IV

La mística buscó la mayor plenitud personal por la muerte de las diferencias individuantes, pero por camino individual. El franciscanismo, la gran marea religiosa del siglo XIII, fué la mística popular, una internacional religiosa y laica, especie de estado de conciencia europeo, que borró fronteras (1).
Un pueblo perfecto ha de ser todos en él y él en todos, por inclusión y paz, por comunión de libre cambio. Sólo así se llega á ser un mundo perfecto, plenitud que no se alcanza poniendo portillos al ambiente, sino abandonándose á él, abriéndose lleno de fe al progreso, que es la gracia humana, dejando que su corriente deposite en nuestro regazo su sustancioso limo sin falsearlo con falaces tamizaciones, entregándonos á ella sin quererla dirigir. El ciénago mismo se trocará en mantillo. ¡Cosa terrible la razón raciocinante de todas las castas, definidora de buenas y malas ideas, que en nombre de una pobre conciencia histórica nacional pretende trazar el arancel de la importación científica y literaria y construir cultura con industria de protección nacional!
No dentro, fuera nos hemos de encontrar. Cerrando los ojos y acantonándose en sí se llega al impenetrable individuo atómo, uno por exclusión, mientras se enriquece la persona cuando se abre á todos y á todo. De fuera se nos fomenta la integración que da vida, la diferenciación sola empobrece. El cuidado por conservar la casta en lo que tiene de individuante es el principio de perder la personalidad castiza, y huir de la vida plena de que alienta la Humanidad, toda en todos y toda en cada uno.
Todos los días se repite maquinalmente el tópico de « ama á tu prójimo como á ti mismo », y á diario se dice que un pueblo es una persona, pero el « ama á otro pueblo como al tuyo mismo » parece despropósito ridículo. La ley del egoísmo y de la carne, hipócritamente celada en el individuo, se formula en la comunidad colectiva para que nos sirva de apoyo. Adversus hostem aeterna auctoritas, sólo es prójimo el de la misma tribu. Todo lo demás son utopías, cosas de ninguna parte, fuera de espacio, única realidad de los que creen en lo macizo y de bulto y que la patria es el terruño.
Nos aturden los oídos con eso del reinado social de Jesucristo, y apenas lo entienden sus pregoneros. No se sueña apenas en el reinado del Espíritu Santo, en que el cristianismo, convertido en sustancia del alma de la Humanidad, sea espontáneo. Por no serlo hoy tiene órganos concientes y se razona sobre él tan en demasía. Parece locura que llegue á ser moral pública cuando no se ha hecho jugo del individuo.
Se han dado apologistas de la guerra que, sin saber de qué espíritu eran, se llamaban cristianos, como el monstruoso De Maistre. Son legión los que sólo conocen al Cristo-Júpiter de Miguel Angel, y legión de legiones los que no dejan caer de los labios lo del derecho de legítima defensa, sérvate ordine, etc.

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