Canción XXXIII

No quieras despreciarme;

Que si color moreno en mí hallaste,

Ya bien puedes mirarme

Después que me miraste,

Que gracia y hermosura en mí dejaste.

Declaración

Animándose ya la esposa, y apreciándose a sí en las prendas y precio que de su amado tiene, viendo que por ser cosas de él, aunque ella de suyo sea de bajo precio y no merezca alguna estima, a lo menos por ellas la merece, atrévese a su Amado y dícele que ya no la quiera tener en poco ni despreciarla; porque, si antes merecía esto por la fealdad de su culpa y bajeza de su naturaleza, ya después que él la miró la primera vez, en que la arreó con su gracia y la vistió con su hermosura, que bien la puede ya mirar la segunda y más veces, augmentándola la gracia y hermosura, pues hay ya razón y causa bastante para ello en haberla mirado cuando no lo merecía ni tenía partes para ello.

No quieras despreciarme

No dice esto por querer el alma ser tenida en algo, porque antes los desprecios y vituperios son de grande estima y gozo para el alma que de veras ama a Dios, y porque ve que de su cosecha no merece otra cosa; sino por la gracia y dones que tiene de Dios, según ella va dando a entender, diciendo:

Que si color moreno en mí hallaste.

Es a saber que, antes que me miraras graciosamente, hallaste en mí fealdad y negrura de culpas e imperfecciones y bajeza de condición natural:

Ya bien puedes mirarme,

Después que me miraste.

Después que me miraste, quitando de mí este color moreno y desgraciado de culpa, con que no estaba de ver, en que me diste la primera vez gracia, ya bien puedes mirarme; esto es, ya bien puedo yo y merezco ser vista, recibiendo más gracias de tus ojos; pues con ellos, no sólo la primera vez me quitaste el color moreno, pero también me hiciste digna de ser vista, pues con tu vista de amor

Gracia y hermosura en mí dejaste.

Lo que ha dicho el alma en los dos versos antecedentes es para dar a entender lo que dice San Juan en el Evangelio; es a saber, que Dios da gracia por gracia; porque cuando ve al alma graciosa en sus ojos, se mueve mucho a hacerle más gracia, por cuanto mora en ella bien agradado. Lo cual, conociendo Moisés, pidió a Dios más gracia, queriéndolo obligar por la que ya de él tenía, diciéndole: Cum dixeris novi te exnomine, et invenisti gratiam coram me. Si ergo inveni gratiam in conspectu tuo, ostende mihi faciem tuam. Ut sciam te, et inveniam tratiam ante oculos tuos; esto es: Tú dices que me conoces de nombre y que he hallado gracia delante de tu presencia; muéstrame tu cara para que te conozca y halle gracia delante de tus ojos. Y porque con esta gracia está el alma delante de Dios engrandecida, honrada y hermoseada, como habemos dicho, por eso es amada de él inefablemente. De manera que, si antes que tuviese en su gracia por sí sólo la amaba, ahora que ya está en su gracia, no sólo la ama por sí, sino también por ella; y así, enamorado él de su hermosura mediante los efectos y obras de ella, ahora que no está sin ellos, siempre le va él comunicando más amor y gracias; y como la va honrando y engrandeciendo más, siempre se va más prendando y enamorando de ella; porque así lo da a entender Dios, hablando con su amigo Jacob por Isaías, diciendo: Ex quo honorabilis factus est in oculis meis, et gloriosus: ego dilexi te; esto es: Después que en mis ojos eres hecho honrado y glorioso, yo te he amado. Lo cual es tanto como decir: Después que mis ojos te dieron gracia con su vista, por lo cual te hiciste glorioso y digno de honra en mi presencia, has merecido más gracias de mercedes mías; porque amar Dios más es hacer más mercedes. Esto mismo da a entender la Esposa en los Cantares diciendo a las otras almas: Nigra sum, sed formosa, filiae Jerusalem; y añade la Iglesia en su nombre: Ideo dilexit me Rex, et introduxit me in cubiculum suum; Morena soy, pero hermosa, hijas de Jerusalén; por tanto, me ha amado el Rey y entrádome en lo interior de su lecho. Lo cual es decir: Almas que no sabéis ni conocéis de estas mercedes, no os maravilléis porque el Rey celestial me las haya hecho a mí tan grandes, que haya llegado a meterme en lo interior de su amor; porque, aunque soy morena de mío, puso él tanto en mí sus ojos después de haberme mirado la primera vez, que no se contentó hasta desposarme consigo y llamarme hasta el interior lecho de su amor.

¿Quién podrá decir adónde llega lo que Dios engrandece un alma cuando da en agradarse de ella? No hay poderlo decir ni aun imaginar; porque al fin lo hace como Dios para mostrar que él es. Sólo se puede dar algo a entender la condición que Dios tiene de ir dando más a quien más tiene, y lo que le va dando es multiplicadamente según la proporción de lo que antes el alma tiene; como el Evangelio lo da a entender, diciendo: Qui enim habet dabitur ei, et abundabit: qui autem non habet, et quod habet auferetur ab eo; esto es: A cualquiera que tuviere, se le dará más, hasta que llegue a abundar, y al que no tiene le será quitado. Y así, el dinero que tenía el siervo no en gracia de su señor, le fue quitado, y dado al que tenía más dineros, para que todos juntos los tuviese en gracia de su señor; de donde, los mejores y principales bienes de su casa, esto es, de su Iglesia, así militante como triunfante, acumula Dios en el que es más amigo suyo, y le ordena para más honrarle y sacrificarle; así como una luz grande absorbe en sí muchas luces pequeñas, como también lo dio Dios a entender en la sobredicha autoridad de Isaías, según el sentido espiritual, hablando con Jacob, diciendo: Ego Dominus Deus tuus, Sanctus Israel, et Salvator tuus, dedi propiciationem tuam Aegiptum, Aetiopiam, et Saba pro te… e dabo homines pro te, et Populos pro anima tua; esto es: Yo soy tu Señor, Dios santo de Israel, tu Salvador; a Egipto he dado por tu propiciación a Etiopía y Saba por ti, y daré hombres por ti y pueblos por tu alma.

Bien puedes ya, Dios, mirar y preciar mucho al alma que miras, pues con tu vista pones en ella precio y prendas de que tú te precias y prendas; y por eso, no ya una vez sola, sino muchas, mereces que la mires después que la miraste; pues, como se dice en el libro de Ester por el Espíritu Santo: Digno es de tal honra a quien quiere honrar el Rey; Hoc honore condignus est, quemcumque Rex voluerit honorare.

Anotación de la canción siguiente

Los amigables regalos que el Esposo hace al alma en este estado son inestimables, y las alabanzas y requiebros de divino amor que con gran frecuencia pasan entre los dos son inefables. Ella se emplea en alabarlo y regraciarlo a él, y él en engrandecerla y alabarla y regraciarla a ella, según es de ver en los Cantares donde, hablando él con ella, dice: Ecce tu pulchra es amica mea, ecce tu pulchra es, oculi tui columbarum. Ecce tu pulcher es dilecte mi, et decorus; esto es: Cata que eres hermosa, amiga mía; cata que eres hermosa y tus ojos son de paloma. Y ella responde y dice: Cata que eres hermoso, Amado mío, y bello, y otras muchas gracias y alabanzas que el uno al otro se dicen en los Cantares; y así, ella en la canción pasada acaba de despreciarse a sí, llamándose morena y fea, y de alabarlo a él de hermoso y gracioso, pues con su mirada le dio gracia y hermosura. Y él, porque tiene de costumbre de ensalzar al que se humilla, poniendo en ella sus ojos, como ella se lo ha pedido en la canción que sigue, se emplea en alabarla, llamándola no morena, como ella se llama, sino blanca paloma, alabándola de las buenas propiedades que tiene como paloma y tórtola; y así, dice:

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