes de regresar a la playa.

Pero aquella parte del bosque no parecía ser frecuentada ni por aves, ni por ninguna clase de cuadrúpedos.

Comenzaban ya a desesperar y estaban por retornar a la costa, cuando repentinamente Pandú se detuvo, plantándose en medio del sendero.

-Nuestro bravo animal ha oído algo -exclamó Alí empuñando las pistolas.

-¿Habrá olfateado el paso de alguna presa de cazó? -preguntó Sciapal levemente inquieto.

-¡Silencio!

Pandú continuó escuchando con una inmovilidad absoluta. Estuvo así durante algunos minutos, y luego se volvió hacia su amo agitando la cola y lanzando un gemido imperceptible.

Alí lo acarició, diciendo a Sciapal:

-Si Pandú no se atreve a avanzar y no ladra, quiere decir que es algo peligroso.

Conozco bien a mi perro, es valiente pero está dotado de una fuerte dosis de prudencia, y nunca expondría a su amo a un peligro.

-Patrón -susurró Sciapal sorprendido por la extraña conducta del perro-. ¿Habrá olfateado a los salvajes?

-Eso temo -contestó Alí-. Retirémonos; me siento más seguro en la costa, donde podremos buscar refugio entre los escollos, que aquí, donde es fácil tendernos una emboscada, o matarnos a traición a flechazos.

-Rápido, patrón, Pandú comienza a dar muestras de inquietud.

En efecto, el inteligente animal no se hallaba tranquilo; venteaba el aire, giraba bruscamente sobre sí mismo y alzando las orejas escuchaba, saltando luego hacia su patrón y aferrándolo con los dientes de la chaqueta, parecía invitarlo a huir.

Convencidos de que en la selva se ocultaba alguna

banda de salvajes, Alí y su compañero se pusieron en marcha retirándose hacia la costa. Pandú los precedía, señalándoles el camino, y en tal forma no había peligro de que se extraviaran.

El animal se apresuraba cada vez más, luego, viendo que había dejado a sus espaldas al patrón, volvía sobre sus pasos, mirándolo con ojos que parecían humanos, como si quisiera decirle:

-¡Más rápido! ¡Más rápido!

El anglo-hindú y Sciapal hubieran deseado redoblar el paso, más no se atrevían por temor de llamar la atención de los salvajes Empero a causa de la espesura de las malezas, se veían obligados a abrirse camino a hachazos. Habían recorrido medio kilómetro, volviendo repetidas veces las miradas hacia atrás, cuando Sciapal, que tenía el oído finísimo, se detuvo diciendo:

-Detente aquí, patrón. Las malezas nos cubren perfectamente.

-¿Qué has visto?

-Nada, pero he oído.

-;.Los salvajes?

-Escucha: caminan paralelamente a nosotros.

Alí apoyó un oído contra el suelo, conteniendo la respiración.

Un rumor vago, que parecía producido por la marcha

de numerosas personas, llegó a oídos del anglo-hindú. Sciapal distinguía claramente los distintos sonidos, las

hojas secas pisadas, el susurro de los pasos sobre las ramas.

-¿Oyes, patrón?

-Sí -contestó Alí-. Se acercan por la floresta.

-¿Nos habrán descubierto?

-.Escuchemos.

Volvió a apoyarse sobre el suelo, pero no oyó nada.

-Mala señal -murmuró-. Si se han detenido, quiere decir que advirtieron nuestra presencia.

-Quien sabe.

-Sospecho que nos están siguiendo.

-Lo sabremos a tiempo -exclamó Sciapal incorporándose vivamente.

-¿Cómo?

-Mira aquellos monos colgados de los árboles…

-¿Qué tienen que ver esos tebanga con los salvajes que nos están cazando? -inquirió Alí con cierta sorpresa. -¿No ves que tranquilos están? -En verdad no se mueven.

-Si los salvajes se acercaran, huirían, patrón. Mientras estén tranquilos, nada tenemos que temer.

-Entonces, Sciapal, podemos considerarnos desafortunados; han advertido que se acercan enemigos, pues se están preparando para ponerse a salvo.

En efecto, los pequeños y asustadizos monos tras haberse detenido una fracción de segundo, saltaron de rama en rama hasta perderse en la espesura.

-¿Qué dices ahora, Sciapal?

-Que haremos bien en reiniciar la marcha.

-Tienes razón -convino Alí-. A la playa, corriendo, y sin abandonar las armas.

Incorporándose salieron de la espesura y se echaron a correr.

No habían recorrido cincuenta pasos cuando oyeron resonar a sus espaldas feroces gritos.

Alí se volvió, viendo una docena de negros horrendos, que saltaban con la agilidad de canguros, agitando largas lanzas nudosos bastones. Algunos también llevaban arcos y flechas.

-¡Rápido! ¡Rápido! -gritó el capitán de. la Djumna.

Corrían velozmente, precedidos por Pandú quien les indicaba el camino, que no hubieran podido encontrar en otra forma.

Cuando se adelantaba demasiado, el perro volvía sobre sus pasos y ladraba ferozmente, mostrando los dientes a los salvajes.

Viendo al gigantesco animal con la pelambre hirsuta, y siendo la raza canina desconocida en las Andamanas, los salvajes se mantuvieron a prudente distancia, tomándolo por alguna fiera desconocida.

Alí y Sciapal aprovechaban aquellas súbitas detenciones de los andamaneses para ganar terreno.

Comenzaban a perder el aliento, cuando entre las plantas advirtieron la superficie del mar.

-Ya no podía más -dijo Alí con voz destrozada-. Por poco que hubiera durado esta carrera, habría caído totalmente exhausto …

-;.Dónde nos refugiaremos? -preguntó Sciapal.

-En la escollera.

Con un último esfuerzo llegaron a los confines del bosque, y en dos saltos estuvieron entre los canales que la marea alta comenzaba a cubrir.

-Allá, sobre aquel más alto -gritó Alí indicando una roca que se alzaba a trescientos metros de la playa-. ¡Un último esfuerzo!

Pasaron por encima de un banco de arena y se introdujeron entre las rocas, trepando a la cima del escollo, donde ya Pandú ladraba alegremente.

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