Capítulo 25

Horas atrás, mientras Toby, Indri y Bandhara se dirigían al palacio del rajá para intentar el golpe decisivo, Dhundia llamó al mayordomo con furibundos golpes de gong.

— Si no quieres perder tu parte en el botín, es necesario que antes de media hora Sitama y Barwani estén aquí, y todos los encantadores y juglares se reúnan, pues esta noche el cazador blanco se apoderará del Koh-i-noor.

— ¿Cómo?

— Eso es algo que les concierne a ellos, no a mí. Lo que yo deseo es que el diamante no escape de mis manos. En esa forma Parvati triunfará y nosotros ganaremos millones. Vete a advertir a Sitama. Entre tanto yo prepararé a Bangavady y los servidores de Toby.

El mayordomo salió precipitadamente de la habitación.

— Tratemos de no dejarnos sorprender -murmuró el bribón-. Tal vez Permati y Poona han recibido órdenes de vigilarme, y ellos conocen al faquir.

Llamando a los dos montañeses les ordenó que prepararan a Bangavady.

— ¿Partimos esta noche? -preguntó Permati.

— Sí, regresamos al bungalow del cazador inglés -contestó Dhundia-. Nuestra misión ha concluido y nada nos queda por hacer en Pannah. Y agregó para sí:

— Seguramente por aquí vendrán. Vayamos a recibirlos.

Varias veces se volvió para asegurarse que nadie los seguía, ,y luego fue a apostarse bajo un pequeño pórtico que proyectaba una oscura sombra.

No había transcurrido una hora, cuando hasta sus oídos llegó el galope precipitado de varios caballos. Abandonando el pórtico se dirigió hacia la calle principal.

Tres jinetes se acercaban con el ímpetu de un ciclón.

Al pasar bajo un farol, Dhundia reconoció al mayordomo.

— ¡Alto! -dijo cruzándose en el camino de los jinetes.

El faquir y el gigantesco Barwani que seguían al mayordomo, saltaron a tierra.

— ¿El Koh-i-noor? -preguntó Sitama acercándose rápidamente.

— A estas horas puede estar en manos de Indri.

— ¿Y nosotros?

— Debemos robarlo a nuestra vez… , si es que te interesan las rupias.

— Habla, sahib. Todos mis hombres están listos. ¿Qué debemos hacer?

— Los conducirás más allá del bastión meridional y tenderás una emboscada en el altiplano. En el momento oportuno te apoderarás del Koh-i-noor.

— Sería necesario derribar al elefante para que no nos persigan.

— Le quebraremos las patas -dijo Barwani-. Yo me encargo de eso.

— Indri y Toby no nos dejarían tranquilos de ninguna manera -exclamó Dhundia-. Es necesario inmovilizarlos para tener tiempo y franquear la frontera.

— Por eso advertiremos al rajá y los haremos arrestar.

— Perderán la vida -observó Sitama.

— ¡Qué nos interesa! A mí me basta con apoderarme del Koh-i-noor.

— Tendremos que librar combate -comentó el faquir.

— No tenemos miedo -agregó Barwani.

— ¿Quién se encargará de advertir al príncipe el camino tomado por Toby y los demás?

— Uno de .mis hombres.

— Les advertirá después que hayamos dado el golpe -observó Dhundia-. Si los guardias del rajá llegan antes que nosotros no nos apoderaremos nunca del Koh-i-noor.

— Destacaré algunos encantadores en las afueras de de la ciudad y a lo largo del

altiplano para que hagan señas al hombre encargado de dar aviso al rajá.

— Cuento contigo, Sitama.

— Cuando hayamos dado el golpe, yo huiré con vosotros, cruzaremos las montañas y el Gondwana, para llegar a Jabalpur. Allí venderemos el diamante y repartiremos el botín.

¡Ahora parte! ¡El tiempo urge!

Sitama y Barwani se lanzaron al galope a través de las oscuras calles de la ciudad.

Dhundia hizo desmontar al mayordomo y examinó atentamente al caballo.

— ¿Un buen corredor, verdad?

— Tiene sangre árabe en las venas, sahib.

— ¿A quién pertenece?

— Al rajá.

— Desde este momento es mío. El príncipe tiene demasiados para necesitar también éste.

Tú tomarás otro y te unirás a Sitama.

— Precederé al elefante y advertiré vuestra partida, para que haya tiempo de tender la emboscada.

Se dirigieron lentamente hacia el bungalow donde encontraron a Bangavady frente a la escalinata, listo para partir.

. Permati y Poona habían montado sobre el elefante, junto al pequeño Sadras.

No habían transcurrido cinco minutos cuando aparecieron Indri, Bandhara y Toby.

Bangavady, excitado por el cornac, se puso en marcha trotando rápidamente, seguido por Dhundia que galopaba cerrando la retirada.

Indri y Toby, conmovidos, no habían cambiado ninguna palabra. En vez de hacerlo escuchaban, esperando oír los gons de alarma resonando en el palacio del rajá.

— Aun no han descubierto el robo -dijo finalmente Toby, mientras Bangavady precipitaba su marcha resoplando y bufando-. Si tardan algunas horas estamos a salvo.

— ¡A salvo! No, Toby -contestó Indri con voz quebrada-. Nos cazarán… Hay algo que nos traicionará y no nos dejará pasar inadvertidos.

— ¿Qué cosa?

— Tu piel blanca.

— Había previsto tu observación, amigo mío, y por eso traigo junto a las provisiones ropas para disfrazarnos y tinturas para transformarme. Seremos dos príncipes de Holkar en viaje para Jabalpur, donde cumpliremos con un voto religioso.

Apresuradamente Toby se incorporó, y abriendo el cofre que le servía de asiento sacó dos espléndidos trajes recamados de oro y plata, y numerosas botellas llenas de tintura y hasta barbas postizas…

— ¿Y Bandhara?

— También pensé en él. En cuanto a los demás, no es necesario que cambien de piel, pues los soldados del rajá no los conocen.

El cazador, ayudado por Sadras, se lavó el rostro, el cuello y las manos con la tintura que vertiera en una palangana de plata, esperó que el viento nocturno, muy cálido, lo secara y luego se pegó una soberbia barba que le daba el aspecto de un príncipe montañés.

De inmediato se vistió con uno de los lujosos trajes.

Indri le imitó, oscureciendo más aún su piel y se vistió, haciendo luego con sus ropas y las de Bandhara que también se había cambiado, un paquete, que arrojaron en. medio de la vegetación.

Acababan de completar su transformación, cuando en lontananza, en dirección de la ciudad, resonaron algunos cañonazos y se oyó vagamente el sonido de las trompas.

— ¡El robo ha sido descubierto! -exclamó Indri ansiosamente-. ¡Ah! el corazón me tiembla…

— Estamos ya a cuatro kilómetros de Pannah, y Bangavady corre como un demonio.

— Pero todavía debemos recorrer otros trescientos

killómetros antes de llegar a la frontera.

— Los recorreremos.

— ¿Resistirá Bangavady? No puede hacer toda esa distancia en una sola jornada.

— Hay bosquecillos en este altiplano y pequeñas cuchillas, nos ocultaremos cuando no pueda más.

— ¡Mira, Toby! Parece que hacen señales…

El cazador se volvió mirando en dirección a Pannah, que ya había casi desaparecido entre las tinieblas.

Centenares de luces de bengala iluminaban el cielo, cruzándose en todas direcciones sobre las torres de las murallas y en las cúpulas de las pagodas ardían gigantescos fuegos.

De tanto en tanto resonaba la voz del cañón.

— ¿Sabes con quién se comunican los soldados del rajá? -dijo Indri a su amigo. ti

— Con los hundi de la frontera -contestó Toby, cuya frente se había nublado-. Las guarniciones de esos fortines nos cerrarán el paso. Estoy seguro que estas señales les ordenan que detengan a todas las personas que traten de entrar o salir dei altiplano.

— ¿A dónde lleva el camino que estamos recorriendo? -preguntó Toby tras algunos instantes de silencio.

— Al Valle del Senar.

— ¿Hay algún hundi en la zona?

— Dos.

— ¿Qué hacemos? -se preguntó el inglés perplejo-. Pese a que estamos irreconocibles, me resultaría muy desagradable que los soldados del rajá nos detuvieran.

— Busquemos un escondrijo en medio de los bosques. y esperemos que la vigilancia de la frontera sea menos intensa. Al no encontrarnos, el rajá se convencerá de que hemos conseguido escapar de sus estados.

— Tu consejo es bueno, Indri. Huiremos a mi bungalow que es muy poco conocido, y allí esperaremos a que los soldados lanzados tras nuestras huellas se retiren. En torno a mi propiedad hay bosques muy espesos y podremos encontrar escondite seguro. Mis hombres vigilarán entre tanto y cualquier peligro que corramos nos avisarán. Más adelante trataremos de atravesar la frontera.

Bangavady no disminuía su velocidad. El inteligente animal había comprendido instintivamente el peligro que corría su amo, y su marcha era un verdadero galope, que le abría paso a través de la espesa vegetación. Dhundia lo seguía lo más cerca posible.

Pannah ya había desaparecido en la distancia, pero se oía retumbar el cañón, y su detonación repercutía en los montes lejanos, prolongándose en valles y quebradas.

— Todos los jinetes del rajá deben estar sobre nuestras huellas -dijo Indri, que buscaba en vano ver más allá de la maleza.

— Sí, pero tenemos una ventaja notable -observó Toby-, y además este suelo ha sido pisoteado por tantos elefantes, caballos y animales salvajes, que con la oscuridad resultará muy difícil seguirnos el rastro, inclusive buscaremos cursos de agua poco profundos y los seguiremos para poder engañar mejor a nuestros perseguidores.

— Patrón -exclamó en ese momento Bandhara-. ¿No oyes nada?

— Frena al elefante. Con el ruido que hace aplastando árboles, no se oye nada.

Bandhara acarició la cabeza del coloso y lanzó un ligero silbido.

Bangavadi disminuyó su velocidad poco a poco, hasta detenerse en lo más espeso de la maleza, jadeando ruidosamente. Dhundia sofrenó también su caballo para darle un respiro.

Más allá del bosque se escuchaba un rumor sordo, semejante al producido por un escuadrón de caballería lanzado .a carrera desenfrenada.

— ¡Los soldados del rajá! -exclamó Indri, alzando la carabina.

— ¡No! ¡Es imposible! -contestó Toby-. No pueden haber recorrido veinticinco kilómetros en veinte minutos.

— Sin embargo son animales que galopan.

— El rumor se aleja hacia el este -dijo Toby-. ¿Oyes, Indri?

— ¡En nuestra dirección!

— Dejemos que corran, adelante, Bandhara, exige el máximo a nuestro elefante.

Bangavady aspiró ruidosamente el aire y luego reinició su carrera, abatiendo estrepitosamente las plantas que se cruzaban en su camino y derribando las ramas que podían lastimar a sus tripulantes.

Bandhara tenía mucho trabajo en conducir correctamente al coloso que de tanto en tanto se detenía vacilante, como si presintiera algún peligro.

Dhundia aprovechaba el surco abierto por el pasaje del enorme animal, antes de que los arbustos retomarán su posición inicial.

El silencio era profundo, empero Bangavady proseguía dando señales de inquietud.

Azuzado siempre por el cornac, el paquidermo había llegado cerca de la salida de la garganta y tomaba impulso para lanzarse al galope sobre una llanura que se abría frente a él, cuando repentinamente lanzó un fuerte berrido y se desplomó hacia adelante.

Toby, Indri y Sadras y los dos montañeses, proyectados hacia adelante por aquella imprevista caída, rodaron por tierra, mientras Bandhara tras dos vueltas en el aire, se sumergió en un torrente pantanoso hundiéndose hasta el cuello en el barro. Al mismo tiempo entre la maleza resonó una descarga, y Permati v Poona que se estaban reincorporando cayeron fulminados por la espalda.

Indri y Toby habían quedado tendidos sin dar señales de vida; en la vegetación surgió un grupo de hombres que silenciosamente se abalanzó sobre las inertes figuras, quitándoles con toda rapidez las ropas. Un grito de triunfo anunció a todos que lo que buscaban había sido encontrado.

— ¡El Koh-i-noor! ¡En retirada!

De inmediato todos se alejaron de la garganta, precedidos por Dhundia que espoleaba furiosamente su caballo.

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