XXX

 

-Ya te figurarás a lo que vengo -le dijo Abel a Joaquín apenas se encontraron a solas en el despacho de este. -Sí, lo sé. Tu hijo me ha anunciado tu visita.

-Mi hijo y pronto tuyo, de los dos. ¡Y no sabes bien cuánto me alegro! Es como debía acabar nuestra amistad. Y mi hijo es ya casi tuyo; te quiere ya como a padre, no sólo como a maestro. Estoy por decir que te quiere más que a mí... -Hombre..., no..., no..., no digas así.

-¿Y qué? ¿Crees que tengo celos? No, no soy celoso. Y mira, Joaquín, si entre nosotros había algo...

-No sigas por ahí, Abel, te lo ruego, no sigas...

-Es preciso. Ahora que van a unirse nuestras sangres, ahora que mi hijo va a serlo tuyo y mía tu hija, tenemos que hablar de esa vieja cuenta, tenemos que ser absolutamente sinceros.

-¡No, no, de ningún modo, y si hablas de ella, me voy!

-¡Bien, sea! Pero no creas que olvido, no lo olvidaré nunca, tu discurso aquel cuando lo del cuadro.

-Tampoco quiero que hables de eso.

-¿Pues de qué?

-¡Nada de lo pasado, nada! Hablemos sólo del porvenir...

-Bueno, si tú y yo, a nuestra edad, no hablamos del pasado, ¿de qué vamos a hablar? ¡Si nosotros no tenemos ya más que pasado!

-¡No digas eso! -casi gritó Joaquín.

-¡Nosotros ya no podemos vivir más que de recuerdos!

-¡Cállate, Abel; cállate!

-Y si te he de decir la verdad, vale más vivir de recuerdos que de esperanzas. Al fin, ellos fueron y de estas no se sabe si serán.

-¡No, no; recuerdos, no!

-En todo caso, hablemos de nuestros hijos, que son nuestras esperanzas.

-¡Eso sí!

-De ellos y no de nosotros, de ellos, de nuestros hijos...

-Él tendrá en ti un maestro y un padre...

-Sí, pienso dejarle mi clientela, es decir, la que quiera tomarlo, que ya la he preparado para eso. Le ayudaré en los casos graves.

-Gracias, gracias.

-Eso, además de la dote que doy a Joaquina. Pero vivirán conmigo.

-Eso me había dicho mi hijo. Yo, sin embargo, creo que deben poner casa; el casado, casa quiere.

-No, no puedo separarme de mi hija.

-Y nosotros de nuestro hijo sí, ¿eh?

-Más separados que estáis de él... Un hombre apenas vive en casa; una mujer apenas sale de ella. Necesito a mi hija.

-Sea. Ya ves si estoy complaciente.

-Y más que esta casa será la vuestra, la tuya, la de Helena...

-Gracias por la hospitalidad. Eso se entiende.

Después de una larga entrevista, en que convinieron todo lo atañedero al establecimiento de sus hijos, al ir a separarse, Abel, mirándole a Joaquín a los ojos, con mirada franca, le tendió la mano, y sacando la voz de las entrañas de su común infancia, le dijo: «¡Joaquín!» Asomáronsele a este las lágrimas a los ojos al coger aquella mano.

-No te había visto llorar desde que fuimos niños, Joaquín.

-No volveremos a serlo, Abel.

-Sí, y es lo peor.

Se separaron.

 

 

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