XX

El hijo de Abel estudiaba Medicina, y su padre solía dar a Joaquín noticias de la marcha de sus estudios. Habló Joaquín algunas veces con el muchacho mismo y le cobró algún afecto; tan insignificante le pareció.

-¿Y cómo le dedicas a médico y no a pintor? -le preguntó a su amigo.

-No le dedico yo, se dedica él. No siente vocación alguna por el arte...

-Claro, y para estudiar Medicina no hace falta vocación...

-No he dicho eso. Tú siempre tan mal pensado. Y no sólo no siente vocación por la pintura, pero ni curiosidad. Apenas si se detiene a ver lo que pinto, ni se informa de ello.

-Es mejor así acaso...

-¿Por qué?

-Porque si se hubiera dedicado a la pintura, o lo hacía mejor que tú, o peor. Si peor, eso de ser Abel Sánchez, hijo, al que llamarían Abel Sánchez el Malo o Sánchez el Malo o Abel el Malo, no está bien ni él lo sufriría...

-¿Y si fuera mejor que yo?

-Entonces serías tú quien no lo sufriría.

-Piensa el ladrón que todos son de su condición.

-Sí, venme ahora a mí, a mí, con esas pamemas. Un artista no soporta la gloria de otro, y menos si es su propio hijo o su hermano. Antes la de un extraño. Eso de que uno de su sangre le supere..., ¡eso no! ¿Cómo explicarlo? Haces bien en dedicarle a la Medicina.

-Además, así ganará más.

-Pero ¿quieres hacerme creer que no ganas mucho con la pintura?

-Bah, algo.

-Y además, gloria.

-¿Gloria? Para lo que dura...

-Menos dura el dinero.

-Pero es más sólido.

-No seas farsante, Abel, no finjas despreciar la gloria.

-Te aseguro que lo que hoy me preocupa es dejar una fortuna a mi hijo.

-Le dejarás un nombre.

-Los nombres no se cotizan.

-¡El tuyo sí!

-¡Mi firma, pero es... Sánchez! ¡Y menos mal si no le da por firmar Abel S. Puig! -que le hagan marqués de Casa Sánchez. Y luego el Abel quita la malicia al Sánchez. Abel Sánchez suena bien.

 

 

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