III

La herida más grave de cuantas ha recibido tu pecho es esta última, lo confieso, porque no rasgó solamente la piel, sino que penetró en medio de tu corazón y de tus entrañas. Pero de la misma manera que los soldados bisoños vociferan a la herida más ligera, temiendo menos la espada que la mano del médico, mientras que los veteranos, aunque atravesados de parte a parte, se prestan pacientemente y sin gemir al filo del acero como si se tratase de cuerpo extraño; así también debes prestarte tú hoy a la operación. Rechaza de ti los sollozos, lamentos y agitadas manifestaciones que de ordinario lleva consigo el dolor de la mujer; porque habrás perdido todo el provecho de tantos males si no has aprendido aún a ser desgraciada. ¿Ves acaso que te trato con timidez? Nada he suprimido de tus males; todos te los he presentado ante los ojos, haciéndolo con resolución, porque pretendo triunfar de tu dolor y no atenuarlo.

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