XIII

Podrán contestarme: «Procedimiento artificioso es el de separar desgracias que en singular pueden soportarse, y no pueden serlo reunidas. El cambio de lugar es tolerable, si efectivamente solo se cambia de lugar: la pobreza es tolerable si no lleva consigo la ignominia, que es la que puede abatir el ánimo». Si se pretende asustarme con la multitud de males, contestaré con estas palabras: Si tienes bastante fuerza en ti mismo para rechazar un ataque de la fortuna, debes tenerla también para rechazarlos todos: una vez que la virtud ha endurecido el ánimo, le hace invulnerable por todos lados. Si se libertó de la avaricia, el azote más pernicioso del género humano, no tardará en abandonarle la ambición. Si no consideras el último día como castigo, sino como una ley de la naturaleza, cuando hayas lanzado de tu corazón el temor a la muerte, no dará entrada a ningún terror. Si consideras que no se han dado al hombre los placeres sensuales para la voluptuosidad, sino para la propagación de la especie, el que no se encuentre manchado con este mal que tan hondamente penetra en nuestras entrañas, verá todas las demás pasiones deslizarse delante de él sin alcanzarle. La razón no rechaza separadamente cada vicio, sino todos a la vez, venciendo con un esfuerzo solo. ¿Crees que el sabio puede ser sensible a la ignominia, cuando encerrándolo todo en sí mismo se separa de las opiniones vulgares? Más aún que la ignominia es la muerte ignominiosa. Y sin embargo, considera a Sócrates, con aquel sereno rostro que en otro tiempo contuvo la insolencia de más de treinta tiranos, entra en su prisión, a la que también debía purgar de ignominia, porque no podía haber cárcel allí donde se encontraba Sócrates. El que tiene cerrados los ojos para contemplar la verdad, ¿por qué considera ignominioso para Catón haber sido rechazado dos veces, cuando pedía en una la pretura y en otra el consulado? La ignominia fue para el consulado y la pretura, a los que Catón hubiese honrado. Solamente es despreciado por los demás el que se desprecia a sí mismo. El ánimo vil y rastrero es el único que puede recibir esta afrenta; pero al que se hace superior a los reveses más grandes de la fortuna, al que domina las desgracias que abaten al vulgo, le protegen las mismas miserias como cintas sagradas: y puesto que así somos, nada debemos admirar tanto como un hombre desgraciado con valor. Llevaban en Atenas Arístides al suplicio: cuantos lo encontraban, bajaban los ojos y gemían como si se llevase a perecer no a un hombre justo, sino a la misma justicia. Sin embargo, uno hubo que le escupió en el rostro: Arístides podía indignarse, porque sabía que ninguna boca pura se hubiese atrevido a aquello; pero se enjugó el semblante, y dijo sonriendo al magistrado que lo acompañaba: «Advierte a ése que en adelante no escupa con tanta descompostura». Esto era afrentar a la misma afrenta. Bien sé que algunos consideran como lo peor de todo el desprecio, pareciéndoles preferible la muerte. A éstos diré que el mismo destierro está con frecuencia exento de todo desprecio. Si el hombre grande cae, grande es también caído, y no debes considerarle más despreciado que esas ruinas de sagrados templos, que se pisan, pero que las personas religiosas veneran como si todavía permaneciesen en pie.

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