Capítulo 17

Sadras, fiel a su palabra, no abandonó la espesura donde se refugiara.

Desde aquel escondrijo siguió atentamente las diversas fases de la fiesta nocturna, viendo como Bandhara se mezclaba con los bebedores de bang y las bailarinas.

Luego, con una sensación de angustia -pues comenzaba a querer a su nuevo patrón-, lo vio entrar en la pagoda en el momento en que extinguían los fuegos.

— ¡Va a perderse! -exclamó para sí mismo.

Una curiosidad irresistible le empujaba en dirección a la pagoda. Quería saber qué estaba por acaecer allí dentro, para calcular si su amo se arriesgaba a algo grave.

Llegado junto a una ventana que se abría a siete metros del suelo, se detuvo para mirarla.

La luz de las antorchas se reflejaba contra los vidrios de colores, haciéndolos brillar intensamente.

Escalar aquellas paredes no era difícil, pues estaban adornadas con columnas, estatuas, figuras en relieve de la fecunda mitología hindú y multitud de elefantes con las trompas entrelazadas.

Sadras era ágil como un mono, y estaba dotado de una fuerza poco común en un niño de su edad.

Aferrándose a la trompa de un elefante, comenzó a trepar animosamente, apoyando sus pies desnudos. sobre las rajaduras de la pared.

Superada fácilmente la estatua, el chico se tomó del margen de un capitel hasta alcanzar la ventana, a la que faltaban numerosos vidrios.

Fue en aquel preciso instante cuando Bandhara hizo su primer disparo.

Con el corazón oprimido por la angustia, el chico asistió a la terrible lucha que se libraba en el interior de la pagoda, oyendo perfectamente las últimas palabras pronunciadas por el faquir.

Aterrorizado, Sadras abandonó su sitio de atalaya, se dejó resbalar por las estatuas y llegó al suelo.

En su mente había un solo pensamiento: correr en busca de los cazadores y advertirles lo ocurrido.

Aquel era el único medio de salvar a Bandhara.

A toda carrera atravesó el bosque, luego los yacimientos diamantíferos y por fin llegó a una granja que estaba a poca distancia de la ciudad donde trabajara en la cosecha de algodón durante varios meses.

— Mi nuevo patrón necesita un caballo por veinticuatro horas -dijo al criado que le abrió ante sus insistentes golpes-. Te daré diez rupias por el alquiler…

La cifra era demasiado elevada para dejarla escapar. El criado, conociendo a Sadras, no dudó un solo instante en buscar el animal.

El chico no sabía dónde podía hallarse el campamento de los cazadores, pero estaba seguro de hallarlo.

Había atravesado ya las colinas, cuando en el límite de un bosque divisó algunas hogueras encendidas.

— ¿Será el campamento de los cazadores? -se preguntó, deteniendo a su montura para hacerla descansar-. No puede ser otro, pues nadie acampa en estos parajes por temor a las fieras…

Mirando más atentamente, descubrió cerca del fuego un carromato de colosales dimensiones y algunas sombras humanas.

De inmediato azuzó nuevamente a su cabalgadura, y se dirigió hacia allí al galope.

Distaba algunos centenares de pasos de las hogueras cuando apareció ante ellas un hombre, que gritó:

— ¿Quién vive?

— Un amigo del cazador blanco -contestó el chico sin sofrenar su caballo hasta estar en pleno campamento.

El sikari de guardia apuntaba con la carabina.

Viendo que se trataba de un niño no pudo contener un gesto de estupor.

— ¿Quién te envía, muchacho? -le preguntó.

— Un amigo del gran cazador.

— ¿No temiste pasar a través de estas tierras desoladas? Aquí cazan los Devoradores de Hombres

— No tengo miedo. ¿Dónde está el cazador blanco? Traigo un mensaje para él.

— Aun no ha regresado…

— Necesito verlo inmediatamente.

— En tal caso podemos hacer señales. Si descargamos nuestras carabinas nos escucharán y vendrán en seguida para saber qué ocurre…

— Hacedlo rápido -suplicóles Sadras-. El cazador blanco os recompensará, porque es gran amigo de la persona que me envía, y lo que debo comunicarle es urgentísimo y no admite demoras de ninguna especie.

Los sikari descargaron sus carabinas al aire una y otra vez. Un momento después, en medio de la selva, resonaron uno tras otros, tres disparos.

— Deben haber comprendido que los estamos llamando -dijo el jefe de los batidores-.

Repitamos nuestra señal.

Los cuatro hombres descargaron nuevamente sus armas, y de inmediato se escucharon las carabinas de los cazadores contestando en medio de la jungla.

— Ya vienen hacia acá -dijo el jefe de los batidores-. Sus tiros resuenan más cerca.

No habían transcurrido veinte minutos desde el último disparo, cuando aparecieron Toby, Indri y Dhundia, arrastrando el cuerpo del segundo tigre.

El jefe de los sikari se apresuró a informarles. Sadras había avanzado hacia el cazador, saludándolo

con una profunda inclinación de cabeza.

— ¿Quién te envía? -le preguntó Toby.

— Un sahib que me tomó á su servicio…

— ¿Cómo se llama?

— Lo ignoro, pero tal vez el billete que traigo dice su nombre…

Sadras buscó en la faja que le ceñía los flancos y sacó un papel doblado en cuatro, que entregó a Toby, quien lo leyó apartándose de Dhundia.

Contenía pocas líneas, pero suficientes para alarmar al intrépido cazador: Sahib:

Alguien nos ha traicionado hablando de nuestra empresa al faquir. Hay enemigos que velan y espían todos nuestros actos. He descubierto su escondrijo y voy a buscarlos. Si me matan, vengadme.

BANDHARA.

Con ojos fulgurantes miró en derredor.

Indri se ocupaba del tigre; en cambio Dhundia lo miraba atentamente, como si hubiera tratado de sorprender en el rostro del cazador los diversos estados de ánimo por que pasaba.

— Se diría que me está espiando -murmuró el inglés.

Doblando el papel lo guardó en el bolsillo y se acercó a Indri, diciéndole:

— Es una notita que me envía un amigo mío. Me invita a irlo a buscar para una partida de caza…

— ¿Dónde se encuentra? -inquirió Indri mirando

fijamente al cazador y sonriendo.

— A seis kilómetros de aquí, en las minas de Kamarga… Como supo que yo estaba aquí, me pide que vaya a desembarazarlo de un rinoceronte que le estropea sus plantaciones.

— ¿Irás?

— No puedo negarme. Tú me acompañarás…

— ¿Y quién llevará las pieles al rajá? -Dhundia puede hacerlo.

— ¿No deseas que vaya contigo? -exclamó el aludido un poco molesto.

— Tu presencia en Pannah nos resultaría mucho más útil… necesitamos quien nos represente junto al rajá.

¿Durará mucho vuestra ausencia?

— Faltaremos un par de días, no te preocupes… En aquel momento Toby se sintió tirar de la manga

de la chaqueta. Era Sadras.

— ¿Qué quieres, muchacho? -le preguntó el cazador sin darle mayor importancia.

— Debo hablarte, sahib…

— Sé lo que quieres decirme -le interrumpió Toby-. ¿Quieres venir conmigo?

— Estoy. a tus órdenes, sahib.

Hizo cargar sobre la jaca de Sadras municiones y víveres, y echándose la carabina en banderola, invitó a Indri a seguirlo.

Dhundia, tras haber recomendado a Indri que regresara presto, pues junto al rajá tenían asuntos más importantes que en las selvas del altiplano, se acomodó en los almohadones del ruth con la intención de dormir un buen rato.

Sadras, viendo que Toby se encaminaba hacia la selva en lugar de encaminarse hacia los terrenos diamantíferos, se le acercó, diciéndole:

— Sahib, tenemos que ir a una pagoda que está en la dirección opuesta…

— Por ahora limítate a seguirme…

— ¿A qué pagoda aludes? quiso saber Indri, que

ya no comprendía nada-. ¿Tu amigo habita en un templo, Toby?

— Silencio, Indri -contestó el inglés-. Dentro de poco sabrás todo…

Caminaron sin hablar hasta llegar nuevamente al borde de la selva. Una vez allí, el cazador dijo a su amigo:

— Fíjate si el ruth se ha puesto en camino.

— Ya dejó el campamento y está atravesando los terrenos diamantíferos.

Toby Randall buscó un sitio reparado, pues el sol comenzaba a salir, miró en derredor para asegurarse que nadie podía descubrirlos, y luego entregó la carta de Bandhara a Indri.

Había echado una mirada a aquellas líneas, cuando de labios del ex favorito del gicowar escapó un grito, mientras su piel bronceada palidecía intensamente:

— ¡Traicionados! -exclamó con voz sofocada-. ¡Estoy perdido! Si ya conocen el motivo de mi viaje, puedo considerar que todo está arruinado…

— No, Indri, puesto que presentaremos batalla a esos enemigos misteriosos y procuraremos derrotarlos. Escuchemos ahora lo que tiene que decirnos este muchacho, que tal vez posea informaciones de gran valor… ¿Dónde dejaste al hombre que te dio este mensaje para mí?

— En la pagoda abandonada, sahib. Desde una ventana asistí a la lucha, y no dejé aquel puesto hasta que mi amo cayó derrotado por la superioridad numérica …

— ¿Bandhara capturado? -exclamaron Toby y su amigo al unísono.

— ¿Ese es el nombre de mi patrón?

— Sí.. . , cuéntanos. todo, porque afín ignoramos lo que le ha acaecido…

Cuando los dos hombres estuvieron al tanto de los acontecimientos de la noche anterior, exclamaron simultáneamente:

— ¡Tenemos que salvarlo!

— Yo estoy dispuesto a guiaros hasta la pagoda… -dijo Sadras.

— ¿Pero cómo podremos luchar contra tantos enemigos? -exclamó Indri-. Hiciste mal en arrojar a Dhundia de nuestro lado…, era un fusil más.

— Lo he alejado porque sospecho de él -contestóle el inglés-. Siento por instinto que en derredor nuestro ronda un traidor… No confío en él. ¿Y si estuviera de acuerdo con Parvati?

— Toby, creo que me abres los ojos…

— No tenemos ninguna prueba que confirme mis sospechas, pero prefiero tenerlo lejos de mí. Por eso inventé la historia del amigo que quería que fuera a visitarlo…

— Te agradezco, Toby. No solamente eres valiente, sino también estás dotado de un notable caudal de prudencia. Tú eres el hombre que necesitaba para llevar a cabo mi difícil empresa… ¿Pero ahora qué hacemos? ¿Y si mis enemigos hubieran ya informado al rajá sobre nuestras intenciones?

— Ya estaríamos presos -le interrumpió el inglés con toda calma-. Si aún seguimos en libertad, significa que nadie ha osado hablar.

— Quisiera conocer los motivos que mueven a ese faquir contra mí…

— Tal vez Bandhara ya los conoce, y por esto debemos hacer lo posible por arrancarlo de su tumba.

— Cierto. Dejemos ahora en paz a la Montaña de Luz, y ocupemos nuestro tiempo en salvar a Bandhara; el diamante no escapará, pero tu desgraciado servidor puede morir de hambre y llevarse a la tumba los secretos que ha averiguado.

— Mientras no hayamos destruído a todos los que conocen nuestro secreto, no podremos dar el golpe que nos pondrá en posesión del diamante, porque la mínima delación nos arrastraría indefectiblemente a la muerte -agregó el inglés y se volvió hacia Sadras, que le había escuchado en silencio.

— ¿Cómo te llamas? -le preguntó.

— Sadras, sahib.

— ¿Has cobrado afecto a tu nuevo amo?

— Sí, porque es bueno y generoso.

— ¿Conoces a los hombres que lo apresaron?

— A dos de ellos los reconocería entre un millar.

— ¿Quiénes son?

— Uno es un encantador de serpientes de gigantesca estatura; es el mismo que derribó a mi patrón en la pagoda, llevándolo luego al subterráneo. Se llama Barwani.

— ¿Y el otro?

— Es un juglar.

— Este chico es inteligente y podrá prestarnos importantes servicios -murmuró el inglés-. Volvamos a Pannah, Indri, busquemos disfraces que nos tornen imposibles de identificar, y luego… ¡Ah! Olvidaba a mis dos siervos… Deben estar en el bungalow del rajá. Se trata de hombres de valor y podrán prestarnos servicios incalculables…

— En el bungalow está Dhundia -observó el ex favorito del gicowar.

— Ese chico se encargará de advertirles que los necesitamos sin que Dhundia se entere…

Hicieron montar a Sadras para evitar que se fatigara demasiado, y luego se pusieron en marcha a través de los terrenos diamantíferos, avanzando rápidamente.

A mediodía entraron en la ciudad por el extremo opuesto, para evitar que alguno de los habitantes pudiera sentir curiosidad por su presencia.

— ¿Conoces a algún vendedor de ropa? -preguntó Toby al chico.

— Sí, sahib -contestó éste.

— Entonces busquemos ante todo un alojamiento apropiado. No conviene que sea un sitio muy concurrido…

Sadras, comprendiendo sus intenciones, condujo a los dos hombres hasta uno de los suburbios de la ciudad, donde había numerosas cabañas de bambú con techo de hojas de cocotero.

Toby llamó al propietario y alquiló una que estaba aislada, en medio de un huerto cultivado.

Pagó el doble de la suma pedida y tomó posesión inmediatamente.

Media hora después, Sadras volvió con dos hindúes cargados de ropas de todos colores y tamaños.

Toby, que en su calidad de europeo gustaba mostrarse generoso, compró todo el lote, diciendo que era para sus sikari.

Toby colgó un espejito de la pared y con pocos golpes de navaja se afeitó las patillas y bigotes, mientras que Indri le rasuraba la cabeza, pues los hindúes no tienen costumbre de usar cabello largo.

Hecho esto se lavó repetidas veces con el contenido de un recipiente cuyo líquido lanzaba soberbios reflejos broncíneos.

Cuando le pareció que la piel estaba lo suficientemente oscura, se puso las ropas que escogiera.

— ¿Qué te parece, Indri? –preguntó.

— Nunca vi un punjabés tan elegante -contestó sonriendo el ex favorito, y agregó-. De no haberte visto transformar con mis propios ojos, no te reconocería yo mismo…

— ¿Y tú, pequeño Sadras? El chico se echó a reír.

— Diría que no te he visto nunca con anterioridad a este momento, sahib.

— En tal caso, puedo desafiar a esos canallas. Escúchame bien, pequeño Sadras…

— Habla, sahib.

— ¿Sabes dónde está nuestro bungalow? -Sí, estuve allí con el sahib Bandhara.

— Allí tengo dos criados que responden a los nombres de Poona y Permati, dos valientes que nos serán dé gran utilidad en nuestra empresa. Debes conducir los hasta aquí sin que Dhundia sepa que he sido yo quien les llamó.

— No me dejaré ver, sahib.

— Vete, muchacho; tú eres más hábil y astuto que muchos hombres…

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