Capítulo 5

Toby Randall era, en la época en que comienza esta verídica historia, el más notorio cazador de toda la India Septentrional.

Ex suboficial de los cipayos, había comenzado su carrera en dramáticas circunstancias,

abandonando el sable y las jinetas por la carabina y la selva.

Joven aún, pues apenas contaba treinta años, había sido encargado de vigilar la isla de Sangor para defenderla de los incesantes ataques de los tigres, que a menudo atravesaban el Ganges y amenazaban a los guardianes del faro.

Hombre valeroso, que nunca había sabido lo que era el temor, el sargento Randall había llevado consigo a su propia esposa, una hermosa mestiza a la que amaba tiernamente. Les acompañaban dos cipayos del Regimiento de Bengala.

La vigilancia del bravo sargento había dado buenos resultados, concediendo un poco de tranquilidad a los dos guardianes y sus familias.

Los tigres, como si- hubieran adivinado en Toby a un terrible enemigo, parecían haber abandonado sus sanguinarias intenciones, manteniéndose lejos de aquella islita perdida en la desembocadura del inmenso río.

Seis meses habían transcurrido y ninguna fiera osaba pisar la tierra de la isla, tras los primeros cartuchos quemados por el sargento y sus ayudantes.

Parecía pues que aquella tranquilidad debía ser de larga duración, cuando un acontecimiento espantoso, que conmovió a toda la población de Bengala, desmintió la exagerada confianza de Toby y sus hombres.

Una noche, mientras el sargento y los dos cipayos se hallaban cazando y los cuidadores cenaban con sus familias y la señora Randall, cinco tigres cruzaron el Ganges sin ser observados por nadie.

Una vez que cruzaron llenos de cautela los terrenos cultivados, llegaron hasta la casa anexa al faro, pequeña construcción de dos pisos y con ventanas sin defensa alguna.

Los moradores comían en una pequeña habitación de la planta baja, conversando alegremente, ignorando el peligro que les amenazaba.

Siendo la temperatura muy calurosa, habían dejado las ventanas abiertas para poder respirar un poco la brisa nocturna.

Fue entonces cuando los cinco tigres, hambrientos y exasperados, se precipitaron en el interior del comedor, saltando por las abiertas ventanas.

Aquello fue una masacre total; los seres humanos murieron sin poderse defender, pues ninguno tenía armas.

Cuando Toby y sus dos hombres regresaron, alcanzaron a divisar las siluetas de las cinco fieras que huían en dirección al río. En la habitación quedaban solo los restos destrozados de dos hombres, tres mujeres y cinco niños.

El desdichado Toby Randall, frente a aquellos despojos, casi perdió la razón.

Transportado por sus hombres a Calcuta, debió ser internado en un hospital donde permaneció largos meses como atontado.

Por fin, cuando curó, un solo pensamiento le dominaba: abandonaría el ejército y se dedicaría por completo a vengar a su pobre mujer.

Dejando el regimiento se convirtió en cazador, pero en realidad un vengador. Se le vio

desde entonces en los Sunderbunds, en las junglas del alto Bengala, en el Orisa, en el Bundelkand y en todos los sitios donde había fieras que cazar. Así prosiguió su venganza, con extraña fortuna.

Un día la fortuna le resultó adversa. Cazando un “Devorador de Hombres” fue atacado sorpresivamente y derribado por el feroz tigre. Allí hubiera concluido para siempre su fama, de no haber mediado providencialmente un salvador inesperado, que le arrancó medio muerto de las garras de la fiera.

Aquel hombre valeroso era Indri, quien gustaba dividir como muchos otros ricos hidúes, los placeres de la caza con las dificultades del gobierno.

Indri no solamente lo salvó, sino también curó sus heridas, tratándolo como un verdadero hermano.

Y fue así como aquellos dos hombres, de físico dispar pero espiritualmente parecidos, se juraron eterna amistad.

Si bien estaba ansioso de conocer los motivos que llevaran a su amigo hasta aquellos distantes sitios, Toby Randall hizo entrar a Indri sin volver a hablar del asunto.

La habitación principal del bungalow, en la entrada de la citada casita, era semejante a todas las salas de ese tipo de vivienda adoptado por los ingleses en la India.

Estaba amueblada sencillamente, una mesa, sillas y algunos sillones de bambú y rotang muy amplios y cómodos. En las paredes habían trofeos de caza: cuernos de rinoceronte y antílope de diversas especies, garras de tigre y espléndidas pieles de estos animales y de pantera.

En un ángulo estratégico, se advertía la infaltable Punka, o sea una especie -de gigantesco abanico hecho con hojas de palmera y que se hace girar por medio de un ingenioso dispositivo, sirviendo para dar un poco de aire fresco dentro de aquellas habitaciones durante la estación tórrida que dura la mayor parte del año.

— Amigos -dijo Toby, dirigiéndose especialmente a Indri-. Me alegro de recibiros durante el almuerzo. Supongo que no desdeñaréis esta oca asada en su propia grasa … Tú no eres un brahmán obstinado, Indri, y sé que te permites comer carne.

— Haremos honor a tu comida, Toby -contestó Indri-. Si bien mi sangre es pura de la India, he renunciado a tantas supersticiones y tonterías de mis mayores que muchas de vuestras costumbres no me son desconocidas…

— Entonces, ni una palabra más… ¡A comer!

Indri comió haciendo honor a la cocina de su huésped. En cambio Dhundia hizo algunos gestos de repugnancia, pues la mayor parte de los indostánicos experimentan un asco instintivo hacia la carne, sobre todo si llega a ser de vaca, animal reputado como sagrado en toda la India.

Terminada la colación, Toby hizo servir por su criado excelente café moka y cigarros, comenzando a charlar sobre sus últimas cacerías para evitar que Indri se sintiera molesto al verse obligado por su silencio a narrar abruptamente los motivos de su viaje.

Si bien el inglés se sentía devorado por la curiosidad, se contenía, pues experimentaba

una instintiva desconfianza hacia Dhundia, que desde un comienzo le resultara antipático:

— Si Indri no habla, tendrá sus motivos -se dijo el prudente súbdito británico-.

Esperemos pacientemente…

Su paciencia iba a ser puesta a prueba por poco tiempo. Hacía un par de horas que conversaban, fumando y bebiendo, cuando vieron que Dhundia se apoyaba contra el respaldo del sillón que ocupaba y cerraba lentamente los ojos. ¿Había bebido demasiado o el calor le invitaba a dormir una breve siesta?

De cualquier forma, la oportunidad era propicia.

— Dejemos dormir a tu amigo, y vayamos a tomar el fresco al jardín -propuso Toby-. Te mostraré las rosas que me hice traer de Cachemira…

— Estaba por proponértelo -asintió Indri, haciéndole señas de haber comprendido las verdaderas intenciones que animaban al cazador.

Echando una última mirada a Dhundia, que parecía hallarse profundamente dormido, salieron.

Tras el bungalow se alzaba un gracioso jardín cerrado, y con espléndidos cocoteros, mangos, bananeros y canteros de ricas y variadas flores, que Toby cuidaba personalmente cuando sus expediciones de caza no se lo impedían.

En el mismo centro del jardín se alzaba una diminuta pagoda hindú.

Toby, que no podía vencer su propia curiosidad, condujo a su amigo hasta aquella construcción donde se gozaba de una frescura deliciosa, y tras ofrecerle un sillón-hamaca, le dijo:

— Habla. Creo que ya es hora.

— Ante todo: ¿estamos solos?

— Mis siervos están todos en sus habitaciones…

— Lo que debo decirte es muy grave, y nadie debe oírnos una sola palabra…

— Puedes hablar libremente, aquí estamos solos…

— ¿En estos días has visto algún movimiento fuera de lo común en las cercanías de tu bungalow?

— No, pero…

— ¡Ah! -exclamó Indri, arqueando las cejas.

— Sí, un hindú al que no conocía, se me presentó hace tres días, más o menos, diciéndome que vio a un tigre moviéndose en una hondonada …

— ¿Mataste a ese tigre?

— Lo busqué durante tres días sin lograrlo descubrir.. .

— ¿No regresó el hombre?

— Nunca volví a verlo.

— Entonces era un espía…

— ¡Un espía! -repitió asombrado Toby.

— Tengo el presentimiento.

— Indri, explícate mejor, pues cada vez comprendo menos.

— Escúchame y verás si he tenido razón al recordar al hombre que hace dos años arranqué a las garras de una fiera sanguinaria…

— Y al que curaste como un hermano -agregó Toby con voz conmovida.

— Yo, que hasta hace pocas semanas era el gurú más poderoso de Baroda, favorito y consejero del gicowar, que con una sola palabra hubiera podido hacer temblar a millones de seres humanos, me encuentro a punto de ser expulsado de mi casta, de perder todos los honores v bienes que poseo, para convertirme en un miserable paria, un hombre sin casta, despreciado por todos y aborrecido por los que fueron mis iguales…

— ¡Tú! ¿Tú, Indri? -exclamó con doloroso acento Toby-. Es imposible…

— Sin embargo, es así, amigo mío -contestó el hindú con voz grave-. Un miserable que ha preparado mi perdición, tramó esto que me convertirá en un hombre sin patria… Tú sabes que por ser yo el favorito del gicowar de Baroda muchos había que me envidiaban, odiándome a muerte. Mi peor enemigo era Parvati, el primer ministro.

— Ya me hablaste de él hace un par de años…

— Mis enemigos ya habían intentado todo para arruinarme frente al soberano. Años tras años trabajaban lenta y tenazmente para convertirme en un desgraciado, y si no se atrevían a más, era precisamente porque yo gozaba del inmenso favor del gicowar. Pero por fin mi mala estrella vino a ponerme virtualmente en manos de aquellos miserables, capitaneados por el propio Parvati.. .

— ¿Qué ocurrió?

— No sé si conoces a fondo nuestra compleja religión y los graves problemas que nos plantea, junto con el infinito número de obligaciones…

— Algo de eso conozco.

— ¿Sabes qué es un paria?

— Un desdichado que inspira horror a todos los miembros de las cuatro castas, a quien nadie puede acercarse sin comprometerse, pese a que es un ser humano como todos los demás -contestó francamente Toby.

— Así es -asintió Indri, prosiguiendo-. Un infeliz que paga la culpa de algún antepasado, que no ha hecho daño a nadie y que generalmente es más honesto que la mayor parte de quienes ocupan puestos envidiables, pero al que nuestra religión condena inexorablemente. Nadie puede acercarse, nadie está autorizado a darle hospitalidad bajo pena de hacerse expulsar de su propia casta y convertirse también él en un miserable maldito por todos, un verdadero apestado…

— ¿Y tú te acercaste a una paria?

— Sí. Yo di involuntariamente hospitalidad a uno de esos seres…

— ¿Y cómo ocurrió eso?

— Ahora te lo narraré… Viajaba por el Guzerate cuando encontré la pista de un rinoceronte y tuve la mala idea de seguirla para matar a la bestia. Acababa de alcanzarlo y herirlo, cuando se precipitó encima mío con tanta furia que no me fue posible volver a cargar la carabina. Estaba a punto de ser atropellado por la bestia enfurecida, cuando vi a un joven hindú que cargaba contra el animal, armado solamente con una delgada lanza, que clavó en las abiertas fauces del rinoceronte. Yo estaba a salvo, pero aquel joven no había podido evitar totalmente la embestida, cayendo con el pecho hundido. ¿Qué hubieras hecho tú en mi lugar?

— Lo habría llevado conmigo a casa para curarlo…

— ¿Sin preguntarle quién era?

— No creo que aquel hubiera sido el momento más oportuno, ¿no te parece?

— Pues también eso hice yo. Tomé entre mis brazos a aquel desdichado, que estaba desvanecido, y lo llevé a mi tienda. Cuando recuperó el conocimiento, demostró el máximo terror. El pobre joven comprendía que aquella acción nos acababa de perder a ambos, pues él era un paria, y su contacto me había ensuciado. El desdichado murió antes de la puesta del sol, pego yo estaba condenado: uno de mis criados llevó la noticia a Baroda, y cuando llegué, el monarca lo sabía todo.

— ¡Canallas! -exclamó Toby, indignado-. Como si un paria no fuera un ser humano como los demás…

— Nuestra religión no bromea -contestóle tristemente Indri-. Yo, hombre moderno, reniego de estas. barbaridades que en pleno siglo no deberían existir, Y, sin embargo, estoy obligado a resignarme y bajar

la cabeza. Parvati, que esperaba su oportunidad para arruinarme, la halló en aquel episodio aparentemente fútil. De inmediato me acusó ante el gicowar y mi casta.

— ¿Con que amenazan con expulsarte?

— Aun no, pues el gicowar me ama y me ha dado un medio de salvarme, pero un medio tan problemático que debe haberle sido sugerido por la infernal astucia de Parvati … Debo donar al templo dedicado a Brahma en Baroda la Montaña de Luz del rajá de Pannah, para ponerla en la frente del dios…

— ¡Por mil relámpagos! -exclamó Toby-. ¡La Montaña de Luz! Es una empresa que nos hará sudar copiosamente. Semejante idea no puede provenir de otro cerebro que del de Parvati. Pero no te preocupes inútilmente. .. , todo no está perdido, mi querido Indri, y nosotros realizaremos ese milagro…

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