Canción XXXII

Cuando tú me mirabas,

Su gracia en mí tus ojos imprimían;

Por eso me adamabas,

Y en eso merecían

Los míos adorar lo que en ti vían.

Declaración

Es propiedad del amor perfecto no querer admitir ni tomar nada para sí, ni atribuirse a sí nada, sino todo al Amado; que esto aun en los amores bajos lo hay, cuanto más en el de Dios, donde tanto obliga la razón. Y por tanto, porque en las dos canciones pasadas parece se atribuía a sí alguna cosa la esposa, tal como decir que ella juntamente con el Esposo haría las guirnaldas tejidas con el cabello de ella, lo cual es obra no de poco momento y estima, y después decir y gloriarse que el Esposo se había prendado de su cabello y llagado en su ojo, en lo cual parece también atribuirse a sí misma gran merecimiento, quiere ahora en la presente canción declarar su intención y deshacer el engaño que en esto se puede entender, con cuidado y temor no se le atribuya a ella algún valor y merecimiento, y por eso se le atribuya a Dios menos de lo que se le debe y ella desea, atribuyéndolo todo a él; y regraciándose juntamente, le dice que la causa de prenderse él del cabello de su amor y llagarse del ojo de su fe fue por haberle hecho él la merced de mirarla con amor, con que la hizo graciosa y agradable a sí mismo; y que por esa gracia y valor que de él recibió, mereció su amor y tener valor ella en sí para adorar agradablemente a su Amado y hacer obras dignas de su gracia y amor; y así, dice:

Cuando tú me mirabas.

Es a saber, con afecto de amor; porque ya dijimos que aquí el mirar de Dios es amar.

Su gracia en mí tus ojos imprimían.

Por los ojos del Esposo entiende aquí su divinidad misericordiosa; la cual, inclinándose al alma con misericordia, imprime e infunde en ella su amor y gracia, con que la hermosea y levanta tanto, que la hace consorte de la misma divinidad; y dice el alma, viendo la dignidad y alteza en que Dios la ha puesto:

Por eso me adamabas.

Adamar es amar mucho, es más que amar simplemente, es como amar duplicadamente, esto es, por dos títulos o causas; y así, en este verso da a entender el alma los dos motivos y causas del amor que el Esposo le tiene, por los cuales, no sólo la amaba, prendado en su cabello, más que la adamaba, llagando en su ojo. La causa por que la adamó de esta manera tan estrecha dice ella en este verso que era porque él quiso con mirarla darle gracia para agradarse de ella, dándole el amor de su cabello, informando con su caridad la fe de su ojo; y así, dice: «Por eso me adamabas». Porque poner Dios en el alma su gracia es hacerla digna y capaz de su amor; y así, es tanto como decir: porque habías puesto en mí tu gracia, que eran prendas dignas de tu amor, por eso me adamabas, esto es, por eso me dabas más gracia. Que es lo que dice San Juan: Dat gratiam pro gratia; que quiere decir, da gracia por la gracia que ha dado, que es dar más gracia; porque sin gracia no se puede merecer su gracia.

Es de notar, para inteligencia de esto, que Dios, así como no ama cosa fuera de sí, así ninguna cosa ama más altamente que a sí, porque todo lo ama por sí; y así, el amor tiene la razón del fin, de donde no ama las cosas por lo que ellas son en sí. Por tanto, amar Dios al alma es meterla en cierta manera en sí mismo, igualándola consigo; y así, ama al alma en sí consigo, con el mismo amor que él se ama; y por eso en cada obra, por cuanto, la hace en Dios, merece el alma el amor de Dios; porque, puesta en esta gracia y alteza, en cada obra merece al mismo Dios. Y por eso dice luego:

Y en eso merecían.

Es a saber, en este favor y gracia que los ojos de tu misericordia me hicieron cuando me mirabas, haciéndome agradable a tus ojos y digna de ser vista de ti, merecieron

Los míos adorar lo que en ti vían.

Que es como decir, las potencias de mi alma, Esposo mío, que son los ojos con que de mí puedes ser visto, merecieron levantarse a mirarte, las cuales antes con la miseria de su baja operación y caudal natural estaban caídas y bajas; porque poder mirar el alma a Dios es hacer obras en gracia de Dios; y así, merecían las potencias del alma en el adorar, porque adoraban en gracia de su Dios, en la cual toda operación es meritoria. Adoraban, pues, alumbrados y levantados con su gracia y favor, lo que en él ya veían, lo cual antes, por su ceguera y bajeza no veían. ¿Qué era, pues, lo que ya veían? Era grandeza de virtudes, abundancia de suavidad, bondad inmensa, amor y misericordia de Dios, y beneficios inumerables que de él había recibido, así en este estado tan allegado a Dios como cuando no lo estaba; todo esto merecían adorar ya con merecimiento los ojos del alma, porque estaban ya graciosos y agradables al Esposo; lo cual antes, no sólo no merecían adorar ni ver, pero ni aun considerar de Dios algo; porque es grande la rudeza y ceguera del alma que está sin su gracia.

Mucho hay aquí que notar y mucho de que se doler, ver cuán fuera está de hacer lo que es obligada el alma que no está ilustrada con el amor de Dios; porque, estando ella obligada a conocer éstas y otras cosas e innumerables mercedes, así temporales como espirituales, que de él ha recibido y a cada paso recibe, y adorar y servir con todas sus potencias a Dios por ellas sin cesar no sólo no lo hace, mas aun ni mirarlo y conocerlo merece ni cae en la cuenta de ello; que hasta aquí llega la miseria de los que viven, o por mejor decir, que están muertos en pecado.

Anotación de la canción siguiente

Para más inteligencia de lo dicho y de lo que sigue, es de saber que la mirada de Dios hace cuatro bienes en el alma, que son limpiarla, agraciarla, enriquecerla y alumbrarla; así como el sol cuando envía sus rayos, que enjuga, calienta, hermosea y resplandece. Y después que Dios pone en el alma estos tres bienes postreros, por cuanto por ellos le es el alma muy agradable, nunca más se acuerda de la fealdad y pecado que antes tenía, según lo dice por Ecequiel: Omnium iniquitatum ejus, quas operatus est, non recordabor. Y así, habiéndole quitado una vez el pecado y fealdad, nunca más le da en cara con ello, no por eso le deja de hacer más mercedes; porque él no juzga dos veces una cosa: Non vindicavit vis in idipsum in tribulatione. Pero aunque Dios se olvida de la maldad y pecado después de perdonado una vez, no por eso le conviene olvidar sus pecados primeros al alma, pues dice el Sabio: De propiciato peccato, noli esse sine metu; Del pecado perdonado no quieras estar sin miedo; y esto por tres cosas: la primera, para tener siempre ocasión de no presumir; la segunda, para tener materia de siempre agradecer; la tercera, para que le sirva de más confiar para más recibir; porque si estando en pecado recibió de Dios tanto bien, cuando está puesta en tanto bien en amor de Dios y fuera de pecado, ¿cuánto mayores mercedes podrá esperar?

Acordándose, pues, el alma aquí de todas estas misericordias recibidas, y viéndose puesta junto al Esposo con tanta dignidad, gózase grandemente con deleite y agradecimiento y amor, ayudándole mucho para esto la memoria de aquél su primer estado tan bajo y tan feo, que, no solo no merecía ni estaba para que la mirara Dios, mas ni aún para que tomara en su boca su nombre, según lo dice por su profeta David: Nec menor era nominum eorum per labia mea. De donde, viendo que de su parte ninguna razón hay, ni la puede haber, para que Dios la mirase y engrandeciese, sino sólo de parte de Dios, que es su bella gracia y la mera voluntad suya, atribuyéndose a sí su miseria, y al Amado todos los bienes que posee; viendo que por ellos ya merece lo que no merecía, toma ánimo y osadía para pedir continuación de la divina unión espiritual, en la cual le vaya multiplicando las mercedes de todo lo que ella da a entender en la canción siguiente.

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