Capítulo 11

Cuatro horas después, poco antes de la puesta del sol, Toby y sus compañeros dejaban el bungalow para dirigirse a explorar el terreno no azotado por el Devorador de Hombres.

Querían buscar un puesto adecuado para preparar la emboscada, y ver también las trampas preparadas por algunos hindúes valerosos, que no habían sido visitadas más a causa de los estragos cometidos por la fiera.

El rajá había puesto a sus órdenes un espléndido ruth, carro de dimensiones monumentales, originario del país, cubierto, tirado por cuatro bueyes grandes y blanquísimos.

— Probablemente con todo este estrépito, el tigre no habrá dejado su guarida -dijo Toby mientras el carro tambaleándose y tropezando se dirigía hacia los suburbios de la ciudad-.

Claro que no debemos confiar… Cuando menos se los espera, caen encima…

Lentamente el pesado carromato se alejaba del centro de la ciudad, dejando atrás gritos y sonidos, que se tornaban cada vez más débiles.

Los suburbios estaban desiertos.

Un silencio casi absoluto reinaba más allá de la muralla, quebrado tan sólo por los mugidos de los cuatro bueyes y el rechinar de las ruedas.

Pronto comenzaron los terrenos diamantíferos, que se extendían casi hasta la ciudad, alejándose en dirección al centro del inmenso altiplano, a lo largo de las pendientes occidentales de las montañas.

El terreno estaba perforado y socavado por todas partes, cubierto de matorrales en las partes abandonadas por los mineros, y con numerosos arbustos en floración.

La zona diamantífera de Pannah es la más antigua que se conoce, y también la más rica, pues sus yacimientos producen mayor cantidad de gemas y mucho más puras que las de las minas de Brasil o Transvaal.

Se extiende a lo largo de unos treinta kilómetros en torno de la ciudad de Pannah, y produce diamantes que tienen esplendores maravillosos que varían desde el blanco más puro hasta el negro, con todos los tonos intermedios de rosado, amarillo y verde oscuro.

— Quisiera poseer las riquezas que se ocultan en estos terrenos -dijo Toby, que había alzado las persianas de bambú para poder observar mejor los campos diamantíferos.

— ¿Aquí fue hallada la Montaña de Luz? -inquirió Dhundia.

— Sí, en estos terrenos -contestó el cazador-. Es una historia bien curiosa la del Koh-inoor, como fue llamado el célebre diamante. El minero que lo encontró no era ningún tonto, y suponiendo que aquel diamante podría valer una suma fabulosa, en vez de entregarlo a los capataces, lo ocultó. La empresa no era fácil pues los mineros son revisados escrupulosamente, y por su tamaño resultaba imposible tragarlo, como han hecho otros mineros en circunstancias parecidas para robar pequeñas piedras preciosas.

¿Qué hizo el astuto nativo? Con una sangre fría extraordinaria se produjo una terrible herida en la pierna, y ocultó en carne viva el diamante. Viéndolo tan lastimado los capataces lo enviaron de inmediato a su casa, donde el hombre quitó la piedra de la herida y dos semanas más tarde la vendió por diez mil rupias … , un diamante de doscientos noventa y nueve kilates, que valía millones… Empero, un agente del rajá de Pannah lo descubrió cuando estaban por sacarlo de contrabando del altiplano y obligó al poseedor a devolverlo. Desde entonces se halla celosamente guardado en el palacio real…

— Y es allí donde debemos tomarlo… -murmuró Indri en voz baja-. ¿En cuánto ha sido valuado?

— [In millón de rupias.

— Puedo pagar esa suma sin temor de arruinarme…

— Aunque pagaras el doble el rajá, se negaría a vendértelo, pues el diamante en cuestión es considerado un precioso talismán.

Mientras el cazador y los dos hindúes conversaban, el ruth continuaba introduciéndose a través de los campos diamantíferos, completamente abandonados tras la aparición del terrible Devorador de Hombres.

Ya la ciudad estaba lejana y no se distinguían casi sus luces. Todo rumor habíase extinguido totalmente.

Aquellos eran los dominios del bâg el “Señor Tigre” como llaman los hindúes al terrible felino.

El vehículo había llegado al lindero de una extensión de bambú, deteniéndose.

— Sahib -exclamó el jefe de los batidores, acercándose a la portezuela-. No es muy prudente continuar con el ruth. El bâg frecuenta esta zona…

Toby alzó su carabina de caza v las municiones, saltando a tierra, seguido por Indri y Dhundia.

— ¿Nos detenemos aquí? -inquirió Indri.

— Sí. Una vez plantado el campamento, nos internaremos entre la maleza y buscaremos un sitio adecuado para construir la plataforma.. .

— ¡Qué sitio salvaje! -comentó Indri-. Ni siquiera en Baroda he visto una jungla como ésta …

— Es una de las más hermosas del altiplano -contestó Toby-, y también una de las mas peligrosas,

pues no está habitada tan sólo por tigres…

— ¿Dónde construiremos la plataforma?

— Allá alcanzo a distinguir un espacio abierto que nos servirá maravillosamente bien.

Se trataba de un calvero rodeado de tamarindos y bananeros, en el centro del cual se erguía un baniano, que comenzaba a extender sus troncos secundarios listo para cubrir todo el claro en pocos años.

De inmediato los dos criados hindúes comenzaron a trabajar para preparar la plataforma, que consistía en un simple andamiaje de bambú de cuatro o cinco metros de altura, sobre el que se cruzaban varios troncos menores que permitían la permanencia de cuatro o cinco hombres en posición más o menos incómoda.

En torno a la base se colocaron ramas con mucho follaje, para ocultar mejor su situación, y lo mismo se hizo sobre la parte superior, en forma tal que los cazadores quedaron fuera de la vista, del tigre.

Luego los rastreadores ataron una cabra, llevada especialmente como cebo, cerca del baniano, para que con sus tristes balidos atrajera al tigre a un sitio donde resultara fácil hacer blanco.

— Regresad al campamento y no os mováis de allí hasta mañana por la mañana -dijo Toby a sus dos hombres-. Si oís disparos, no os inquietéis, que seremos nosotros.

— Buena suerte, sahib -contestaron los dos hindúes, tomando sus hachas y fusiles-. Al amanecer estaremos de regreso.

Instantes después desaparecían apresuradamente bajo las plantas, contentos de volver al campamento donde contarían con la protección de las hogueras.

Toby dio vueltas en torno al baniano para reconocer el’ campo antes de subir a la plataforma, y luego trepó a la misma, reuniéndose con Indri y Dhundia.

Acomodándose en el centro de la plataforma, donde las ramas eran más sólidas, se pusieron a comer con toda tranquilidad, como si en lugar de hallarse en medio de los dominios del Devorador de Hombres, estuvieran el saloncito del bungalow, en Pannah.

El único que no parecía hallarse muy a gusto era Dhundia, que de tanto en tanto se interrumpía para

arrojar una mirada hacia el baniano, donde estaba atada la cabra.

— ¡Qué calma! -exclamó Indri-. Se diría que en esta selva no hay ni siquiera un perro salvaje, sin hablar de los chacales y antílopes…

— El tigre seguramente los habrá hecho huir… -aventuró Dhundia.

— Realmente es una noche muy tranquila -asintió Toby.

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