CAPÍTULO IX

EL RAYO ENTRE DOS FUEGOS

Mientras Morgan, sin esperar mayores explicaciones, daba orden de cargar velas y poner la proa a Matanzas, el hamburgués y sus hombres subían rápidamente a bordo.

La ballenera se izó por medio de sus poleas atadas en las grúas.

-¿Graves noticias? -preguntó Morgan llevando al hamburgués al puente de mando.

-El Duque ya sabe que el Corsario está a bordo de “La Alhambra”, señor -dijo Van Stiller.

-¡Me lo había figurado! ¿Y dónde está esa nave?

Ha tocado en La Habana; así que no puede tardar en llegar.

-La asaltaremos en seguida.

-Pero no en estas aguas, señor. El Duque está a bordo de una fragata.

-Todavía no -repuso Morgan-. Hemos hecho un viaje rapidísimo y sin despertar sospechas. Estoy convencido de que aún nos creen en el golfo de Campeche, y de que…

Le cortó la palabra una voz que partía de la cruceta del palo mayor.

-¡Cuidado! -había gritado el gaviero de guardia-. ¡Fanales a proa!

-¡Muerte y sangre! -exclamó Morgan-. ¿Serán los fanales de “La Alhambra”?

-¡Y estamos sólo a tres millas de Cárdenas!… -exclamó el hamburgués palideciendo-.

¡Ya me parece vernos encima a la fragata!

-¿Ves la nave? -gritó Morgan por el portavoz.

-Sí; vagamente -repuso el gaviero.

-¿Sale de Matanzas?

-No; me parece que viene de Poniente.

-¿Y se dirige aquí?

-Hacia Hicanos.

-¡Entonces, no puede ser más que “La Alhambra”! -dijo Morgan apretando los dientes.

-No la dejemos entrar en Cárdenas, o tendremos encima dos naves en vez de una -

dijo Van Stiller.

-La obligaremos a tomar rumbo hacia alta mar -dijo Morgan-. La fragata nos estorbaría en este caso.

Tomó de nuevo el portavoz y volvió a gritar:

-¡A sus piezas de artillería, y los demás, a sus puestos de combate!

Rechazó al timonel y empuñó la rueda del timón, mientras los artilleros encendían las mechas, los arcabuceros se parapetaban detrás de las bordas, en el castillo de proa y en las cofas, y los hombres de maniobra, en los rizos de las velas y en los gallardetes.

Los dos fanales divisados por los gavieros del palo mayor comenzaban ya a vislumbrarse desde el puente de El Rayo.

Se destacaban claramente en el fondo tenebroso del horizonte, reflejándose en el agua con vagos temblores, que ora se alargaban como si debiesen tocar el fondo del mar, ora se encogían.

Por su dirección, se comprendía a primera vista que aquella nave trataba de dar vista al cabo Hicanos para entrar en Cárdenas.

-¿La ves? -preguntó Morgan a Van Stiller.

-Sí -repuso el hamburgués.

-¿Qué te parece?

-Es una hermosa nave de tres palos, con el altísimo castillo de proa.

-¿Será la corbeta?

-Esa es una mala noticia. ¡Dos naves, y salvar al Corsario! ¡Difícil empresa!

-Corramos hacia La Habana, señor. Antes de que la fragata se mueva, ya habremos libertado al Capitán.

-¿Y tú crees que no habrá naves en La Habana? Acaso las haya hasta en Matanzas.

-¿Qué hacer entonces?

-No nos queda más sino obligar a “La Alhambra” a ir hacia La Florida. ¡Oh!… ¡Si estuviese cierto de encontrarla esta noche!… ¿No has podido saber si había ya salido de

La Habana?

-Los pescadores a quienes interrogué lo ignoraban.

-No importa -dijo Morgan tras una breve vacilación-. Iré a buscarla hasta frente a La Habana, si es preciso, y la obligaré a remontarse en alta mar.

Y cogiendo el portavoz, ordenó: -¡Encended los fanales, y dos gavieros a las crucetas!

Luego bajó a cubierta y se colocó junto al piloto para dirigir personalmente la nave, porque sabía que la costa estaba amenazada de islotes y de bancos de arena muy peligrosos.

El viento era favorable, tanto para El Rayo cuanto para una nave que viniese de La Habana, ya que soplaba del Sur.

Doblada la punta de Hicanos, Morgan dirigió El Rayo hacia Poniente, de modo, sin embargo, que pudieran pasar frente a Matanzas, ya que se podía dar el caso de que “La Alhambra”, por temor a ser seguida por alguna nave filibustera, se hubiese refugiado en aquel puerto esperando el alba.

-Confiemos en que no esté -dijo Morgan a Van Stiller, que iba a su lado-. Me disgustaría dar la batalla bajo la costa y a tan poca distancia de La Habana y de Cárdenas.

Los cañonazos alarmarían a todas las guarniciones y podría echársenos encima una escuadra entera.

-Dudo mucho, señor, que una corbeta pueda tomar tantas precauciones. Tales naves ordinariamente van bien armadas y provistas de numerosa tripulación.

-A los españoles debe de interesarles mucho no perder al caballero, y por temor de vérselo arrebatar, habrán tomado infinidad de precauciones.

-¿Crees que sospechan nuestra presencia en estas aguas?

-Hay mucha obscuridad para poder distinguirla; pero me parece que más tiene apariencias de nave de guerra que de barco mercante.

- Si estuviera seguro de tener que habérmelas con “La Alhambra”, no vacilaría en atacarla.

- ¿Y la fragata? Aún estamos demasiado próximos a Cárdenas, señor.

-Pudiera ser que llegara cuando todo hubiera acabado.

-Tenía las velas plegadas, y dispuesto a marchar.

-Entonces, contentémonos con dar caza a esta nave. Con el alba veremos lo que nos conviene hacer.

Morgan llevaba El Rayo hacia la costa, cortando el viento cuanto podía para impedir a la supuesta corbeta virar de bordo y refugiarse en el cercano puerto de Matanzas. Le era necesario alejarla de la playa, para poder capturarlas más tarde, fuera del alcance da la nave da Wan Guld. Hombre valiente en cosas del mar, Morgan estaba casi seguro del resultado.

Dejó que El Rayo continuara su ruta hacia Matanzas, y virando bruscamente de bordo para recibir el viento por la popa, se dirigió sobre la nave a fin de amenazarla por el costado.

Aquella sospechosa maniobra debía de haber alarmado a los españoles. Temiendo la aparición de los filibusteros, apenas notaron que El Rayo tenía intenciones de abordarlos pusieron la proa al Norte, único camino de huida que tenían.

Morgan había maniobrado de tal modo que les impedía la entrada en Cárdenas y el retroceso hacia Matanzas. Teniendo el viento en su favor, podía cortarles el camino por Levante y por Poniente.

La nave española, aunque huyendo, había disparado un tiro al aire para intimar a la filibustera a detenerse y darse a conocer.

-¡Que nadie responda! -ordenó Morgan. -¡Soltad todas las velas, y démosle caza!

Viendo que El Rayo no obedecía a su intimación y, antes bien, trataba de acercársele, la española lanzó al aire dos cohetes y dio fuego a sus ocho piezas de artillería.

Aquella descarga sólo podía tener un objeto encontrándose El Rayo aún fuera del campo de tiro: advertir a la guarnición de Cárdenas el peligro en que se hallaba y pedir ayuda a la fragata.

El estruendo de aquellas ocho piezas debía de oírse, no ya más allá de la punta de Hicanos, sino hasta en Matanzas; acaso más lejos todavía.

Morgan había lanzado un grito de alegría.

-¡El Corsario está a bordo de esa nave!

-Sí -dijo el hamburgués, que a la luz de los fogonazos había podido ver la embarcación.

- ¡Es la corbeta!

-¡Ya no se escapa!

-Pero nos ha descubierto, señor. Dentro de poco tendremos aquí a la fragata de Wan Guld.

- ¡Daremos batalla a entrambas, si fuera preciso! Pero creo que cuando llegue, ya no flotará la corbeta. ¡Hombres del mar!… ¡El Corsario está allí!… ¡Vamos al abordaje!

Un alarido inmenso estalló a bordo de la filibustera:

-¡Viva el Corsario!… ¡Vamos a salvarle!…

“La Alhambra” -porque ya no había duda de que se trataba de aquella nave- huía hacia el Norte con todas las velas sueltas, como si tuviese intención de buscar un refugio entre las muchas islas e islotes que rodean a La Florida.

Sabiendo que estaba peor armado que El Rayo y menos fuerte, no había osado empeñar la lucha, dudando acaso de la pronta intervención de la fragata. Interesándole sobre todo no perder el prisionero, intentaba por el momento huir de la caza de la filibustera.

-Por lo demás, tenía excelentes condiciones náuticas y un velamen capaz de competir con las más rápidas naves del golfo de México.

Morgan se había convencido pronto de que tenía ante sí una verdadera nave de carrera, porque El Rayo, a pesar de llevar todo su trapo al viento, no había logrado, al menos al principio, ganar terreno a su adversaria.

-¡Muerte y sangre! -exclamó-. ¡He ahí una nave que nos hará correr, y que no se dejará alcanzar tan fácilmente! ¡Pero, bah! ¡Nuestro Rayo acabará por cazarla! ¡El halcón dará cuenta de esa golondrina de mar!

- ¡Hemos encontrado la horma de nuestro zapato, señor!-dijo Van Stiller.

- Sí, por el momento. Pero ya encontraremos medio de meterla entre el laberinto de islas de La Florida y obligarla a aceptar combate. Será cuestión de algunos días. ¿No ves nada a popa? Esa fragata me da mucho qué pensar.

-He visto algunos cohetes elevarse por la parte de Cárdenas.

- Entonces, la fragata se ha puesto o va a ponerse en movimiento

-dijo Morgan, plegándosele la frente de arrugas.

-¡Esto amenaza ser más serio de lo que parecía!

-¿Y no ves fanales?

-Por ahora, ni un punto luminoso -repuso Van Stiller.

-¿Será también buena velera la fragata? Eso es lo que más me preocupa.

-Nos bastarían pocas horas de ventaja, señor Morgan, para echar a pique la corbeta.

-Ya lo sé; pero la cuestión es tenerla. Si pudiera desembarazarme de “La Alhambra”, ya no me asustaría un combate contra la fragata. Pero hacer frente a la vez a las dos, es muy distinto. ¿No ves aún nada?

-¡Truenos de Hamburgo!…

-¿Puntos luminosos?

-Sí, señor Morgan.

-¿Dónde?

-En dirección a Cárdenas.

-¡Rayos! ¡Es la fragata que se prepara a cazarnos!

-¿Oís?

En lontananza se oía una sorda detonación, producida por una pieza grande de artillería.

-Es preciso forzar la marcha, o mañana nos veremos entre dos fuegos.

-Llevemos sueltas todas las velas.

-Haz desplegar algunos focos en el bauprés, y otros entre el mayor y el trinquete. No faltará sitio.

-Lo intentaremos, señor -dijo el hamburgués, bajando a cubierta.

Mientras los filibusteros intentaban añadir nuevas velas a su nave, “La Alhambra” se mantenía a la misma distancia de su perseguidora.

Sólo llevaba un par de millas de ventaja; pero tal espacio era suficiente para mantenerse fuera del fuego enemigo, pues no tenía la artillería usada entonces el alcance de la de nuestros días.

Su comandante no había hecho ninguna tentativa para dirigirse hacia las costas de Cuba y buscar refugio.

Comprendiendo que al cambiar de ruta perdería la ventaja del viento, había continuado su carrera hacia el Norte.

Probablemente, tenía sus motivos para conservar tal dirección. Sabiendo que el Duque se había acercado a aquellos lugares para buscar a la joven flamenca, había tomado aquella dirección con la esperanza de ser, tarde o temprano, alcanzado por la fragata y coger a los filibusteros entre dos fuegos.

Furioso de ver a El Rayo vencido en velocidad por la corbeta, cuando había creído poder abordarla en seguida y rescatar al Corsario, Morgan se desfogaba en terribles amenazas.

Ya había hecho disparar al aire dos veces seguidas un cañonazo para intimar la rendición a la fugitiva, sin que ésta se dignase contestar, y había hecho tronar los dos cañones de caza sin otro resultado que hacer mucho ruido y mucho humo.

¡Guay si en aquel momento hubiera sobrevenido el abordaje!

-¡Muerte y sangre! -exclamó Morgan volviéndose al hamburgués, que no le dejaba-.

¡Es increíble! ¡Nuestro Rayo no logra alcanzarla!

-Sin embargo, señor, me parece que algo hemos ganado -dijo Van Stiller.

-¡Echad al loch!{4} -gritó Morgan.

El contramaestre, ayudado por los marineros lanzó a popa una cuerda que tenía nudos de trecho en trecho, atada a un trozo de madera casi triangular, y la dejó caer contando los nudos, mientras uno de sus ayudantes invertía los globos de cristal de un reloj de arena de pequeñas proporciones.

-¡Alto! -gritó el marinero cuando cayó toda la arena.

-¿Cuántas millas? -preguntó Morgan al contramaestre que contaba los nudos de la cuerda.

-Once, señor.

-¡Buena velocidad, a fe mía! -dijo el hamburgués-. ¡Esa corbeta corre bien!

-¡Demasiado bien! -repuso Morgan-. ¡No logramos alcanzarla!

-¿Y la fragata?

-Aún veo los dos puntos luminosos; pero están muy lejos todavía.

-¿Será también ésa buena velera?

-Lo temo, hamburgués.

-Señor, ¿sabrá el caballero que a estas horas estamos dando caza a la corbeta?

-Es difícil de decir. Le habrán encerrado en el fondo de la bodega, acaso en la sentina. ¡Esa gente tiene la costumbre de tratarnos peor que a asesinos!

-¡Señor!

-¿Qué te ocurre?

-¿Y si le mataran?

-¡Muerte y sangre! -exclamó Morgan palideciendo-. ¡Pero no! ¡Es imposible! ¡No se atreverían! ¡Guay de ellos si no le encontramos vivo! No perdonaré ni a uno.

-Yo tengo miedo, señor Morgan, por el Capitán.

-Te digo que no se atreverán. ¡Ohé! ¡Cuidado con los bancos! ¡Dos hombres a proa dispuestos a sondear, y cuatro gavieros en las crucetas!

Las dos naves, que hacía ya seis horas corrían con extraordinaria velocidad, se encontraban en los peligrosos parajes del estrecho de La Florida.

En aquel amplio canal, cruzado por la corriente del Gula-Strean, se encuentras muchísimas islas e islotes, y hasta grandes bancos de arena que hacen dificilísima la navegación.

Habiendo observado Morgan que “La Alhambra” intentaba acercarse a aquellos islotes, creyó al momento que, desesperando de sustraerse a la persecución, su comandante tenía el intento de estrellar la nave contra aquellas rocas, o buscar algún pasaje peligroso para hacer encallar a El Rayo. Pero el español, después de haber costeado las isletas de Elbom, volvió a poner la proa al Norte, dirigiéndose hacia la isla de los Pinos.

-¡Dentro de poco, las balas de nuestras piezas de proa caerán sobre la cubierta de “La Alhambra”! -dijo Morgan-. ¡Saludaremos al alba bombardeando a la embarcación española!

-Yo ya no veo los fanales de la fragata, señor -dijo Van Stiller.

-Los habrán apagado para desotarnos.

-¿Lo creéis así, señor Morgan?

-El Duque no se escapará; te lo aseguro. Ese zorro se habrá ya hecho cargo de quiénes somos, y no nos dejará tranquilos hasta que aceptemos el combate.

-Y lo aceptaremos, ¿verdad, señor?

-¡Sí, hamburgués; y te digo que este canal servirá de tumba al asesino del Corsario Rojo y del Verde! Echada a pique “La Alhambra” y libertado el Capitán, daremos el asalto a la fragata.

-¡Ya los tenemos a tiro! ¡Artilleros, a vuestras piezas! ¡Va a empezar la música!

-¡Con tal que nuestras balas no maten a los nuestros!

-No temas, hamburgués -dijo Morgan-. Los artilleros tienen orden de no disparar sino sobre la arboladura. Una vez detenida la nave, la abordaremos.

-¡Y cuanto antes lo hagamos, mejor! -dijo el hamburgués, que observaba el cielo con inquietud-. El tiempo tiende a cambiar, y las borrascas que se desencadenan en estos parajes aterran a los más audaces marinos.

-Ya lo he notado -repuso Morgan-. El mar empieza a picarse, y el viento salta al Este.

En el Atlántico debe de haber tempestad.

Encontrando resistencia en las corrientes del golfo, que desembocan en el Atlántico siguiendo la costa meridional de La Florida, aquellas olas saltaban furiosas, provocando una fuerte resaca. No había tiempo que perder. Morgan, que no quería comprometer su nave, hizo coger los papahigos y contrapapahigos, amainar las velas de arriba y tomar algunos rizos en las velas bajas.

La corbeta, por su parte, había hecho la misma maniobra, aunque recogiendo más tela para mayor seguridad.

-Prestemos atención -dijo Morgan al piloto, que había vuelto a su sitio-. Aquí se juega no sólo nuestra piel, sino El Rayo. Si nos coge el temporal entre estas escolleras, no sé cómo podremos salir.

-Señor -dijo Van Stiller-, “La Alhambra” se lanza entre las islas.

-¡Mil muertos! ¿A dónde quiere llevarnos esa condenada nave? -gritó Morgan.

-Y vuelvo a ver los fanales de la fragata, señor.

-¡Todavía!

En aquel momento dos relámpagos iluminaron la cubierta de “La Alhambra”, y se oyó el silbido de los proyectiles. Pocos instantes después retumbó en lontananza otra sorda detonación.

-¡Es la fragata que responde! -dijo Morgan-. ¡Si dentro de una hora no hemos abordado a “La Alhambra”, no habrá salvación para nosotros!

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