Canción XVII

Detente, cierzo muerto,

Ven, austro, que recuerdas los amores,

Aspira por mi huerto,

Y corran sus olores,

Y pacerá el Amado entre las flores.

Declaración

Demás de lo dicho en la canción pasada, la sequedad de espíritu es también causa de impedir al alma el jugo de suavidad interior, de que arriba ha tratado, y temiendo ella esto, hace dos cosas en esta canción. La primera, impedir la sequedad, cerrando la puerta por medio de la continua oración y devoción. La segunda, invocar el Espíritu Santo, que es el que ha de ahuyentar esta sequedad del alma y el que sustenta y aumenta en ella el amor del Esposo; y también ponga al alma el ejercicio interior de las virtudes, todo a fin de que el Hijo de Dios, su Esposo, se goce y deleite más en ella; porque toda su pretensión es dar contento al Amado.

Detente, cierzo muerto.

El cierzo es un viento muy frío, que seca y marchita, las flores y plantas, y a lo menos las hace encoger y cerrar cuando en ellas hiere. Y porque la sequedad espiritual y la ausencia afectiva del Amado hacen este mismo efecto en el alma que la tiene, agotándole el jugo y sabor y fragrancia que gustaba de las virtudes, la llama cierzo muerto, porque todas las virtudes y ejercicio afectivo que tenía el alma, tiene amortiguado; y por eso dice aquí el alma: «Detente, cierzo muerto». El cual dicho del alma se ha de entender que es hecho y obrado de ejercicios espirituales, para que se detenga la sequedad. Pero, porque en este estado las cosas que Dios comunica al alma son tan interiores, que con ningún ejercicio de sus potencias puede de suyo el alma ponerlas en ejercicio y gustarlas si el espíritu del Esposo no hace en ella esta moción de amor, le invoca ella luego, diciendo:

Ven, austro, que recuerdas los amores.

El austro es otro viento que vulgarmente se llama ábrego; el cual es apacible, causa pluvias y hace germinar las yerbas y plantas, y abrir las flores y derramar su olor; y en efecto, tiene este aire los efectos contrarios del cierzo. Y así, por este aire entiende el alma el Espíritu Santo, el cual dice que recuerda los amores; porque cuando este divino aire embiste en el alma, de tal manera la inflama toda, y regala y aviva, y recuerda la voluntad y levanta los apetitos, que antes estaban caídos y dormidos al amor de Dios, que se puede bien decir que recuerda los amores de él y de ella, y lo que pide al Espíritu Santo es lo que dice en el verso siguiente:

Aspira por mi huerto.

El cual huerto es la misma alma; porque, así como arriba ha llamado a la misma alma viña florida, porque la flor de las virtudes que hay en ellas le dan vino de dulce sabor, así aquí la llama también huerto, porque en ellas están plantadas y nacen y crecen las flores de perfección y virtudes que habemos dicho. Y es aquí de notar que no dice la esposa: Aspira en mi huerto; sino «Aspira por mi huerto»; porque es grande la diferencia que hay entre aspirar Dios en el alma o por el alma; porque aspirar en el alma es infundir en ella gracia, dones y virtudes; y aspirar por ella es hacer Dios toque y moción en las virtudes y perfecciones que ya le son dadas, renovándolas y moviéndolas de suerte, que den de sí admirable fragrancia y suavidad; bien así como cuando menean las especies aromáticas, que al tiempo que se hace aquella moción derraman el abundancia de su olor, el cual antes ni era tal ni se sentía en tanto grado; porque las virtudes que el alma tiene adquiridas e infusas no siempre las está sintiendo y gozando actualmente; porque, como después diremos, en esta vida están en el alma como flores en cogollo o en capullo cerradas, o como especies aromáticas encubiertas, cuyo olor no se siente hasta ser abiertas y movidas, como habemos dicho.

Pero algunas veces hace Dios tales mercedes al alma esposa, que, aspirando con su Espíritu divino por este florido huerto de ella, abre todos estos cogollos de virtudes y descubre estas especies aromáticas de dones y perfecciones y riquezas del alma; y manifestando el tesoro y caudal interior, descubre toda la hermosura de ella. Y entonces es cosa amirable de ver y suave de sentir la riqueza que se descubre al alma de sus dones, y la hermosura de estas flores de virtudes, ya todas abiertas en alma; y la suavidad de olor que cada una le da de sí, según su propiedad, es inestimable. Y esto llama aquí correr los olores del huerto, cuando en el verso siguiente dice:

Y corran sus olores.

Los cuales son en tanta abundancia algunas veces, que al alma le parece estar vestida de deleites y bañada en gloria inestimable; tanto, que no sólo ella lo siente de dentro, pero aun suele redundarle tanto de fuera, que lo conocen los que saben advertir y les parece estar tal alma como un deleitoso jardín lleno de deleites y riquezas de Dios. Y no sólo cuando estas flores están abiertas se echa de ver esto en estas santas almas, pero ordinariamente traen en sí un no sé qué de grandeza y dignidad, que causa detenimiento y respeto a los demás, por el efecto sobrenatural que se difunde en el sujeto de la próxima y familiar comunicación con Dios, cual se escribe en el Éxodo de Moisés, que no podían mirarle su rostro, por la honra y gloria que quedaba en su persona por haber tratado cara a cara con Dios.

En este aspirar del Espíritu Santo por el alma, que es visitación suya, enamorado de ella, se comunica en alta manera el Esposo, Hijo de Dios; que por eso envía su Espíritu primero (como a los apóstoles), que es su aposentador, para que le prepare la posada del alma esposa, levantándola en deleite, poniéndole el huerto a gusto, abriendo sus flores, descubriendo sus dones, arreándola de la tapicería de sus gracias y riquezas. Y así, con grande deseo desea el alma esposa todo esto; es a saber, que se vaya el cierzo y venga el austro, que aspire por el huerto; porque en esto gana el alma muchas cosas juntas; porque gana el gozar las virtudes puestas en el punto de sabroso ejercicio, como habemos dicho; gana el gozar al Amado en ellas, pues mediante ellas, como acabamos de decir, se le comunica a ella con más estrecho amor, y haciéndole más particular merced que antes; y gana que el Amado mucho más se deleita en ella por este ejercicio actual de virtudes, que es de lo que ella más gusta, es a saber, que guste su Amado; y gana también la continuación y duración del tal sabor y suavidad de virtudes, la cual dura en el alma todo el tiempo que el Esposo asiste en ella en la tal manera, estándole dando la esposa suavidad en las virtudes que tiene, según en los Cánticos ella lo dice en esta manera: En tanto que estaba el Rey en su reclinatorio, es a saber, en el alma, mi arbolico florido y oloroso dio olor de suavidad; Dum esset Rex in accubitu suo, nardus mea dedit odorem suum. Dando aquí a entender por este arbolico oloroso la misma alma que de las flores de virtudes que en sí tiene da olor de suavidad al Amado, que en ella mora en esta manera de unión. Por tanto, mucho es de desear este divino aire del Espíritu Santo, que pida cada alma aspire por su huerto, para que corran divinos olores de Dios. Que por ser esto tan necesario y de tanta gloria y bien para el alma, la Esposa lo deseó y pidió por los mismos términos que aquí, en los Cantares, diciendo: Surge Aquilo, et veni Auster, perfla hortum meum, et fluant aromata illius; Levántate de aquí, cierzo, y ven, ábrego, y aspira mi huerto, y correrán sus olores y preciosas especies. Y esto todo lo desea el alma, no por el deleite y gloria que de ello se le sigue, sino por lo que en esto sabe que se deleita su Esposo, y porque es todo disposición y prenuncio para que el Hijo de Dios venga a deleitarse en ella, que por eso dice luego:

Y pacerá el Amado entre las flores.

Significa el alma este deleite que el Hijo de Dios tiene en ella en esta sazón por nombre de pasto, que muy más al propio le da a entender, por ser el pasto o comida cosa que, no sólo da gusto, pero aun sustenta; y así, el Hijo de Dios se deleita en el alma en estos deleites de ella y se sustenta en ella; esto es, persevera en ella como lugar donde grandemente se deleita, porque el lugar se deleita de veras en él. Y eso entiendo que es lo que él mismo quiso decir por la boca de Salomón en los Proverbios, diciendo: «Mis deleites son con los hijos de los hombres»; Delitiae meae esse cum filiis hominum; es a saber, con sus deleites, que son estar conmigo, que soy el Hijo de Dios. Y conviene aquí notar que no dice el alma aquí que pacerá el Amado las flores, sino entre las flores; porque, como quiera que la comunicación suya, es a saber, del Esposo, sea en la misma alma mediante el arreo ya dicho de las virtudes, síguese que lo que pace es la misma alma, transformándola en sí, estando ya ella guisada, salada y sazonada con las dichas flores de virtudes y dones y perfecciones, que son la salsa con que y entre que la pace; las cuales, por medio del aposentador ya dicho, están dando al Hijo de Dios sabor y suavidad en el alma para que por este medio se apaciente más en el amor de ella; porque éste es el amor del Esposo, unirse con el alma entre la fragrancia de estas flores. La cual condición nota la Esposa en los Cantares, como quien tan bien la sabe, en estas palabras: Dilectus meus descendit in hortum suum ad areolam aromatum ut pascatur in hortis, et lilia colligat; «Mi Amado descendió a su huerto, a la era y aire de las especies odoríferas para apacentarse en el huerto y coger lirios». Y otra vez dice: Ego dilecto meo, et dilectus meus mihi, qui pascitur inter lilia; «Yo para mi Amado, y él para mí, que se apacienta entre los lirios»: es a saber, que se apacienta y deleita en mi alma, que es el huerto suyo, entre los lirios de mis virtudes y perfecciones y gracias.

Anotación para la canción siguiente

En este estado, pues, de desposorio espiritual, como el alma echa de ver sus excelencias y grandes riquezas, y que no las posee y goza como querría, causa de la morada que hace en carne, muchas veces padece mucho, mayormente cuando más se le aviva la noticia de esto; porque echa de ver que ella está en el cuerpo como un gran señor en la cárcel, sujeto a mil miserias, confiscados sus reinos e impedido todo su señorío y riquezas, y no se le da de su hacienda, sino muy por tasa la comida; en lo cual lo que podrá sentir cada uno lo echará bien de ver, mayormente aún los domésticos de su casa, no le estando muy sujetos; sino que, a cada ocasión, sus siervos y esclavos, sin algún respeto se enderezan contra él, hasta querer cogerle el bocado del plato. Así, pues, se ha el alma en el cuerpo, pues cuando Dios le hace alguna merced de darle a gustas de algún bocado de los bienes y riquezas que le tiene aparejadas, luego se levanta en la parte sensitiva algún mal siervo de apetito, ahora un esclavo de desordenado movimiento, ahora otras rebeliones de esta parte inferior, a impedirle este bien.

En lo cual se siente el alma estar como en tierra de enemigos, y tiranizada entre extraños, y como muerta entre los muertos, y sintiendo bien lo que da a entender el profeta Baruch cuando encarece esta miseria en la cautividad de Jacob, diciendo: ¿Qué es la causa, oh Israel, para que estés en la tierra de los enemigos? Envejecístete en la tierra ajena, contaminástete con los muertos, y estimáronte con los que descienden al infierno. Quid est Israel quod in terra inimicorum es? Inveterasti in terra aliena, coinquinatus es cum mortuis: deputatus es cum descendentibus in infernum. Y hiere más sintiendo este mísero trato que el alma padece de parte del cautiverio del cuerpo, cuando, hablando Jeremías con Israel, según el sentido espiritual, dice: Numquid servus est Israel, aut vernaculus? Quare ergo factus est praedam? Super eum rugierunt leones, et dederunt vocem suam; ¿por ventura Israel es siervo o esclavo, porque así esté preso? Sobre él rugieron los leones, etc. Entendiendo aquí por los leones los apetitos y rebeliones que decimos de este tirano rey de la sensualidad. De lo cual, para mostrar el alma la molestia que recibe, y el deseo que tiene de que este reino de la sensualidad con todos sus ejércitos y molestias se acabe ya o se le sujete del todo, levantando los ojos al Esposo, como quien lo ha de hacer todo, hablando contra los dichos movimientos y rebeliones, dice la canción siguiente:

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