XXVI

 

-Mira, Joaquín -le dijo un día Antonia a su marido-, me parece que el mejor día nuestra hija se nos va o nos la llevan... -¿Joaquina? ¿Y dónde? -¡Al convento!

-¡Imposible!

-No, sino muy posible. Tú distraído con tus cosas y ahora con ese hijo de Abel al que pareces haber prohijado... Cualquiera diría que le quieres más que a tu hija...

-Es que trato de salvarle, de redimirle de los suyos...

-No; de lo que tratas es de vengarte. ¡Qué vengativo eres! ¡Ni olvidas ni perdonas! Temo que Dios te va a castigar, va a castigarnos...

-Ah, ¿y es por eso por lo que Joaquina se quiere ir al convento?

-Yo no he dicho eso.

-Pero lo digo yo y es lo mismo. ¿Se va acaso por celos de Abelín? ¿Es que teme que le llegue a querer más que a ella? Pues si es por eso...

-Por eso no.

-¿Entonces?

-¡Qué sé yo!... Dice que tiene vocación, que es adonde Dios la llama...

-Dios... Dios... ¡Será su confesor! ¿Quién es?

-El padre Echevarría.

-¡El que me confesaba a mí!

-¡El mismo!

Quedóse Joaquín mustio y cabizbajo, y al día siguiente, llamando a solas a su mujer, le dijo:

-Creo haber penetrado en los motivos que empujan a Joaquina al claustro, o mejor, en los motivos porque le induce el padre Echevarría a que entre en él. ¿Tú recuerdas cómo busqué refugio y socorro en la Iglesia contra esta maldita obsesión que me embarga el ánimo todo, contra este despecho que con los años se hace más viejo, es decir, más duro y más terco, y cómo, después de los mayores esfuerzos, no pude lograrlo? No, no me dio remedio el padre Echevarría, no pudo dármelo. Para este mal no hay más que un remedio, uno solo.

Callóse un momento como esperando una pregunta de su mujer, y como ella callara, prosiguió diciéndole:

-Para ese mal no hay más remedio que la muerte. Quién sabe... Acaso nací con él y con él moriré. Pues bien, ese padrecito que no pudo remediarme ni reducirme, empuja ahora, sin duda, a mi hija, a tu hija, a nuestra hija, al convento, para que en él ruegue por mí, para que se sacrifique salvándome...

-Pero si no es sacrificio..., si dice que es su vocación...

-Mentira, Antonia; te digo que eso es mentira. Las más de las que van monjas, o van a trabajar poco, a pasar una vida pobre, pero descansada, a sestear místicamente o van huyendo de casa, y nuestra hija huye de casa, huye de nosotros.

-Será de ti...

-¡Sí, huye de mí! ¡Me ha adivinado!

-Y ahora que le has cobrado ese apego a ese...

-¿Quieres decirme que huye de él?

-No sino de tu nuevo capricho...

-¿Capricho?, ¿capricho?, ¿capricho dices? Yo seré todo menos caprichoso, Antonia. Yo tomo todo en serio, todo, ¿lo entiendes?

-Sí, demasiado en serio -agregó la mujer llorando.

-Vamos, no llores así, Antonia, mi santa, mi ángel bueno, y perdóname si he dicho algo...

-No es peor lo que dices, sino lo que callas.

-¡Pero, por Dios, Antonia, por Dios, haz que nuestra hija no nos deje; que si se va al convento, me mata, sí, me mata, porque me mata! Que se quede, que yo haré lo que ella quiera... que si quiere que le despache a Abelín, le despacharé,..

-Me acuerdo cuando decías que te alegrabas de que no tuviéramos más que una hija, porque así no teníamos que repartir el cariño...

-¡Pero si no lo reparto!

-Algo peor entonces...

-Sí, Antonia, esa hija quiere sacrificarse por mí, y no sabe que si va al convento me deja desesperado. ¡Su convento es esta casa!

 

 

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