Canción XXII

Entrádose ha la esposa

En el ameno huerto deseado,

Y a su sabor reposa,

El cuello reclinado

Sobre los dulces brazos del Amado.

Declaración

Habiendo ya la esposa puesto diligencia en que las raposas se cazasen y el cierzo se fuese y las ninfas se sosegasen, que eran estorbos e inconvenientes que impedían el deseado deleite del estado del matrimonio espiritual, y también habiendo invocado y alcanzado el aire del Espíritu Santo, como ha dicho en las precedentes canciones, el cual es la propia disposición e instrumento para la perfección del tal estado, resta ahora tratar de él en esta canción, en que habla el Esposo, llamando ya esposa al alma, y dice dos cosas. La una es decir cómo, después de haber salido victoriosa, ha llegado a este estado deleitoso del matrimonio espiritual, que él y ella tanto habían deseado. Y la segunda es contar las propiedades de dicho estado, de las cuales ya el alma goza en él; como son reposar su sabor y tener el cuello reclinado sobre los dulces brazos del Amado, según ahora iremos declarando.

Entrádose ha la esposa.

Para declarar el orden de estas canciones más distintamente, y dar a entender el que ordinariamente lleva el alma, hasta llegar a este estado de matrimonio espiritual, que es el más alto de que ahora, con el favor divino, se ejercita en los trabajos y amarguras de la mortificación y en la meditación de las cosas espirituales, que al principio dijo el alma desde la primera canción hasta aquélla que dice:

Mil gracias derramando.

Y después entra en la vida contemplativa, en que pasa por las vías y estrechos de amor que en el progreso de las canciones ha ido contando, hasta la que dice:

Apártalos, Amado.

En que se hizo el desposorio espiritual. Y demás de esto, va por la vía unitiva, en la que recibe muchas y muy grandes comunicaciones, vistas, joyas y dones del Esposo, bien así como a desposada, y se va enterando y perficionando en el amor, como ha contado desde la dicha canción, que comienza: «Apártalos, amado»; donde se hizo el desposorio, hasta ésta de ahora, que comienza:

Entrádose ha la esposa.

Donde restaba ya hacerse el matrimonio espiritual entre la dicha alma y el Hijo de Dios; el cual es mucho más, sin comparación, que el desposorio espiritual, porque es una transformación total en el Amado, en que se entregan ambas partes por total posesión de la una a la otra, con cierta consumación de unión de amor, en que está el alma hecha divina, y Dios por participación cuanto se puede en esta vida. Y así, pienso que este estado nunca acaece sin que esté el alma en él confirmada en gracia; porque se confirma la fe de ambas partes, confirmándose aquí la de Dios en el alma; de donde éste es el más alto estado a que en esta vida se puede llegar; porque, así como en la consumación del matrimonio carnal son dos en una carne, como dice la divina Escritura, así también, consumado este matrimonio espiritual entre Dios y el alma, son dos naturalezas en un espíritu y amor, según lo dice San Pablo, trayendo esta misma comparación, diciendo: El que se junta al Señor, un espíritu se hace con él; Qui autem adhaeret Domino, unus spiritus est. Bien así como cuando la luz de una estrella o de una candela se junta y une con la del sol, que ya quien luce no es la estrella ni la candela, sino el sol, teniendo en sí difundidas las otras luces. Y de este estado habla el Esposo en el presente verso, diciendo: «Entrádose ha la Esposa»; es a saber, de todo lo temporal, y de la natural, y de las afecciones, modos y maneras espirituales; dejadas aparte y olvidadas todas las tentaciones, turbaciones, penas, solicitud y cuidados, transformada en este alto abrazo; por lo cual se sigue el verso siguiente:

En el ameno huerto deseado.

Y es como si dijera: Transformádose ha en su Dios, que es el que aquí llama huerto ameno, por el deleitoso y suave asiento que halla el alma en él; a este huerto de llena transformación, el cual es ya gozo, deleite y gloria de matrimonio espiritual, no se viene sin pasar primero por el desposorio espiritual, y por el amor ideal y común de desposados; porque, después de haber sido el alma algún tiempo Esposa en entero y suave amor con el Hijo de Dios, después la llama Dios y la mete en este huerto suyo florido a consumar este estado felicísimo del matrimonio consigo; en el cual se hace tal junta de las dos naturalezas y tal comunicación de la divina a la humana, que, no mudando alguna de ellas su ser, cada una parece Dios; aunque en esta vida no puede ser perfectamente, aunque es sobre todo lo que se puede decir ni pensar.

Esto da muy bien a entender el mismo Esposo en los Cantares, donde convida al alma, hecha ya esposa, a este estado, diciendo: Veni in hortum meum soror mea sponsa, mesui myrram meam cum aromatibus meis; que quiere decir: Ven y entra en mi huerto, hermana mía, esposa, que ya he segado mi mirra con mis especies aromáticas olorosas. Llámala hermana y esposa porque ya lo era en el amor y entrega que le había hecho de sí antes que la llamase a este estado de matrimonio espiritual donde dice que tiene ya segada su olorosa mirra y especies aromáticas, que son los frutos de las flores ya maduros y aparejados para el alma; los cuales son los deleites y grandezas que en este estado de sí le comunica, esto es, en sí mismo a ella, y por eso es el ameno y deseado huerto para ella; porque todo el deseo y fin del alma y de Dios en todas las obras de ella es la consumación y perfección de este estado; por lo cual nunca descansa el alma hasta llegar a él, porque halla en él mucha más abundancia y henchimiento de Dios, y más segura y estable paz, y más perfecta suavidad, sin comparación, que en el desposorio espiritual. Bien así como ya colocada en los brazos de tal esposo, con el cual ordinariamente siente el alma tener un estrecho abrazo espiritual, que verdaderamente es abrazo, por medio del cual vive el alma vida de Dios; porque en ella se verifica lo que dice san Pablo: Vivo autem, jam non ego, vivit vero in me Christus; «Vivo yo, mas ya no yo, porque vive Christo en mí»; por tanto, viviendo el alma aquí vida tan feliz y gloriosa como es vida de Dios, considere cada uno, si pudiere, qué vida será ésta tan sabrosa que vive en la cual, así como Dios no puede sentir algún sinsabor, así ella tampoco le siente, mas goza y siente deleite y gloria de Dios en la sustancia del alma transformada en él; y por eso se sigue el verso siguiente:

Y a su sabor reposa,

El cuello reclinado.

El cuello significa aquí la fortaleza del alma, mediante la cual, como habemos dicho, se hace esta junta y unión entre ella y el Esposo; porque no podría el alma sufrir tan estrecho si no estuviese ya muy fuerte; y porque en esta fortaleza trabajó el alma y obró las virtudes y venció los vicios, justo es que en aquello que venció y trabajó repose el cuello reclinado.

Sobre los dulces brazos del Amado.

Reclinar el cuello en los brazos de Dios es tener ya unida su fortaleza, o por mejor decir, su flaqueza, en la fortaleza de Dios, en que, reclinada y transformada nuestra flaqueza, tiene ya fortaleza del mismo Dios; de donde muy cómodamente se denota este estado de matrimonio espiritual por esta reclinación del cuello en los dulces brazos del Amado; porque ya Dios es la fortaleza y dulzura del alma, en que está guarecida y amparada de todos los males, y saboreada en todos los bienes. Por tanto, la Esposa en los Cantares, deseando este estado dijo al Esposo: Quis mihi det te fratrem meum sugentem ubera matris meae, ut inveniam te foris, et deosculer te, et jam me nemo despiciat? «¿Quién te me diese, hermano mío, que mamases en los pechos de mi madre de manera que te hallase yo solo afuera y te besase, y ya no me despreciase nadie?». En llamarle hermano de amor entre los dos antes de llegar a este estado; en lo que dice, que mamases los pechos de mi madre, quiere decir, que enjugases y acabases en mí los apetitos y pasiones, que son los pechos de la leche de nuestra madre Eva en nuestra carne; los cuales son impedimento para este estado; y así, esto hecho, te hallase yo solo afuera; esto es, fuera yo de todas las cosas y de mí misma, en soledad y desnudez de espíritu, la cual viene a ser enjugados los apetitos ya dichos; y allí te besase sola a ti solo; es a saber, se uniese mi naturaleza, ya sola y desnuda de toda impureza natural, temporal y espiritual, contigo solo; esto es, con tu sola naturaleza, sin otro algún medio fuera del amor; lo cual sólo es en el matrimonio espiritual, que es el beso del alma a Dios, donde no la desprecia ni se le atreve ninguno; porque en este estado, ni demonio ni carne ni mundo ni apetitos molestan; porque aquí se cumple lo que también se dice en los Cantares: «Ya pasó el invierno y se fue la lluvia y parecieron las flores en nuestra tierra»; Jam enim hiems transit, imber abiit, et recesit. Flores apparuerunt in terra nostra.

Anotación de la canción siguiente

En este alto estado de matrimonio espiritual, con gran facilidad y frecuencia descubre el Esposo al alma sus maravillosos secretos, como a su fiel consorte; porque el verdadero y entero amor no sabe tener nada encubierto al que ama; y así, le comunica principalmente dulces misterios de su encarnación y los modos y maneras de la redención humana, que es una de las más altas obras de Dios, y así es más sabrosa para el alma; por lo cual, aunque le comunica otros muchos misterios, sólo hace mención el Esposo en la canción siguiente de la encarnación, como el más principal de todos; y así, hablando con ella, le dice estas palabras:

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