Capítulo 33

Otra banda de hindúes semidesnudos y armados hasta los dientes, bajaban en dirección al río, por la ribera opuesta. Eran doce o catorce hombres no menos ágiles que los primeros y saltaban de una en otra roca, con tanta seguridad como aquéllos.

Probablemente se trataba de la banda capitaneada por el propio Sitama, que huyera a lo largo del río.

Habiendo oído las descargas, que en el profundo valle resonaban como verdaderos cañonazos, corrían para prestar ayuda a sus compañeros.

— ¿Vendrán hacia esta orilla? -murmuró Indri.

— Me gustaría; pero no creo que tengan intención de hacerlo… ¡Ah! ¡Si tuviera a tiro a ese condenado faquir, con qué gusto lo fusilaría! Conformémosnos con llegar hasta el elefante: este valle amenaza con convertirse en nuestra tumba.

Reiniciaron la carrera, conservando el sendero que separaba caprichosamente entre la montaña y el río, como guía.

Una ansiedad les dominaba. Temían que el elefante hubiera sido atacado por otros dacoitas de la banda.

A medianoche, tras haber recorrido otros cuatro o cinco kilómetros llegaban al extremo del Valle del Senar.

Más lejos comenzaban espesos bosques, y en una vasta explanada sea advertían las s murallas de un viejo fortín semiderruido.

— Ya llegamos -dijo Toby disminuyendo la velocidad de su carrera.

En aquel instante se oyó el sonoro berrido de un elefante y la voz del fiel Bandhara gritó:

— ¿Quién vive? ¡Contestad o hago fuego!

— Baja la carabina, amigo -contestó Indri-. Somos nosotros, ¿Y Dhundia?

— Bien custodiado.

— ¿Vino alguien durante nuestra ausencia?

— Sí, patrón; algunos hombres que rondaron en derredor del fortín, hasta que les disiparé un par de tiros.

— ¿Podrá marchar el elefante?

— ¿Más aún?

— Es necesario dejar este valle lo antes posible, porque Sitama nos persigue.

— Sihor es valiente, y hará un nuevo esfuerzo dijo el servidor-. Pobre animal, no se sentirá muy contento de interrumpir su sueño; pero caminará por lo menos otras tres horas.

— Serán suficientes.

El elefante despertado por un balde de agua que le arrojó su cornac en la cabeza, se alzó agitándose perezosamente y sacudiendo las orejas con cierta impaciencia, pero al oír la voz conocida se calmó como por arte de magia.

Cuando todos subieron sobre su lomo, salió derribando de un trompazo parte de una muralla.

Jadeando y sacudiendo la enorme #cabeza, para demostrar su mal humor, el paquidermo se puso al galope, encaminándose hacia la foresta que se extendía a lo largo de la orilla derecha del Senar.

Hasta aquel momento no se advertía la presencia de ningún ser humano ni en la selva ni en la orilla del río.

Empero Toby, y sobre todo Bandhara, que conocía mejor que nadie la prodigiosa habilidad del faquir, no se ilusionaban. Tarde o temprano aquel bribón encontraría las huellas dejadas por el elefante.

Comenzaba a despuntar el día.

El elefante con su poderoso pecho se abría camino abatiendo ramas y troncos, pero cuando hubo recorrido quinientos o seiscientos metros se detuvo de golpe sacudiendo las orejas y la trompa lanzando un largo berrido.

— Está agotado y se rehusa a continuar avanzando -dijo el cornac volviéndose hacia Toby.

— ¿Cuánto crees que hemos recorrido desde el último alto? -preguntó el cazador.

— Nueve kilómetros.

— Podemos otorgarle dos o tres horas de descanso. ¿Serán suficientes?

— Si le damos de comer en abundancia, sí.

— Bajemos -dijo Indri-. Por el momento nada tenemos que temer.

Oyendo aquellas palabras que escaparan inadvertidamente de labios del ex favorito, Dhundia se sobresaltó…

— ¡Sitama! -dijo mirando a Indri-. ¡Ah! ¡Aun vive!

— ¿Tú crees, canalla que vendrá a liberarte, verdad?

— Por lo menos me vengará, y si lo mataras Parvati lo hará, seguramente.

— Eso lo veremos -contestó Indri sonriendo.

— Yo…

— Suficiente, o te hago amordazar -interrumpióle Toby con voz amenazante-. Tenemos demasiado con tu charla.

Dhundia, sabiendo que el ex sargento de cipayos no era hombre capaz de bromear, no habló más, se dejó transportar a la tierra, donde Bandhara y el cornac habían improvisado una pequeña cabaña con grandes hojas de bananero salvaje.

Comieron el resto de las provisiones que les quedaban y estando muy fatigados, aprovecharon la certeza que tenían de no ser atacados, para acostarse a dormir.

Bandhara, tras haber verificado las ligaduras de brazos y piernas de Dhundia tomó una carabina y se introdujo entre los árboles.

Cuando menos lo esperemos. Sitama caerá sobre nosotros -se dijo-. Tratemos de evitarlo.

La selva no tenía secretos para aquel hombre y sabía atravesarla sin exponerse al peligro de perderse, y sin hacer más ruido que una serpiente.

Resueltamente en medio de la vegetación más espesa, donde el sol no podía penetrar,

echó a andar aceleradamente, evitando con extraordinaria agilidad las raíces y ramas caídas.

Cuando se cruzaba con algún montón de hojas secas, se colgaba de las lianas y con una maniobra de cuadrumano, pasaba por encima, sin aplastarlas con los pies.

Había recorrido así alrededor de un kilómetro, cuando hasta sus oídos llegó un crujido que se repitió de inmediato.

Con toda celeridad se arrojó a tierra, ocultándose bajo las inmensas hojas de un bananero, y armó silenciosamente la carabina.

Durante unos segundos contuvo el aliento y hasta él llegó el ruido de una nueva rama al quebrarse.

Apoyó la cabeza contra el suelo, y cuando se incorporó en sus ojos había una mirada inquieta.

— Dos hombres se acercan -dijo-. Serán los exploradores de la banda.

Repentinamente se ocultó entre el follaje de un arbusto bajo y espeso, dejándose caer al suelo.

En efecto, avanzaban con lentitud a través de la selva, mirando hacia la tierra como si buscasen huellas.

Respiraban dificultosamente, como si hubieran realizado una larga carrera. En la izquierda llevaban una carabina y en la derecha una especie de yatagán, con el que abrían camino entre la maraña.

— Son hombres de Sitama -se dijo Bandhara-. ¿Los mataré?

Los dos hindúes se habían detenido a veinte pasos de él, sentándose sobre las enormes raíces de un baniano.

— Detengámonos un momento -dijo uno de ellos

Ya estamos en buen camino.

— ¿Se tratará del elefante de ellos, o de algún otro paquidermo?

— Sitama me dijo que abandonaron Pannah en un elefante que les regaló el rajá.

— Si los demás no llegan pronto, se nos escaparán. Nadie puede seguir un elefante tanto tiempo…

— ¡Bah! Ellos también deben haberse detenido. No pueden forzar demasiado al animal.

— Bribones -murmuró Bandhara-. ¡Nosotros os daremos la sorpresa! Vamos a advertir al sahib Toby y al patrón.

Veinte minutos más tarde, agotado por la carrera, llegó al campamento.

El elefante dormía junto a Indri, Toby y Sadras; el cornac vigilaba sentado frente a Dhundia que fingía roncar.

— ¿Qué novedades? -preguntó el cornac viendo que Bandhara tenía el rostro muy alterado-. Pareces atemorizado.

— Tenemos que marcharnos. Han descubierto nuestras huellas.

— El elefante no querrá ponerse en marcha tan pronto. Necesita descansar.

— ¡Ese faquir es más feroz que un tigre! -exclamó Toby-. ¿No nos dejará ni un momento de tranquilidad?

— ¡No dormiremos tranquilos hasta que no le hayamos matado! -contestó Indri.

— Sahib -dijo en ese momento el cornac, acercándose-. El elefante se rehusa a levantarse, y yo no sirvo para maltratar animales.

— Empero no podemos quedarnos aquí, en medio del bosque… -dijo Toby-. Hubiera sido mejor permanecer en el fortín.

— Hay otra ruina no muy lejos de aquí -dijo el cornac del rajá-. Es una antigua pagoda.

La muralla está derrumbada, pero el interior debe hallarse en buenas condiciones.

— Vamos a verla.

— ¿Y el elefante? -preguntó Toby.

— Cuando no vea a su cornac, y oiga los primeros disparos, vendrá a buscarnos -dijo -

Bandhara.

— Llevemos la Montaña de Luz, las rupias, las armas y el resto de víveres que nos queda

— ordenó Toby-. Tal vez a estas horas los dacoitas han entrado a la selva.

Vaciaron el hauda, cargando todo, desataron las piernas de Dhundia para obligarle a caminar, y se internaron bajo las plantas, precedidos por el cornac.

El elefante viendo que su conductor se marchaba lanzó dos o tres berridos, y luego se resolvió a seguirlo jadeando y protestando ruidosamente…

Share on Twitter Share on Facebook