Capítulo 3

Cuando Indri regresó, la cena ya estaba preparada y la tienda de campaña había sido montada contra una enorme roca que emergía solitaria en el costado del camino.

Indri y su compañero devoraron con sumo apetito los alimentos, y luego se tendieron a poca distancia de la hoguera encendida en el centro del campamento y comenzaron a fumar, mientras el cornac se ocupaba del elefante que reclamaba con largos berridos su ración.

Una vez que la hubo devorado, Bangavady se acostó sobre un costado, apoyándose

contra la roca, mientras su conductor le arrojaba sobre la cabeza y patas numerosos baldes de agua, untándole luego con grasa para evitar que se le resquebrajara la piel.

Indri estaba silencioso, y también Dhundia permanecía con la boca cerrada. Ambos parecían dominados por una serie de diversas preocupaciones, producidas tal vez por el encuentro con el dacoita. Ya no pensaban más en la pantera, pese a que era probable que estuviera en aquel mismo instante agazapada entre las altas hierbas vecinas.

Terminado su cigarrillo, Indri se incorporó, diciendo:

— No me siento tranquilo, Dhundia… Ese dacoita me da mucho que pensar.

— ¿Un hombre solo?

— ¿Y si fuese un espía?

— Ha muerto.

— No interesa; sus compañeros pueden haber averiguado el propósito que nos guía, y tal vez nos creen poseedores ya de la Montaña de Luz…

— Para empezar es imposible que hayan sabido eso. Tan sólo nosotros dos y el gicowar estamos enterados del motivo real de nuestro viaje.

— ¿Y si alguien nos hubiera traicionado? -inquirió Indri, mirando fijamente a su interlocutor.

— Nadie habría tenido interés en hacer tal cosa…

Indri calló por unos segundos, para decir luego:

— ¡Bah! Mañana también el altiplano quedará a nuestras espaldas y entraremos en contacto con mi amigo Toby…

— ¿Quieres unir un europeo a nuestra expedición, poniéndolo al tanto dé los motivos que nos mueven? Y o no me fiaría…

— Toby nos es necesario. Es el más célebre cazador de fieras que hay en la India septentrional, y nos servirá maravillosamente bien para ocultar los motivos de nuestra expedición. Con él ningún devorador de hombres puede resistir mucho tiempo y así entraremos en buenas relaciones con el rajá de Pannah de inmediato y sin despertar sospechas. Además le conozco demasiado bien para desconfiar de él.

— Yo no estaría tan seguro, y no creo que el gicowar se mostraría contento de saberlo…

— El gicowar me dio instrucciones de emplear los medios a mi alcance para alcanzar el éxito y sé que triunfaré. Piensa que mi suerte depende del resultado de esta expedición…

Una sombra de profunda tristeza se había extendido por el rostro del hindú, y un suspiro escapó de sus labios.

Dhundia había permanecido silencioso como si no hubiera oído aquellas palabras, pero una luz siniestra iluminaba sus ojos.

— Vamos a dormir -continuó Indri.

Entró en la tienda de campaña llevando consigo la carabina y un par de pistolas cuyas

culatas estaban adornadas con placas de oro y perlas.

Dhundia le había seguido sin hablar, casi de mala gana. Una vez en el interior de la tienda el sikh se acostó, conservando los ojos clavados en la hoguera que ardía en el centro del campamento.

Indri ya dormía, y tanto el cornac como el elefante le imitaban.

Un silencio profundo reinaba en los lindes del altiplano. Sin embargo, Dhundia no se había resuelto a cerrar los ojos.

De tanto en tanto se arrodillaba, escrutando las tinieblas.

De pronto, se sobresaltó. Cerca del kalam había oído un silbido casi imperceptible.

— ¿Sitama? -se preguntó-. Sería una imprudencia que llegara hasta aquí, pese a que se jacta de que puede caminar sobre un perro dormido sin despertarlo… Bangavady podría dar la alarma…

Se arrastró hacia Indri sin hacer rumor alguno, y asegurándose de que dormía, salió de la tienda llevándose consigo la carabina.

Bangavady dormía junto al cornac sin dar señas de inquietud.

— Todo va bien -se dijo el sikh.

Atravesó con infinitas precauciones el cerco luminoso, y llegado a cincuenta pasos del kalam, se ocultó junto a un macizo de mindos.

Más adelante no osaba avanzar, por temor de encontrarse con la segunda pantera en lugar de hacerlo con el hombre que llamara.

Un momento después un segundo silbido, más débil, se hizo oír mucho más cercano.

Luego entre la maleza apareció un hombre, que se acercó a Dhundia.

El recién llegado era un individuo de alta estatura, líneas fieras y aspecto siniestro.

Sus cabellos eran larguísimos y estaban enroscados en torno a la cabeza, cubiertos por un fango rojizo que formaba con ellos una enorme masa. En el mentón le nacía un hilo de barba que se prolongaba hasta sus rodillas. Aquel era el distintivo de los adoradores de Rama, el dios creador. Sobre la frente tenía tres signos cabalísticos, en la cavidad del pecho, otros tres, y uno más en la parte superior del brazo derecho.

El resto del cuerpo estaba untado con aceite de coco y brillaba como si estuviera cubierto por una película de cristal.

. Toda su indumentaria consistía en una cuerda de cuero entrelazado, que le rodeaba la cintura.

— ¿Eres tú Sitama, el faquir? -inquirió Dhundia con un hilo de voz.

— Sí, sahib -contestó el desconocido-. Yo soy el faquir y jefe de los dacoitas.

— ¿Hace mucho que esperabas?

— Tres días. ¿Qué debemos hacer? ¿Quieres que mate a tu compañero antes que atraviesen el altiplano?

— No quiero que lo hagas todavía. Además aún no tiene en sus manos la Montaña de Luz. ¿En qué nos beneficiaría su muerte? Tan sólo nos haría perder una cifra colosal.

— ¿Qué debo hacer entonces?

— Seguirnos hasta Pannah y no realizar ningún movimiento en contra hasta que hayamos echado mano sobre el gran diamante.

— ¿Crees que el antiguo favorito del gicowar conseguirá obtenerlo?

— Indri sabrá ingeniárselas para evitar que todo su poder se transforme en polvo y su señor lo arroje de la casta elevada a que pertenece, convirtiéndolo en un miserable paria.

— Pero seremos nosotros quienes obtendremos la Montaña de Luz en lugar del gicowar de Baroda. ¿Adónde os dirigís ahora?

— A encontrarnos con Toby, el famoso cazador.

— Lo conozco, pero… ¿Por qué ir en busca de ese hombre?

— Lo sabrás más tarde. ¿En Pannah siguen hablando

del Devorador de Hombres?

— El terror provocado por esa fiera sanguinaria es tal que los mineros han abandonado su trabajo -contestó el faquir.

— ¿Y nadie osa enfrentarla?

— Ya ha devorado a más de diez cazadores que trataron de sorprenderla, atraídos por las diez mil rupias que ofrece el rajá.

— Indri y Toby matarán al tigre de Pannah, y todas las sospechas que pueda haber en torno nuestro se diluirán ante la alegría que tendrá el príncipe… Ahora vete.

El dacoita se incorporó, hizo un ligero saludo y se alejó.

Dhundia, saliendo de la maleza, se encaminó hacia el campamento, mirando en derredor por miedo de ser sorprendido por la pantera, que podía haberse deslizado hasta la tienda de campaña.

Ya había sobrepasado el fuego de la hoguera, cuando desde la espesura llegó un ronco rugido.

— ¿Estará cazando a Sitama? -se preguntó, estremeciéndose.

Dhundia, muy inquieto, apretó el paso, mirando a sus espaldas.

Estaba ya a punto de entrar en la tienda de campaña, cuando retrocedió un paso estremeciéndose. Indri había aparecido ante él, sosteniendo dos pistolas amartilladas.

— ¿De dónde vienes? -le preguntó, mirándole fijamente.

— Di una vuelta en torno al campamento –contestó Dhundia, reponiéndose de inmediato-. Temía que la pantera nos espiase…

— ¿Viste a la fiera? -No, pero la oí.

— ¿Sigue entre la espesura? -Sí.

En aquel instante se escuchó un disparo, seguido de otro.

— ¿Quién puede haber hecho fuego? -exclamó Indri con suma inquietud.

— Tal vez tu amigo Toby…

— Estamos demasiado lejos de su bungalow.

— Pero me dijiste que a menudo se aparta mucho de los lugares en que acostumbra cazar.

— Me sentiría contento si fuera él. Pero si ese disparo partió de su carabina, mañana lo veremos.

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