Capítulo 10

LA TRAICIÓN DE SOKOL

Ya se había puesto el sol y la luna aparecía lentamente en un cielo completamente limpio de nubes y tachonado de estrellas.

Con la esperanza de poder cazar desde el dirigible, el germano no había hecho tomar altura al “Germania”, que se deslizaba lentamente.

— En estos parajes debe haber una caza abundante; nos daremos el placer de dispararles sin bajar a tierra. Mientras los negros dormían tirados sobre sus colchonetas, nuestros amigos, acomodados junto a la barandilla, atisbaban con las armas listas.

Para pasar el tiempo habían encendido sus pipas, alternándolas de cuando en cuando con algún vasito de vino. Aun el árabe, a pesar de las leyes del profeta, saboreaba con gusto el licor.

— Veo un río muy largo en el horizonte -dijo el germano.

— Y yo una población importante, algo más al Sur -añadió el árabe.

— Entonces entramos ya en el territorio de los Ruga-Ruga, los feroces bandidos de Niungu. Debemos ser muy prudentes, amigos.

— ¡Miren!

— ¿Qué es lo que ves?

— Unos animales enormes que avanzan hacia el río.

— ¡Son elefantes!

Seis o siete animales gigantescos, de grandes orejas y largas trompas, salían de la selva en dirección al río, conducidos por un macho de enorme tamaño.

Como el viento era muy débil, el “Germania” no llegaría al lugar donde estaban los paquidermos en menos de quince minutos. Cuando el “Germania” llegó a la costa del río, Heggia arrojó el ancla, enganchándola en las ramas de un baobab.

Los elefantes se habían metido en el agua y jugaban entre ellos; se perseguían unos a otros arrojándose agua con las trompas, como si fueran chicos traviesos.

— ¿Podremos dispararles desde aquí? -preguntó el germano a Sokol, que en un tiempo había sido cazador de esos animales.

— No haríamos otra cosa que espantarlos -contestó éste.

— ¿Qué nos aconsejas hacer?

— ¿Quieren hacer una cacería emocionante?

— Desde luego.

— Entonces desciendan y vengan conmigo, pero de a uno por vez.

— ¿Por qué quieres que bajemos solamente de a uno?

— Porque si fuera más de uno sería contraproducente.

— De acuerdo. Así lo haremos.

Una vez arrojada la escala, el germano y Sokol tomaron sus armas e iniciaron el descenso.

— Sígame, patrón -dijo el negro una vez que estuvieron en tierra-. Lo llevaré a un lugar desde el cual podrá disparar sin correr ningún riesgo.

Sokol hizo un largo recorrido por el bosque, tratando de tomar un desvío para no llamar la atención de los animales, hasta que por último llegaron a una gigantesca higuera de las pagodas.

— Permanezca aquí, patrón -dijo el negro.

— ¿Dónde están los elefantes?

— A unos doscientos metros.

— ¿Por qué quieres que me quede aquí?

— Yo los haré venir para este lado.

— Trata de no exponerte demasiado.

— No tema por mí -respondió el negro.

Se alejó corriendo, pero en lugar de dirigirse al río, donde estaban los animales, tomó hacia el norte.

Diez minutos después se detenía delante de una empalizada formada alrededor del tronco de un gigantesco baobab.

— No me había equivocado -dijo-. Ahora el germano es mío.

Saltando la empalizada se encontró junto a un grupo de carpas que, por estar ocultas bajo los árboles, habían escapado a la mirada de los aeronautas.

Al instante aparecieron dos negros y un árabe armado con fusil, que apuntando con su arma a Sokol le preguntó:

— ¿Quién eres?

— Un hombre de Altarik -respondió éste-. Guío la expedición de El-Kabir.

El árabe hizo un gesto de asombro.

— ¿El-Kabir ya está aquí?

— A pocos metros.

— ¡Eso es imposible!

— Hemos venido en dirigible.

— No sé qué es eso.

— Luego lo verás.

— ¿Qué es lo que deseas?

— Ayudarte a capturar al jefe de la expedición.

— ¿Quién es?

— Un germano. ¿No te ha dado ninguna orden Altarik?

— Sí. Me ha encargado de vigilar las rutas y tratar de detener la caravana de El-Kabir.

— El jefe de la expedición está a quinientos metros de nosotros.

— Lo tomaremos prisionero y nos dividiremos la recompensa ofrecida por Altarik.

¿Cómo te encuentras tú con ellos?

— Altarik me ha dado dinero para impedir que El-Kabir llegue al Kassongo.

— ¿Cómo has podido unirte a la expedición?

— Yo soy un sirviente de El-Kabir.

— Comprendo -dijo el árabe-. Me gustaría capturar a todos los que venían en el dirigible.

— Lo probaremos, aunque me parece difícil conseguirlo. De todas maneras, capturado el jefe sus compañeros lo buscarán y, al hacerlo, perderán tanto tiempo que Altarik podrá llegar cómodamente hasta el Kassongo. ¿Dónde se encuentra él ahora?

— Pasó por aquí hace tres semanas, de manera que debe estar cerca del lago Tanganyka.

— Ya está muy lejos.

— Avanza a marcha forzada. Además todos sus hombres van montados.

— Bueno, vamos a capturar al germano, o se impacientará y regresará al dirigible. Altarik ha prometido mil rupias por cada prisionero, y yo no quiero perderlas.

El árabe golpeó la manos y al instante numerosos hombres salieron de las carpas.

— Tomen sus armas y síganme -dijo el árabe-. Vamos a efectuar un ataque.

Diez minutos después Sokol y el árabe se ponían en camino seguidos de doce negros armados hasta los dientes.

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