Capítulo 30

Toby, Indri y Bandhara, tras haber constatado con estupor e inquietud que entre los muertos no estaba ni Dhundia ni el faquir, comenzaron a revisar el sepulcro, suponiendo que habían buscado refugio en alguna de las torres, mientras los soldados trataban de hallar el Koh-i-noor entre los cadáveres.

Naturalmente no aparecieron ni los fugitivos ni el famoso diamante. ¿Quién hubiera podido imaginar que el faquir y la joya estaban enterrados bajo la sombra del tamarindo?

— ¿Dónde se habrán refugiado estos malditos? -exclamó Toby mirando en torno-. ¿Qué te parece, Indri?

— Creo que esta vez he perdido para siempre la Montaña de Luz -repuso el ex favorito del gicowar de Baroda.

— ¿Qué querrían decir las últimas palabras de Barwani? Habló de Dhundia y del Senar… -terció el oficial del rajá.

— También yo pensaba en eso -dijo el inglés, pero un disparo que resonó sobre la muralla le interrumpió.

— ¿Quién hizo fuego? -preguntó Indri.

— Uno de nuestros centinelas -contestó el oficial.

Todos salieron fuera del edificio, mientras los soldados cargaban precipitadamente sus fusiles.

Un centinela que montaba guardia en la parte exterior de la fortificación había disparado derribando un caballo que se sacudía entré las altas hierbas.

— ¿Contra quién disparaste?

— Contra un muchacho que se negó a detenerse cuando di la voz de alto.

— ¡Un muchacho! -exclamaron simultáneamente el cazador y su amigo, mirándose-.

¡Sadras!

Las hierbas se apartaron violentamente y el chico apareció, lanzando un grito de alegría:

— ¡Sahib!… ¡Patrón!…

— ¿De dónde vienes? -preguntó Toby abrazándolo.

— Sahib, Dhundia está por llegar y trae muchos hombres.

— ¡Ese miserable!

— Lo he seguido… Rápido… Vamos tras la muralla.

— Habla, Sadras -exclamó Bandhara-. Te creíamos muerto. ¿Por qué nos abandonaste?

— Para seguir las huellas de los ladrones del diamante -contestó el valiente niño-. Llegué hasta e l Valle del Senar, a tiempo para ver cómo Dhundia huía, entrando en el Gondwana… Allí ha reunido numerosos montañeses que trae de vuelta hacia aquí.

— ¿Y por qué regresa al altiplano? -preguntó Toby.

— Yo lo adivino -dijo Indri-. Para liberar a !os dacoitas sitiados por nosotros.

— Entonces debe haber huido cuando estábamos por asediar la tumba.

— Sí, sahib -exclamó Sadras-. En el momento en que salió de aquí yo oí resonar vuestras trompetas.

— ¿Viste al faquir junto a Dhundia? -preguntó Indri.

— No, sahib, le acompañaba un dacoita, pero no era Sitama.

— Dime, pequeño, ¿cuántos hombres trae ese canalla?

— Unos cuarenta.

— Todo el mundo a caballo -ordenó Toby-. Listos para rodear a los aliados de Dhundia.

Si no se rinden les presentaremos batalla.

Mientras los soldados montaban, manteniéndose ocultos tras del paredón, Toby y sus amigos subieron a una de las torrecillas desde donde se dominaba una vasta extensión del altiplano.

Acababan de llegar, cuando vieron aparecer en el valle el grupo de jinetes comandados por Dhundia.

— ¿Crees que el Koh-i-noor estará con ellos? -preguntó Indri.

— Tengo mis dudas. Si Dhundia poseyera el diamante, no habría regresado. Ese hombre es tan canalla que no vacilaría en traicionar a sus aliados.

— ¿Lo tendrá Sitama?

— ¡Ah! Olvidaba al faquir… ¿Dónde se habrá ocultado ese bribón?

Mientras cambiaban estas palabras, los montañeses llegaban al galope, precedidos por el socio de Sitama.

A quinientos metros de distancia,. detuvieron su marcha. Probablemente Dhundia no se sentía muy seguro a causa del silencio reinante en la tumba de la Rani, cuando hubiera creído encontrarla asediada por las tropas.

— Bajemos antes que ese bribón se resuelva a huir -dijo Toby.

— ¡Al ataque! -aulló el inglés.

Los sesenta jinetes divididos en dos escuadrones salieron de la muralla al galope desenfrenado, lanzando aullidos salvajes y haciendo brillar al sol sus agudas cimitarras.

Viendo caer sobre ellos aquellos dos escuadrones, los montañeses se detuvieron, preparando las armas; luego, tras breve duda, volvieron grupas huyendo precipitadamente hacia el valle.

Dhundia había sido el primero en dar el ejemplo, pues acababa de reconocer a Indri,

Toby y Bandhara.

— Dejad huir a los otros -gritó el cazador furioso¡Ocupémonos de ese canalla!

Los montañeses se habían dispersado por el altiplano tomando distintas direcciones, por lo que Dhundia quedó pronto solo.

El traidor galopaba hacia el valle, con la esperanza de llegar a la frontera, pero Toby, Indri y Bandhara, que estaban mejor montados ganaban rápidamente distancia.

— ¡Alto, canalla! -rugió Toby-. ¡Alto, que te mato!

Dhundia volvió la cabeza, espoleando su caballo hasta sacarle sangre.

— ¡Detente! -repitió el inglés.

Dicho esto. sofrenó su caballo y de un salto desmontó, carabina en mano.

Indri y Bandhara siguieron la carrera acompañados por ocho o diez soldados.

Toby se arrodilló y apuntó cuidadosamente.

Por fin disparó. El caballo herido en la base de la columna vertebral, rodó bruscamente lanzando un sordo relincho.

Antes que Dhundia hubiera podido incorporarse, Indri se abalanzó sobre él apuntándole con su carabina.

— ¡Ríndete, miserable! -le gritó, mientras Bandhara y los soldados lo rodeaban listos para abatirlo.

— Perdón, Indri -balbuceó el canalla, pálido y con los ojos desorbitados-. No me mates.

— ¿Dónde está el Koh-i-noor?

— Robado, Indri. Robado por Sitama.

— ¡Mientes, canalla! -gritó Toby que llegaba al galope-. Lo sabemos todo.

Dhundia hizo un gesto que no pasó inadvertido.

— ¿Habéis desenterrado a Sitama? -preguntó. Toby, Indri y Bandhara condujeron a Dhundia al comprender aquellas palabras.

— Atadlo y volvamos a la tumba -ordenó el cazadora los soldados.

Toby, Indri y Bandhara condujeron a Dhundia al interior del mausoleo y haciéndolo sentar, preguntó el primero:

— Si quieres salvar la vida, explícate. ¿Dónde está el Koh-i-noor?

— Si habéis desenterrado a Sitama es inútil que os diga donde se encuentra.

— ¿Qué quieres decir con estas palabras?

Dhundia miró a Indri y a Toby estupefacto; luego un feroz relámpago le iluminó el rostro.

— ¡Ah! ¡Estúpido de mí estaba por traicionarme! ¡Quiere decir que no habéis encontrado a Sitama! En tal caso, yo moriré, pero tú, Indri, te convertirás en un paria, porque la

Montaña de Luz no volverá a tus manos.

— ¿Tanto me odias?

— Sí, te odio porque he perdido el Koi-i-noor y perderé también la vida, pero Parvati me vengará

— ¡Parvati! -gritó Indri-. ¡Quieres decir que estabas de acuerdo con él para perderme!

El miserable no contestó. Tal vez había advertido que sus palabras iban demasiado lejos.

Toby se volvió hacia los dos soldados que montaban guardia en la puerta, y les dijo:

— Cavad una fosa en el patio; vamos a fusilar este hombre.

— ¡Piedad! -balbuceó- ¡No quiero morir! -aulló el canalla fuera de sí-. Hablaré.. .

— ¿Te resuelves?

— Sí, pero con una condición.

— ¿Cuál?

— Que me llevéis a Baroda para que me juzgue el gicowar.

— De acuerdo -dijo Indri.

— El Koh-i-noor está en las ropas del faquir, que ha sido sepultado bajo la sombra del tamarindo que está frente a la torre del levante.

— ¿Ha muerto Sitama? -preguntó Toby.

— No, sigue con vida.

Desatando a Dhundia lo obligaron a caminar hasta el tamarindo. Bandhara observó atentamente el terreno y descubrió la ubicación de la fosa.

— Debe estar sepultado aquí -dijo-. La tierra ha sido movida y luego apisonada.

— Excavad -ordenó Toby a los soldados-. Pero cuidad de no herirlo porque quiero tenerlo con vida.

Los soldados apartaron la tierra con toda precaución, hasta dejar al descubierto el grupo de ramas entrelazadas que cubrían al faquir.

El faquir parecía muerto, su cuerpo totalmente rígido. Pero como hacía menos de catorce horas que lo sepultaran, aún no había perdido su tinte bronceado, y todavía conservaba algo de calor en sus miembros.

Con todo cuidado fue sacado de la fosa y desvestido totalmente. Al quitarle la larga faja que le ceñía los flancos, el diamante cayó al suelo brillando vivamente bajo los rayos del sol.

— ¡He aquí mi salvación! -gritó Indri alzándolo de inmediato.

Luego se precipitó en brazos de Toby y de Bandhara, estrechándolos.

— Amigos… -dijo con voz quebrada por la emoción-, gracias. Ya no me convertiré en un paria.

Mientras tanto dos soldados masajearon vigorosamente el cuerpo rígido del faquir.

Y no habían transcurrido cinco minutos, cuando Sitama lanzó un profundo suspiro.

Permaneció algunos instantes inmóvil, para lanzarse luego bruscamente, echando en derredor una mirada perdida.

Había visto a los soldados, junto a ellos a Indri, Toby, Bandhara y a su cómplice Dhundia.

— ¿Dónde estoy? -preguntó débilmente.

— En nuestras manos -contestó Toby con acento burlón-. Una sorpresa desagradable,

¿verdad?

Sitama miró a Dhundia con ojos que destilaban veneno.

— ¡Miserable! ¡Me has traicionado!

— Mejor dicho, estamos todos perdidos…-contestó Dhundia-. También yo soy prisionero y no sé si salvaré el pellejo.

— ¿Y Barwani?

— Muerto -contestó Toby, y ordenó a continuación:

— ¡Atad bien a estos dos bribones y regresemos a Pannah, nuestra misión ha terminado!

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