Capítulo 22

Quemados los últimos cartuchos, Toby y sus compañeros continuaron la lucha utilizando fragmentos de piedras para aplastar las cabezas de los reptiles. La barricada resultaba insuficiente para detener a aquella borda ondulante; los pitónes y boas fueron los primeros en atravesar fácilmente la improvisada muralla, descendiendo hacia los hombres sitiados en la ruinosa sala.

Toby, tan furioso como los reptiles, daba valor a sus compañeros con fuertes gritos, mientras aferrando enormes bloques de piedra aplastaba a los ofidios que se le acercaban.

Cuando alguna boa se acercaba demasiado, Indri o Permati, armados de pequeños sables, se lanzaban adelante con el ímpetu que infunde la desesperación, y de un buen golpe la decapitaban.

Ya Toby había destrozado con el taco de su bota a más de una que intentara morderles las piernas. Fue entonces cuando para estupor de todos la música se interrumpió, deteniendo momentáneamente el ataque de los reptiles. Estos, tranquilizados, se habían mantenido en sus sitios, alzando y bajando las cabezas triangulares con movimientos ondulantes.

Indri, Toby y sus camaradas, aprovecharon aquel momento de respiro para dirigirse hacia el extremo más alejado de la habitación.

— ¿Nos creerán muertos? -preguntó Toby.

— No lo sé, pero las serpientes han quedado inmóviles -contestó Indri-. Parece que esperan tan tranquilas como nosotros por esta interrupción.

— ¿Cómo pueden haber reunido tantos reptiles? - inquirió el inglés.

— La explicación es facilísima -contestó Bandhara-. El faquir tiene bajo sus órdenes una verdadera escuadra de encantadores.

— ¡Calla! -le interrumpió Indri-. La música recomienza.

— Sí, y con otro tono -agregó Toby que escuchaba atentamente-. Se ha hecho más dulce.

— ¡Mirad! -gritó Permati-. ¡Las serpientes se retiran!

Efectivamente; los reptiles, tras permanecer algunos minutos inmóviles, se pusieron nuevamente en marcha, pero esta vez, seducidos por aquella música misteriosa que parecía dominarlos por completo, se deslizaron hacia la barricada, desapareciendo en dirección a la escalera.

— ¿Qué está por ocurrir? -inquirió Toby.

— Algo sencillísimo -contestó Indri-. El encantador los llama.

— Entonces nos cree muertos.

— O tan sólo nos ha querido asustar.

— Aprovechemos para marcharnos. Ya nada tenemos que hacer aquí…

— ¡Sahib! -llamó en aquel momento Permati que se había dirigido a la escalera llevando una lámpara-. ¡Las serpientes se han marchado!

— ¡Vamos! -exclamó Toby-. ¡Llevemos los picos, son mejores armas que los cuchillos!

Las notas de la flauta, dulcísimas, se alejaban tornándose cada vez más débiles.

El músico, tras haber llamado a las serpientes, las arrastraba a otro sitio para volverlas a encerrar en sus cestas.

Toby y sus compañeros, no viendo a nadie en el corredor, lo atravesaron llegando frente a la puerta de bronce que estaba nuevamente abierta.

Encantador y serpientes habían desaparecido, y el más profundo silencio reinaba en la pagoda.

— ¿Comprendes algo de todo esto, Indri? -inquirió-. ¿Por qué dejarnos en libertad cuando hubiera podido matarnos sin correr ningún peligro? Esto es algo irracional.

— Me convenzo cada vez más que el faquir busca solamente atemorizarnos…

— ¿Cómo explicas todo esto? Si tardaba un minuto en llamar a sus reptiles, a estas horas estaríamos muertos. No, Indri, nadie lanza doscientas víboras venenosas contra seres humanos, simplemente para asustarlos…

— ¿Y cómo explicas esta retirada?

— ,Sahib -interrumpió Permati-. La puerta mayor de la pagoda también ha sido abierta.

— ¡Ese bribón de faquir nos ha querido evitar el trabajo de salir por la ventana!

Demasiado gentil de su parte.

A las seis de la mañana, cuando las calles de Pannah comenzaban a poblarse de gente, llegaron al bungalow.

— ¿Dónde está Dhundia, nuestro compañero? -preguntó Toby al servidor que les abrió la puerta.

— Ayer partió en tu búsqueda, sahib -contestó éste-. Estaba inquieto por tu ausencia.

— Mejor es que así sea -gruñó el cazador-. Podremos hablar con mayor libertad. Y ahora mi bravo cornac, humedécete la lengua y habla. Espero saber por fin los motivos que tiene ese maldito faquir en perseguirnos tan encarnizadamente.

— Sahib -contestó Bandhara-. Conoce nuestros proyectos… Sabe que hemos venido a apoderarnos del Koh-i-noor…

— ¡Todo está perdido! -dijo el ex favorito del gicowar.

— Explícate mejor, Bandhara -exclamó Toby-. Necesitamos saber todo…

Cuando el cazador y su amigo se enteraron de lo que oyera el cornac la noche en que se introdujo dentro de la pagoda, se miraron con evidente temor.

— ¿Quién puede haberlos advertido de nuestros proyectos? -murmuró finalmente Toby.

— Me parece que ha sido Parvati -contestó Inri-. Ese miserable debe haber contratado al

faquir y su banda para que tornen imposible mi empresa.

— Indri -exclamó Toby resueltamente-. No podemos perder tiempo; debemos robar el diamante y huir hacia Baroda.

— ¿Y cómo haremos para apoderarnos de la gema?

— Basta que yo me entere donde está -interrumpióle Bandhara- y el resto corre por mi cuenta…

— Eso trataremos de averiguar. Yo rogaré al rajá que me enseñe su famosa Montaña de Luz. No podrá negarse a hacerlo.

— Iremos a ofrecer hoy mismo las pieles de los dos tigres…

— ¿Has traído los narcóticos, Bandhara? -dijo Toby.

— Sí, patrón. Los oculté en el hauda de Bangavady.

Acababan de comer, cuando el mayordomo les advirtió que el rajá esperaba que a mediodía pasaran por el palacio para felicitarlos por el éxito alcanzado en la peligrosa cacería.

— Nos queda una hora para prepararnos -observó Toby No quiero presentarme en el palacio con el rostro pintado.

Acababan de vestirse, cuando apareció un oficial del rajá encargado de conducirlos frente al monarca.

— Sahib -dijo el oficial haciendo una profunda reverencia frente a Toby-. Mi señor desea verte para agradecerte haber librado a Pannah de los Devoradores de Hombres, y ofrecer un espectáculo en tu honor.

— Te seguimos -contestó Toby-. ¿Ha recibido el rajá las pieles?

— Sí, sahib, ya le sirven de alfombras.

Salieron del bungalow precedidos por el oficial y la escolta. Con ellos llevaban a Bandhara, que se vistiera suntuosamente, dispuesto a servirles de intérprete en caso necesario.

Frente a la puerta principal del palacio, un nuevo destacamento les rindió honores militares.

Tras subir una espléndida escalinata de piedra blanca, entraron en un enorme salón cuya cúpula era de mosaico y sus paredes de mármol rojo con arabescos. En derredor había grandes divanes de seda escarlata, bordada en plata, y en el extremo un rico baldaquín, bajo el cual se veía un sillón de terciopelo donde estaba acomodado el rajá.

El rajá de Pannah era un hombre corpulento, de aspecto jovial, muy bronceado y sin nada de la convencional pompa que rodeaba habitualmente a los príncipes asiáticos.

Cuando Toby, tras una profunda reverencia se le acercó, el hijo de Kiscior Sing, fundador de la dinastía, le estrechó amablemente la mano.

— Soy un sincero amigo de los ingleses -le dijo sonriente- y me alegro de poder saludar al cazador más valeroso de la India Central, que ha liberado mis minas de los dos terribles

Devoradores de Hombres que imposibilitaban el trabajo en ellas. Tendrás el premio que había prometido al que matara a esas terribles fieras.

— Alteza -se apresuró a decir Toby-. Mis amigos y yo vinimos impulsados por nuestro amor hacia la caza, y no por el deseo de ganar las diez mil rupias ofrecidas de recompensa…

— Veinte mil -interrumpióle el rajá-. Los Devoradores de Hombres eran dos, no uno.

— De cualquier manera renunciamos al premio.

El rajá los miró con estupor.

— ¿Cómo podría recompensarte? -le preguntó-. Vosotros habéis desafiado la muerte.

— Quisiera una sola cosa en cambio del favor hecho: ver la Montaña de Luz.

— Un deseo que nada me cuesta satisfacer -contestó el rajá sonriendo-. Piensa en el servicio que me prestaste: en cuatro semanas perdí más de cien mil rupias y quién sabe cuántas más hubieran quedado bajo la tierra de continuar con vida los dos tigres…

— Me conformo con ver el famoso diamante, ya que se lo nombra como a una de las maravillas del mundo.

— Tal vez no se equivocan -murmuró el rajá-. Es efectivamente el más hermoso diamante que existe en Asia. Esta tarde, después de la recepción, lo exhibiré. ¿Estás satisfecho, Toby Randall?

— Gracias, alteza.

El rajá clavó sus miradas en Indri y Bandhara.

— ¿Quiénes son éstos? -preguntó.

— Dos príncipes de Baroda, amigos míos, cazadores.

— Los traerás contigo esta noche para que pueda premiarlos también a ellos.

Estrechó nuevamente la mano de Toby y desapareció tras una puerta oculta por una cortina de seda azul recamada en oro.

Toby y sus dos compañeros siguieron a un oficial indicado a través de un largo corredor adornado con divinidades indias que conducía a uno de los espaciosos patios del palacio.

Un vasto recinto circundado por galerías y palcos cubiertos de toldos para reparar a los espectadores del intenso sol, emergía en medio del espacio abierto.

Ministros, altos dignatarios, oficiales, mujeres de la corte y soldados ya hablan ocupado aquellos sitios, mientras una orquesta hacía resonar diversos instrumentos nativos.

— Vamos a gozar del espectáculo dado en nuestro honor, mientras esperamos que nos muestren el famoso diamante.

Mientras entraban al palco, el rajá ocupó su sitio en una soberbia galería cubierta de telas preciosas y engalanada con flores. Viendo a Toby y sus amigos, les saludó con la

mano, y luego hizo un gesto al capitán de la guardia que estaba en medio del circo. El espectáculo estaba por comenzar…

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