Canciones XX y XXI

A las aves ligeras,

Leones, ciervos, gamos saltadores,

Montes, valles, riberas,

Aguas, aires, ardores,

Y miedos, de las noches veladores

Por las amenas liras

Y cantos de sirenas os conjuro

Que cesen vuestras iras,

Y no toquéis al muro,

Porque la esposa duerma más seguro.

Declaración

En estas dos canciones pone el Esposo, Hijo de Dios, al alma esposa en posesión de paz y tranquilidad, en conformidad de la parte inferior con la superior, limpiándola de todas sus imperfecciones, poniendo en razón las potencias y razones naturales del alma, sosegando todos los demás apetitos, según se contiene en las sobredichas dos canciones, cuyo sentido es el siguiente: primeramente, conjura el Esposo y manda a las inútiles digresiones de la fantasía e imaginativa que de aquí adelante cesen, y también pone en razón a las dos potencias naturales irascible y concupiscible, que antes algún tanto afligían al alma; y pone en perfección de sus objetos las tres potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad, según se puede en esta vida. Demás de esto, conjura y manda a las cuatro pasiones del alma, que son gozo, esperanza, dolor y temor, que ya de aquí adelante estén mitigadas y puestas en razón; todas las cuales dichas cosas son significadas por todos aquellos nombres que se ponen en la canción primera, cuyas molestas operaciones y movimientos hace el Esposo que ya cesen en el alma, por medio de la gran suavidad y deleite y fortaleza que ella posee en la comunicación y entrega espiritual que Dios le hace de sí en este tiempo; en la cual, porque Dios transforma vívamente al alma en sí, todas las potencias, apetitos y movimientos del alma pierden su imperfección natural y se mudan en divinos. Y dice así:

A las aves ligeras.

Llama aves ligeras a las digresiones de la imaginativa, que son ligeras y sutiles en volar a una parte y a otra; las cuales, cuando la voluntad está gozando en quietud de la comunicación sabrosa del Amado, suelen hacerle sinsabor y apagarle el gusto con sus vuelos sutiles; a las cuales dice el Esposo que las conjura por las amenas liras, etc. Esto es, que, pues ya la suavidad de deleite del alma es tan abundante y frecuente, que ellas no le podrán impedir, como antes solían, por no haber llegado a tanto que cesen sus inquietos bullicios, ímpetus y excesos; lo cual se ha de entender así en las demás partes que habemos declarado, como son:

Leones, ciervos, gamos saltadores.

Por los leones entiende las acrimonías e ímpetus de la potencia irascible, por ser como osada y atrevida en sus actos, como los leones; y por los ciervos y gamos saltadores entiende la concupiscible, que es la potencia de apetecer, la cual tiene dos afectos: el uno de cobardía y el otro de osadía; el de cobardía ejercita cuando no halla las cosas para sí convenientes, que entonces se encoge, retira y acobarda, en lo cual es compasada a los ciervos; porque, así como tienen esta potencia más intensa que otros muchos animales, así son muy cobardes y encogidos. El afecto de osadía ejercita cuando halla las cosas convenientes para sí, porque entonces no se encoge ni acobarda, sino atrévese a apetecerlas y admitirlas con los deseos y afectos; y en estos afectos de osadía es comparada esta potencia a los gamos, los cuales tienen tanta concupiscencia en lo que apetecen, que, no sólo van a ello corriendo, mas aun saltando, y por eso los llama aquí saltadores. De manera que en conjurar aquí los leones, pone rienda a los ímpetus y excesos de la ira, y en conjurar los ciervos, fortalece la concupiscencia en las cobardías y pusilanimidades que antes la encogían, y en conjurar los gamos saltadores, la satisface y apacigua los deseos y apetitos que antes andaban inquietos, saltando como gamos de uno en otro, para satisfacer a la concupiscencia, la cual está ya satisfecha por las amenas liras, de cuya suavidad goza, y por el canto de sirenas, en cuyo deleite se apacienta. Y es de notar que no conjura el Esposo aquí a la ira y concupiscencia, porque estas potencias nunca faltan en el alma, sino a los molestos y desordenados actos de ellas, significados por los leones, ciervos y gamos saltadores; porque éstos, en este estado, es necesario que salten.

Montes, valles, riberas.

Por estos tres nombres se denotan los actos viciosos y desordenados de las tres potencias del alma, que son memoria, entendimiento y voluntad; los cuales actos son desordenados y viciosos cuando son en extremo altos o en extremo bajos y remisos, o cuando no lo sean en extremo, declinan hacia uno de los dos extremos. Y así, por los montes, que son muy altos, son significados los actos extremados que son en demasía; y por los valles que son muy bajos, se significan los actos de estas tres potencias, extremados en menos de lo que conviene. Y por las riberas, que ni son muy altas ni muy bajas, sino que, por no ser muy llanas, participan algo del un extremo y del otro, son significados los actos de las potencias cuando exceden o faltan algo del medio y llano de lo justo; los cuales, aunque no son extremadamente desordenados, como lo serían en llegando a pecado mortal, todavía lo son en parte, tocando a venial o imperfección, por mínima que sea, en el entendimiento, memoria y voluntad. A todos estos actos excesivos de lo justo conjura también que cesen por las amenas liras y cantos dichos; los cuales tienen puestas a las tres potencias del alma tan en su punto de efecto, que están tan empleadas en la justa operación que les pertenece, que, no sólo no es lo extremo, pero ni aun parte de él participan en ninguna cosa.

Aguas, aires, ardores,

Y miedos, de las noches veladores.

También por estas cuatro cosas significa las aficiones de las cuatro pasiones, que, como dijimos, son dolor, esperanza, gozo y temor. Por las aguas se entienden las aficiones del dolor que afligen al alma, porque así como agua se entran en ella; de donde David, hablando con Dios de ellas, dice: Salvum me fac Deus quoniam intraverunt aquae usque ad animam meam; «Sálvame, Dios mío, porque han entrado las aguas hasta mi alma». Por los aires entienden las afecciones de la esperanza, porque así como aire vuelan a desear lo ausente; que se espera como el mismo David lo dijo: Os meum aperui, et attraxi Spiritum: quid mandata tua desiderabam; como si dijera: Abrí la boca de mi esperanza y atraje el aire de mi deseo, porque esperaba y deseaba tus mandamientos. Por los ardores se entienden las afecciones de la pasión del gozo, las cuales inflaman el corazón a manera del fuego; por lo cual el mismo David dice: Concaluit cor meum intra me: et in meditatione mea exardescet ignis: que quiere decir: Dentro de mí se calentó mi corazón, y en mi meditación se encenderá fuego. Que es tanto como decir: En mi meditación se encenderá el gozo. Por los miedos, de las noches veladores, se entienden las afecciones de la otra pasión, que es el temor, las cuales en los espirituales que aún no han llegado a este estado del matrimonio espiritual de que vamos hablando, suelen ser muy grandes a veces de parte de Dios al tiempo que les quiere hacer algunas mercedes, como habemos dicho arriba, que le suele hacer temor en el espíritu y pavor, y encogimiento de la carne y sentidos, por no tener ellos fortalecido y perficionado el natural, y habituado a aquellas mercedes, a veces también de parte del demonio, el cual al tiempo que Dios da al alma recogimiento y suavidad en sí, teniendo él grande envidia y pesar de aquel bien y paz del alma, procura poner horror y temor en el espíritu por impedirle aquel bien, y a veces como amenazándole allá en el espíritu; y cuando ve que no puede llegar al interior del alma, por estar muy recogida y unida con Dios, a lo menos procura por de fuera en la parte sensitiva poner distración y variedad, y aprietos y dolores y horror al sentido, a ver si por este medio puede inquietar a la esposa de su tálamo. Y llamolos miedos de las noches por ser de los demonios, y porque con ellos el demonio procura difundir tinieblas en el alma, por escurecerle la divina luz de que goza. Y llama veladores a estos temores porque de suyo hacen velar y recordar al alma de su suave sueño interior, y también porque los demonios, que los causan, están siempre velando por ponellos. Estos temores que pasivamente de parte de Dios hay, o del demonio, como he bicho, se inhieren al alma, digo en el espíritu, de los que son ya espirituales. Y no trato aquí de otros temores temporales o naturales, porque tenerlos no es de gente espiritual, como lo es tener los otros temores ya dichos.

Pues a todas estas cuatro maneras de afecciones de las cuatro pasiones del alma conjura también el Amado, haciéndolas cesar y sosegar, por cuanto él da ya en este estado a su esposa caudal y fuerza y satisfacción en las amenas liras de su suavidad y canto de sirenas de su deleite, para que, no sólo no reinen en ella, pero ni en algún tanto le puedan dar sinsabor; porque es la grandeza y estabilidad del alma tan grande en este estado, que antes le llegaban al alma las aguas del dolor de cualquiera cosa, y aun de los pecados suyos o ajenos, que es lo que más suelen sentir los espirituales, aunque los estiman, no les hacen dolor ni sentimiento congojoso, y aun la compasión, que es el sentimiento de ellos, no le tienen, aunque tienen las obras y la perfección de ella. Porque aquí le falta al alma lo que tenía de flaco en las virtudes, y le queda lo fuerte, constante y perfecto de ellas. Porque, a modo de los ángeles, que perfectamente estiman las cosas que son de dolor sin sentir dolor, y ejercitan las obras de misericordia sin sentimiento de compasión, le acaece al alma en esta transformación de amor. Aunque algunas veces y en algunas sazones dispensa Dios con ella, dándole a sentir cosas y a padecer en ellas, porque más merezca y se afervore en el amor, o por otros respectos, como hizo con su madre Virgen y con San Pablo y otros; pero el estado de suyo no lo lleva.

En los deseos de la esperanza tampoco se aflige; porque, estando ya satisfecha con esta unión de Dios, cuanto en esta vida puede, ni cerca del mundo tiene qué esperar, ni acerca de lo espiritual qué desear, pues se ve y siente llena de las riquezas de Dios, aunque puede crecer en caridad; y así, en el morir y en vivir está conforme y ajustada con la voluntad de Dios, diciendo, según la parte sensitiva y espiritual: Fiat voluntas tua, sin ímpetu de otra gana y apetito; y así, el deseo que tiene de ver a Dios es sin pena. También las afecciones del gozo, que en el alma solían hacer sentimiento de más o menos, no echa de ver mengua en ellas, ni le hace novedad la abundancia, porque es tanta la abundancia que ella ordinariamente goza, que es a manera de la mar, que ni mengua por los ríos que de ella salen, ni crece por los que en ella entran; porque esta alma es en la que está hecha esta fuente de que dice Cristo, por San Juan, que su agua salta hasta la vida eterna.

Y porque he dicho que esta tal alma no recibe novedad en este estado de transformación, en lo cual parece que le quitó los gozos accidentarios, que aun en los glorificados no faltan; es a saber, que aunque a esta alma no le faltan estos gozos y suavidades accidentarias, porque antes las que ordinariamente tiene son sin cuento, no por eso en lo que es sustancial comunicación de espíritu se le aumenta nada de este gozo; porque, todo lo que de nuevo le puede venir, ya ella se lo tenía; y así, es más lo que en sí tiene que lo que de nuevo le viene; de donde, todas las veces que a esta alma se le ofrecen cosas de gozo y de alegría exteriores o espirituales interiores, luego se convierte a gozar las riquezas que ella tiene ya en sí, y se queda con mucho mayor gozo y deleite en ellas que en las que de nuevo le vienen, porque tiene en alguna manera la propiedad de Dios en esto; el cual, aunque en todas las cosas se deleita, no se deleita tanto en ellas como en sí mismo, porque tiene él en sí eminente bien sobre todas ellas. Y así, todas las novedades que a esta alma acaecen de gozos y gustos, más le sirven de recuerdos para que se deleite en lo que ya tienen y siente en sí, que en las mismas novedades; porque, como digo, es más que ellas. Y cosa natural es que cuando una cosa da gozo y contento al alma, si tiene otra que más estime y más gusto le dé, luego se acuerda de aquélla, y asienta su gusto y gozo en ella. Y así, es tan poco lo accidentario de estas novedades espirituales, y lo que ponen de nuevo en el alma en comparación de lo sustancial que ella ya en sí tiene, que no podemos decir nada; porque el alma que ha llegado a este cumplimiento de transformación en que está toda crecida, no va creciendo en cuanto al estado con las novedades espirituales, como las que no han llegado a él; pero es cosa admirable de ver que, con no recibir esta alma novedad de deleite, siempre le parece que las recibe de nuevo, y también que se las tenía. La razón es, porque siempre las gusta de nuevo, por ser su bien siempre nuevo; y así, le parece que recibe siempre novedades sin haber menester recibirlas.

Pero, si quisiésemos hablar de la iluminación de gloria que en este ordinario abrazo que tiene dado al alma algunas veces hace Dios en ella, que es cierta conversación espiritual, en que le hace ver y gozar en junto este abismo de deleites y riquezas que ha puesto en ella, nada se podría decir que declarase algo de ello; porque, a manera del sol, cuando de lleno embiste la mar, esclarece hasta los profundos senos y cavernas, y parecen las perlas y venas riquísimas de oro y otros minerales preciosos; así este divino sol del Esposo, convirtiéndose a la esposa, saca de manera a luz las riquezas del alma, que hasta los ángeles se maravillan de ella, y dicen aquello de los Cantares: ¿Quién es ésta que procede como la mañana que se levanta, hermosa como la luna, escogida como el sol, terrible y ordenada como las haces de los ejércitos? Quae est ista, quae progeditur quasi aurora consurgens, pulchra ut luna, electa ut sol, terribilis ut castrorum acies ordinata? En la cual iluminación, aunque es de tanta excelencia, no se le acrecienta nada a la tal alma, sino sólo sacarla a luz a que goce lo que antes tenía.

Finalmente, ni los miedos, de las noches veladores, llegan a ella, estando ya tan clara y tan fuerte, y reposando tan de asiento en Dios, que ni la pueden obscurecer los demonios con sus tinieblas ni atemorizar con sus terrores ni recordar con sus ímpetus; y así, ninguna cosa le puede llegar ni molestar, habiéndose ella entrado de todas las cosas en su Dios, donde goza de toda paz, y de toda suavidad gusta y en todo deleite se deleita, según sufre la condición y estado de esta vida; porque de esta tal alma se entiende aquello que dice el Sabio: Secura mens quasi juge convivium; es a saber: «El alma tranquila y sosegada es como un convite continuo». Porque, así como en un convite hay sabor de todos manjares y suavidad de todas las músicas, así el alma, en este convite que ya tiene en el pecho de su Esposo, goza de todo deleite y gusta de toda suavidad. Y es tan poco lo que habemos dicho de lo que aquí pasa, y lo que se puede decir con palabras, que siempre se diría lo menos que pasa por el alma que llega a este dichoso estado; porque, si el alma atina a dar en la paz de Dios, que, como dice San Pablo, sobrepuja todo sentido, quedara todo sentido corto y mudo para hablar en ella.

Por las amenas liras

Y canto de sirenas os conjuro.

Ya habemos dado a entender que por las amenas liras entiende aquí el Esposo la suavidad que de sí da al alma en este estado, por la cual hace cesar todas las molestias que habemos dicho en ella; porque, así como la música de las liras llena el alma de suavidad y recreación, y la embebe y suspende de manera que la tiene ajenada de sinsabores y penas, así esta suavidad tiene al alma tan en sí, que ninguna cosa penosa le llega. Y así, es como si dijera: Por la suavidad que yo pongo en el alma cesen todas las cosas no suaves al alma. También se ha dicho que el canto de sirenas significa el deleite ordinario que el alma posee. Y llama a este deleite canto de sirenas porque, así como, según dicen, el canto de las sirenas es tan sabroso y deleitoso, que al que lo oye, de tal manera lo arroba y enamora, que le hace, como trasportado, olvidar de todas las cosas, así el deleite de esta unión de tal manera absorbe el alma en sí y la recrea, que la pone como encantada a todas las molestias y turbaciones de las cosas ya dichas, las cuales son entendidas en este verso:

Y cesen vuestras iras.

Llamando iras a las dichas turbaciones y molestias de las afecciones y operaciones desordenadas que habemos dicho; porque, así como la ira es cierto ímpetu que turba la paz saliendo de los límites de ella, así todas las afecciones ya dichas, con sus movimientos, exceden el límite de la paz y tranquilidad del alma, desquietándola cuando la tocan, y por eso dice:

Y no toquéis al muro.

Entendiendo por el muro el cerco de paz y vallado de virtudes y perfecciones con que la misma alma está cercada y guardada; siendo ella el huerto que arriba ha dicho, donde su Amado pace las flores, cercado y guardado solamente para él; por lo cual la llama en los Cantares huerto cercado, diciendo: Mi hermana es huerto cercado; Hortus conclusus soror mea sponsa. Y así, dice aquí que ni aun a la cerca y muro de éste su huerto le toquen,

Porque la Esposa duerma más seguro.

Es a saber, porque más a sabor se deleite de la quietud y suavidad que goza en el Amado. Donde es de saber que ya aquí para el alma no hay puerta cerrada, sino que en su mano está gozar cada y cuando que quiere de este suave sueño de amor; según lo da a entender el Esposo en los Cantares, diciendo: Conjúroos, hijas de Jerusalén, por las cabras y los ciervos de los campos, que no recordéis ni hagáis velar a la amada hasta que ella quiera; Adjuro vos filiae Jerusalem por capreas, cervosque camporum, ne suscitetis, neque evigilare faciatis dilectam donec ipsa velit.

Anotación de la canción siguiente

Tanto era el deseo que el esposo tenía de acabar de rescatar y libertar ésa su esposa de las manos de la sensualidad y del demonio, que ya que hasta aquí lo ha hecho, como se ha visto ahora también, de la manera que el buen pastor se goza con la oveja sobre sus hombros, que había perdido y buscado por muchos rodeos. Y como la mujer se alegra con la dracma en las manos, que para hallarla había encendido la candela y trastornado toda la casa, llamando a sus amigas y vecinas y regraciándose con ellas, diciendo: Alegraos conmigo, etc.; así a este amoroso pastor y Esposo del alma es admirable cosa de ver el placer que tiene y gozo de ver al alma ya así ganada, perficionada, puesta en sus hombros y asida con sus manos en esta deseada junta y unión. Y no sólo en sí se goza, sino que también hace participantes a los ángeles y almas santas de su gloria, diciendo, como en los Cantares: Salid, hijas de Sión, y mirad al rey Salomón con la corona con que lo coronó su madre en el día de su desposorio y en el día de la alegría de su corazón; Egredemini, et videte filiae Sion Regem Salomonem in diademate, quo coronavit illum mater sua in die desponsationis illius, et in die letitiae cordis ejus. Llamando al alma en estas dichas palabras su corona, su esposa y la alegría de su corazón, trayéndola en sus brazos y procediendo con ella como esposo en su tálamo. Todo lo cual da a entender en la siguiente canción.

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