III

De estos despeñaderos mórbicos salvó uno y á otro el humanismo, la modesta ciencia de trabajo, la voz de los siglos humanos y de la sabiduría lenta de la tierra. El misticismo italiano, la religión del corazón, se humaniza en el Dante, nutrido de sabiduría antigua, que intenta casar la antigüedad clásica con el porvenir cristiano.
En España penetró tanto, como donde más el soplo del humanismo, el alma del Renacimiento, que siempre tuvo altar aquí. Desde dentro y desde fuera nos invadió el humanismo eterno y cosmopolita, y templó la mística castellana castiza, tan razonable hasta en sus audacias, tan respetuosa con los fueros de la razón. El ministro por excelencia de su consorcio fué el maestro León, maestro como Job en infortunios, alma llena de la ardiente sed de justicia del profetismo hebraico, templada en la serena templanza del ideal helénico. Platónico, horaciano y virgiliano, alma en que se fundían lo epicúreo y lo estoico en lo cristiano, enamorado de la paz, del sosiego y de la armonía en un siglo « de estruendo más que de sustancia ».
Es en él profundísimo el sentimiento de la naturaleza tan raro en su casta (lo cual explica la pobreza de ésta en ciencias naturales). Consonaba con la campiña apacible y serena, la tenía en las entrañas del alma, en sus tuétanos mismos, en el meollo de su corazón. En el campo los deleites parecíanle mayores por nacer de cosas más sencillas, naturales y puras; « en los campos vive Cristo », en la soledad de ellos la fineza del sentir. Retirado á la Flecha, rincón mansísimo á orillas del Tormes, gustaba tenderse allí á la sombra, rompiendo, como los pájaros, á cantar á la vista del campo verde. En aquel quieto retiro, gozando del frescor en día sosegado y purísimo, tendido en la hierba, deleitábase con sus amigos en diálogos platónicos sobre los « Nombres de Cristo ».
Este sentimiento de la naturaleza concertábase y se abrazaba en él con su humanismo platónico; era aquella á su mente reflejo de otro mundo ideal, la tierra toda « morada de grandeza, templo de claridad y de hermosura », espejo el campo del cielo, del « alma región luciente, prado de bienandanza ». Como en lago sereno se pinta la celeste techumbre temblando las estrellas á las caricias de la brisa al agua casta, así para él espejaba la campiña, « escuela de amor puro y verdadero », la paz eterna.
« Porque los demuestra á todos (los elementos) amistados »entre si, y puestos en orden y abrazados, como si dijésemos, unos con otros, y concertados en armonía grandísima, y respondiéndose á veces, y comunicándose sus virtudes, y pasándose unos en otros, y ayuntándose y mezclándose todos, y con su mezcla y ayuntamiento sacando de contino á luz y produciendo los frutos que hermosean el aire y la tierra. »
Como en el campo, veía en el arte un dechado del concierto ideal de las ideas madres, de los elementos espirituales. La música de Salinas que serenaba el aire vistiéndole de hermosura y luz no usadas, hacía que el alma á su divino son tornara,

« … á cobrar el tino

Y memoria perdida,

De su origen primera esclarecida »,

y á las notas concordes del arte envía consonante respuesta la música ideal é imperecedera, fuente de la humana, y se mezcla entre ambas á porfía armonía dulcísima en un mar de dulzura en que navega á anegarse el alma.
Usado á hablar en los oídos de las estrellas, levantaba á éstas su mirada en las noches serenas anhelando « luz purísima en sosiego eterno », ciencia en paz, salud en justicia, imanes de sus deseos. La ciencia es salud, la justicia paz.
¡Ciencia! Ciencia humana anhelaba, el día en que volar de esta cárcel y en que « el mismo que junta con nuestro ser agora se juntará con nuestro entendimiento entonces », expresando así, cual mejor no se puede, cómo es el fin de aquélla traer á conciencia lo que ésta lleva velado en su seno. Con la vista en el cielo suspiraba « contemplar la verdad pura » y ciencia humana, saber cosas acerca de las cuales no sería examinado en el día del juicio, como ver las columnas de la tierra; el por qué tiembla ésta y se embravecen las hondas mares; de dónde manan las fuentes; quién rige las estrellas y las alumbra; dónde se mantiene el sol, fuente de vida y luz, y las causas de los hados. Sed de saber puro, no enderezado, como la unión carnal, á sacar á luz un tercero, sino saber que dé paz de deleite, unión para « afinarse en ser uno y el abrazarse para más abrazarse ». El Cristo del Maestro León es el Logos, la Razón, la humanidad ideal, el Concierto,
« según la Divinidad la armonía y la proporción de todas las cosas, mas también según la humanidad, la música y la buena correspondencia de todas las partes del mundo».
Su Cristo es Jesús, Salud, y
« la salud es un bien que consiste en proporción y en armonía de cosas diferentes, y es una como música concertada que hacen entre si los humores del cuerpo ».
Su Cristo es una de las tres maneras de unirse al hombre Dios, que crió las cosas todas para con ellas comunicarse por Cristo, que « en todo está, en todo resplandece y reluce », « tiene el medio y el corazón de esta universidad de las cosas », aun de las que carecen de razón y hasta de sentido, recriando y reparando con su alma humana el universo, renovando al alma con « justicia secreta », haciendo de los hombres dioses.
Del mundo de las cosas, por su trabazón, subimos á la Ley; en la Ciencia se coyunta esta con nuestra mente y vivifica nuestra acción para que, naturalizados, humanicemos la naturaleza. Así el Maestro León sube de las criaturas á Dios, muestra el ayuntamiento de éste con la Humanidad en Cristo, y de Cristo, el Verbo, nos enseña desciende á deificar al género humano.
El Verbo, la Razón viva, es Salud y Paz. En aquella sociedad de aventureros de guerra que se doblegaban al temor de la ley externa, aborrecía el Maestro León la guerra y mal encubría su animadversión á la ley, lex. De natural medroso, veía en Cristo la guarida de los pobrecitos amedrentados, el amparo seguro en que se acogen los afligidos y acosados del mundo ». Su Dios no es el de las batallas. Cristo, Brazo de Dios,
« no es fortaleza militar ni coraje de soldado... Los hechos hazañosos de un cordero tan humilde y tan manso... no son hechos de guerra... Las armas con que hiere la tierra son vivas y ardientes palabras... Vino á dar buena nueva á los mansos, no asalto á los muros... á predicar, que no á guerrear ».
En hablando de esto dice que se metía en calor y al parar mientes en que las Escrituras emplean términos militares, encogíase en sí, pareciéndole uno de los abismos profundos de los secretos de Dios. En aquella sociedad de nuestra edad del oro que corriendo tras la presa movía guerras con color religioso, consideraba el Maestro León como el pecado enorme y originario de los judíos su adoración al becerro de oro, que despeñándoles de pecado en pecado les llevó á esperar un Mesías guerrero.
«Esclavos de la letra muerta, esperan batallas y triunfos y señoríos de tierra... no quieren creer la victoria secreta y espiritual » sino « las armas que fantasea su desatino... ¿Dónde están agora los que engañándose á si mismos se prometen fortaleza de armas, prometiendo declaradamente Dios fortaleza de virtud y de justicia? »
¡Qué de cosas se le ocurrieron en condenación de la guerra en el seno de aquel pueblo cuya callada idea denunciaba el indiscreto Sepúlveda al tratar De convenientia disciplinae militaris cum christiana religione!
Repugnaba el estado de guerra y el de lex que de él brota. Sometíase á ésta como á dura necesidad en nuestra imperfecta condición, mas sintiendo en vivo con Platón que
« no es la mejor gobernación la de leyes escritas » que « el tratar con sola ley escrita, es como tratar con un hombre cabezudo por una parte y que no admite razón, y por otra, poderoso para hacer lo que dice, que es trabajoso y fuerte caso ».
¡Con qué ahincada complacencia despliega las imperfecciones de la ley externa y le opone la de gracia! Es el grito de los caballeros contra la bárbara ley del honor, pero racionalizado. Soñaba en el reino espiritual, el de la santa anarquía de la fraternidad hecha alma del alma, en el siglo futuro, cuando « se sepultará la tiranía en los abismos y el reino de la tierra nueva será » de los de Cristo. Entonces regirá ley interna, concierto de la razón y la voluntad en que aquélla casi quiere y ésta casi enseña, ley « que nos hace amar lo que nos manda », que se nos encierra dentro del seno y se nos derrama dulcemente por las fuerzas y apetitos del alma, haciendo que la voluntad quede hecha una justísima ley.
En aquel reino del siglo futuro, en que los buenos, posesores del cielo y de la tierra, sentirán, entenderán y se moverán por Dios, será el gobierno pastoril,
« que no consiste en dar leyes, ni en poner mandamientos sino en apacentar y alimentar á los que gobierna »; que « no guarda una regla generalmente con todos, y en todos los tiempos; sino en cada tiempo y en cada ocasión ordena su gobierno conforme al caso particular del que rige.., que no es gobierno que se reparte y ejercita por muchos ministros ».
Su Rey ideal es manso y no belicoso; llano, hecho á padecer, prudente y no absoluto. Sobro todo, ni guerrero ni absoluto.
« Cumplía que en la ejecución y obra de todo aquesto... no usase Dios de su absoluto poder, ni quebrantase la suave orden y trabazón de sus leyes; sino que yéndose el mundo como se va, y sin sacarle de madre, se viniese haciendo ello mismo... ¿Usó de su absoluto poder? No, sino de suma igualdad y justicia... En la prudencia lo más fino de ella y en lo que más se señala es el dar orden cómo se venga á fines extremados y altos y dificultosos por medios comunes y llanos, sin que en ellos se turbe en lo demás el buen orden. »
Su Rey ideal no es capitán general educado para la milicia, es la Razón viva y no escrita. En su reino los súbditos son « generosos y nobles todos y de un mismo linaje »; que « ser Rey propia y honradamente es no tener vasallos viles y afrentados ».
¡Cuán lejos de esto la realidad en que vivía! Los gobernantes de entonces apenas imitaban ni conocían tal imagen, y
« como siempre vemos altivez y severidad, y soberbia en los príncipes, juzgamos que la humildad y llaneza es virtud de los hombres ».
Cuando el buen Sancho perdonaba cuantos agravios le habían hecho y hubieran de hacer, Don Quijote, molido por los yangüeses, habría querido poder hablar un poco descansado y dar á entender á Panza el error en que estaba adoctrinándole en cómo el que gobierna ha de tener « valor para ofender y defenderse en cualquier acontecimiento », doctrina caballeresca, levantadora de imperios y « lo que ha levantado y levanta estos imperios de tierra es lo bestial que hay en los hombres. »
¡Qué soberano himno entona el Maestro León á la paz en los « Nombres de Cristo », alzando los ojos al cielo tachonado de estrellas! Es la paz reflejo del concierto del mundo y no la lucha ley de la vida. ¡Hueras utopías para aquellos á quienes lo bestial que hay en los hombres les ha enredado en la monserga del struggle for life, impidiéndoles ver la paz hasta en las entrañas del combate! ¡Cuán extrañas sonarían las doctrinas del Maestro León á oídos atontados por el estruendo de tambores y mosquetes! Penetró en lo más hondo de la paz cósmica, en la solidaridad universal, en el concierto universal, en la Razón hecha Humanidad, Amor y Salud. No entabló un solitario diálogo entre su alma y Dios. Vió lo más grande del Amor en que se comunica á muchos sin disminuir, que « da lugar á que le amen muchos, como si le amara uno solo, sin que los muchos se estorben ».
Espíritu sano y equilibrado, atento á vivir conforme á la razón, porque « el ánimo bien concertado dentro de sí, consuena con Dios y dice bien con los demás hombres », identificó la salud y la paz, y la justicia y la ciencia. Encarnó la filosofía del cordero en una sociedad de lobos en que sufrió bajo « la forma de juicio y el hecho de cruel tiranía, el color de religión, adonde era todo impiedad y blasfemia ». Clasicista y hebraizante, unió al espíritu del humanismo griego el del profetismo hebraico, sintió en el siglo XVI lo que un pensador moderno llama la fe del siglo XX, el consorcio de la pietas de Lucrecio, el « poder contemplar el mundo con alma serena », con el anhelo del profeta, « que la rectitud brote corno agua y la justicia como un río inagotable ».
Oprimido por el ambiente, vivió el Maestro León solitario y perseguido, sin que su obra diera todo el fruto de que está preñada. A la presión externa se le añadió la interior, su cobardía misma; le faltó algo del coraje que vituperaba. Con el perfume, aspiró el veneno horaciano.
Guiado por el humano sentido de la paz y la salud, expresó, cual condensación de su doctrina, lo más hondo de la verdad platónica en palabras eternas:
« Consiste la perfección de las cosas en que cada uno de nosotros sea un mundo perfecto, para que por esta manera, estando todos en mí y yo en todos los otros, y teniendo yo su ser de todos ellos y todos y cada uno dellos el ser mío, se abrace y eslabone toda aquesta máquina del universo, y se reduzca á unidad la muchedumbre de sus diferencias, y quedando no mezcladas se mezclen, y permaneciendo muchas no lo sean: y para que extendiéndose y como desplegándose delante los ojos la variedad y diversidad, venza y reine y ponga su silla la unidad sobre todo. » Palabras que encierran la doctrina de todo renacimiento.

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