Capítulo 26

Bandhara había asistido al saqueo sin poder hacer nada para impedir la fuga de los bandidos o por lo menos para castigar la traición de Dhundia. De inmediato había reconocido a Sitama y Barwani entre los asaltantes.

Debatiéndose furiosamente y aferrándose de las hierbas que crecían en las márgenes del pantano, consiguió salir del mismo.

Sin preocuparse por Bangavady que lanzaba aterradores berridos, corrió a prestar ayuda a Indri y Toby.

Los halló casi desnudos, en el sitio donde habían caído, y por un instante los creyó muertos.

Pero en seguida vio que los dos hombres no habían recibido ninguna herida, y arrodillándose les auscultó. Sus corazones latían.

Luego se quitó el turbante, corrió hasta el arroyo vecino cuyas aguas de vertientes eran casi heladas, lo llenó y volvió junto a Indri, mojándole el rostro.

Éste, sintiendo caer aquella ducha helada sobre él, se estremeció y estornudó ruidosamente.

En aquel momento una blasfemia resonó a espaldas de ambos. Era Toby que había

vuelto en sí sin tener necesidad de aquella improvisada ducha.

— ¡Por mi muerte! -gritó el cazador-. ¿Qué ha ocurrido? ¿Acaso caímos del elefante?

— Nos saquearon, sahib -contestó el cornac con voz lamentable-. ¡El Koh-i-noor está perdido!

— Por mil demonios, ¿qué dices?

— ¡El Koh-i-noor! -exclamó una voz destrozada. Era Indri que había vuelo en sí a tiempo para escuchar las palabras de Bandhara.

— ¡Habla, Bandhara! -rugió Toby.

— Dhundia y Sitama lo robaron.

— ¡Dhundia! -exclamaron simultáneamente Indri y Toby.

— Sí, estaba de acuerdo con el faquir y sus hombres…

Indri lanzó un alarido de furor y de desesperación. Acababa de comprender plenamente su desgracia, y lanzando una mirada perdida en derredor, se incorporó de un salto.

— Yo estoy perdido…, la sentencia se cumplirá irremediablemente…

— No. Las fronteras están cerradas y los ladrones no podrán abandonar fácilmente los estados del rajá. Los seguiremos sin darles un instante de tregua, aunque tengamos que recorrer toda la India. Un día los alcanzaremos y le haremos pagar a Dhundia su miserable traición.

— ¿Realmente crees que Dhundia nos vendió?

— Sí, patrón -intervino Bandhara-. Ha huido junto con los encantadores de serpientes, el faquir y Barwani.

— Estaban emboscados en la maleza, cuando caímos se precipitaron sobre nosotros, asesinaron a Permati y Poona, robaron el diamante y huyeron.

— ¡Mataron a mis servidores! -exclamó Toby con acento dolorido.

— ¿Y Sadras?

— ¡Sadras! -exclamó Bandhara asombrado por no haber pensado primero en el chico-.

No lo he vuelto a ver.

— ¿Se habrá matado al caer del hauda? -preguntó Toby-. Busquémoslo, subamos luego sobre Bangavady y vayamos a mi bungalow. Allí tengo fieles servidores que nos ayudarán a recuperar la Montaña de Luz.

— No cuentes con mi elefante -contestó Bandhara -tristemente-. Esos tristes berridos indican que su fin está próximo. Debe tener despedazadas las patas anteriores.

— ¡Maldición! ¡Todo está contra nosotros!

Se encaminaron hacia el elefante, cuyos trompeteos retumbaban en la garganta. Habían dado algunos pasos cuando Bandhara que iba al frente, cayó de bruces.

— ¡Miserables! -El cornac se incorporó de inmediato-. ¡Esto es lo que ha roto las patas

de Bangavady! El faquir hizo colocar un cable de acero a lo ancho de la garganta…

Toby se inclinó apartando la maleza, y vio una gruesa cuerda de hilos de acero trenzados.

El elefante, que galopaba velozmente, había chocado .contra el obstáculo, rodando por tierra llevado por su impulso. Los bandidos empero no habían quedado satisfechos con ello, y para asegurarse que el pobre paquidermo quedara totalmente inutilizado,’ le habían quebrado a hachazos las patas posteriores.

Bangavady, que perdía sangre a chorros por los miembros mutilados, al ver que Bandhara se acercaba alzó su trompa como pidiéndole ayuda. Berreaba sordamente y su corpachón se sacudía con vivo temblor.

=Acortemos su agonía -murmuraron Toby e Indri alzando una carabina que cayera del hauda-. ¡Pobre bestia!…

El cazador apuntó el fusil, introduciéndolo en el interior de una de las grandes orejas del paquidermo, y disparó.

Bangavady, con un esfuerzo supremo, alzó la cabeza, lanzando un espantoso berrido, y luego la dejó caer con sordo estruendo, lanzando un torrente de sangre por la trompa…

¡Había muerto!

— ¡Pobre amigo! -murmuró Bandhara, acariciando la enorme cabeza.

Toby arrojó con disgusto la carabina y miró en derredor.

— Busquemos a Sadras -dijo-. Algún día vengaremos al elefante.

Los tres hombres comenzaron a observar en torno al elefante, dirigiéndose hasta la orilla del pantano sin encontrar el cadáver del niño.

— Esta desaparición es bien misteriosa -exclamó Toby-. ¿Estaría el chico de acuerdo con los encantadores?

— No puedo creerlo, sahib -contestó Bandhara-. Ha demostrado ser tan valiente como un hombre y muy astuto. Si ha desaparecido estoy seguro que volverá.

— Más de una vez ha demostrado tener tanto valor como un adulto. ¿Sabía que nos dirigíamos a mi bungalow?

— Sí -contestó Indri-. Estaba con nosotros cuando hablamos de eso.

— En tal caso no le costará trabajo ubicarlo. Dejemos este lugar, amigo, y vamos a mi casa. No debe estar muy lejos.

— ¿Y después? -preguntó Indri con angustia.

— Yo tengo un buen elefante, y nos pondremos de inmediato a buscar al faquir y al traidor. Vamos, Indri, aun confío en que mejorará nuestra suerte.

— Sea -contestó el ex favorito del gicowar-. La lucha ha comenzado…

Poniéndose las carabinas en bandolera echaron una última mirada a Permati, Poona y Bangavady, y salieron de aquel sitio que casi les había costado la vida.

Tras una marcha continua que duró catorce horas llegaron al bungalow.

Estaban tan agotados que casi no podían tenerse en pie. El mismo Toby, acostumbrado a prolongadas caminatas a través de la selva, parecía a punto de desplomarse.

Sus servidores lo recibieron alegremente, ignorando la desgracia acaecida y el miserable fin de Permati y Poona.

— Descansemos un poco -dijo Toby a Indri-, entretanto mis hombres prepararán todo lo necesario para la persecución. Tengo un buen elefante, caballos de raza, todas las armas necesarias y cinco hombres resueltos a todo.

Tras comer un bocado, se dejaron caer en hamacas suspendidas bajo un. gigantesco tamarindo. Después de tantas fatigas necesitaban algunas horas de reposo.

Dormían tranquilamente, mientras los criados preparaban todo para partir, cuando una gritería ensordecedora los despertó.

Toby, sorprendido y muy inquieto, saltó de la hamaca llamando a sus hombres cuyas voces se oían resonar iracundas.

Diez jinetes mandados por un oficial, armados todos ellos con largas carabinas, habían invadido el patio pese a las protestas de los servidores.

El cazador dejó que su mirada paseara sobre los soldados, y simulando una tranquilidad que no tenía, preguntó:

— ¿Qué deseáis?

— He recibido orden de arrestarte con tus compañeros en cualquier sitio que te encontrase. -¿De qué se me acusa?

— De robar el Koh-i-noor.

— Es falso, porque lo pagué tres millones, un millón más de lo que vale.

— Yo nada sé, sahib. He recibido mis órdenes y las cumplo.

— No ofreceremos resistencia, pero si quieres rescatar la Montaña de Luz, no te detengas un instante.

— ¿Qué quieres decir, señor?

— Que el Koh-i-noor, ya no está en nuestras manos, porque nos fue robado esta noche por una banda de dacoitas guiada por un faquir que se llama Sitama. -¿Quieres engañarme, sahib?

— No, he dicho la verdad. Ya había hecho preparar mi elefante para perseguir a los ladrones. Mis servidores pueden confirmar estas palabras.

— ¿Hacia adónde huyeron los dacoitas?

— En dirección a la frontera más cercana.

— Si esperan cruzarla, se engañan -observó el oficial-. Todas las guarniciones de los hudi han sido advertidas y nadie saldrá de los estados del rajá de Pannah sin un permiso especial. ¿Sahib, me juras por tu honor que no tienes más el diamante contigo?

— Sí.

— Te advierto que mintiendo nada ganarías, porque he tomado mis medidas y es imposible huir de aquí. El bungalow está rodeado por otros veinte jinetes.

— Te prometo que no huiremos.

— Dos de mis hombres irán de inmediato hacia Pannah para advertir al rajá de cuanto ha ocurrido.

Un instante después ambos jinetes salían del jardín espoleando vivamente sus cabalgaduras.

— Dentro de cuatro horas estarán en Pannah -dijo el oficial dirigiéndose a Toby-, yo debo cumplir la orden recibida y arrestar a los tres. De cualquier manera me bastará vuestra promesa de no intentar huir y me limitaré a mantener centinelas en torno al bungalow.

— En tal caso podremos comer juntos.

— Gracias, sahib -contestó el oficial-. Es un favor que no puedo rechazar y así podré vigilarte mejor.

— Desearía que antes me dieras una explicación: ¿Quién indicó al rajá donde podrían encontrarnos?

— Un nativo que se cruzó con nosotros a seis kilómetros de aquí. Viéndonos pasar nos llamó, enviándonos hacia aquí.

— Era una dacoita del faquir -observó Toby-. ¡Qué astutos son estos hombres! Mientras estamos aquí detenidos cruzarán la frontera.

— No podrán hacerlo, sahib. Todos los. pasos están tan custodiados que es imposible atravesarlos. Cuatro mil jinetes recorren a estas horas el altiplano.

Toby se acercó a su amigo, que parecía aniquilado y comentó:

— El Koh-i-noor aún no está perdido, y espero que conseguiremos despellejar a esos canallas de Dhundia y el faquir … después veremos.

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