II

Si oprimidos por la ley aspiraban á penetrar en la viva del universo, era para hacer de ella ley viva de su conciencia y que obrara en justicia y amor, dentro del alma, moviendo sus actos, olvidada ésta de sí y atenta sólo á las cosas de Dios para que Dios atendiese á las suyas. El provecho de la visión intelectual en que vemos todo en Dios y con todo nos vemos en El, es sacar de idea de nosotros mismos humildad y resorte de acción. La contemplación de la sabiduría de Dios vuelve el entender y el obrar humanos en divinos, nos enseñan.
La ley moral es, en efecto, la misma de la naturaleza, y quien lograra acabada comprensión del organismo universal viendo su propio engrane y oficio en él, su verdadera valía y la infinita irradiación de cada uno de sus actos en la trama infinita del mundo, querría siempre lo que debiera querer. Si la ciencia y la conciencia aparecen divorciadas es porque su ayuntamiento se celebra allá, en el hondón oscuro del alma, cuya voz ahogan y ensordecen los ecos mismos que de él nos devuelve el mundo. Una verdad sólo es de veras activa en nosotros cuando, olvidada, la hemos hecho hábito; entonces la poseemos de verdad.
La ciencia y la acción, María y Marta, habían de servir juntas al Señor, la una dándole de comer, contemplándole y perfumándole la otra. Marta trabajó, es cierto, pero « hartos trabajos » fueron, dice Santa Teresa, los de María al irse por esas calles y entrar donde nunca habla entrado y sufrir murmuraciones y ver aborrecido su Maestro. Ciencia de amor sin trabajo, repito, de trabajos; no el heroísmo difuso, oscuro y humilde del trabajo, sino los trabajos de la conquista.
Conquistar para el alma la ley sometiéndose á la disciplina ordenancista de la externa y escrita, á la que nunca perdieron de vista ni proclamaron inútil; hacer de la lex gracia cumpliéndola; fe con obras, obedecer y cumplir. Magdalena fué perdonada, no precisamente porque amara, sino porque por haber amado creyó, creyendo sin entender, dice Juan de Avila. Cuando dicen, con San Juan de la Cruz, « no hay otra diferencia, sino ser visto Dios ó creído », se apartan de aquellos generosos esfuerzos de la edad heroica de la escolástica por racionalizar la fe, de aquel empeño por entender lo creído, del satagamus quae credimus intelligere, nitamur comprehendere ratione quod tenemus ex fide de Ricardo de San Víctor, formulador de la mística.
En San Juan de la Cruz, que, marcando el punto culminante de la mística castellana, es el más cauteloso en su osadía, parece se fundieron el espíritu quijotesco y el sancho-pancino en un idealismo tan realista, como que es la idealización de la realidad religiosa ambiente en que vivía. Su mística es la de la « fe vacía », la del carbonero sublimada, la pura sumisión á quien enseña el dogma, más bien que al dogma mismo.
Su « Subida al monte Carmelo » es en gran parte comentario de aquellas palabras de San Pablo á los Gálatas: si nosotros mismos ó un ángel del cielo os evangelizare en contra de lo que os hemos evangelizado, sea condenado. Preocupado, sin duda alguna, con la doctrina protestante de la revelación ó inspiración interiores y personales y de la personal y directa comunicación con Dios, todo se le vuelve prevenciones contra las revelaciones, visiones y locuciones sobrenaturales, en que como el demonio puede meter mucho la mano y falsificarlas, es lo prudente negarse á todas para mejor recibir el provecho de las divinas.
« Dios quiere que á las cosas que sobrenaturalmente nos comunica no les demos entero crédito, ni hagan en nosotros confirmada fuerza y segura hasta que pasen por este arcaduz humano de la boca del hombre... Ninguna necesidad tiene (el hombre) para ser perfecto de querer cosas sobrenaturales por vía sobrenatural y extraordinaria, que es sobre su capacidad... de todas ellas le conviene al alma guardarse prudentemente para caminar pura y sin error en la noche de fe á la divina unión... para entrar en el abismo de la fe donde todo lo demás se absorbe... en que el entendimiento ha de estar escuro y escuro ha de ir por amor en fe y no por mucha razón... Cualquier alma de por ahí con cuatro maravedís de consideración… más bachillerías suele sacar é impureza del alma que humildad y mortificación de espíritu. »
Estos individualistas eran profundamente antipersonalistas. La mística de San Juan de la Cruz es de sumisión y cautela. Poeta riquísimo en imágenes, enseña, sí, nos despojemos de ellas para mejor de ellas aprovecharnos; pero
« advierte, ¡oh amado lector!, que no por eso convenimos ni queremos convenir en esta nuestra doctrina con la de aquellos pestíferos hombres que, persuadidos de la soberbia y envidia de Satanás, quisieron quitar de los ojos de los fieles el santo y necesario uso é ínclita adoración de las imágenes de Dios y de los santos».
Libertad por sumisión y no por rebelión, intimando la ley colectiva externa, no volviéndose á si para proclamar la propia. El temor al Santo Oficio, ante el cual « lo cierto se hacia Sospechoso y dudoso », según el Maestro León, es explicación de corteza que no explica bien este carácter, por no ser éste efecto de aquel temor, sino ambos de la inquisición inmanente que lleva la casta en su alma, esta casta que obedece aun cuando no cumpla, que dará insurrectos, pero no rebeldes.
Con esta fe, fides, fidelidad, obras que son amores, y las obras actos de sumisión, no de inspiración interior, actos que al degenerar acabaron por ser clasificados cual ejemplares mineralógicos en los « métodos de amar á Dios ».
Partían de la realidad misma en que vivían envueltos tratando de idealizarla. Para llegar á cualquier punto que sea hemos de partir de aquel en que estamos, tomando aliento del aire ambiente (esto lo enseña Pero Grullo), pues quien quiera comenzar de salto y cerrando la boca se ahoga y se rompe la crisma, ó como Don Quijote en Clavileño, creyendo volar por las esferas, no se mueve, vendados los ojos, del suelo en que descansa el armatoste. ¿Por qué pretender rebelarse contra la ley sin haber llegado á sus raíces vivas? ¿Qué debe ser es el que no arranca de la razón de ser de lo que es? Sin penetrar en esta razón, ¿qué fuerza habrá contra los rémoras que, esclavos de la apariencia, resisten al impulso que nos lleva á lo que ha de ser y tiene que ser, mal que les pese?
Y volviendo á la mística castellana, la ascesis que de ella brotaba era austera y militante, con tono más estoico que epicúreo, varonil. Santa Teresa no quería que sus hermanas fuesen mujeres en nada, ni lo pareciesen, « sino varones fuertes » y tan varoniles, que « espanten á los hombres ».
Su caridad, en cuanto enderezada á los hombres, era, sobre todo, horror al pecado. Los milagros de dar salud al enfermo, vista al ciego, ó semejantes,
« cuanto al provecho temporal... ningún gozo del alma merecen, porque, excluido el segundo provecho (el espiritual), poco ó nada importan al hombre, pues de suyo no son medio para unir al alma con Dios. »
Aseguraban compadecer más á un luterano que á un gafo. Es la moral individualista de quien, poco simpático, incapaz de ponerse en el lugar de otro y pensar y sentir como este otro piensa y siente, le compadece porque no lo hace como él, ignorando en realidad cómo lo hace. Es la moral militante del Dios de las batallas, la de Domingo pidiendo á la Virgen valor contra sus enemigos.
Resaltan los caractereres de la eflorescencia religiosa de España cuando se la compara con otra, la de Italia, por ejemplo. Siguió ésta á la renovación comunal italiana de los silos X al XII, brotando popularísima de la masa, mezclándose con ensueños apocalípticos de renovación social, de un reino del Espíritu Santo y del Evangelio eterno. Su flor fué el Pobrecito de Asís, de casta de comerciantes andariegos y alma de trovador, el alegre umbrío, no el macilento y triste en que se trasformó en España. No se mete en su alma, sino que se derrama fuera, amando con ternura á la Naturaleza, hermana de la Humanidad. Canta á las criaturas, y su Dios quiere misericordia más que sacrificio. Al solitario, monachum, monje, sustituye el hermano, fratellum, el fraile; salvando á los demás, se salva uno en redención mutua. No se encierra en su castillo interior, sino se difunde en la risueña y juvenil campiña, al aire y al sol de Dios. No se cuida apenas de convertir herejes. Su religión es del corazón y de piedad humana. El símbolo religioso italiano son los estigmas de Francisco, señales de crucifixión por redimir á sus prójimos; el castellano la transverberación del corazón de Teresa, la saeta del Esposo con que se solazaba á solas. Aquí era todo comentar el Cantar de los Cantares intelectualizado, allí pasaban del Evangelio al Apocalipsis; el uno es de sumisión y fe sobre todo, el otro, sobre todo de pobreza y libertad; regular y eclesiástico el uno, secular y laico el otro. Del italiano brotó el arte popular de las Florecitas y de los juglares de Dios, como Jacopone de Todi; el nuestro dió los conceptuosos autos sacramentales ó las sutiles y ardorosas canciones de San Juan de la Cruz. Giotto, Fra Angelico, Ghirlandajo, Cimabué, pintaron con las castas tintas del alba, con los arreboles de la aurora, el azul inmaculado del cielo umbrío y el oro del sol figuras dulcísimas é infantiles en campo diáfano; Zurbarán y Ribera dibujaron atormentados anacoretas, Velázquez su Cristo sombrío, Murillo interiores domésticos de sosegado bienestar y lozanas Concepciones. Cierto es que el misticismo italiano floreció en el siglo XIII y en el XVI el nuestro.
Así como en los tejidos hipertróficos se ve de bulto y como por microscopio el funcionamiento fisiológico diferencial mejor que en los normales, así en las hipertrofias morales. Las del misticismo castellano fueron el quietismo egoísta del abismarse en la nada ó el alumbrismo brutal dado á la holganza y el hartazgo del instinto, que acababa en el horrible consorcio del anegamiento del intelecto en el vacío conceptualizado con la unión carnal de los sexos y en la grosería sensibilista de « mientras más formas más gracia », en el último extremo de lo que llama San Juan de la Cruz lujuria y gula espirituales. El italiano, por su parte, degeneraba en sectas de pobres llenos de ensueños comunistas de restauración social.

Share on Twitter Share on Facebook