Capítulo 19

Aquel corredor, que otrora debió conducir a los apartamentos de los sacerdotes dedicados a custodiar el templo, era de forma semicircular, con las paredes adornadas de esculturas y columnas de mármol negro.

Un profundo silencio reinaba bajo aquellas arcadas, roto apenas por el ligero susurro de los pies de los cinco intrusos.

Toby había dado algunos pasos velozmente, creyendo hallar al hombre que abriera la puerta, pero nadie se veía en el corredor.

— Este silencio me inquieta -dijo Indri, que le había seguido con Sadras y los dos montañeses-. Habría preferido encontrar alguna resistencia.

— Tal vez no han osado enfrentarnos -contestó el ex favorito del gicowar-. Pero no debemos confiar, pues deben estar preparándonos alguna sorpresa.

Prosiguieron caminando cautelosamente, con las armas listas, llegando a una gradería en parte destruida que subía tortuosamente.

— ¿Qué hacemos? -preguntó Indri.

— Subamos -contestó Toby-. Veremos adónde lleva.

Subieron cuarenta escalones y llegaron a una vasta sala cuadrada, cuyo techo terminaba en cúpula y cuyas paredes ricas en esculturas estaban cubiertas por los viejos

tapices.

En aquel lugar reinaba un profundo olor a humedad, pese a que en las paredes no se advertía la menor gota de agua.

— Esta es una habitación desocupada desde hace muchos siglos -observó Toby.

Estaba por dar vuelta en torno a las paredes, cuando hasta sus oídos llegó un gemido lejano.

Creyendo haberse engañado no prestó atención pero pocos instantes después volvió a oírlo más distintamente.

Dominado por una viva emoción retrocedió hacia sus compañeros.

— ¿Habrá sido Bandhara? -se preguntó-. Ese desdichado hace cuarenta horas que no come…

El gemido se repitió con mayor claridad, pareciendo provenir del ángulo más oscuro.

Se dirigieron al rincón encontrándose frente a una enorme estatua que representaba la cuarta encarnación de Visnú; se trataba de un coloso con la mitad del cuerpo humano y la mitad de león.

Aquella estatua, de gigantescas proporciones, estaba incrustada en la pared, por lo que no podía ser quitada de allí.

— ¿Habrá alguien atrás? -se preguntó Toby.

El nuevo gemido que resonó en la habitación pareció provenir del ídolo.

— ¿Quién eres? -preguntó a gritos Indri-. ¿Dónde estás oculto?

Esta vez no fue un gemido lo que respondió, sino una voz bien conocida: la de Bandhara.

— ¡Sahib! -había dicho-. ¡Me muero!

— ¡Bandhara!

— Sí… soy yo.

— ¿Dónde estás?

Encerrado en una pequeña celda… Me muero de sed.

— No podemos verte…

— Yo alcanzo a divisar un haz de luz que penetra en mi prisión.

— ¿Acaso habrá una entrada secreta?

— Quitad la estatua…

— ¿Cómo? Se necesitarían veinte hombres para mover esta mole.

— He visto a Barwani apretar un resorte.

— ¿Dónde se encuentra?

— No sé si en la estatua o en la pared.

— ¡Busquemos! -exclamó Indri.

Los dos montañeses, Sadras y Toby se pusieron a buscar ansiosamente el resorte secreto que debía apartar a la divinidad. Pero no hallaron nada.

— Podemos demoler la pared, pero es una empresa larga -dijo Indri-. Por otra parte las pequeñas hachas de nuestros hombres se romperían contra la piedra,

— Sahib -dijo Sadras-. A dos kilómetros de aquí está la zona minera, y allí encontraremos picos en abundancia.

— ¿Y si entretanto los juglares llegan y matan a Bandhara? -preguntó Toby-: Tal vez Barwani ya ha advertido que estamos aquí.

— Iré yo con tus hombres, señor, y dentro de una hora estaremos de regreso.

— ¿Y si advierten la cuerda y la cortan?

— Poona permanecerá de guardia en la ventana.

— Confía en nosotros, patrón -dijo Permati-. Sadras y yo iremos a la mina, mientras Poona permanece en la cornisa.

Tomaron una lámpara, empuñaron los revólveres y puñales, y desaparecieron silenciosamente.

Toby se sentó junto a Indri en el basamento de la estatua.

— ¡Bandhara! -llamó Indri.

— Estoy agotado, patrón.

— Trata de reposar, que dentro de pocas horas estarás en libertad y nos ocuparemos de cazar a ese condenado faquir… ¿No oiste nada durante tu cautiverio?

— No, sahib.

— Entonces los bribones han abandonado la pagoda.

Pese a ello, ni Toby ni Indri estaban tranquilos; constantemente pensaban en la portezuela de bronce que había resistido a sus esfuerzos, y que luego se abriera espontáneamente, sin que nadie oprimiera el resorte secreto. Toby, cada vez más inquieto, se incorporó tras un momento de angustiosa espera.

— Deseo asegurarme con mis propios ojos que nada le ha ocurrido a nuestros hombres -

dijo.

— ¿Quieres ir al templo?

— No puedo permanecer aquí. Tengo tristes presentimientos.

— Si nuestros hombres se hubieran encontrado con alguien habrían hecho fuego, y las detonaciones, centuplicadas por el eco, nos hubiesen llegado…

— Volveré apenas me haya asegurado que Poona monta guardia sobre la cornisa. En el exterior debe brillar la luna y no me costará trabajo verlo a través de la ventana.

Bajando la escalera se introdujo en el oscuro corredor. Acababa de dar algunos pasos, cuando oyó delante de sí un ligero susurro; parecía que alguien arrastraba un trapo sobre

las piedras.

— ¿Es el eco de mis pasos o alguien me precede? -se preguntó.

Toby no conocía el temor; empero al hallarse solo en aquel corredor, rodeado de espesas tinieblas, una sensación extraña le dominó.

Alzando el revólver para estar más preparado para hacer fuego, continuó avanzando resuelto a resolver aquel misterio.

El sonido continuaba dirigiéndose hacia la pagoda. El cazador trató de apresurar el paso, pero aquel ser misterioso continuó alejándose con mayor velocidad.

Cuando llegó a la pagoda, la oscuridad era mucho menos intensa que antes. La luna, que alcanzara su mayor altura, proyectaba algunos haces de luz a través de los orificios abiertos en la baja cúpula, permitiendo discernir los objetos vagamente a lo largo de las paredes.

Toby miró en todas direcciones, pero nada advirtió.

— ¿Me habrán engañado mis oídos? -se preguntó-. Sin embargo, juraría lo contrario.

Se había detenido junto a la puerta de bronce, no sabiendo si debía avanzar o retroceder.

Repentinamente sintió que los cabellos se le erizaban y un sudor frío le empapó el cuerpo, una de las estatuas que decoraban las paredes había comenzado a caminar lentamente hacia el centro de la pagoda.

Era totalmente blanca, de dimensiones gigantescas, y parecía estar cubierta de pies a cabeza por un enorme paño de ese color.

— ¿Sueño o veo mal? -balbuceó el cazador-. ¿Es posible que las estatuas se muevan?

Dando un salto adelante amartilló el revólver y disparó. Al resplandor del fogonazo le pareció ver que cabezas de elefantes que estaban pegadas a la pared se apartaban para dar paso al fantasma.

La detonación resonó en toda la pagoda, levantando ecos en las cúpulas, y extinguiéndose luego en las galerías.

Al disparo siguió una risa burlona, que terminó con un silbido agudo.

Toby, terriblemente encolerizado por la burla, se lanzó hacia el sitio donde desapareciera la figura de blanco…

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