XVIII

 

Joaquín empeoró. La ira al conocer que se había desnudado el alma ante Helena, y el despecho por la manera como esta le rechazó, en que vio claro que le despreciaba, acabó de enconarle el ánimo. Mas se dominó buscando en su mujer y en su hija consuelo y remedio. Ensombreciósele aún más su vida de hogar; se le agrió el humor.

Tenía entonces en casa una criada muy devota, que procuraba oír misa diaria y se pasaba las horas que el servicio le dejaba libre encerrada en su cuarto haciendo sus devociones. Andaba con los ojos bajos, fijos en el suelo, y respondía a todo con la mayor mansedumbre y en voz algo gangosa. Joaquín no podía resistirla y la regañaba con cualquier pretexto. «Tiene razón el señor», solía decirle ella.

-¿Cómo que tengo razón? -exclamó una vez, ya perdida la paciencia, él, el amo-. ¡No, ahora no tengo razón!

-Bueno, señor, no se enfade, no la tendrá.

-¿Y nada más?

-No le entiendo, señor.

-¿Cómo que no me entiendes, gazmoña, hipócrita? ¿Por qué no te defiendes? ¿Por qué no me replicas? ¿Por qué no te rebelas?

-¿Rebelarme yo? Dios y la Santísima Virgen me defiendan de ello, señor.

-Pero ¿quieres más -intervino Antonia- sino que reconozca sus faltas?

-No, no las reconoce. ¡Está llena de soberbia!

-¿De soberbia yo, señor?

-¿Lo ves? es la hipócrita soberbia de no reconocerla. Es que está haciendo conmigo, a mi costa, ejercicios de humildad y de paciencia; es que toma mis accesos de mal humor como cilicios para ejercitarse en la virtud de la paciencia. ¡Y a mi costa, no! ¡No, no y no! ¡A mi costa, no! A mí no se me toma de instrumento para hacer méritos para el cielo. ¡Eso es hipocresía!

La criadita lloraba, rezando entre dientes.

-Pero y si es verdad, Joaquín -dijo Antonia- que realmente es humilde... ¿Por qué va a rebelarse? Si se hubiese rebelado te habrías irritado aún más.

-¡No! Es una canallada tomar las flaquezas del prójimo como medio para ejercitarnos en la virtud. Que me replique, que se insolente, que sea persona... y no criada...

-Entonces, Joaquín, te irritaría más.

-No, lo que más me irrita son esas pretensiones a mayor perfección.

-Se equivoca usted, señor -dijo la criada, sin levantar los ojos del suelo-; yo no me creo mejor que nadie. -No, ¿eh? ¡Pues yo sí! Y el que no se crea mejor que otro, es un mentecato. Tú te creerás la más pecadora de las mujeres, ¿es eso? ¡Anda, responde!
-Esas cosas no se preguntan, señor.

-Anda, responde, que también san Luis Gonzaga dicen que se creía el más pecador de los hombres; responde: ¿te crees, sí o no, la más pecadora de las mujeres?

-Los pecados de las otras no van a mi cuenta, señor.

-Idiota, más que idiota. ¡Vete de ahí!

-Dios le perdone, como yo le perdono, señor.

-¿De qué? Ven y dímelo, ¿de qué? ¿De qué me tiene que perdonar Dios? Anda, dilo.

-Bueno, señora, lo siento por usted, pero me voy de esta casa.

-Por ahí debiste empezar -concluyó Joaquín. Y luego a solas con su mujer, le decía:

-¿Y no irá diciendo esta gatita muerta que estoy loco? ¿No lo estoy, acaso, Antonia? Dime, ¿estoy loco, sí o no? -Por Dios, Joaquín, no te pongas así...

-Sí, sí creo estar loco... Enciérrame. Esto va a acabar conmigo.

-Acaba tú con ello.

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