Canción XXXVIII

Allí me mostrarías

Aquello que mi alma pretendía,

Y luego me darías

Allí tú, vida mía,

Aquello que me diste el otro día.

Declaración

El fin por que el alma deseaba entrar en aquellas cavernas era por llegar a la consumación de amor de Dios que ella siempre había pretendido, que es venir a amar a Dios con la pureza y perfección con que ella es amada de él, para pagarse en esto la vez; y así, le dice en esta canción al Esposo que allí le mostrará él esto que tanto ha siempre pretendido en todos sus actos y ejercicios, que es mostrarla a amar al Esposo con la perfección que él la ama; y lo segundo que dice que allí se dará, es la gloria esencial para que él la predestinó desde el día de su eternidad; y así, dice:

Allí me mostrarías

Aquello que mi alma pretendía.

Esta pretensión del alma es la igualdad de amor con Dios, que ella natural y sobrenaturalmente apetece, porque el amante no puede estar satisfecho si no siente que ama cuanto es amado; y como el alma ve que con la transformación que tiene en Dios en esta vida, aunque es inmenso el amor, no puede llegar a igualar a la perfección de amor con que de Dios es amada, desea la clara transformación de gloria, en que llegará a igualar con el dicho amor. Porque, aunque en este alto estado que aquí tiene hay unión verdadera de voluntad, no puede llegar a los quilates y fuerza de amor que en aquella fuerte unión de gloria tendrá; porque, así como, según dice San Pablo, conocerá el alma entonces como es conocida de Dios: Tunc autem cognoscan, sicut et cognitus sum; así entonces amará también como es amada de Dios. Porque, así como entonces su entendimiento será entendimiento de Dios, y su voluntad será voluntad de Dios, así su amor será amor de Dios; porque, aunque allí no está perdida la voluntad del alma, está tan fuertemente unida con la fortaleza de la voluntad de Dios con que de él es amada, que le ama tan fuerte y perfectamente como de él es amada, estando las dos voluntades unidas en una sola voluntad y un solo amor de Dios; y así, ama el alma a Dios con voluntad y fuerza del mismo Dios, unida con la fuerza misma de amor con que es amada de Dios; la cual fuerza es el Espíritu Santo, en quien está allí el alma transformada; que, siendo él dado al alma para la fuerza de este amor, supone y suple en ella, por razón de la tal transformación de gloria, lo que falta en ella; lo cual, aun en la transformación perfecta de este estado matrimonial a que en esta vida el alma llega, en que está toda revestida en gracia, en alguna manera ama tanto por el Espíritu Santo, que le es dado en la tal transformación.

Por tanto, es de notar que no dice aquí el alma que le dará allí su amor, aunque de verdad se lo da, porque en esto no daba a entender sino que Dios la amaría a ella; sino que allí le mostrará cómo lo ha de amar ella con la perfección que pretende, por cuanto él allí le da su amor, y en el mismo le muestra a amarle como de él es amada; porque, demás de enseñar Dios allí a amar al alma pura y libremente sin interés, como él nos ama, la hace amar con la fuerza que él la ama, transformándola en su amor, como habemos dicho, en lo cual le da su misma fuerza con que puede amarle; que es como ponerle el instrumento en las manos y decirle cómo lo ha de hacer, haciéndolo juntamente con ella; lo cual es mostrarle a amar y darle la habilidad para ello. Hasta llegar a esto no está el alma contenta, ni en la otra vida lo estaría si (como dice Santo Tomás, in opúsculo De Beatitudine) no sintiese que ama a Dios tanto cuanto de él es amada. Y como queda dicho, en este estado de matrimonio espiritual, de que vamos hablando en esta sazón, aunque no haya aquella perfección de amor glorioso, hay, empero, un vivo viso o imagen de aquella perfección, que totalmente es inefable.

Y luego me darías

Allí tú, vida mía,

Aquello que me diste el otro día.

Lo que aquí dice el alma que le daría luego, es la gloria esencial, que consiste en ver el ser de Dios. De donde, antes que pasemos adelante, conviene desatar aquí una duda, y es: ¿por qué, pues, la gloria esencial consiste en ver a Dios, y no en amar, dice aquí el alma que su pretensión es este amor, y no lo dice de la gloria esencial, y lo pone al principio de la canción; y después, como cosa de que menos caso hace, pone la petición de lo que es gloria essencial? Es por dos razones. La primera porque, así como el fin de todo es el amor, que se sujeta en la voluntad, cuya propiedad es dar, y no recibir; y la propiedad del entendimiento, que es sujeto de la gloria esencial, es recibir, y no dar, estando el alma aquí embriagada de amor, no se le pone delante la gloria que Dios le ha de dar, sino darse ella a él en entrega de verdadero amor, sin algún respeto de su provecho. La segunda razón es, porque en la primera pretensión se incluye la segunda, y ya queda presupuesta en las precedentes canciones; porque, es imposible venir a perfecto amor de Dios sin perfecta visión de Dios. Y así, la fuerza de esta duda se desata en la primera razón, porque con el amor paga el alma a Dios lo que le debe, y con el entendimiento antes recibe de Dios.

Pero, viniendo a la declaración, veamos qué día sea aquel otro que aquí dice, y qué es aquél aquello que en él le dio Dios, y se lo pide para después en la gloria. Por aquel otro día entiende el día de la eternidad de Dios, que es otro que este día temporal; en el cual día de la eternidad predestinó Dios al alma para la gloria, y en ése determinó la gloria que le había de dar, y se la tuvo dada libremente sin principio antes que la criara, y de tal manera es ya aquello propio de tal alma, que ningún caso ni contraste alto ni bajo bastará a quitárselo para siempre, sino que aquello para que Dios la predestinó sin principio, vendrá ella a poseer sin fin. Y esto es aquello que dice le dio el otro día, lo cual desea ella poseer ya manifiestamente en gloria. Y ¿qué será aquello que allí le dio? Ni ojo lo vio, ni oído lo oyó, ni en corazón de hombre cayó, como dice el Apóstol: Quod ocubus non vidit, nec auris audivit, nec in cor hominis ascendit. Y otra vez dice Isaías: Oculus non vidit, Deus, absque te, quae praeparasti expectantibus te; esto, es: No vio, Señor, fuera de ti lo que aparejaste, etc. Que por no tener ello nombre, dice aquí el alma aquello. Ello, en fin, es ver a Dios; pero qué le sea el alma ver a Dios no tiene nombre más que aquello.

Pero, porque no se deje de decir algo de aquello, digamos lo que dijo de ello Cristo a San Juan en el Apocalipsis, por muchos términos y vocablos y comparaciones, en siete veces, por no poder ser aquello comprenhendido en un vocablo ni una vez, porque aun en todas aquéllas se quedó por decir. Dice, pues, allí Cristo: Vincenti dabo edere de ligno vitae, quod est in Paradiso Dei mei; esto es: Al que venciere darele de comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de mi Dios. Mas porque este término no declara bien aquello, dice luego otro, y es: Esto fidelis usque ad mortem, et dabo tibi coronam vitae; esto es: Sé fiel hasta la muerte y darete la corona de la vida. Pero tampoco este término lo dice, luego dice otro más obscuro y que más lo da a entender diciendo: Vincenti dabo manna absconditum, et dabo illi calculum candidum: et in calculo nomen novum scriptum, quod nemo scit, nisi qui accipit; esto es: Al que venciere le daré maná escondido y un cálculo blanco, y en el cálculo un nombre nuevo escrito, que ninguno lo sabe sino el que lo recibe. Y porque tampoco este término basta para decir aquello, dice luego otro el Hijo de Dios, de grande poder y alegría: Et qui vicerit, et custodierit usque in finem opera mea, dabo illi potestatem super gentes, et reget eas in virga ferrea, et tamquam vas figuli confringentur, sicut et ego accepi a Patre meo: et dabo illi stellam matutinam; esto es. Al que venciere, dice y guardare mis obras hasta el fin, darle he potestad sobre las gentes, y regirlas ha en vara de hierro, y como un vaso de barro se desmenuzarán, así como yo también recibí de mi Padre, y darele la estrella matutina. Y no se contentando con estos términos, para declarar aquello dice luego: Qui vicerit, sic vestietur vestimentis albis, et non delebo nomen ejus de libro vitae, et confitebor nomen ejus coram Patre meo; esto es. El que venciere de esta manera, será vestido con vestiduras blancas, y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre.

Mas, porque todo lo dicho queda corto, dice luego muchos términos para declarar aquello, los cuales encierra en sí majestad inefable y grandeza: Qui vicerit, faciam illum columnam in templo Dei mei, et foras non egredietur amplius: et scribam super eum nomen Dei mei, et nomen civitatis Dei mei novae Jerusalem, quae descendit de coelo a Deo meo, et nomen meum novum; esto es: El que venciere harelo columna en el templo de mi Dios y no saldrá fuera jamás, y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad nueva de Jerusalén de mi Dios, que desciende del cielo de mi Dios, y también mi nombre nuevo. Y dice luego lo sétimo, para declarar aquello: Qui vicerit, dabo ei sedere mecum, in throno meo: sicut et ego vici, et sedi cum Patre meo in throno ejus. Qui habet aurem, audiat, etc.; esto es: Al que venciere, yo le daré que se siente conmigo en mi trono, como yo vencí y me senté con mi Padre en su trono. El que tiene oídos para oír, oiga, etc. Hasta aquí son palabras del Hijo de Dios, todas para dar a entender aquello, las cuales cuadran a aquello muy perfectamente; pero aun no lo declaran, porque las cosas inmensas esto tienen, que todos los términos excelentes y de calidad y grandeza y bien les cuadran, mas ninguno de ellos las declara, ni todos juntos.

Pues veamos ahora si dice David algo de aquel aquello. En un salmo dice: Quam magna multitudo dulcedinis tuae Domine, quam abscondisti timentibus te! Esto es: ¡Cuán grande es la multitud de tu dulzura, que escondiste para los que te temen! Y por otra parte llama a aquello torrente de deleite, y dice: Et torrente voluptatis tuae potabis eos; esto es: Del torrente de tu deleite les darás de beber. Y porque tampoco halla David igualdad en este nombre, llámalo en otra parte prevención de las bendiciones de la dulzura de Dios: Quonam prevenisti eum in benedictionibus dulcedinis. De manera que nombre que al justo cuadre a aquello que aquí dice el alma, que es la felicidad para que Dios la predestinó, no se halla; pues quedémonos con el nombre que aquí le pone el alma de aquello, y declaremos el verso de esta manera: Aquello que me diste, esto es, aquel peso de gloria en que me predestinaste, oh Esposo mío, en el día de tu eternidad, cuando tuviste por bien de determinar de criarme, me darás luego allí en el mi día de mi desposorio y mis bodas, en el día mío de la alegría de mi corazón, cuanto desatándome de la carne y entrándome en las subidas cavernas de tu tálamo, transformándome en ti gloriosamente, bebamos el mosto de las suaves granadas.

Anotación de la canción siguiente

Pero por cuanto el alma en este estado de matrimonio espiritual que aquí tratamos no deja de saber algo de aquello, pues por estar transformada en Dios pasa por ella algo de ello, no quiere dejar de decir algo de aquello, cuyas prendas y rastro siente ya en sí; porque, como se dice en el Libro de Job: Conceptum sermonem tenere quis poterit? ¿Quién podrá contener la palabra que en sí tiene concebida sin decilla? Y así, en la siguiente canción se emplea en decir algo de aquella fruición que entonces gozará en la vista beatífica, declarando ella, en cuanto le es posible, qué sea y cómo sea aquello que allí será.

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