Capítulo 12

Desde el baniano comenzó a soplar una débil brisa. Si el bâg se encontraba allí, su agudo y selvático olor debía llegar hasta la plataforma.

— ¿El tigre seguirá en su cubil? -preguntó Indri.

— Es imposible saberlo -respondió Toby.

Durante algunos minutos el cazador permaneció inmóvil, prestando suma atención y observando la cabra que se había echado entre la maleza baja que crecía en torno al baniano.

Entre el profundo silencio que reinaba en la foresta, resonó repentinamente el ronco y siniestro rugido del bâg, el Devorador de Hombres de Pannah…

La cabra, aterrorizada, contestó con un balido tembloroso que parecía un gemido prolongado.

Los dos hindúes y el cazador se miraron; hasta el propio Toby Randall, cuyo oído estaba acostumbrado a escuchar aquel rugido en las tinieblas, se estremeció levemente.

— Se ha anunciado -dijo-. Este es el momento de conservar la calma y hacer llamado a todo nuestro valor… el Devorador de Hombres nos ha olfateado y nuestra carne parece tentarle…

Hizo una señal a dos de sus compañeros para que prepararan las armas, apartó las ramas que rodeaban la plataforma, y miró hacia el baniano.

El tigre no había vuelto a dejar oír su grito. Advirtiendo la presencia de los cazadores, se tornaba prudente…

Toby estaba seguro de verlo aparecer de un mo-

mento a otro. Tal vez en aquel momento les espiaba, oculto entre la espesa vegetación,

para darse cuenta del número de enemigos que debería enfrentar…

— ¿Lo ves? -inquirió Indri, en voz baja.

— No -contestó Toby.

— ¿Estará muy lejos?

— El rugido resonó bien cerca… No debe estar a más de cuatrocientos pasos de distancia. -¿Por dónde vendrá?

— ¿Quién puede saberlo? Tal vez en estos momentos

está girando silenciosamente en derredor del claro.

— ¿Saltará sobre nosotros? -preguntó entonces

Dhundia, que parecía atemorizado.

— Tratará de hacerlo.

— ¿Podrá subir?

— No lo creo.

La cabra había lanzado otro balido desesperado. La pobre bestezuela se había incorporado, tirando desesperadamente de la cuerda que la ataba, tratando de romperla para huir a través de la foresta.

. Así transcurrieron algunos minutos angustiosos; el bâg no se mostraba pero Toby estaba seguro de que se iba acercando lentamente, tomando toda suerte de precauciones, arrastrándose entre las altas hierbas que rodeaban al calvero.

— Debe ser un animal muy astuto -dijo el cazador, que comenzaba a sentirse inquieto-.

¿No se resolverá a mostrarse de una buena vez?

Acababa de decir estas palabras, cuando frente a él, en medio de un enorme grupo de bananeros salvajes, se volvió a escuchar el rugido de la fiera.

Casi al mismo tiempo otro rugido resonó más lejos, en dirección opuesta.

Toby hizo un gesto de profundo estupor:

— Son dos Devoradores de Hombres… -exclamó.

— Quiere decir que tanto los habitantes de Pannah como los mineros estaban equivocados al creer que tantos estragos eran producidos por un solo tigre…

Ambos tigres se llamaban, pero estaban aún bastante alejados. Probablemente querían reunirse antes de atacar a los cazadores.

De pronto se hizo un profundo silencio, y las roncos rugidos cesaron, reinando una calma amenazadora sobre el calvero.

— ¡Avanza! -exclamó aprensivamente Indri.

Toby alzó la carabina, presto para descargarla apenas se mostrara la fiera, y en ese mismo momento se escuchó bajo la base de la plataforma un ronco rugido.

— ¡Tenemos un tigre debajo nuestro! -dijo Dhundia.

— El asunto se pone feo -exclamó el inglés-. Cuidad vuestros nervios, y procurad que los disparos no fallen …

Estaba a punto de inclinarse sobre el borde de la plataforma para disparar, cuando hasta ellos llegó un balido desesperado de la cabra, y tras un rumor de cuerpos agitándose, se hizo nuevamente el silencio.

— ¡El tigre está devorando la cabra!… -balbuceó Dhundia.

— ¡Ahora se las tomará con nosotros! -repuso Indri.

— Tú y Dhundia apunten al tigre que está debajo nuestro. Yo trataré de liquidar a éste -

dijo entonces Toby.

Se incorporó para dirigirse a la parte opuesta de la plataforma, cuando un ligero temblor en la misma le hizo detener.

¡Atención! -gritó-. ¡El tigre está por saltar! ¡Calma y sangre fría!

Los bambúes continuaban oscilando, y la plataforma sufría tales sacudidas que era de temer cayera destrozada.

La bestia se abatía contra la base de la plataforma, tratando de derribarla, pues no tenía suficiente agilidad como para saltar ‘sobre la misma.

Las sacudidas se hacían cada vez mayores, y de tanto en tanto se escuchaban golpes secos, como si el bambú se estuviera partiendo ante los formidables zarpazos del animal.

— ¡Toby! -exclamó Indri-. Me parece que los sostenes de la plataforma están cediendo…

— Si caemos nos devorarán -agregó Dhundia, con acento lleno de terror.

— ¡Callad! Allí está el otro… -exclamó Toby.

A pocos pasos, mirándoles, estaba el tigre. Era un hermoso animal, enorme y de potente musculatura, uno de los más fuertes y espléndidos tigres reales que Toby Randall viera en su vida de cazador.

Entre sus potentes mandíbulas apretaba uno de los travesaños de la plataforma y trataba de triturarlo.

Al ver al inglés soltó el travesaño y se irguió, lanzando un sordo rugido, mientras todo su cuerpo se ponía tenso, para tomar envión y saltar.

Con toda velocidad Toby separó las ramas que protegían la plataforma y sacó su carabina. Pero el tigre fue más rápido. Advirtiendo la maniobra del cazador, dio un salto repentino y se aferró al borde superior del andamiaje. Su cabeza apareció a dos pasos de Indri, lanzándole en pleno rostro un aliento cálido y fétido.

Dhundia se echó hacia atrás, gritando:

— ¡El tigre! ¡Huyamos!

Pero Indri apuntó con su arma hacia el animal, en tanto que Toby, que no había tenido casi tiempo de virar sobre sí mismo, trataba de retirar su carabina del espacio abierto entre las ramas.

Un disparo resonó en la noche; era Indri, que había hecho fuego sobre el animal.

El tigre, herido con toda seguridad, pero posiblemente de ninguna gravedad, cayó a tierra, dando una voltereta y lanzando un ronco rugido de cólera y dolor. Luego, con una agilidad increíble, se arrojó sobre uno de los cuatro soportes mayores del andamiaje, derribándolo.

Casi al mismo tiempo el segundo tigre salió de la espesura, donde estuviera hasta entonces prudentemente oculto.

Atravesando el claro con la velocidad de una flecha, se dejó caer sobre la plataforma.

— ¡No soltéis las armas! -gritó el inglés.

El andamiaje se inclinó cayendo luego con un ruido

estrepitoso y arrastrando a los dos hombres y el tigre. Los dos hindúes lanzaron un grito de terror.

— ¡Estamos perdidos!

El cazador, en aquel terrible instante, había conservado la calma maravillosamente bien.

Acababa de caer a tierra, y si bien estaba algo aturdido por el golpe, se reincorporó de un salto, carabina en mano, arrojando una mirada en derredor y saltando para ponerse entre sus compañeros y el tigre.

Los dos hindúes lanzaron un grito de terror.

Los dos felinos parecían a punto de saltar sobre los tres hombres, como si se hubieran puesto de acuerdo para hacerlo al unísono.

Toby apuntó a la fiera más cercana, y disparó.

El felino profirió un terrible rugido, saltó al aire, contorsionándose, y luego cayó fulminado.

El otro, con un tremendo esfuerzo, saltó por encima de las cabezas de los tres hombres, desapareciendo en las profundidades de la jungla.

Indri se incorporó, empuñando su carabina por el caño, presto para utilizarla como maza.

— ¿Muerto? -inquirió, señalando al tigre caído.

— A tiempo. -asintió Toby, con voz no muy firme.

— ¿El otro?

— ¡Huyó!

El hindú estrechó enérgicamente la diestra del cazador.

— Te debemos la vida -dijo.

— Veamos si maté al primer tigre o al segundo -in

tervino Toby-. ¿Dónde lo habías herido tú?

— En el cuello -contestó Indri.

Se inclinaron sobre el animal y lo examinaron a la luz de la luna.

— Es el que heriste tú… -exclamó el inglés-. Tiene una paletilla perforada y el cráneo destrozado…

— ¿Entonces el que huyó está incólume?

— Sí.

— ¿Volverá?

— No lo esperemos, Indri. Perderíamos el tiempo lamentablemente. Te aseguro que para matarlo tendremos muchísimo .trabajo… Ya ha comprendido que somos peligrosos para él, y se cuidará bien de acercársenos…

— Dejémoslo partir… -intervino Dhundia-. Total el raja había prometido diez mil rupias a quien entregara el cadáver del tigre cebado… Ya ganamos el premio y tenemos a un tigre muerto …

— Es cierto -contestó Toby Randall-. Pero quiero ser honesto. No dejaré estos bosques hasta tener a la segunda fiera abatida a mis pies… El rajá estará doblemente agradecido, y… tú me comprendes, ¿verdad, Indri?

— Sí, amigo mío, y estoy de acuerdo contigo -contestó el ex favorito del gicowar de Baroda-. Aprovecharemos su agradecimiento…

— Vamos…, fabriquemos una angarilla para cargar al tigre y regresemos al campamento.

Esta noche nada nos queda por hacer…

Share on Twitter Share on Facebook