Fábula X. El León, el Tigre y el Caminante.

Entre sus fieras garras oprimía

Un Tigre á un Caminante.

Á los tristes quejidos al instante

Un León acudió: con bizarría

Lucha, vence á la fiera y lleva al hombre

Á su regia caverna.—Toma aliento,

(Le decía el León) nada te asombre,

Soy tu libertador, estáme atento:

¿Habrá bestia sañuda y enemiga

Que se atreva á mi fuerza incomparable?

Tú puedes responder; ó que lo diga

Esa pintada fiera despreciable.

Yo, yo solo, monarca poderoso,

Domino en todo el bosque dilatado.

¡Cuántas veces la onza, y aun el oso

Con su sangre el tributo me han pagado!

Los despojos de pieles y cabezas,

Los huesos que blanquean este piso,

Dan el más claro aviso

De mi valor sin par y mis proezas.

—Es verdad, dijo el hombre, soy testigo;

Los triunfos miro de tu fuerza airada,

Contemplo á tu nación amedrentada.

Al librarme venciste á mi enemigo.

En todo esto, señor (con tu licencia),

Sólo es digna del trono tu clemencia.

Sé benéfico, amable,

En lugar de despótico tirano;

Porque, señor, es llano,

Que el monarca será más venturoso

Cuanto hiciere á su pueblo más dichoso.

—Con razón has hablado;

Y ya me causa pena

El haber yo buscado

Mi propia gloria en la desdicha ajena.

En mis jóvenes años

El orgullo produjo mil errores,

Que me los ha encubierto con engaños

Una corte servil de aduladores.

Ellos me aseguraban, de concierto,

Que por el mundo todo

No reinan los humanos de otro modo:

Tú lo sabrás mejor, dime, ¿y es cierto?