Canción IX

¿Por qué, pues has llagado

Aqueste corazón, no le sanaste?

Y pues me le has robado,

¿Por qué así le dejaste,

Y no tomas el robo que robaste?

Declaración

Vuelve, pues, el alma en esta canción a hablar con el Amado, todavía con la querella de su dolor; porque el amor impaciente, cual aquí muestra tener el alma, no sufre ningún ocio ni da descanso a su pena, proponiendo de todas maneras sus ansias hasta hallar el remedio; y como se ve llagada y sola, no teniendo otro ni otra medicina sino a su Amado, que es el que la llagó, dícele que, pues él llagó su corazón con el amor de su noticia, que por qué no le ha sanado con la vista de su presencia. Y que, pues él también se lo ha robado por el amor con que la ha robado por el amor con que la ha enamorado, sacándosele de su propio poder, que por qué le ha dejado así; es a saber sacado de su poder (porque el que ama ya no posee su corazón, pues lo ha dado al amado), y no le ha puesto de veras en el suyo, tomándole para sí en entera y acabada transformación de amor, en gloria; dice pues:

¿Por qué, pues has llagado

Aqueste corazón, no le sanaste?

No se querella porque la haya llagado, porque el enamorado, cuanto más herido está, más pagado, sino que, habiendo llagado el corazón, no le sanó acabándole de matar; porque son las heridas de amor tan dulces y tan sabrosas, que, si no llegan a morir, no la pueden satisfacer; pero sonle tan sabrosas, que querría la llagasen hasta acabarla de matar, y por eso dice: «¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no le sanaste?». Como si dijera: ¿Por qué, si le has herido hasta llagarle, no le sanas, acabándole de matar de amor? Pues eres tú la causa de la llaga en dolencia de amor, sé tú la causa de la salud en muerte de amor; porque de esta manera el corazón, que está llagado con el dolor de tu ausencia, sanará con el deleite y gloria de tu dulce presencia. Y por eso añade:

Y pues me le has robado,

¿Por qué así le dejaste?

Robar no es otra cosa que desaposesionar lo suyo a su dueño y aposesionarse de ello el robador. Esta querella, pues, propone aquí el alma al Amado, diciendo que, pues él ha robado su corazón por amor, y sacádole de su poder y posesión, ¿por qué lo ha dejado así, sin ponerle de veras en la suya, tomándole para sí, como hace el robador el robo que robó, que de hecho se lleva consigo? Por eso el que está enamorado se dice tener el corazón robado, o arrobado, de aquél a quien ama, porque le tiene fuera de sí, puesto en la cosa amada; y así, no tiene corazón para sí, sino para aquello que ama. De aquí podrá muy bien conocer el alma si ama a Dios puramente o no; porque si le ama no tendrá corazón para sí propia ni para mirar su gusto ni provecho, sino para honra y gloria de Dios y darle a él gusto, porque cuanto más tiene el corazón para sí, menos le tiene para Dios. Y verse ha si el corazón está bien robado de Dios en una de dos cosas: en si trae ansias de Dios y no gusta de otra cosa sino de él, como aquí muestra el alma; la razón es, porque el corazón no puede estar en paz ni sosiego sin alguna posesión, y cuando está bien aficionado ya no tiene posesión de sí ni de alguna otra cosa, como habemos dicho; y así, tampoco posee cumplidamente lo que ama; de donde no le puede faltar tanta fatiga cuanta es la falta, hasta que lo posea y se satisfaga, porque hasta entonces está el alma como vaso vacío que espera el lleno, y como el hambriento que desea el manjar, y como el enfermo que gime por la salud, y como el que está colgado en el aire y no tiene en qué estribar, de esta manera está el corazón bien enamorado; lo cual sintiendo aquí el alma por experiencia dice: «¿Por qué así lo dejaste?». Es a saber, vacío, hambriento, solo, llagado, doliente de amor y suspenso en el aire.

¿Y no tomas el robo que robaste?

Conviene saber: ¿Por qué no tomas el corazón que robaste por amor, para henchirle y sanarle y hartarle, dándole asiento y reposo cumplido en ti?

No puedo dejar de desear el alma enamorada, por más conformidad que tenga con el Amado, la paga y salario de su amor, por el cual salario sirve al Amado, y de otra manera no sería verdadero Amor, porque el salario y llaga del amor no es otra cosa, ni el alma puede querer otra sino más amor, hasta llegar a perfección de amor; porque el amor no se paga sino de sí mismo, según lo dio a entender el profeta Job cuando, hablando con la misma ansia y deseo que aquí está el alma, dijo: Sicut servus desiderat umbram, et sicut mercenarius praestolatur finem operis sui: sic et ego habui menses vacuos, et noctes laboriosas enumeravi mihi. Si dormiero, dicam: quando consurgam? Et rursum expectabo vesperam, et replebor doloribus usque ad tenebras; «Así como el ciervo desea la sombra, y como el jornalero espera el fin de su obra, así yo tuve vacío los meses y conté las noches trabajosas para mí. Si durmiere diré: ¿Cuándo llegará el día en que me levantaré? Y luego volveré otra vez a esperar la tarde, y seré lleno de dolores hasta las tinieblas de la noche». Así, pues, el alma, encendida en amor de Dios, desea el cumplimiento y perfección de amor, para tener allí cumplido refrigerio, como el ciervo fatigado del estío desea el refrigerio de la sombra, y como el mercenario espera el fin de su obra, espera ella el fin de la suya. Donde es de notar que no dijo Job que el mercenario esperaba el fin de su trabajo, sino el fin de su obra, para dar a entender lo que vamos diciendo, es a saber, que el alma que ama no espera el fin de su trabajo, sino el fin de su obra, porque su obra es amar, y de esta obra, que es amar, espera ella el fin y remate, que es la perfección y cumplimiento del amar a Dios; el cual, hasta que se le cumpla, siempre está de la figura que en la dicha autoridad se pinta Job, teniendo los días y los meses por vacíos, y contando las noches trabajosas y prolijas para sí. En lo dicho queda dado a entender cómo el alma que ama a Dios no ha de querer ni esperar otro galardón de sus servicios sino la perfección de amar a Dios.

Anotación de la canción siguiente

Estando, pues, el alma en este término de amor, está como un enfermo muy fatigado que, teniendo perdido el gusto y apetito, todos los manjares fastidia y todas las cosas le molestan y enojan; sólo en todas las que se le ofrecen al pensamiento y al sentido o a la vista tiene presente un solo apetito y deseo, que es de su salud, y todo lo que a esto no hace le es molesto y pesado. De donde esta alma, por haber llegado a esta dolencia de amor de Dios, tiene estas tres propiedades, es a saber, que en todas las cosas que se le ofrecen y trata, siempre tiene presente aquel ay de su salud, que es su amado; y así, aunque por no poder más ande en ellas, en él tiene siempre el corazón. Y de ahí sale la segunda propiedad, que es tener perdido el gusto a todas las cosas. Y de aquí también se sigue la tercera, que es serle todas ellas molestas, y cualesquier tratos pesados y enojosos. La razón de todo esto, sacándola de lo dicho, es que, como el paladar de la voluntad del alma anda tocado y saboreado con este manjar de amor de Dios, en cualquiera cosa y trato que se le ofrece, luego in continenti, sin mirar otro gusto y respecto, se inclina la voluntad a buscar y gozar en aquello a su Amado; como hizo María Magdalena cuando con ardiente amor andaba buscándole por el huerto, que, pensando que era hortelano, sin otra razón ni acuerdo, le dijo: Si tú le tomaste, dímelo y yo le tomaré; Si tu sustulisti eum, dicito mihi ubi posuisti eum, et ego eum tollam. Trayendo semejante ansia esta alma de hallarle en todas las cosas, y no hallándole luego como desea (antes muy al revés), no sólo no las gusta, más aún, le son tormento, y a veces muy grande, porque semejantes almas padecen mucho en tratar con la gente y otros negocios, porque antes les estorban que les ayudan a su pretensión.

Estas tres propiedades da bien a entender la Esposa que tenía ella cuando buscaba a su Esposo, en los Cantares, diciendo: Quaesivi, et non inveni illum… invenerunt me custodes qui circumeunt civitatem: percusserunt me, et vulneraverunt me: tulerunt pallium meum mihi; «Busquéle y no le hallé; pero halláronme los que rodean la ciudad, y las guardas de los muros me quitaron mi manto». Porque los que rodean la ciudad son los tratos del mundo, los cuales, cuando hallan al alma que busca a Dios, le hacen muchas llagas de dolores, penas y disgustos; porque, no solamente no halla en ellos lo que quiere, sino antes se lo impiden. Y los que defienden el muro de la contemplación para que el alma no entre en ella, que son los demonios y negociaciones del mundo, quitan el manto de la paz y quietud de la amorosa contemplación; de todo lo cual el alma enamorada de Dios recibe mil desabrimientos y enojos, de los cuales, viendo que en tanto que está en esta vida sin ver a su Dios no puede aliviarse en poco o en mucho de ellos, prosigue los ruegos con su Amado, y dice en la canción siguiente:

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