Capítulo 14

Mientras Indri y Toby iban a cazar a las dos sanguinarias fieras, el cornac Bandhara seguía con tanta tenacidad como el mejor policía británico las huellas del astuto faquir.

El hindú, al par de tantos otros conductores de elefantes, pertenecía a la numerosa casta de los ladrones, casta que nada tiene de deshonrosa a los ojos de los demás habitantes del Indostán.

Bandhara, que perteneciera a dicho gremio, era tal vez el único hombre capaz de competir con el faquir. Astuto, prudente, observador profundísimo, ágil como una serpiente y dotado de un valor poco común entre los hindúes, podía tener alguna posibilidad de atrapar a tal bribón.

Apenas abandonó a su amo, se encaminó al bazar para cumplir con la primera parte del plan trazado. Ante todo debía transformarse y luego buscaría un compañero cosa no muy difícil en un país donde los criados y siervos se encuentran a millares y piden por su trabajo solamente la comida que se les quiera dar. Entretanto, en una tienda perteneciente a una vieja hindú, se convirtió en un brahmán brigibasa. La transformación había sido completa porque esta clase de brahmanes lleva complicadas vestiduras, gran turbante que desciende hasta la mitad del rostro, collares de conchillas blancas y numerosos anillos.

Para completar su disfraz, Bandhara se había munido de un chal de algodón amarillo que dichos brahmanes siempre llevan mojados en agua, que les sirve para -refrescarse la cabeza y la frente.

Satisfecho por el traje adoptado, que le daba un aspecto majestuoso, el ex ladrón se encaminó inmediatamente hacia una agencia donde podía conseguir un criado, y tras haber revisado a numerosos candidatos, detuvo su mirada en un muchacho de trece o catorce anos, que parecía a un tiempo astuto y muy robusto para su edad.

— Este es el que me conviene -murmuró para sí-. Me comprometerá menos que un adulto, y bastará para mis planes.

— ¿Cómo te llamas? -le preguntó luego en alta voz.

— Sadras -contestó vivamente el chico.

— Está bien; te daré dos rupias y comida si me sirves fielmente… Después veremos.

El cornac pagó una rupia al agente, hizo vestir decentemente al chico, y lo condujo consigo.

— Y ahora -se dijo-, vamos a la pagoda. El faquir será bien astuto si llega a reconocerme.

Un pobre cornac nunca puede llegar a ser brahmán …

Cuando llegó a la pagoda, siempre seguido por el muchachito la multitud era enorme y rodeaba el sitio donde estaban sentados los que sufrieran la terrible prueba de la suspensión.

Con una sola mirada advirtió que el faquir había desaparecido.

— ¿Habrá sospechado que le seguiríamos? ¿Hacia dónde puede haber marchado? -se preguntó.

Primero comenzó por inquirir detalles sobre el paradero de Sitama en derredor suyo, pero al no conseguirlos no insistió. Era prudente no compometerse.

Dejando la pagoda se encaminó hacia el bazar, llegando en el momento en que el hábil bribón, transformado en juglar, se dirigía al bungalow para representar frente a Toby. Sin imaginarlo, Bandhara prosiguió dando vueltas sin tener noticias del taimado faquir.

Cuando llegó a la puerta del palacete, fue sorprendido por la noticia que le dio el mayordomo: Indri, Toby y Dundhia hablan partido, dirigiéndose hacia la jungla para cazar al tigre. El hindú no le había reconocido, por lo que Bandhara creyó conveniente conservar el incógnito.

No me conviene darme a conocer -se dijo -. Vayamos a buscar alojamiento en otro sitio; si el amo ha partido sin mí, significa que no considera necesarios mis servicios y prefiere que prosiga buscando…

Volviéndose hacia el muchachito le preguntó si sabía donde se encontraba el mejor albergue de la ciudad para pasar la noche.

— Cerca del bazar hay uno -contestó Sadras-. Lo frecuentan las personas distinguidas. -

Llévame hasta allí…

Estaban a punto de dirigirse al albergue, cuando los agudos ojos del cornac se posaron sobre unas huellas humanas impresas sobre el polvo, frente a la ventana principal del bungalow.

— Algunas personas se han detenido aquí. .. -murmuró-. ¡Eh! ¿Qué es esta forma cuadrada que veo impresa junto a la puerta? ¿Habrán venido juglares a dar una representación?

Tras asegurarse de que nadie le estaba mirando, se inclinó sobre la tierra y la observó atentamente. Una gotita de sangre seca se distinguía sobre uno de los escalones.

Una luz pareció iluminar su cerebro.

— ¿Habrá caído esta sangre de la espalda desgarrada del faquir? -se preguntó-. Me parece que resultaría interesante averiguar quiénes vinieron a representar frente al bungalow… Porque esta huella cuadrada y esta otra circular indican que alguien depositó una canasta y un tambor sobre el suelo… esta mañana no se veían, por lo que debe tener un significado preciso.

Volviendo sobre sus pasos, golpeó por segunda vez la puerta del bungalow.

— Quería que me dieras otra información.. . -dijo Bandhara, bendiciendo con la diestra al hindú-. ¿Cuándo partió el cazador inglés?

— Al promediar la tarde, sahib.

— ¿Ha venido alguien a buscarlo durante el día?

— Nadie, sahib.

— Sin embargo he descubierto numerosas trazas dejadas por personas distintas…

precisamente frente al bungalow.

— Deben de ser de unos juglares que vinieron para hacer el truco del canasto, sahib -

contestó respetuosamente el’ mayordomo.

Bandhara tenía suficientes respuestas. Fingiendo no dar ninguna importancia a aquel hecho, bendijo por segunda vez al mayordomo y se .alejó con el aire majestuoso y digno de un brahmán.

— Quisiera saber quienes son esos juglares -se decía para sí mismo-. Esta mancha de sangre resulta sospechosa, a menos que uno de ellos se haya, lastimado con su puñal al realizar el juego… Sea lo que sea, no pienso dejar estas huellas hasta que haya aclarado el asunto de una vez.

Una vez descubierta la pista, Bandhara estaba seguro de no perderla ni siquiera al atravesar las polvorientas calles de una ciudad recorrida por millares de personas.

Recorridos quince pasos, su aguda mirada había descubierto otra gota de sangre, mayor que la primera que acababa de secarse. Luego, metros más adelante, una tercera.

Continuó avanzando lentamente, con las miradas fijas en el suelo, hasta llegar cerca del bazar. Allí, en aquel sitio cubierto por millares de pisadas, las huellas se confundían hasta el extremo de confundir al más hábil polizonte.

En vano Bandhara se dirigió a derecha e izquierda, revolviendo el polvo con la mirada; las manchas de sangre habían desaparecido.

— Otra partida que hemos perdido -se dijo malhumorado-. Sin embargo, tengo la certeza que ese maldito faquir no ha abandonado Pannah.

Se volvió hacia el muchachito, que le había seguido sin formular preguntas de ninguna especie.

— ¿Habrá mañana alguna ceremonia religiosa? -le inquirió.’

— Sí, sahib -contestó el chico-. Se realizará el baño sagrado en la piscina construida

especialmente por el rajá y llena de agua del Ganges.

— Tú me guiarás, pues debo realizar también yo mis abluciones. Ahora vayamos al albergue.

Estaban a punto de atravesar el bazar, cuando les llamó la atención un rugido ensordecedor que resonaba en un ángulo de la inmensa plaza.

— ¿Festejos nocturnos? -inquirió Bandhara al muchachito.

— Son los encantadores de serpientes que realizan su fiesta -contestó el aludido.

— Vamos a verlos, después tendremos tiempo de dormir -exclamó el falso brahmán, agregando para sí-: El faquir también es encantador de serpientes, y posiblemente forma parte de esa comitiva…

La procesión avanzaba lentamente, precedida por dos hombres vestidos con toda aparatosidad, que llevaban con esfuerzo un enorme tambor, adornado con plumas de pavo real.

Seguían unos cuarenta músicos que hacían un ruido ensordecedor.

Detrás marchaban cuatro o cinco docenas de encantadores de serpientes semidesnudos, que manejaban impunemente terribles cobras, víboras gulabi y otros reptiles no menos peligrosos.

Seguían después numerosos hindúes que llevaban recipientes llenos de leche para ofrecer a los ofidios, mientras que de las casas vecinas salían numerosas personas con cuencos y recipientes de toda clase para dar de beber a las víboras.

Una vez llegado a la plaza, el cortejo con antorchas formó un inmenso círculo, encerrando en medio a los encantadores y sus serpientes.

Depositadas las canastas y vasos en tierra, tras algunas plegarias elevadas al dios Krisna, dejaron en libertad a los reptiles, que se precipitaron ávidamente hacia los recipientes llenos de leche.

La escena era extraña y salvaje. Todos esos reptiles que se enroscaban silbando y se mordían para disputarse los vasos y cuencos de leche, y aquellos encantadores semidesnudos, con sus largas barbas y turbantes rojizos bajo los reflejos de las antorchas, formaban un cuadro inolvidable.

Los músicos, dispuestos en círculo, redoblaban el estrépito, sofocando las invocaciones de los encantadores y los silbidos furiosos de las víboras.

Bandhara, que otras veces asistiera a semejantes espectáculos, no se preocupaba de aquella fiesta, sino que prestaba atención a sus actores, con la esperanza de descubrir entre los encantadores de serpientes al faquir.

Repentinamente una exclamación escapó de sus labios. En medio de los encantadores había descubierto un hombre que en lugar de estar desnudo como sus compañeros, tenía la espalda cubierta con un amplio doot de algodón amarillo.

Llevando siempre al chico de la mano, dio vuelta en torno a la plaza para acercarse a aquel hombre, que le resultaba vagamente parecido al faquir. Cuando llegó a un punto

donde le resultó más fácil estudiar al hombre, dejó escapar una exclamación de alegría:

— ¡Es él! -exclamó-. No lo dejaré más, aunque deba recorrer toda la India.

El faquir se había vuelto a transfigurar, pintándose una larga barba. Sin embargo, no había escapado a la perspicaz mirada de Bandhara.

— Por fin sabremos quién es este individuo y por qué nos ha seguido tan obstinadamente… -se dijo el cornac.

Resuelto a seguirlo hasta el fin del mundo, no lo perdía de vista un solo instante. Al llegar el cortejo a otra plaza, sus miembros comenzaron a separarse. Los primeros en dejarlo fueron él y un hindú de gigantesca estatura que llevaba una cesta que debía contener serpientes.

Los dos hombres se habían ocultado en una estrecha calle lateral, que pasaba entre miserables cabañas adosadas una a la otra. Acababan de dar unos pocos pasos, cuando Bandhara, que les había seguido, vio que el faquir se tambaleaba, para caer luego entre los brazos de su compañero.

— Resistió demasiado -murmuró el cornac-. No era posible que prosiguiera aún ahora con las terribles heridas que tiene en la espalda… ¡Demonio de hombre! Debe ser de acero…

No queriendo hacerse ver, el falso brahmán se introdujo en el umbral de una casucha, ocultando al muchachito tras de sus espaldas.

El gigante se había colgado la cesta del hombro y luego alzando al faquir que parecía haber perdido el conocimiento, continuó caminando con pasos rápidos. Luego Bandhara lo vio detenerse frente a una casucha de mezquina apariencia. La puerta se abrió súbitamente y el gigantesco individuo entró en la vivienda.

— Esa es su guarida -dijo para sí Bandhara, con acento satisfecho-. No he perdido mi tiempo…

Volviéndose hacia Sadras. que comenzaba a dormirse, le preguntó:

— ¿Sabes quién habita en esa casucha?

— No, sahib.

— Puedes averiguarlo para mañana. .. , tú eres inteligente y astuto… Procederás con prudencia, pues no quiero que sus habitantes sospechen que alguien tiene interés en ocuparse de ellos…

— Seré astuto como una cobra…

Sin hablar regresaron a la plaza del bazar y entraron en un albergue de buen aspecto.

Bandhara se hizo servir una suculenta cena y luego tomó una habitación, donde se retiró a dormir.

Cuando despertó, poco antes del alba, Sadras no estaba acostado en el camastro. que le asignaran la noche anterior.

— Ese chico es obediente y listo -dijo el cornac-. Estoy seguro que pronto tendré novedades.

Dicho esto se encaminó al bungalow, pese a que no creía encontrar a los cazadores.

Había recorrido apenas cincuenta metros, cuando vio aparecer, jadeante y transpirado, al muchacho.

— ¡Sahib! -gritó-. ¡Esos hombres se han marchado… la casa está desierta!

Bandhara se sobresaltó y exclamó:

— ¿No pertenecía a los dos encantadores aquella cabaña?

— No. La habían alquilado por dos días. Además no eran encantadores de serpientes…

Eran juglares, tenían también compañeros que les ayudaban…

— ¿Cuántos?

— Cuatro hombres y un muchacho.

— Juglares -murmuró Bandhara-. Encantadores… faquires… santones… ¿Quiénes son y por qué demonios nos han seguido? ¿Serán espías de Parvati, el primer ministro del gicowar de Baroda? Es necesario volver a encontrar a ese hombre. Vamos a la piscina del agua sagrada … tal vez esté allí.

Hizo dar de comer al valiente muchacho, y luego, envuelto en sus majestuosas ropas, se puso en camino precedido por su joven guía.

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