Capítulo 21

Mientras Toby y sus camaradas se dirigían para liberar a Bandhara, Dhundia, cómodamente recostado en los almohadones del ruth, regresaba hacia Pannah para presentar al rajá las soberbias pieles de los dos Devoradores de Hombres.

El custodio del ex favorito del gicowar no se sentía tranquilo. Aquella partida imprevista de Toby, la aparición del mensajero en el linde del campo diamantífero, le habían hecho entrar en sospechas.

— Han querido alejarse sin llevarme… -se dijo-. ¿Sospecharán de mí? Este inglés parece muy zorro, pero si cree poderme engañar, está muy equivocado… . Me gustaría saber si es cierto lo de la partida de caza. Ese rinoceronte y el amigo que desea librarse de él, son un invento de la fantasía británica.

Superada felizmente la línea de colinas, el vehículo atravesó los campos diamantíferos, y media hora después de la puesta del sol hizo su entrada en la ciudad.

Dhundia ordenó a los ojeadores que ocultaran las dos pieles, y se hizo conducir directamente al bungalow.

Tenía prisa en ver al mayordomo, antes de hablar con el rajá con la esperanza de obtener mayores informes sobre la partida de sus camaradas.

— El rajá puede esperar -se dijo-. Además toca a Toby presentar las pieles y cobrar la recompensa, puesto que yo no he matado los tigres.

El mayordomo había advertido su llegada rápidamente, y se había apresurado a salir del bungalow para recibirlo.

— ¿Ya de regreso, sahib? -le preguntó.

— Hemos matado a los tigres -contestó Dhundia, con tono enfático-, nuestra misión ha concluido.

— ¿Y el cazador blanco?

Dhundia hizo gesto al mayordomo para que callara, y entró en el saloncito mientras los sikari conducían el vehículo al recinto cercano al palacio.

— ¿Ha ocurrido algo durante mi ausencia? -preguntó al mayordomo cuando estuvieron solos.

— No he visto más a Sitama. Sin embargo, envió algunos de sus hombres en busca de noticias tuyas.

— ¿Y Bandhara?

— No ha regresado, sahib.

Dhundia arrugó el ceño e insistió:

— ¿No ha venido ningún inglés en busca de Toby Randall?

— No -contestó el mayordomo asombrado-. ¿Por qué me haces esta pregunta, sahib?

En vez de responder, Dhundia comenzó a pasearse por el salón dominado por una viva preocupación. Repentinamente se detuvo frente al mayordomo:

— Dime, ¿ha venido un muchacho a pedirte noticias nuestras?

— ¡Un muchacho! -exclamó el mayordomo-. Estaba junto al brahmán brigibasi…

— ¿A qué brahmán te refieres? No me lo habías dicho antes.

— Tú me hablaste de un inglés, sahib.

— ¿Quién era ese brahmán?

— Lo ignoro.

— ¿Estaba acompañado por un muchacho?

— Sí, lo recuerdo perfectamente.

— Delgado, pequeño, con ojos muy negros…

— … y con turbante rojo, y túnica azul…

— ¡Es el mismo que ha venido a buscarnos a las minas! -exclamó Dhundia iracundo-.

¡Por Siva y Visnú! ¡Toby me ha engañado!

El sikh comenzó a pasearse por la habitación mordiéndose iracundo los labios.

— ¿Quién era ese brahmán? -se dijo-. ¿Por qué me hizo alejar de Toby? ¿Y ese muchacho? ¿Dónde diablos estará ahora? Es necesario que yo, lo sepa. ¡Ah! Si esperan apoderarse de la Montaña de Luz sin mí, se equivocan…

— ¿Dónde podré ver a Sitama? -preguntó colérico Dhundia.

— Lo ignoro, sahib. Ha dejado su cabaña en la ciudad, pero trataremos de averiguarlo.

Los encantadores se han establecido en torno al lago sagrado…

— Enviarás a buscar alguno…

— Precisamente.

Dhundia se hizo servir el almuerzo, y luego fue a dormir a su habitación para descansar de la fatigas pasadas.

Hacía cinco horas que dormía, cuando fue despertado por el mayordomo que le dijo:

— Sahib, hay un oficial del rajá esperándote.

Dhundia se. vistió precipitadamente y bajó al salón donde lo aguardaba el oficial del rajá, vestido con las aparatosas ropas de los sikhs.

— ¿Tú estuviste con el famoso cazador blanco? - preguntóle el enviado del rajá al verle aparecer.

— Sí.

— ¿Dónde están tus compañeros? -Partieron para matar a un rinoceronte.

— Mi señor desea verlos.

— Ignoro cuándo regresarán.

— Es necesario que mañana estén aquí, porque el rajá dará una fiesta en su honor.

— ¿Y si no pudieran llegar a tiempo?

— Cada deseo de mi señor es una orden, y todos deben obedecer. A mediodía serán recibidos en el salón del trono.

Dicho esto el oficial se marchó y Dhundia quedó solo.

— ¿Dónde encontrarlos? -se preguntó-. Si no obedecen al rajá, es capaz de expulsarlos del reino, y en tal caso el diamante quedará perdido. Temo que nuestros asuntos corran peligro de estropearse…

Estaba por volverse a su habitación cuando entró el mayordomo seguido de un encantador de serpientes.

— Este hombre es un enviado de Barwani-dijo el servidor.

— Tengo una noticia que debe interesarte, sahib -dijo el encantador-, el cornac Bandhara ha caído en nuestras manos.

— ¿Lo habéis matado? -exclamó Dhundia.

— Aun vive -contestó el encantador con una sonrisa

maligna-, pero pronto morirá de hambre. -¿Quién lo condenó?

— Sitama, porque el cornac descubrió nuestro secreto…

— ¿Descubrió todo? -Dhundia palideció intensamente-. ¿Acaso la brusca partida de Indri y Toby tiene algo que ver con la prisión de Bandhara? ¿Dónde se encuentra?

En la vieja pagoda de Visnú, cerca de los campos diamantíferos.

— ¿Podré hablarle sin que nadie me descubra?

— Después de medianoche, a esa hora se reúnen los dacoitas de los alrededores.

— Vendrás a buscarme a las once.

— Así lo haré, sahib. ¿Qué hacemos con Bandhara? Que muera. Podría arruinarnos el negocio.

— Piensas igual que Sitama El cornac puede considerarse cadáver.

Con un gesto indicó al encantador que podía retirarse, y salió en compañía del mayordomo. Estaba tan convencido de que Indri y Toby le habían mentido, que esperaba encontrarlos en las calles de la ciudad de un momento a otro.

Sin embargo, su búsqueda no tuvo el menor éxito. A la puesta del sol regresó, sintiéndose más preocupado que nunca.

— Si mañana no regresan el roja se enojará … Me conviene pedirle a los hombres de Sitama que los busquen.

Esa noche el encantador de serpientes se presentó en la puerta del bungalow, conduciendo por la brida dos caballos. Partiendo al galope, y atravesando las calles y plazas, casi desiertas, salieron de la ciudad, llegando, en menos de media hora al bosque.

Al ver el lugar Dhundia preguntó:

— ¿Cómo se le ocurrió buscar refugio en este templo?

— Esta pagoda está abandonada, y los habitantes de Pannah no la frecuentan; por lo tanto es un asilo seguro. Además Barwani conoce perfectamente las entradas secretas y subterráneas, por lo que no hay peligro de que queden bloqueados.

Acababan de atravesar el bosque y giraban en torno al estanque que se extendía frente a la pagoda, cuando hasta ellos llegó una fuerte detonación.

El encantador sofrenó su caballo, y exclamó:

— Ven, sahib. Tal vez Sitama esté en peligro.

El debía conocer perfectamente aquel pasaje secreto y sacando de un orificio una lámpara de aceite, la encendió, siguiendo el tortuoso camino hasta llegar a una escalera de caracol.

Al llegar al extremo superior de la escalera, el encantador se encaminó hacia una segunda galería tan estrecha, que no permitía el paso de más de un hombre por vez. Allí abrió una puerta oprimiendo un resorte secreto. Dhundia se encontró en una amplia habitación, iluminada por dos antorchas colocadas en soportes metálicos, donde había algunos camastros, instrumentos musicales nativos, cestas semejantes a las empleadas por los encantadores para encerrar sus serpientes, y abundante cantidad de armas.

— Si Sitama y Barwani no se encuentran aquí, debe acontecer algo muy importante en la pagoda.

— ¿Esta es su habitación? -preguntó Dhundia.

— Sí… ¿Pero qué significa esto? ¡Todas las cestas están abiertas! ¿Acaso han huido las serpientes?

— ¿Cuáles?

— Las que utilizamos durante las fiestas para dar exhibiciones. Había más de doscientas.

— ¿Estarán ocultas en algún sitio? -Dhundia miró en derredor aterrorizado-. Temo a las víboras…

— No te preocupes -dijo el hindú sacando una flauta de la pared-. Yo sé calmarlas.

Sígueme.

Bajaron las escaleras precipitadamente y tras recorrer un corredor en tinieblas se encontraron en la pagoda, a breve distacia de la puerta de bronce.

Dos hombres, uno de los cuales estaba munido de la correspondiente flauta que lanzaba estridentes notas, se hallaban frente a dicha puerta.

El encantador los reconoció de inmediato.

— ¡Sitama y Barwani! -gritó.

— ¿Qué estáis haciendo? -preguntó el sikh-. ¿Qué significaban esos disparos?

El faquir separó la flauta de sus labios y se acercó rápidamente a Dhundia.

— Sahib -le dijo-. ¿Dónde están el cazador blanco y el ex favorito del gicowar?

— Lo ignoro. Hace veinticuatro horas que faltan de Pannah.

— ¿No están en el bungalow?

— No.

— Algunos hombres se introdujeron en la pagoda para liberar a Bandhara.

— ¿Quiénes son? ¿Toby… ?

— No es posible… Ningún europeo les acompañaba, a menos que el inglés se haya disfrazado de hindú…

— ¿Cuántos eran?

— Cuatro y un muchacho.

— ¡Un muchacho! -repitió Dhundia-. ¿Lo observaste bien? ¿Llevaba turbante rojo y túnica azul?

— Sí, sahib.

— ¡Es él! … El muchacho que nos fue a buscar al campo diamantífero después de la muerte de los dos Devoradores de Hombres. ¿Dónde están esos hombres?

— Asediados en una sala que comunica con la prisión de Bandhara.

— ¿Ya han liberado al cornac?

— Consiguieron demoler la pared cíe su celda…

— ¿Crees tú, Sitama, que Bandhara se ha enterado d muchas cosas? ¿Sabrá que soy tu cómplice?

— Es imposible, sahib.

— Entonces si quieres tener la Montaña de Luz, deja d inmediato en libertad a esos hombres. Si a medio día no se encuentran en Pannah todo se habrá perdido.

— ¿Estarán todavía vivos? -preguntó el faquir mirando a Barwani-. Las serpientes deben haber en trado en la sala.

— ¿Puedes llamar a las víboras? -inquirió Dhundia.

— Sí, sahib -contestó el faquir-. Antes las calmaré, pues deben estar furiosas, y luego las haré regresar.

— ¿Será posible que vea a esos hombres sin que me descubran? -preguntó Dhundia-.

Quisiera asegurarme si son realmente mis compañeros.

— Lleva al sahib hasta un sitio donde le sea posible ver a esos hombres.

Luego, mientras Barwani, Dhundia y el encantador se alejaban, el faquir apretó un botón oculto en el umbral de la puerta, la abrió y comenzó a tocar nuevamente la flauta, arrancándole notas dulcísimas que invitaban al sueño.

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