Canción III

Buscando mis amores,

Iré por esos montes y riberas,

Ni cogeré las flores,

Ni temeré las fieras,

Y pasaré los fuertes y fronteras.

Declaración

Viendo el alma que para hallar al Amado no le bastaban gemidos ni oraciones, ni tampoco ayudarse de buenos terceros, como ha hecho en la primera y segunda canción, por cuanto el deseo con que le busca es verdadero y su amor grande, no quiere dejar de hacer alguna diligencia de las que de su parte puede; porque el alma que de veras ama a Dios no empereza hacer cuanto puede por hallar al Hijo de Dios, su amado, y aun después que lo ha hecho todo no se satisface ni piensa que ha hecho nada; y así, en esta tercera canción, ella misma por la obra lo quiere buscar, y dice el modo que ha de tener en hallarlo, conviene a saber, que ha de ir ejercitándose en las virtudes y ejercicios espirituales de la vida activa y contemplativa, y que para esto no ha de admitir deleites ni regalos algunos, ni bastarán a detenerla e impedirla este camino todas las fuerzas y asechanzas de los tres enemigos del alma, que son mundo, demonio y carne, diciendo:

Buscando mis amores.

Esto es, mi Amado. Bien da a entender aquí el alma que para hallar a Dios de veras no basta sólo orar con el corazón y con la lengua, ni tampoco ayudarse de beneficios ajenos, sino que también, junto con eso, es menester obrar de su parte. Lo que en sí es, porque más suele estimar Dios una obra de la propia persona que muchas que otros hacen por ella; y por eso, acordándose aquí el alma del dicho del Amado, que dice: Quaerite, et invenietis; «Buscad y hallaréis»; ella misma se determina a salir de la manera que habemos dicho a buscarle por la obra, por no se quedar sin hallarle, como muchos, que no querrían que les costase Dios más que hablar, y aun eso mal, y por él no quieren hacer cosa que les cueste algo, y algunos aun no levantarse de un lugar de su gusto y contento por él, sino que así se les viniese el sabor de Dios a la boca y al corazón, sin dar paso ni mortificarse en perder alguno de sus gustos, consuelos y quereres inútiles; pero hasta que de ellos salgan a buscarle, aunque más voces den a Dios, no le hallarán, porque así le buscaba la Esposa en los Cantares y no le halló hasta que salió a buscarle; y dícelo por estas palabras: In lectulo meo per noctes quaesivi quem diligit anima mea: quaesivi illum, et non inveni. Surgam, et circuibo Civitatem; per vicos, et plateas quaeram quem, diligit anima mea; «En mi lecho de noche busqué al que ama mi alma, busquéle y no le hallé. Levantareme y rodearé la ciudad; por los arrabales y las plazas buscaré al que ama mi alma». Y después de haber pasado algunos trabajos, dice allí que lo halló. De donde, el que busca a Dios queriéndose estar en su gusto y descanso, de noche le busca, y así no le hallará; pero el que busca por el ejercicio y obras de las virtudes, dejado aparte el lecho de su gusto y deleites, éste le busca de día, y así le hallará; porque lo que de noche no se halla, de día parece. Esto da bien a entender el Esposo en el libro de la Sabiduría, diciendo: Clara est, et quae numquam marcescit Sapientia, et facile videtur ab his qui diligunt eam, et invenitur ab his qui quaerunt illam. Praeoccupat qui se concupiscunt, ut illis se prior ostendat. Qui de luce vigilaverit ad illam, non laborabit; asidentem enim illam foribus suis inveniet; quiere decir: Clara es la sabiduría, y nunca se marchita y fácilmente es vista de los que la aman y es hallada de los que la buscan. Previene a los que la codician, para mostrarse primero a ellos. El que por la mañana madrugare a ella no trabajará, porque la hallará sentada a la puerta de su casa. En lo cual da a entender que, en saliendo el alma de la casa de su propia voluntad y del lecho de su propio gusto, acabada de salir, luego allí afuera hallará a la dicha sabiduría divina, que es el Hijo de Dios, su esposo; y por eso dice el alma aquí: «Buscando mis amores».

Iré por esos montes y riberas.

Por los montes, que son altos, entiende aquí las virtudes. Lo uno por la alteza de ellas, lo otro por la dificultad y trabajo que se pasa en subir a ellas, por las cuales dice que irá ejercitando la vida contemplativa. Por las riberas, que son bajas, entiende las mortificaciones, penitencias y ejercicios espirituales, por las cuales también dice que irá en ellas ejercitando la vida activa, junto con la contemplativa que ha dicho; porque para buscar a lo cierto a Dios y adquirir las virtudes, la una y la otra son menester. Es, pues, tanto como decir: Buscando a mi Amado, iré poniendo por obra las altas virtudes, y humillándome en las bajas mortificaciones y ejercicios humildes. Esto dice porque el camino de buscar a Dios es ir obrando en Dios el bien y mortificando en sí el mal, de la manera que va diciendo en los versos siguientes, es a saber:

Ni cogeré las flores.

Por cuanto para buscar a Dios es menester un corazón desnudo y fuerte, y libre de todos los males y bienes que puramente no son Dios, dice en el presente verso y en los siguientes el alma la libertad y fortaleza que ha de tener para buscarle; y en éste dice que no cogerá las flores que encontrare en este camino por las cuales entiende todos los gustos y contentamientos y deleites que se le pueden ofrecer en esta vida y le podrían impedir el camino, si cogerlos y admitirlos quisiere.

Los cuales son en tres maneras, temporales, sensuales y espirituales; y porque los unos y los otros ocupan el corazón y le son impedimento para la desnudez espiritual, cual se requiere para el derecho camino de Cristo, si reparase o hiciese asiento en ellos, dice que para buscarle no cogerá todas estas cosas dichas; y así, es como si dijera: Ni pondré mi corazón en las riquezas y bienes que ofrece el mundo, ni admitiré los contentamientos y deleites de mi carne, ni repararé en los gustos y consuelos de mi espíritu, de suerte que me detenga en buscar a mis amores por los montes de las virtudes y trabajos. Esto dice por tomar el consejo que da el profeta David a los que van por este camino, diciendo: Divitiae si affluant, nolite cor apponere; esto es: Si se ofrecieren abundantes riquezas, no queráis aplicar el corazón a ellas. Lo cual entiende así de los gustos sensuales como de los demás bienes temporales y consuelos espirituales. Donde es de notar que, no sólo los bienes temporales y deleites corporales impiden y contradicen el camino de Dios, mas también los consuelos y deleites espirituales, si se tienen con propiedad o se buscan, impide al camino de la cruz del esposo Cristo; por tanto, el que ha de ir adelante conviene que no se detenga a coger esas flores; y no sólo eso, sino que también tenga ánimo y fortaleza para decir:

Ni temeré las fieras,

Y pasaré los fuertes y fronteras.

En los cuales versos pone los tres enemigos del alma, mundo, demonio y carne, que son los que hacen guerra y dificultan el camino. Por las fieras entiende el mundo, por los fuertes el demonio, y por las fronteras la carne.

Al mundo llama fieras, porque al alma que comienza el camino de Dios le parece que se le representa en la imaginación el mundo como a manera de fieras, haciéndole amenazas y fieros, y es principalmente en tres maneras: la primera, que le ha de faltar el favor del mundo, perder los amigos, el crédito, valer, y aun la hacienda; la segunda, que es otra fiera no menor, que ¿cómo ha de sufrir no haber ya jamás de tener contentos y deleites del mundo, y carecer de todos los regalos de él? La tercera es aún mayor, conviene a saber, que se han de levantar contra ella las lenguas y han de hacer burla, y ha de haber muchos dichos y mofas, y le han de tener en poco; las cuales cosas, de tal manera se les suelen anteponer a algunas almas, que se les hace dificultosísimo, no sólo el perseverar contra estas fieras, más aún el poder comenzar el camino.

Pero a algunas almas generosas se les suelen poner otras fieras más interiores y espirituales de dificultades y tentaciones, tribulaciones y trabajos de muchas maneras, porque les conviene pasar; cuales los envía Dios a los que quiere levantar a alta perfección, probándolos y examinándolos como al oro en el fuego, según aquello de David: Multae tribulationes justorum; et de omnibus his liberavit eos Dominus; esto es: Las tribulaciones de los justos son muchas, mas de todas ellas nos librará el Señor. Pero el alma bien enamorada, que estima a su Amado más que a todas las cosas, confiada en el amor y favor de él, no tiene en mucho decir: «Ni temeré las fieras».

Y pasaré los fuertes y fronteras.

A los demonios, que es el segundo enemigo, llama fuertes, porque ellos, con grande fuerza, procuran tomar el paso de este camino; y también porque sus tentaciones y astucias son más fuertes y duras de vencer y más dificultosas de entender que las del mundo y carne, y porque también se fortalecen de estos otros dos enemigos, mundo y carne, para hacer al alma fuerte guerra. Y por tanto, hablando David de ellos, los llama fuertes, diciendo: Fortes quaesierunt animam meam; es a saber: «Los fuertes pretendieron mi alma». De cuya fortaleza también dice el profeta Job: Non est super terram potestas, quae comparetur ei, qui factus est ut nullum timeret; que no hay poder sobre la tierra que se compare a este del demonio, que fue hecho de suerte que a ninguno temiese; esto es, ningún poder humano se podrá comparar con el suyo; y así, solo el divino basta para poderle vencer, y sola la luz divina para poderle entender sus ardides; por lo cual, el alma que hubiere de vencer su fortaleza, no podrá sin su oración, ni sus engaños podrá entender sin humildad y mortificación; que por eso dice el apóstol san Pablo avisando a los fieles, estas palabras: Induite vos armaturam Dei, ut possitis stare adversus insidias diaboli; quoniam non est nobis colluctatio adversus carnem et sanguinem; es a saber: «Vestíos de las armas de Dios, para que podáis resistir a las astucias del enemigo, porque esta lucha no es como contra la carne y sangre; entendiendo por la sangre el mundo, y por las armas de Dios la oración y la cruz de Cristo, en que está la humildad y mortificación que habemos dicho. Dice también el alma que pasará las fronteras, por las cuales se entienden, como habemos dicho, las repugnancias y rebeliones que naturalmente la carne tiene contra el espíritu; la cual, como dice el apóstol San Pablo, codicia contra el espíritu: Caro enim concupiscit adversus spiritum. “Y se pone como en frontera, resistiendo al camino espiritual”; y estas fronteras ha de pasar el alma rompiendo las dificultades y echando por tierra con la fuerza y determinación del espíritu todos los apetitos sensuales y aficiones naturales; porque en tanto que los hubiere en el alma, de tal manera está el espíritu impedido debajo de ellas, que no puede pasar a verdadera vida y deleite espiritual; lo cual nos dio bien a entender San Pablo, diciendo: Si autem spiritu facta carnis mortificaveritis, vivetis; esto es: Si mortificáredes las inclinaciones de la carne y apetitos con el espíritu, viviréis. Éste, pues, es el estilo que dice el alma en la dicha canción que le conviene tener para en este camino buscar a su Amado; el cual, en suma, es tener constancia y valor para no bajarse a coger las flores, y ánimo para no temer las fieras, y fortaleza para los fuertes y fronteras; sólo entendiendo en ir por los montes y riberas de virtudes, de la manera que está declarado.

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