Fábula XXII. El Ciervo y los Bueyes.

Con inminente riesgo de la vida

Un ciervo se escapó de la batida,

Y en la quinta cercana de repente

Se metió en el establo incautamente.

Dícele un Buey:—¿Ignoras, desdichado,

Que aquí viven los hombres? ¡ah cuidado!

Detente, y hallarás tanto reposo,

Como perdiz en boca de raposo.

El Ciervo respondió:—Pero, no obstante,

Dejadme descansar algún instante,

Y en la ocasión primera

Al bosque espeso emprendo mi carrera.

Oculto en el ramaje permanece:

Á la noche el boyero se aparece,

Al ganado reparte el alimento:

Nada divisa; sálese al momento.

El mayoral y los criados entran,

Y tampoco lo encuentran.

Libre de aquel apuro,

El Ciervo se contaba por seguro;

Pero el Buey más anciano

Le dice:—Qué ¿te alegras tan temprano?

Si el amo llega, lo perdiste todo:

Yo le llamo Cienojos por apodo;

Mas chitón, que ya viene.—

Entra Cienojos, todo lo previene;

Á los rústicos dice:—No hay consuelo:

Las colleras tiradas por el suelo,

Limpio el pesebre, pero muy de paso,

El ramaje muy seco y más escaso;

Seor mayoral, ¿es éste buen gobierno?

En esto mira al enramado cuerno

Del triste Ciervo: grita, acuden todos

Contra el pobre animal de varios modos;

Y á la rústica usanza

Se celebró la fiesta de matanza.

Esto quiere decir que el amo bueno

No se debe fiar del ojo ajeno.