Canción XI

Descubre tu presencia,

Y máteme tu vista y hermosura;

Mira que la dolencia,

De amor, que no se cura

Sino con la presencia y la figura.

Declaración

Deseando, pues, el alma verse poseída de este gran Dios, de cuyo amor se siente robada, y llagado el corazón, no pudiéndole ya sufrir, pide en esta canción determinadamente le descubra y muestre su hermosura, que es su divina esencia, y que la mate con esta vista, desatándola de la carne, pues en ella no puede verle ni gozarle como desea, poniéndole delante la dolencia y ansia de su corazón, en que persevera penando por su amor, sin poder tener remedio con menos que esta gloriosa vista de su divina esencia.

Descubre tu presencia.

Para declaración de esto es de saber que tres maneras de presencias puede haber de Dios en el alma. La primera es esencial, y de esta manera, no sólo está en las buenas y santas almas, pero también en las malas y pecadoras y en todas las demás criaturas, porque con esta presencia les da vida y ser, y si esta presencia esencial les faltase, todas se aniquilarían y dejarían de ser, y ésta nunca falta en el alma. La segunda presencia es por gracia, en la cual mora Dios en la alma, agradado y satisfecho de ella; y esta presencia no la tienen todas, porque las que caen en pecado mortal, la pierden, y ésta no puede el alma saber naturalmente si la tiene. La tercera es por afición espiritual, porque en muchas almas devotas suele Dios hacer algunas presencias espirituales de muchas maneras, con que las recrea, deleita y alegra; pero, así estas presencias espirituales como las demás, todas son encubiertas, porque no se muestra Dios en ellas como es, porque no lo sufre la condición de esta vida; y así de cualquiera de ellas se puede entender el verso susodicho, es a saber:

Descubre tu presencia.

Que por cuanto está cierta que Dios está siempre presente en el alma, a lo menos según la primera manera, no dice el alma que se haga presente a ella, sino que esta presencia encubierta que él hace en ella, ahora sea natural, ahora espiritual o afectiva, que se le descubra y manifieste de manera que pueda verle en su divino ser y hermosura; porque, así como con su presente ser da ser natural al alma, y con su presente gracia la perficiona, que también la glorifique con su manifiesta gloria. Pero, por cuanto esta alma anda en fervores y aficiones de amor de Dios, habemos de entender que esta presencia que aquí pide al Amado que le descubra, principalmente se entiende de cierta presencia afectiva que de sí hizo el Amado al alma; la cual fue tan alta, que le pareció al alma y sintió estar allí un inmenso ser encubierto, del cual le comunicó Dios ciertos visos entreescuros de su divina hermosura, y hacen tal efecto en el alma, que le hace codiciar y desfallecer en deseo de aquello que siente encubierto allí en aquella presencia. Y es conforme a lo que sentía David cuando dijo: Codicia y desfallece mi alma en las entradas del Señor; Concupiscit, et deficit anima mea in atria Domini. Porque a este tiempo desfallece el alma con deseo de engolfarse en aquel bien sumo que siente presente y encubierto; porque, aunque está encubierto, muy notablemente siente el bien y deleite que allí hay. Y por esto con más fuerza es atraída el alma y arrebatada de este bien que ninguna cosa natural de su centro, y con esa codicia y entrañable apetito, no pudiendo más contenerse el alma, dice:

Descubre tu presencia.

Lo mismo le acaeció a Moisés en el monte Sinaí, que estando allí en la presencia de Dios, tan altos y profundos visos de la alteza y hermosura de la divinidad encubierta de Dios echaba de ver, que, no pudiendo sufrirlo, por dos veces le rogó le descubriese su gloria, diciéndole a Dios: Cum dixeris: novi te ex nomine, et invenisti gratiam coram me. Si ergo inveni gratiam in conspectu tuo ostende mihi faciem tuam, ut sciam te, et inveniam gratiam ante oculos tuos; «Tú dices que me conoces por mi propio nombre y que he hallado gracia delante de ti, pues luego, si he hallado gracia en tu presencia, muéstrame tu rostro, para que te conozca y halle delante de tus ojos la gracia cumplida que deseo, la cual es llegar al perfecto amor de la gloria de Dios». Pero respondiole el Señor, diciendo: Non poteris videre faciem meam: non enim videbit homo, et vivet; «No podrás tú ver mi rostro, porque no me verá hombre y vivirá». Que es como si dijera: Dificultosa cosa me pides, Moisés, porque es tanta la hermosura de mi cara y el deleite de la vista de mi ser, que no la podrá sufrir tu alma en esa suerte de vida tan flaca; y así, sabidora el alma de esta verdad, ora por las palabras que aquí respondió Dios a Moisés, ora también por lo que habemos dicho que siente aquí encubierto en la presencia de Dios, que no le podía ver en su hermosura en este género de vida, porque aun de sólo traslucírsele desfallece, como habemos dicho, previene ella a la respuesta que se le puede dar, como a Moisés, y dice:

Y máteme tu vista y hermosura.

Que es como si dijera: pues tanto es el deleite de la vista de su ser y hermosura, que no la puede sufrir mi alma, sino que tengo de morir en viéndola, «máteme tú vista y hermosura».

Dos vistas se sabe que matan al hombre por no poder sufrir la fuerza y eficacia de la vista. La una es la del basilisco, de cuya vista se dice mueren luego; otra es la vista de Dios, pero son muy diferentes las causas, porque la una vista mata con gran ponzoña y la otra con inmensa salud y gloria; por lo cual no hace mucho aquí el alma en querer morir a vista de la hermosura de Dios para gozarle para siempre; pues que si el alma tuviere un solo barrunto de la alteza y hermosura de Dios, no sólo una muerte apetecerá por verla ya para siempre, como aquí desea; pero mil acerbísimas muertes pasaría muy alegre por verla un momento sólo, y después de haberla visto, pediría padecer otras tantas por verla otra vez otro tanto.

Para más declaración de este verso, es de saber que aquí el alma habla condicionalmente, cuando dice que le mate su vista y hermosura, supuesto que no puede verla sin morir, que si sin eso pudiera ser, no pidiera que la matara, porque querer morir es imperfección natural; pero, supuesto que no puede estar esta vida corruptible del hombre con la otra vida inmarcesible de Dios, dice:

Máteme tu vista y hermosura.

Esta doctrina da a entender San Pablo a los de Corinto, diciendo: Nolumus expoliari, sed supervestiri, ut absorbeatur quod mortale est, a vita; «No queremos ser despojados, mas queremos ser sobrevestidos, porque lo que es mortal sea absorto de la vida». Que es decir: No deseamos ser despojados de la carne, mas ser sobrevestidos de gloria. Pero, viendo él que no se puede vivir en gloria y en carne mortal juntamente, como decimos, dice a los filipenses que desea ser desatado y verse con Cristo: Desiderium habens dissolvi, et esse cum Christo. Pero hay aquí una duda, y es, ¿por qué los hijos de Israel temían y huían antiguamente de ver a Dios por no morir, como dijo Manué a su mujer: Morte moriemur quia vidimus Deum; «y esta alma a la vista de Dios desea morir?». A lo cual se responde que por dos causas: la una porque en aquel tiempo, aunque muriesen en gracia de Dios, no le habían de ver hasta que viniese Cristo, y mucho mejor les era vivir en carne, aumentando los merecimientos y gozando la vida natural, que estar en el limbo sin merecer y padeciendo tinieblas y espiritual ausencia de Dios; por lo cual tenían entonces por gran merced de Dios y beneficio suyo vivir muchos años. La segunda causa es de parte del amor; porque, como aquéllos no estaban fortalecidos en amor ni tan llegados a Dios por amor, temían morir a su vista; pero ahora ya es la ley de gracia, que en muriendo el cuerpo puede ver el alma a Dios; más sano es querer vivir poco y morir por verle. Y ya que esto no fuera amando el alma a Dios, como ésta lo ama, no temiera morir a su vista, porque el amor verdadero todo lo que le viene de parte del amado, ora sea adverso, ora próspero, y los mismos castigos, como sea cosa que él quiera hacer, los recibe con la misma igualdad y de una manera, y le hace gozo y deleite; porque, como dice San Juan: Perfecta Charitas foras mittit timoren; «La perfecta caridad echa fuera todo temor». Y así, no le puede ser pesada y penosa, pues es el remate de todas sus pesadumbres y penas, y principio de todo su bien; tiénela por amiga y esposa, y con su memoria se goza como en el día de su desposorio y bodas, y más desea aquel día y aquella hora en que ha de venir su muerte, que los reyes de la tierra desearon los reinos y principados; porque de esta suerte de muerte dice el Sabio: ¡Oh muerte!, bueno es tu juicio para el hombre que se siente necesitado; O mors!, bonum est juditium tuum homini indigenti. La cual, si para el hombre que se siente necesitado de las cosas de acá es buena, no habiendo de suplirle sus necesidades, sino antes despojarlo de lo que tenía, ¿cuánto mejor será su juicio para el alma que está necesitada de amor, como ésta que está clamando por más amor? Pues que, no sólo no la despojará de lo que tenía, sino que antes le será causa de cumplimiento de amor que deseaba, y satisfacción de todas sus necesidades; razón tiene pues, el alma en atreverse a decir sin temor:

Y máteme tu vista y hermosura.

Pues que sabe que en aquel mismo punto que la viese sería ella arrebatada a la misma hermosura, y absorta en la misma hermosura, y transformada en la misma hermosura, y ser ella hermosa como la misma hermosura, abastada y enriquecida como la misma hermosura. Que por eso dice David: La muerte de los santos es preciosa en la presencia de Señor; Pretiosa in conspectu Domini mors Sanctorum ejus. Lo cual no sería si no participasen sus mismas grandezas; porque delante de Dios no hay nada precioso sino lo que él es en sí mismo; por eso el alma no teme morir cuando ama, antes lo desea; por eso el pecador siempre teme morir, porque barrunta que la muerte le ha de quitar todos los bienes y le ha de dar todos los males; porque, como David dice, la muerte de los pecadores es pésima; Mors peccatorum pesima. Y por eso, como dice el Sabio, le es amarga su memoria: O mors, quam amara est memoria tua, homini pacem habenti in substantiis suis! Porque, como aman mucho la vida de este siglo y poco la del otro, temen mucho la muerte; pero el alma que ama a Dios, más vive en la otra vida que en ésta, porque más vive donde ama que donde anima; y así, tiene en poco esta vida corporal, y por eso dice: «Máteme tu vista, etc.».

Mira que la dolencia

De amor, que no se cura

Sino con la presencia y la figura.

La causa por qué la enfermedad de amor no tiene otra cura sino la presencia y figura del amado, como aquí dice, es porque la dolencia de amor, así como es diferente de las demás enfermedades, su medicina es también diferente; porque en las demás enfermedades, para seguir buena filosofía, cúranse contrarios con contrarios; pero el amor no se cura sino es con cosa conforme al amor. La razón es porque la salud del alma es el amor de Dios; y así, cuando no tiene cumplido amor, no tiene cumplida la salud, y por eso está enferma, porque la enfermedad no es otra cosa sino falta de salud; de manera que cuando ningún grado de amor tiene el alma está muerta; mas cuando tiene alguno, por mínimo que sea, ya está viva, pero muy debilitada y enferma, por el poco amor de Dios que tiene; pero cuanto más amor se le fuere aumentando más salud tendrá, y cuando tuviere perfecto amor será su salud cumplida. Donde es de saber que el amor nunca llega a estar perfecto hasta que emparejan tan en uno los amantes, que se transfiguran el uno en el otro, y entonces está el amor todo sano. Y porque aquí el alma se siente con cierto dibujo de amor, que es la dolencia que aquí dice, deseando que se acabe de figurar con la figura cuyo es el dibujo, que es su esposo el Verbo, Hijo de Dios; el cual, como dice San Pablo, es resplandor de su gloria y figura de su substancia: Splendor gloriae, et figura substantiae ejus. Y porque esta figura es la que aquí entiende el alma, en que se desea transfigurar por amor, dice:

Mira que la dolencia

De amor, que no se cura

Sino con la presencia y la figura.

Bien se llama dolencia el amor no perfecto, porque, así como el enfermo está debilitado para obrar, así el alma que está flaca en amor, lo está también para obrar las virtudes heroicas.

Puédese también aquí entender que el que siente en sí dolencia de amor, esto es, falta de amor, es señal que tiene algún amor, porque por lo que tiene echa de ver lo que le falta; pero el que no la siente, es señal que no tiene ninguno o que está perfecto en él.

Anotación de la canción siguiente

En esta sazón, sintiéndose el alma con tanta vehemencia de ir a Dios como la piedra cuando se va más llegando a su centro; y sintiéndose también estar como la cera que comenzó a recibir la impresión del sello, y no se acabó de figurar; y demás de esto, conociendo que está como la imagen de la primera mano y dibujo, clamando al que la dibujó para que la acabe de dibujar y formar, teniendo aquella fe tan ilustrada, que la hace visear unos divinos semblantes muy claros de la alteza de su Dios, no sabe qué se hacer, sino volverse a la misma fe, como la que en sí encierra y encubre la figura y hermosura de su Amado, de la cual ella también recibe los dichos dibujos y prendas de amor, y hablando con ella, dice:

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